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Gibraltar vacunado: la distopía sanitaria se queda en nuestro lado de la verja
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DOS REALIDADES QUE CONVIVEN EN EL SUR

Gibraltar vacunado: la distopía sanitaria se queda en nuestro lado de la verja

Unos 10.000 españoles, trabajadores transfronterizos, disfrutan de una libertad casi absoluta en Gibraltar... 8.000 han sido vacunados en el Peñón, pero deben recuperar la mascarilla una vez terminan su jornada y vuelven a España

Foto: Gibraltar, zona libre de covid. (Fernando Ruso)
Gibraltar, zona libre de covid. (Fernando Ruso)

William, Brian y Erick apuran los últimos sorbos de su café en una de las mesas exteriores de ‘The Horseshoe’, un bar situado en la Main Street de Gibraltar, que dibuja una clásica vía de casco histórico cuyos negocios absorben la vida social de los aproximadamente 33.000 habitantes de la colonia británica.

Un tipo de su quinta, espigado, pelo canoso y piel curtida al sol, se para junto a ellos. Comienzan a hablar y bromean en ese ‘spanglish’ tan característico de la zona en el que cada frase acaba salpicada por un “primo” o un “quillo”. Sentados, uno junto al otro, se agarran mientras ríen a carcajadas tras lanzarse alguna pulla. Todo transcurre sin mascarillas, sin distancia social, ni un bote de gel hidroalcohólico presidiendo la mesa. Exhibiendo la misma actitud despreocupada cuando un ‘bobby’ pasa de largo después de esbozar una sonrisa.

placeholder Erick, William y Brian, a la izquierda en la imagen. (Fernando Ruso)
Erick, William y Brian, a la izquierda en la imagen. (Fernando Ruso)

Los tres protagonistas de esta escena tienen 66, 63 y 72 años, respectivamente, y desde el pasado mes de febrero afirman que se sienten “libres”. Pero no una libertad entendida como lema de campaña. Libertad de la que añoramos todos. Esa por la que no dudas en abrazar a un amigo con el que te cruzas en la calle. La que no te priva de besar a quien amas y fulmina el miedo al contagio. De la que reconcilia con la vida.

Es la libertad que transmite estar vacunado frente al covid-19. Una sensación robada por la pandemia que ha recuperado más del 90 por ciento del Peñón. Para su población, el término “inmunidad de rebaño” tiene sonido añejo. Mientras tanto, a unos pasos, sus vecinos españoles se enfrentan a un futuro inmediato marcado por una lenta campaña de vacunación y un levantamiento del estado de alarma lleno de incertidumbres en el que se descarga toda la responsabilidad en los tribunales.

placeholder Alfredo Valencia, antes de cruzar la pista del aeropuerto de Gibraltar. (F. Ruso)
Alfredo Valencia, antes de cruzar la pista del aeropuerto de Gibraltar. (F. Ruso)

Miguel y Alfredo Valencia son hermanos. Electricistas de formación, aunque en la actualidad trabajan en un almacén. Cada mañana, “a eso de las ocho”, enfilan los cuatro kilómetros que separan sus casas en la Línea de la Concepción del Peñón. Vestidos con sus uniformes de faena, y ataviados con la correspondiente mascarilla, caminan charlando de sus cosas hasta que llegan al paso fronterizo. Son muchos años haciendo el mismo trayecto y ya son conocidos por las autoridades de ambos lados de la verja, por lo que los trámites son fugaces. Con el DNI en una mano, lo enseñan a un policía que se encuentra a unos metros de separación.

Quillo, ¿cómo estás?—, pregunta Miguel al otro agente español que está en la cabina.

—¡Bien todo!—, le responde de forma divertida.

Los hermanos Valencia prosiguen un recorrido que tienen casi automatizado. Pocos metros después de adentrarse en suelo gibraltareño, se quitan la mascarilla y la guardan en sus bolsillos antes de retomar el paso. Un gesto chocante para quienes este elemento de protección sigue siendo obligatorio, pero no para aquellos que ha dejado de serlo desde finales de marzo, cuando el Gobierno de Fabián Picardo restringió su uso a espacios públicos cerrados, comercios y transportes públicos. ¿Y por qué? Pues porque casi toda la población estaba vacunada.

placeholder Miguel Valencia recoge a su hermano Alfredo para ir juntos a trabajar al Peñón. (F. Ruso)
Miguel Valencia recoge a su hermano Alfredo para ir juntos a trabajar al Peñón. (F. Ruso)

