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Crónicas de una abdicación anticipada (o el papel de los Jefes de la Casa Real)
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Crónicas de una abdicación anticipada (o el papel de los Jefes de la Casa Real)

Hay un antes y un después en la Casa Real española a partir del cese de Sabino Fernández Campo, considerado como el principio del fin que da lugar a sesudas crónicas de ensayistas

Foto: Juan Carlos y Felipe, en el acto de abdicación del rey emérito. (Limited Pictures)
Juan Carlos y Felipe, en el acto de abdicación del rey emérito. (Limited Pictures)

La Familia Real española concita cada cierto tiempo la atención de la opinión pública y de los medios por algún suceso relevante o trascendente, como el nacimiento o la boda del heredero, o el fallecimiento o el divorcio de algún miembro. Como en el drama o la comedia, tienen un inicio, nudo y desenlace, quedando el acontecimiento archivado en la memoria colectiva. La abdicación a la Corona de Juan Carlos I es un suceso sin archivar a pesar de tanto tiempo transcurrido, y al reflujo siguen saliendo al mercado muchos títulos editoriales que pretenden contribuir con un enfoque novedoso a la comprensión de la tormenta perfecta desatada en la Jefatura del Estado, en junio de 2014, y la consiguiente proclamación del nuevo monarca Felipe VI.

Hay unanimidad cuando se describe la trama de la abdicación del rey Juan Carlos I en tiempos del Gobierno de Rajoy como una operación de cirugía a corazón abierto ejecutada con precisión por la ministra de Presidencia, Soraya Sáenz de Santamaría, asesorada a su vez por su subsecretario Jaime Pérez Renovales, y con papeles principales para Alfredo Pérez Rubalcaba, a la sazón secretario general del PSOE. Pero también desempeñaron roles fundamentales una tribu de secundarios de relieve, posicionados en ambas trincheras, y que los autores y exégetas no revelan en gran parte, unos por desconocimiento y otros por prudencia.

Nicolás Cotoner y Cotoner

Entre esos secundarios, acerca del perfil del reinado de Juan Carlos I, los autores mencionan a los jefes de la Casa Real, como por ejemplo a Nicolás Cotoner y Cotoner, marqués de Mondéjar, nombrado preceptor del entonces príncipe Juan Carlos cuando contaba 17 años de edad, luego jefe de la Casa hasta 1990, consignando 35 años de su vida y fortuna al Rey, que lo supo agradecer concediéndole el Toisón de Oro.

Foto: Imagen: Laura Martín | EC Diseño.

General de Caballería, Mondéjar era capaz de fulminar a un contrario ocasional con una mirada breve. Así le sucedió al cronista en la ocasión en que se cruzó con él en la inauguración de un centro universitario de Bioquímica en Madrid, apadrinado por el Nobel español Severo Ochoa, mirada que indicaba que no era el momento y además llegaba tarde. Severo Ochoa aceptó algunas preguntas y confirmó que había declinado el ofrecimiento del Rey de nombrarle marqués de Luarca, su pueblo natal en Asturias: "Señor, yo no tengo madera de marqués", le dijo al rey Juan Carlos cuando este riñó cariñosamente al ya anciano Premio Nobel de Fisiología y Medicina: "Severo, que te quise hacer marqués y no has querido". Caso único en la historia de la nobleza.

Mondéjar sucedió como preceptor del Príncipe al duque de la Torre, el general Carlos Martínez Campos, contemporáneo de Franco, con el que luchó en la Guerra de África contra las tropas de Abd el Krim, uno de los pocos compañeros de armas que imponían cautela al Caudillo. El duque de la Torre imprimó carácter en el entonces preadolescente príncipe Juan Carlos, y le dio portazo tanto a Franco como al conde de Barcelona cuando no aceptaron que iniciara los estudios universitarios que ya tenía concertados en la Universidad de Salamanca. No era cuestión baladí, el viejo general con fama de cascarrabias consideró que el Príncipe debía incorporarse a la Milicia —en la Academia Militar de Zaragoza— después de unos años de formación universitaria, en la edad en la que el intelecto virgen absorbe como una esponja los conocimientos universales. Personaje de fuste, miembro de la Real Academia Española, de la de la Historia, capitán general de Canarias, donde dejó un meritorio libro bienintencionado 'Canarias en la brecha' (1953).

