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La mujer que caza sicarios en la Costa del Sol
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Dirige a 7 grupos y 70 agentes

La mujer que caza sicarios en la Costa del Sol

El porcentaje de resolución de los ajustes de cuentas en la zona es casi del 100%. Es el resultado de una singular forma de trabajo de una inspectora jefe que combina intuición y técnica científica

Foto: La inspectora de policía. (P. Almoguera)
La inspectora de policía. (P. Almoguera)

M.J. compartía un café en Marbella con unos compañeros. La pandemia no había facilitado el aterrizaje, así que era una reunión mitad cortesía, mitad trabajo. No llevaba mucho en la Udyco Costa del Sol y, a pesar de que había trabajado con muchos de esos agentes durante su etapa en el grupo de Sistemas Especiales, sabía que era fundamental que la comunicación fluyera.

Los temas laborales se solapaban con los personales cuando los teléfonos móviles, que hasta ese momento habían respetado el encuentro, comenzaron a sonar en cascada. No había que ser un lumbreras para imaginar que algo grave había ocurrido. La inspectora jefa descolgó el suyo y su interlocutor confirmó el pálpito: “Han asesinado a un hombre cerca de donde estás. Le han cosido a tiros cuando cruzaba un paso de cebra y los autores han huido en una moto”.

El reloj sobrepasaba las 13:00 de ese 2 de junio de 2020 y rápidamente se puso en camino de la calle Arturo Rubinstein. Allí, en pleno centro marbellí, a los pies de un lujoso edificio, vestigio del ‘Gilismo’, yacía la víctima. A su lado, unas bolsas con la compra desparramadas por la calzada que dejaban claro que lo habían pillado desprevenido y un reguero de vainas que confirmaba que los criminales apretaron el gatillo de un arma automática.

placeholder La inspectora de policía. (P. Almoguera)
La inspectora de policía. (P. Almoguera)

Fue la particular forma que tuvo la delincuencia organizada que opera en la Costa del Sol de ‘celebrar’ el levantamiento del estado de alarma. Y el crudo ‘recibimiento’ que brindó a esta granadina madre de tres hijos que desde hace poco más de un año está al frente de la Sección de Crimen Organizado. Una unidad en la que se incrusta un grupo especializado cuya principal función es dar caza a los sicarios que ejecutan los más violentos asesinatos que se producen en la zona y que acumula una efectividad casi del cien por cien.

M.J. recibe a El Confidencial en su despacho. La estancia es sobria. Una mesa sobre la que se apoya un ordenador, unas cuantas sillas para las reuniones y una cajonera en la que la imaginación hace pensar que se archivan valiosos documentos. El cuadro del Rey en la pared y algún rastro de una vida familiar que trata de conciliar sorteando la esclavitud del teléfono móvil, un hecho que pone de relieve la presencia de dos terminales sobre la mesa y que cada pocos minutos requieren atención. “Es un poco estresante, porque aquí no hay horarios”, pero sarna con gusto no pica.

Durante su etapa en Sistemas Especiales había conocido de forma tangencial el trabajo de Crimen Organizado, pero el año que lleva al frente de los 70 agentes que componen los siete grupos de la sección -Crímenes, Secuestros, Tráfico de vehículos ilícito, Estepona, Marbella, Fuengirola y Torremolinos- ha sido un curso acelerado para conocer las peculiaridades de una delincuencia singular, violenta, sanguinaria. “Son investigaciones muy complejas porque nos desenvolvemos en un nuevo escenario marcado por una gran permeabilidad entre bandas, con alianzas que obligan a reenfocar los casos y delincuentes que tienen acceso a unos medios inimaginables para la administración”, explica la inspectora jefa.

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Foto: P. Almoguera.

Impagos, alijos ‘perdidos’, luchas de poder… “El cien por cien de las investigaciones de la Sección tienen como origen primigenio el tráfico de drogas”, señala M.J., que detalla algunas de las singularidades que marcan los ajustes de cuentas que de forma regular ocupan el tiempo de sus agentes. “La primera, nunca hay testigos del asesinato. Y si los hay, no quieren hablar. Igual ocurre con el entorno de la víctima, que habitualmente se muestra por colaborador. La segunda, es casi imposible recuperar el arma. Para nosotros es un éxito, un trofeo, localizar una. Pero lo normal es que no se encuentren nunca. Suelen ser pistolas, escopetas, fusiles, que proceden del mercado negro, modificadas en algunos casos”, cuyo rastro es complicado de seguir.

“Pero siempre dejan algo”, advierte desde una distancia prudencial el inspector que, junto a una decena de agentes, ha sacado adelante el peor año estadístico de crímenes en la provincia de Málaga. Fue en 2019 y, según los datos del Ministerio de Interior, se contabilizaron 25 homicidios o asesinatos. La mayoría, en demarcación de la Policía Nacional. Y con un último trimestre demoledor en el que se registraron ocho muertes violentas.

Foto: Foto: EFE

El leitmotiv que marca el día a día de este investigador que huye de los medios es: “Vamos a intentarlo, no perdemos nada”. Una premisa de trabajo que subyace en todas las pesquisas que han permitido identificar y capturar a la inmensa mayoría de los sicarios que han operado en la Costa del Sol durante los últimos años. Que haya trascendido, únicamente quedan dos asuntos en la pizarra de casos sin resolver: el asesinato de un individuo de origen francés tiroteado en Marbella el 3 de diciembre de 2019 y el ocurrido el pasado 19 de abril en Torremolinos en el que un hombre fue acribillado cuando se encontraba en el interior de un camión de reparto. No suelta prenda sobre el estado de las pesquisas, pero se percibe que están bien encarrilados.