Miguel, que lleva 34 años en la misma compañía, recibió este jueves la segunda dosis después de que un contagio en su familia obligase a retrasar el proceso. Alfredo, el menor de los tres hermanos, ya está inmunizado. Ambos confiesan sentirse unos “privilegiados” y reconocen que les “parece mentira” poder recuperar, “aunque sea durante unas horas”, la vida que llevaban antes de marzo de 2020. Un rutinario ‘viaje en el tiempo’, eso sí, limitado y sin DeLorean. Porque una vez acabada la jornada laboral, como en el cuento de la Cenicienta, todo vuelve a la anormalidad y la mascarilla vuelve a cubrir sus rostros cuando toca regresar a casa. Vivir en una distopía cotidiana que -en ocasiones- le tienen que recordar los agentes fronterizos porque se le “olvidan” volver a adoptar las medidas de precaución.

La “envidia” sana de los que trabajan a escasos metros

Estos dos linenses son un claro ejemplo de la doble realidad que a diario se enfrentan los aproximadamente 10.000 trabajadores que de lunes a viernes cruzan la frontera y que fueron incluidos en el eficiente programa de vacunación puesto en marcha por Gibraltar.

placeholder El Peñón de Gibraltar visto desde La Línea de la Concepción. (F. Ruso)
El Peñón de Gibraltar visto desde La Línea de la Concepción. (F. Ruso)

Fuentes oficiales precisan que —según el último balance que recoge este dato, del 4 de mayo— 8.873 no residentes habían recibido al menos la primera dosis; mientras que los que ya han completado la pauta suman un total de 6.218. La mayoría de ellos son vecinos del citado municipio gaditano, cuya inmunización al virus se extiende por la comarca y prolonga al ámbito sanitario la simbiosis que históricamente ha dominado las relaciones entre ambas poblaciones. Un curioso fenómeno que genera grandes contrastes, anhelos y alguna que otra frustración.

El quiosco propiedad de Cristina Lozano y la administración de lotería en la que trabaja Sara forman la base de un perfecto triángulo equilátero cuyo vértice superior lo ocupa el Peñón y sus más de 400 metros de altura. A diario tratan con muchas personas que han sido vacunadas y confiesan que sienten cierta “envidia” sana.

Ambas tienen familiares o conocidos de todas las edades para los que el coronavirus ha comenzado a ser una enfermedad del pasado y “están estupendos”, pero ellas forman parte de los vecinos de La Línea a los que les toca esperar porque no están incluidas en ningún grupo de riesgo. “Al menos podrían vacunarnos a los que trabajamos de cara al público”, se queja la primera, de 53 años, que manifiesta con rotundidad: “Yo tengo miedo”.

placeholder Cristina Lozano, quiosquera con más de 30 años en La Línea de la Concepción, Cádiz. (F. Ruso)
Cristina Lozano, quiosquera con más de 30 años en La Línea de la Concepción, Cádiz. (F. Ruso)

El deseo de Cristina parece que tendrá un difícil cumplimiento a corto plazo. Según los datos difundidos por la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía, a fecha de este viernes, el 14,1 por ciento de la población de Cádiz —315.241 personas— ha sido inmunizada. Un porcentaje que se sitúa a menos de un punto de la media andaluza: con un 14,9 por ciento y 2.239.629 ciudadanos a los que se les ha administrado al menos una dosis.

La región se enfrenta en este contexto a un periodo de incertidumbre marcado por la evolución que tendrá en la pandemia la relajación de las medidas de prevención que la Junta de Andalucía, al igual que están haciendo el resto de comunidades, ha adoptado después de que el Gobierno central —contra la opinión de muchos dirigentes autonómicos— anunciara el levantamiento del estado de alarma este domingo 9 de mayo.

placeholder Trabajadores entrando en Gibraltar a primera hora de la mañana. (F. Ruso)
Trabajadores entrando en Gibraltar a primera hora de la mañana. (F. Ruso)

Por eso no resulta extraño que Sara responda rápidamente que “voy directa, del tirón”, cuando se le plantea si aceptaría vacunarse en Gibraltar. “¿A quién no le gustaría poder quitarse el ‘bozal’?”, añade, mientras atiende a un hombre que busca la suerte con dos apuestas de Euromillones y que recoge el resguardo junto a un letrero de Loterías y Apuestas del Estado en el que se explican las distintas medidas de seguridad frente al virus que deben cumplir los clientes.