Sabino Fernández Campo

El tercer protagonista es el sucesor del duque de la Torre y del marqués de Mondéjar: Sabino Fernández Campo. Se aúnan en la personalidad de Sabino —rechazaba el don a la primera— las cualidades de sus dos antecesores, su mirada penetrante dirigida a alguien que no estaba en su sitio paralizaba al susodicho, que retrocedía como un nublado que se enfrenta a un cataclismo.

Sabino despachó a Ruiz Mateos, que se presentó en Zarzuela de improviso con un maletín con un millón de pesetas

Entró en Zarzuela en 1977 como número dos o secretario general y sucedió naturalmente a Mondéjar en la Jefatura cuando este se jubiló a los 85 años, permaneciendo 16 años al frente de la intendencia de la Casa Real. Persona de máxima confianza del Rey durante el periodo del milagro de la consolidación de la Monarquía que coincidía con la Transición y los gobiernos de Felipe González, mientras la dictadura quedaba atrás como un recuerdo lejano.

Figura clave en la desarticulación del Golpe de Estado 23-F, cuando respondió al teléfono desde Zarzuela al general Juste, jefe de la Acorazada Brunete, con los motores de los tanques rugiendo en la oscuridad de la noche antes de partir hacia Madrid, en las horas más aciagas del secuestro del Congreso por el coronel Tejero: 'El General Armada no está ni se le espera', para muchos analistas la frase que paró el golpe.

A principios de los ochenta, Sabino despachó a José María Ruiz Mateos, que se presentó en Zarzuela de improviso con un maletín con un millón de pesetas de las de entonces, cuando empezó a tener problemas con el ministro Boyer, y le despidió sin darle opción a bajarse del coche y sin que el educado empresario jerezano se lo tomase a mal.

placeholder Sabino Fernández Campo, junto al rey. (EFE)
Sabino Fernández Campo, junto al rey. (EFE)


Sabino fue cesado de forma accidentada como jefe de la Casa Real el 8 de enero de 1993, a la edad de 75 años, teniendo pactada su jubilación con el rey Juan Carlos para pocas semanas más tarde, causando una auténtica conmoción. 'Reyes, cómicos y gatos, ingratos', se recitaba el refranero castellano en los mentideros de la Corte.

Tenía el Rey entonces 55 años. Acusaba el hartazgo de que controlaran sus movimientos, desde la primera adolescencia, sus preceptores y jefes de la Casa. A ello se añade la complicidad que le unía al presidente Felipe González, que tomaba con liberalidad las supuestas salidas de tono que circulaban en los dosieres confidenciales de la Villa.

Hay un antes y un después en la Casa Real española a partir de este momento, considerado como el principio del fin, que da lugar a las sesudas crónicas de los ensayistas en torno a la abdicación de la Corona del rey Juan Carlos I. En este eslabón ha fallado una pieza del engranaje que ha gripado la maquinaria de la Jefatura del Estado. Fernández Campo, general de Intendencia, usaba con frecuencia el reflexivo 'anticiparse', que figuraba en su personal libro de estilo para afrontar las tareas cotidianas y resolver los problemas: ningún asunto privado o público debe quedar a merced del azar, el libre albedrío o la improvisación en el seno de la Familia Real.

Foto: Imagen: EC Diseño.

Los futuros cronistas del reinado de Juan Carlos I, cuando la Historia haya sedimentado, podrán tener en cuenta dos hechos esenciales: el alejamiento de la Casa Real de Sabino Fernández Campo y el de Torcuato Fernández-Miranda, este último casi veinte años atrás, cuando mostró su radical desacuerdo con el diseño de la entonces incipiente España de las autonomías, que su vista larga anticipó como el reino de taifas en que se iba a convertir.

Recibió Sabino ofertas de varias editoriales, obscenas por su cuantía, para escribir sus memorias, y a todas contestaba invariablemente: 'Lo que puedo contar no tiene interés y lo que tiene interés no lo puedo contar'. En sus últimos años accedió a publicar el libro 'Escritos morales y políticos' (2003), en la pequeña editorial asturiana Nobel, con prólogo de Víctor García de la Concha. Resultaría provechoso para la nación su lectura obligatoria para todos los candidatos a las elecciones al Congreso y el Senado. Nunca mejor traído el dicho 'un autor vale tanto por lo que cuenta como por lo que calla'. Baste rescatar una de las confesiones del teniente general Fernández Campo: 'Durante la guerra siempre me sentí más próximo —en todos los sentidos— a los que combatían en la trinchera de enfrente que a los que se movían en mi retaguardia'.

