El 'gulag' más extremo de la posguerra está a punto de derrumbarse

En el norte de Burgos se encuentra, abandonado, el penal de Valdenoceda. Su desplome borrará un lugar infausto de nuestra memoria

El gulag más extremo de la posguerra está a punto de derrumbarse
Un reportaje de David Brunat
Diseño Rocío Márquez | P. L. Learte | Laura Martín
Desarrollo L. Rodríguez | C. Muñoz

“En septiembre de 1940, con 50 hombres más, fui trasladado a la prisión de Valdenoceda, un penal que nunca habíamos oído nombrar y que ya nunca olvidaríamos. Conducidos en un par de vagones de ganado, precintados a la salida, con solo la escasa comida facilitada por nuestros familiares, soportando frecuentes paradas en vías muertas, sed, hambre, mareos, vómitos y defecaciones”.

Ernesto Sempere, superviviente del penal de Valdenoceda

Una de las cárceles más terribles que han existido en España está a punto de derrumbarse. Ha permanecido 75 años congelada en el tiempo. Su estructura lúgubre, amenazante, todavía hiela el aliento a quien sabe qué fue aquello y se encuentra de pronto con el monstruo en la carretera nacional que recorre de este a oeste el norte de Burgos. Sus muros, el patio, las plantas abiertas donde los presos morían de inanición, cuando no de frío, la celda de castigo, el edificio de la administración. Todo sigue ahí, a la vista de todos y en el recuerdo de nadie. El día que el tejado se desplome, y no falta mucho para eso, uno de los lugares más aberrantes de nuestra historia reciente desaparecerá para siempre.

El antiguo penal de Valdenoceda se ubica en el valle de Valdivielso, en Burgos. Su estructura se levanta, literalmente, sobre el río Ebro. Un canal de agua atraviesa los cimientos del edificio. Tiene su sentido. El edificio fue concebido en el siglo XIX como fábrica de harinas y disponía de un molino. A finales de siglo, el complejo es reconvertido en la primera fábrica española de seda artificial. Funciona hasta el año 1928. Diez años más tarde, el aparato militar de Francisco Franco, viéndose ya ganador de la guerra, busca desesperadamente lugares en los que encarcelar en masa a sus enemigos. Valdenoceda parece un espacio idóneo.

Imagen mapa

Así, en 1938, la antigua fábrica es reacondicionada como prisión, dentro del plan de apertura de cárceles provisionales en toda España para encerrar a miles de republicanos. En 1940, año cumbre de la locura represiva, se calcula que había en España 363.000 presos políticos en penales improvisados a tal fin en conventos, colegios, edificios públicos y cárceles comunes. Valdenoceda funcionará solo hasta el año 1943, tiempo suficiente para ensuciar la memoria de nuestro país como uno de los lugares que más se han parecido a los gulags de la Unión Soviética.

“Las condiciones de habitabilidad de esta prisión eran más inhumanas que otras, no solo en el año 1939, sino posteriores en otras que conocí. Al ser ‘provisionales’, como la Institución Penitenciaria decía, las ubicaban en edificios abandonados o conventos, por lo cual los servicios, sobre todo higiénicos, ‘brillaban’ por su ausencia”, afirmó Isaac Arenal, que pasó tres años de su larga condena en Valdenoceda, en su libro de memorias ’95 Batallón de Soldados Trabajadores’. Lo que sintió Arenal lo narraron luego otros supervivientes. El simple traslado desde Valdenoceda a otro penal, el que fuera, era objeto de una alegría inmensa, ya que abría la simple posibilidad de sobrevivir.

Reinterpretación de la ilustración de Robledano, antiguo preso del penal
Reinterpretación de la ilustración de Robledano, antiguo preso del penal. EC DISEÑO

Valdenoceda reúne todos los ingredientes para configurar nuestro particular Kolimá siberiano. Su estructura, sencilla, consiste en una planta rectangular, muy amplia y abierta, con tres pisos de altura. La Administración franquista ni siquiera acondicionó celdas. Se limitó a llenar de personas la antigua fábrica y dejarlas al raso, a merced del viento, el frío y la humedad. La segunda y la tercera planta eran la prisión propiamente dicha, atestadas hasta el punto del hacinamiento. Los supervivientes recuerdan aguantar sus necesidades durante horas por la imposibilidad de avanzar entre la maraña de cuerpos.

En el edificio los presos solo dormían, apretados unos contra otros para darse calor. Donde de verdad cumplían su condena desde el toque de corneta a primera hora del día hasta la noche era en el patio, que no es otra cosa que el amplio terreno adyacente a la fábrica, hoy lleno de maleza, y en los campos donde eran mandados a trabajos forzados. Ellos mismos tuvieron que levantar el muro que les iba a privar de la libertad y a algunos de la vida.

Edificio de la cárcel
Celdas comunes de ValdenocedaCeldas comunes de Valdenoceda
Celdas comunes de Valdenoceda. Reinterpretación de la ilustración de José Robledano. EC DISEÑO

El norte de Burgos es uno de los puntos más gélidos de la península ibérica, con temperaturas en negativo buena parte del invierno. Soportar ese clima extremo de día en mitad del raso y de noche en un espacio gélido como la antigua fábrica de sedas, sin más protección que un pedazo de manta raída y sin más alimento en el cuerpo que un caldo sucio con una alubia podrida dentro, fue una tortura que muchos no pudieron soportar.