La joven lleva en pandemia, “más o menos”, la mitad del tiempo en este puesto de trabajo y la mascarilla y el gel hidroalcohólico forman parte de una rutina cansina y necesaria. Una dinámica que se ha adueñado de nuestras vidas y que aún mantienen muchos españoles vacunados en la colonia. En parte, por estar inmersos en esa extraña dualidad vital; y, “sobre todo”, porque “están súperconcienciados”.

"Ya no vivo condicionado por la mascarilla"

Salvador Molina es el presidente de la Asociación de Trabajadores Españoles en Gibraltar (Ascteg). Consiguió su primer empleo en La Roca “allá por 1986”, después de que un conocido le dijese que “pagaban 12.000 pesetas por 12 horas de trabajo”. No se lo pensó dos veces. Fue al despacho de su jefe y “le dije que me iba”. Al día siguiente, “estaba en los astilleros soldando chapas”.

placeholder Salvador Molina, presidente de la asociación de trabajadores españoles en Gibraltar. (F. Ruso)
Salvador Molina, presidente de la asociación de trabajadores españoles en Gibraltar. (F. Ruso)

Ha llovido mucho de eso y ahora está jubilado, pero sigue batallando en pro de los derechos de sus compatriotas. Las cotizaciones a la Seguridad Social y las peores condiciones de los empleados por las subcontratas son sus luchas persistentes, como el reconocimiento de la figura del trabajador transfronterizo o acabar con las colas de acceso, algo que a sus 73 años le ha costado alguna amenaza de “sectores ultras”.

Molina es uno de esos linenses en cuya familia los vacunados son mayoría. En total, cinco: “Mi hijo, un nieto, mi hija, mi mujer y yo”, enumera, antes de pegar un sorbo a su café y sentenciar: “Ya no vivo condicionado por la mascarilla”.

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Asume que la menor población de la colonia británica facilita mucho la inmunización colectiva, aunque no oculta su admiración por la celeridad con la que la administración gibraltareña ha afrontado una campaña que en países como España o Francia se ha ralentizado de forma intermitente por los constantes problemas de suministro de dosis. “En esto han demostrado ser los número uno”, sostiene con cierta admiración. Porque, como en su caso, es raro no cruzarte con alguien en la Línea que tiene un familiar de 20, 30 o 40 años que está vacunado porque trabaja en La Roca.

La sede de la Ascteg es un pequeño museo de cuyas paredes cuelgan fotos y documentos. Pruebas gráficas de una historia de integración y permeabilidad escrita durante el último siglo y medio con los trazos de la necesidad. Juan José Úceda, portavoz de la asociación, ejerce como guía de esta singular exposición permanente. Relata la anécdota que encierra cada cuadro que descuelga. Desde los permisos de trabajo que se concedían durante la dictadura franquista, hasta las conexiones marítimas con las que muchos intentaron burlar el cierre de la verja de 1969 o cómo logró huir para forjarse una carrera profesional en Reino Unido.

placeholder Juan José Uceda sostiene un visado de 1953. (F. Ruso)
Juan José Uceda sostiene un visado de 1953. (F. Ruso)

Al igual que el presidente de la asociación, conoce bien la idiosincrasia ‘llanita’. También estuvo años empleado en la colonia, por eso no muestra sorpresa ante la respuesta sanitaria, laboral y social que el Gobierno gibraltareño ha tenido durante la pandemia. “No se han producido discriminaciones”, desmiente con rotundidad, para censurar que “empezaron a decir que estaban marginando a los trabajadores españoles, pero es completamente falso, porque la inmensa mayoría de ellos están ya vacunados”.

Ayudas económicas

“Gibraltar es poderosa económicamente”, por eso pudo permitirse cerrar completamente toda su actividad económica durante los periodos de mayor impacto del virus y “conceder una paga de 1.150 libras mensuales a todos los trabajadores inhábiles”. Fuese cual fuese su nacionalidad, y residiesen en la colonia o en territorio español. “Es la que ha mantenido a este pueblo”, agrega sin ambages Molina, quien no oculta su malestar por el abandono de las autoridades nacionales de una comarca donde “más de 20.000 personas —de forma directa o indirecta— comen del Peñón” y a la que le cuesta sacudirse el estigma del narcotráfico.