Sabino tenía buen carácter, sabía ser cautivador, con grandes dosis de seducción que nunca trascendieron. Contaba las historias en su justa medida, sin ornamentos, las cosas como son. Siguió figurando como asesor del Rey —'Soy un asesor que no asesora', decía—, con derecho a Correo Real y un escolta. En privado, no disimulaba el poso de amargura que le ocasionaba la marcha de los acontecimientos. Siguió con su agenda metódica por las mañanas recibiendo a personas de todos los ámbitos, utilizando como despacho la cafetería privada del Centro Colón, un edificio de apartamentos aledaño a la Castellana donde vivía con su mujer, la periodista María Teresa Álvarez.

Filtraba las entrevistas por su interés, recibiendo hasta a un pobre periodista que le iba con sus cuitas: media hora de reloj suizo, el único camarero desocupado hacía las veces de secretario accidental, alertando que la siguiente cita estaba a la espera en la barra. De aquellos encuentros, el cronista rescata en primera persona la posición de Sabino ante algunos hechos y comportamientos acontecidos en el último tramo del siglo XX, que han llegado a tener consecuencias insospechadas e inquietantes y que han motivado el alud editorial sobre la Familia Real. Hay unanimidad cuando se describe la trama de la abdicación del rey Juan Carlos I en tiempos del Gobierno de Rajoy como una operación de cirugía a corazón abierto.

"Tenía que haberse alejado de las escopetas desde los 18 años de edad", decía categórico sobre el Rey

A finales de los noventa, un grupo de empresarios de Baleares tuvo la iniciativa de regalar un yate al Rey Juan Carlos en agradecimiento por sus estancias veraniegas en las islas. La posición de Sabino era tajante: 'Si es necesario un yate real, que se consigne en los Presupuestos Generales, pero nada de regalos'. La iniciativa se consumó y años después la Casa Real decidió finalmente la devolución del yate real a sus donantes. Sabino disponía de registros para convencer al propio Aznar, presidente en esos años, y presentar naturalmente a la opinión pública la necesidad de un yate real, como el de la Reina de Inglaterra pero más pequeño.

No supo Sabino contener la afición del monarca por las cacerías en los montes de Toledo, Ciudad Real y Extremadura, en las que compartía escopeta con lo que entonces se vino en llamar 'las amistades peligrosas del Rey', entre las que Mario Conde era de las más angelicales. "Tenía que haberse alejado de las escopetas desde los 18 años de edad", decía categórico, sin alterar el tono y la expresión grave, como advirtiendo de un peligro inminente. El hombre que conocía todos los secretos del Rey se anticipó a predecir que las escopetas de caza y las amistades peligrosas terminarían por erosionar la figura del monarca.

El duque de la Torre, Mondéjar y Sabino son piezas únicas, talladas por el destino para cumplimentar un mandato histórico al servicio del Rey de España con un material de alta resistencia a prueba de debilidades, el instinto sabueso, irrepetibles y harto difícil de encontrar. Se produce un cambio de filosofía con el último relevo: los sucesivos jefes de la Casa Real, que tienen rango de ministro, entrarían en Zarzuela por la puerta de servicio.

placeholder El rey Felipe VI. (EFE)
El rey Felipe VI. (EFE)

El hermetismo que anida en la conocida discreción habitual de los movimientos en la Casa hace difícil referir la paulatina fuga natural y forzada de efectivos humanos que se produce tras la caída en desgracia de Sabino, relevados por personal de segundo nivel o sustituidos por los que medraban con la cresta de gallo engolada, incluyendo la Unidad del Servicio de Seguridad, más dispuestos a complacer en vez de advertir de las consecuencias de sus actos al Rey, a riesgo del despido como le pasó a Sabino.

Valga un botón de muestra. Cuando se empezó a sospechar que las andanzas de Iñaki Urdangarin no eran trigo limpio, antes de ser conocidas por la opinión pública, fueron varias las voces que se dirigieron al jefe de la Casa alertando de esta circunstancia. 'No vamos a molestar al señor con estas pequeñeces', zanjaba ensoberbecido.