La exhibición de la violencia

Todas estas investigaciones han permitido dibujar un perfil de estos asesinos profesionales distinto al que se movía en la zona durante los 80 o 90. Los italianos, rusos o ‘pied noir’ -pies negros- marselleses, igual de contundentes, pero más silenciosos, han dado paso a irlandeses, belgas, holandeses o suecos que han llevado el negocio de la muerte a algo próximo al ‘narcoterrorismo’ con la colocación de bombas y la confección de salas de tortura.

Ambos mandos atisban en esta exhibición de la violencia desmedida un reflejo social: “La mayoría de estos sicarios son veinteañeros que han perdido el respeto y se expresan a través de la ostentación”, señalan, para concluir que es una característica que proyectan en sus crímenes. Porque esta conducta es su lenguaje, la forma de marcar territorio y advertir a quienes vengan a retarlos de lo que se pueden encontrar.

Las características de estos delincuentes y el entorno en el que se desenvuelven provoca en los agentes la sensación de adentrarse en un mar de mentiras cada vez que acuden al levantamiento de un cadáver. El miedo y los intereses espurios pueden torpedear el caso, por eso “somos el único grupo que no trabaja con fuentes”. “Te pueden llevar por un camino equivocado interesadamente, así que únicamente nos centramos en los hechos objetivos”.

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La inspectora de policía. (P. Almoguera)

Y no les ha ido mal con esta metodología. No solo por las cifras de resolución de casos, sino por el mensaje que está llegando a las redes organizadas, que han captado que no se mueven en un territorio impune. Hay dos ejemplos de este cambio de tendencia que -hasta el momento- avalan las estadísticas de 2020, un año en el que, pese a la pandemia, creció notablemente el delito de tráfico de drogas, pero las muertes violentas se redujeron hasta siete, según los datos del Ministerio de Interior. El más reciente lo protagonizó la víctima de un intento de asesinato. Un individuo que, a pesar de haber visto peligrar su vida, no quiso colaborar con los investigadores, pero que cuando detuvieron a sus atacantes fue a saludar a los agentes y les preguntó: “¿Vosotros sois el grupo que estáis limpiando la Costa del Sol?”.

Otra investigación por la que estos policías intuyen un escenario cambiante está relacionada con el primer caso de M.J. Tras la resolución, un par de semanas después, del crimen del hombre acribillado en Marbella, supieron que uno de los miembros de la organización fue asesinado a tiros en Turquía. A pesar de que tenía residencia habitual en la localidad costasoleña, “pensamos que quienes acabaron con su vida esperaron a que saliera del país y actuar en un lugar donde saben que es más complicado que los atrapen”.

Estos complejos casos, que se desarrollan en un contexto donde la colaboración es nula, y con medios tecnológicos que dificultan las indagaciones, en ocasiones -también- se enfrentan a una legislación que desvela los métodos de trabajo policial. Desde 2015, los abogados de los detenidos tienen acceso a esta información ante la obligación de incluirlas en las diligencias y los agentes sospechan que estos datos corren como la pólvora entre los delincuentes, que adoptan medidas de precaución para salir impunes.

"Es como un libro que te atrapa"

La difícil labor de cazar a sicarios, secuestradores y traficantes de vehículos precisa de una combinación de intuición y olfato policial con técnica científica, sostienen ambos mandos, que confiesan que este trabajo, a veces ingrato, “hay que vivirlo como un libro que te atrapa”, pero que roba mucho tiempo a la familia.

M.J., madre divorciada, se presentó voluntaria para este puesto. Tenía opciones de elegir otros destinos más tranquilos, pero siempre le ha atraído el campo de la investigación. Reconoce que hace encaje de bolillos para cuadrar horarios y poder estar con sus pequeños; y aun así, “a veces”, saca unas horas para “acompañarlos cuando hay una tirada de detenciones”. “Aquí no hay horarios”, insiste, mientras su compañero añade que “la familia está acostumbrada”.

“Me gusta este trabajo y lo disfruto. Es lo más bonito que he hecho en mi carrera”, desvela el inspector. Lo ratifica su superiora, que recuerda cómo el agente, en sus días de descanso, sigue conectado al caso que le preocupa en ese momento y le cuenta nuevas vías de investigación que se le han ocurrido para desatascarlo. Esta implicación, u obsesión, como la considerarían algunos, hace que “estés ausente, aunque al lado estén los tuyos”, y eso “es algo que notan”; así que “lo mejor” es buscar puntos de equilibrio y comprensión mutua.

M.J. compartía un café en Marbella con unos compañeros. La pandemia no había facilitado el aterrizaje, así que era una reunión mitad cortesía, mitad trabajo. No llevaba mucho en la Udyco Costa del Sol y, a pesar de que había trabajado con muchos de esos agentes durante su etapa en el grupo de Sistemas Especiales, sabía que era fundamental que la comunicación fluyera.

Los temas laborales se solapaban con los personales cuando los teléfonos móviles, que hasta ese momento habían respetado el encuentro, comenzaron a sonar en cascada. No había que ser un lumbreras para imaginar que algo grave había ocurrido. La inspectora jefa descolgó el suyo y su interlocutor confirmó el pálpito: “Han asesinado a un hombre cerca de donde estás. Le han cosido a tiros cuando cruzaba un paso de cebra y los autores han huido en una moto”.

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