Cristina Lozano, la quiosquera que suspira por ser vacunada cuanto antes, coincide con Salvador en que han echado de menos una mayor implicación de las administraciones españolas para asegurar la supervivencia de un mercado laboral hecho jirones. “Esto es un caos. Yo me meto aquí -señala su quiosco- y no salgo hasta la noche, y no nos da, no nos da”, lamenta antes de encomendarse a un golpe de fortuna para que “me toque la Lotería” y “pueda comprarme una casa en el campo”.

placeholder Una tienda de alimentación en La Línea de la Concepción, Cádiz. (F. Ruso)
Una tienda de alimentación en La Línea de la Concepción, Cádiz. (F. Ruso)

Un empresario con un negocio en la calle principal del Peñón, y que prefiere mantenerse en el anonimato, corrobora las palabras de Úceda y confirma que “las ayudas fueron inmediatas” y que “no se ha producido ni un retraso”.

Esta persona define el rápido proceso de vacunación como un “salvavidas” para la actividad comercial de la zona, donde todos los negocios permanecen abiertos y los residentes, turistas y trabajadores protagonizan una instantánea en la que el uso de la mascarilla prácticamente se circunscribe al interior de los establecimientos.

“Esto no ha acabado aún”

No obstante, “esto no ha acabado aún”, advierte el comerciante, que enmienda la plana a los irresponsables que celebran con antelación el fin de la pandemia y relajan todas las medidas de prevención. Una actitud que también descoloca a George Candeas. Un sanitario que trabaja en el Centro de Pruebas Covid y que afirma que “me llevé las manos a la cabeza” con el comportamiento desinhibido de muchos de sus compatriotas cuando se anunció la práctica eliminación de las medidas de prevención.

placeholder George Candeas, gibraltareño y sanitario que trabaja en el centro de pruebas covid. (F. Ruso)
George Candeas, gibraltareño y sanitario que trabaja en el centro de pruebas covid. (F. Ruso)

Gibraltareño de nacimiento, cada día hace el mismo recorrido que los trabajadores españoles. “Un estudio te cuesta aquí 1.000 euros al mes, mientras que en La Línea he alquilado uno por 300”, justifica, confirmando que la porosidad de la frontera es bidireccional. A pesar de haber recibido las dos dosis de la vacuna, sorprende que no se quite la mascarilla al cruzar la verja, como hacen muchos de los que caminan a su alrededor, pero lo tiene muy claro: “Hasta que la Organización Mundial de la Salud (OMS) no dé por concluida o controlada la pandemia, la llevaré puesta”.

“Mis padres son mayores y tomaré todas las medidas de precaución necesarias para protegerlos”, añade segundos antes de despedirse con una información con la que quiere alejarse de posturas triunfalistas: “Aún hacemos muchos cribados” y “hay trabajo por hacer”.

En el ‘The Horseshoe’, poco después, William, Brian y Erick muestran las tarjetas sanitarias que acreditan que están plenamente vacunados. Un elemento informativo que únicamente es oficial en Gibraltar y que no les exime de usar la mascarilla cuando salen para jugar al golf en los campos de los municipios de la comarca. Pero, aunque reconocen que les genera cierto malestar tener que volver a embozarse de forma puntual, destacan un importante matiz: “Ahora te la pones sintiéndote plenamente seguro”.

placeholder Unos monos de peluche en una tienda de souvenirs de Main Street. (F. Ruso)
Unos monos de peluche en una tienda de souvenirs de Main Street. (F. Ruso)

Los tres amigos continúan bromeando sobre dónde van a ir a tomar una pinta cuando avance la mañana:

—¿Puedo hacerle unas fotos?—, les pregunta el fotógrafo.

—Házsela mejor a él, que es el bonito de cara—, responde con retranca uno de ellos.

Mientras no se la des a la Guardia Civil —, añade el otro mientras la vida añorada se abre paso frente a sus ojos.

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William, Brian y Erick apuran los últimos sorbos de su café en una de las mesas exteriores de ‘The Horseshoe’, un bar situado en la Main Street de Gibraltar, que dibuja una clásica vía de casco histórico cuyos negocios absorben la vida social de los aproximadamente 33.000 habitantes de la colonia británica.

Un tipo de su quinta, espigado, pelo canoso y piel curtida al sol, se para junto a ellos. Comienzan a hablar y bromean en ese ‘spanglish’ tan característico de la zona en el que cada frase acaba salpicada por un “primo” o un “quillo”. Sentados, uno junto al otro, se agarran mientras ríen a carcajadas tras lanzarse alguna pulla. Todo transcurre sin mascarillas, sin distancia social, ni un bote de gel hidroalcohólico presidiendo la mesa. Exhibiendo la misma actitud despreocupada cuando un ‘bobby’ pasa de largo después de esbozar una sonrisa.

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