Fernando Almansa

No fue el caso del vizconde del Castillo de Almansa, sucesor de Sabino al frente de la Casa Real. Al bueno de Fernando Almansa, que no sabía bien donde entraba y todavía hoy se lo estará preguntando, le tocó lidiar con un problema no menor cuando el príncipe Felipe, a la edad de 33 años, se enamora de la joven Eva Sannum, a quien conoció en Madrid en una cena de amigos. Volviendo a una época que no es tan lejana como parece, encontramos relatos con precisión notarial sobre los tejemanejes de una riada de cortesanos dispuestos a toda costa a impedir que el noviazgo llegase a mayores y España tuviera una reina noruega, cortesanos que serían bautizados como 'moscones dinásticos', en expresión del columnista José Manuel de Prada. El propio Luis María Ansón se declaró más o menos neutral, lo que supuso un revés para los promotores. No, en esta ocasión no puede atribuirse a los 'paparazzi' haber roto un romance Real.

Foto: El rey Juan Carlos en una imagen de 2019. (EFE)

El escritor José Luis de Vilallonga, marqués de Castelbell, inició la batida con sus afiladas armas literarias, o más bien podría decirse carnicería, por la cantidad de efectivos, munición de grueso calibre y recursos que se invirtieron en aquella cacería a los ojos de la opinión pública, que terminaría por abatir la voluntad del príncipe Felipe de unir su vida a la de la mujer de la que se había enamorado. La autoría intelectual de la operación se atribuye a su padre el Rey, pero quien cargó con las consecuencias fue Fernando Almansa, quien a cambio de cobrar la pieza se vio obligado a abandonar el cargo en contraprestación.

La experiencia sirvió al príncipe Felipe para la próxima ocasión, cuando anunció por sorpresa su compromiso matrimonial con Letizia Ortiz, prácticamente el mismo día que empezaron a circular los rumores del idilio real, sin dar opción al coro de moscones dinásticos de interferir en su decisión, y sin que la novia tuviera apenas tiempo de despedirse de sus compañeros y recoger sus cosas personales del despacho de Televisión Española donde trabajaba. Este contexto explica algunos interrogantes que todavía pesan sobre aquellos acontecimientos: 'Con Letizia, ya había aprendido', resume un observador cercano de los mismos.

Esta exploración en la monarquía española vuelve a resucitar el controvertido tema sobre 'ley interna de la monarquía sobre los matrimonios reales', que viene de muy lejos en la Historia, y se sintetiza en la Pragmática Sanción de Carlos III (1776), que establece que los príncipes herederos de la Corona española han de contraer matrimonio con personas de igual rango o pertenecientes a la realeza, bajo sanción de perder los derechos al trono. A pesar de los ríos de tinta derramados, no siempre se tiene en cuenta la Pragmática de Carlos IV (1803), que fue Rey absoluto como su antecesor y que modifica parcial y sustancialmente la anterior, al añadir 'salvo que el dicho matrimonio tenga la aprobación del Rey'. El académico de Historia y genealogista, Jaime de Salazar, y el abogado e historiador de los mozárabes, José Antonio Dávila y García-Miranda, ambos cervantistas, dejaron establecida con claridad esta circunstancia. De la que se deduce naturalmente que el matrimonio del príncipe de Asturias con Letizia Ortiz cumple con la llamada ley interna de la monarquía sobre matrimonios reales, pues está acreditado que el rey Juan Carlos expresó su consentimiento —por pasiva, como contempla la Constitución de 1978—, aunque a regañadientes al decir de algunos.

Los cronistas y cortesanos de la Villa y Corte tienen su particular opinión sobre la política de comunicación de la Casa Real

Para mayor abundamiento, no tenía condición de 'igual' la reina Victoria Eugenia —bisabuela de Felipe VI— antes de su boda con el rey Alfonso XIII en 1906, por el matrimonio morganático de su madre la princesa Beatriz, hija de la reina Victoria de Gran Bretaña, con Enrique de Battenberg, que no pertenecía a la realeza, y que obligó a su tío el rey Eduardo VII de Gran Bretaña a nombrarla 'Alteza Real de Gracia', en decreto publicado en la 'Gaceta de Londres' pocas semanas antes de la boda. A tal fin se movilizó de urgencia la diplomacia española en la corte de St. James. Cuando los carlistas —entonces muy activos— pusieron el grito en el cielo, hechos en los que intervino nuestro gran Azorín, que ejercía de enviado especial en Londres del diario 'ABC' del primer Torcuato, como no podía ser de otra manera.

Los directores de comunicación

Los cronistas y cortesanos de la Villa y Corte tienen su particular opinión, que expresan excátedra siempre que tienen ocasión, sobre la política de comunicación de la Casa Real, donde se dan inevitables comparaciones y paradigmas como en el caso de los jefes. Hay que citar a dos legendarios jefes de prensa, que así se les conoce en el argot, aunque el oficial es director de la Unidad de Comunicación, con rango de director general de la Administración, que la ocuparon dos extraordinarios periodistas en tiempos de esplendor, Fernando Gutiérrez y Asunción Valdés, que no dejaron sucesores por ser tarea que exige muy alta cualificación y arrojo personal, harto difícil otra vez.

Infatigables, sabían y conseguían parar golpes, poniéndose al teléfono aunque estuviesen en Australia en medio de una tormenta de viento y nieve, implicándose en la desactivación de las continuas minas con que se encuentra la Casa Real en su relación con los periodistas y medios de comunicación no asilvestrados, capaces de desmentir una noticia inconveniente aunque el periodista la presentara con sello notarial, desarmándolo completamente sin otra compensación más allá de la dialéctica. De la escuela de Sabino, atentos a hilar complicidades, aunque ya llegaran aprendidos a Zarzuela.

Foto: Imagen del rey Felipe vacunándose de 'Cuatro al día'

El lector podrá encontrar divertimento —lo mejor que se espera de un libro— en otro tema recurrente como los cuadros de 'La Familia Real' de Antonio López, en el que invirtió 21 años de trabajo, y el 'Retrato de Felipe VI' de Hernán Cortés, las vueltas que tiene la historia, las onomásticas de los más grandes pintores españoles actuales coincidentes con dos personajes históricos de primer nivel de la Corte de Felipe II y de Carlos V. Sigmund Freud habría entretejido una explicación psicoanalítica de esta circunstancia. Sobre los muchos interrogantes del comportamiento del rey Juan Carlos en la última fase de su reinado, no queda otro remedio que rendirse a la evidencia y encontrar en la ciencia psicoanalítica la explicación más comprensible de este fragmento de la historia de la monarquía.

En el imaginario del conde de Latores, título noble con el que despachó el Rey a Sabino Fernández Campo, desde el lugar que corresponde a los justos del cielo, donde habrá agenciado un despacho con ventanas y sigue recibiendo almas en pena, cuando desvía la mirada para observar a la princesa Leonor a punto de iniciar la formación secundaria en Gales, un rictus de aprobación animaría su rostro y seguramente reacomodaría su juicio sobre la conveniencia del matrimonio del entonces príncipe Felipe con Letizia Ortiz.

La Familia Real española concita cada cierto tiempo la atención de la opinión pública y de los medios por algún suceso relevante o trascendente, como el nacimiento o la boda del heredero, o el fallecimiento o el divorcio de algún miembro. Como en el drama o la comedia, tienen un inicio, nudo y desenlace, quedando el acontecimiento archivado en la memoria colectiva. La abdicación a la Corona de Juan Carlos I es un suceso sin archivar a pesar de tanto tiempo transcurrido, y al reflujo siguen saliendo al mercado muchos títulos editoriales que pretenden contribuir con un enfoque novedoso a la comprensión de la tormenta perfecta desatada en la Jefatura del Estado, en junio de 2014, y la consiguiente proclamación del nuevo monarca Felipe VI.

Hay unanimidad cuando se describe la trama de la abdicación del rey Juan Carlos I en tiempos del Gobierno de Rajoy como una operación de cirugía a corazón abierto ejecutada con precisión por la ministra de Presidencia, Soraya Sáenz de Santamaría, asesorada a su vez por su subsecretario Jaime Pérez Renovales, y con papeles principales para Alfredo Pérez Rubalcaba, a la sazón secretario general del PSOE. Pero también desempeñaron roles fundamentales una tribu de secundarios de relieve, posicionados en ambas trincheras, y que los autores y exégetas no revelan en gran parte, unos por desconocimiento y otros por prudencia.

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