La principal recomendación que hacían los veteranos a los recién llegados era que compraran, antes que nada, unas precarias alpargatas para evitar, como a algunos les pasó, la congelación y posterior necrosis de los pies en los durísimos meses de invierno, con la nieve hasta los tobillos. “La temperatura era de 10 grados a 15 bajo cero. El agua de las cañerías se helaba constantemente”, recuerda Arenal. “Todos los días fallecían dos o tres, dónde los llevaban no lo sé. Éramos cerca de 300 en 40 centímetros de ancho y 1,45 metros de largo”.

Por Valdenoceda pasaron oficialmente 5.834 presos en sus cinco años de funcionamiento. En los registros constan 154 muertes, aunque podrían ser muchas más. La mayoría fallecieron por el hambre y el frío, otros tantos por la brutalidad de los carceleros. De los muertos oficiales, 65 nacieron en el campo de Ciudad Real, origen de buena parte de los trenes de ganado que hacían parada en la estación de Villarcayo. “Sabemos que también se enterraba a gente en fosas no localizadas”, explica Ángel Arce, alcalde pedáneo de Valdenoceda entre 1995 y 2015.

Las colas de la infamia

Hacer cola con temperaturas bajo cero en Valdenoceda era una tortura: cola para la ración de agua, cola para el ‘rancho’ miserable, cola para conseguir la media sardina.

La cola del rancho La cola del rancho. Dibujo de Ernesto Sempere Villarrubia, preso de Valdenoceda.

Exhumación de los fallecidos

En 2007, se pudo exhumar al amparo de la Ley de Memoria Histórica un total de 114 cuerpos. En los registros se han identificado 154 muertos, pero se sospecha que pueden ser muchos más.

Trabajos de exhumación de fallecidos en el penal Trabajos de exhumación de fallecidos en el penal. Año 2007.

Según testimonios de presos supervivientes y de familiares de personas que pasaron por el penal, muchos reos fueron sacados de madrugada del interior del edificio y nunca más se supo de ellos. En los alrededores de Valdenoceda hay numerosas cuevas y se cree que muchos prisioneros fueron asesinados y arrojados a su interior, sin dejar rastro y sin que su ejecución fuera comunicada siquiera a la familia.

“Los fallecidos que sí constan en los registros fueron enterrados en el cementerio del pueblo. Los cargaban en cajas desde la cárcel sus propios compañeros”, explica el exalcalde. “Alguno, a la vuelta, se llevaba escondida una monda de patata que le daba algún vecino. También trataban de guardar algo de comida cuando salían a hacer trabajos forzados por la zona. Si los guardias los sorprendían con algún alimento de fuera les daban una paliza o los mandaban directamente a las celdas de castigo”.

Estas celdas de castigo todavía se conservan a la vista de los curiosos. No son más que un agujero excavado junto al canal de agua que corta el edificio. Cualquier falta menor era motivo para ser aislado allí durante días. Como herramienta de tortura, este agujero era inmejorable, ya que cuando el río Ebro crecía, la poza se llenaba de agua helada hasta casi ahogar al reo. “Los presos que cumplían algún castigo en esas celdas debían convivir, durante días, con el agua hasta el cuello, sin comer y sin dormir. Cuando el Ebro crecía, se oía al preso gritar ‘¡Sacadme de aquí!’”, narró años atrás Ernesto Sempere, otro de los pocos encarcelados que vivió lo suficiente para contarlo.

Celdas de castigo

Cualquier falta era motivo para aislar a los prisioneros en las celdas de castigo. Consistían en un agujero que con la crecida del Ebro se llenaban de agua gélida. Allí pasaban días enteros sin comer y sin dormir.

Restos de las celdas de castigo sobre el canal del río Ebro Restos de las celdas de castigo sobre el canal del río Ebro. (D.B.)

Gracias al activismo de Arce como alcalde y a la aparición en el año 2003 de José González, nieto de uno de los represaliados de Valdenoceda, la historia de terror de este penal y la memoria de sus víctimas reflotó del olvido en los primeros años de este siglo. González impulsó primero una agrupación y luego la asociación de Familias de Represaliados en Valdenoceda. En los años de gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero y del auge de la memoria histórica, la asociación logró dos partidas de fondos públicos para exhumar a los enterrados en el cementerio y proceder a su análisis de ADN para encontrar a los familiares.

Ocurrió entre los años 2007, fecha de la primera exhumación, y 2011, fecha de entrada del gobierno de Mariano Rajoy, que cortó las partidas. No todos los restos pudieron ser exhumados y se sospecha que hay fosas por explorar. Hoy, una placa conmemorativa sobre las cajas con restos de varias víctimas preside la parte baja del camposanto, ubicado a un kilómetro de la cárcel.

Ángel Arce, exalcalde pedáneo de Valdenoceda, frente al antiguo penal
Ángel Arce, exalcalde pedáneo de Valdenoceda, frente al antiguo penal. (D. B.)

Cada año, sobre el 14 de abril, la asociación organiza un homenaje a los presos de Valdenoceda. En los primeros años se congregaban unas 200 personas, la mayoría hijos y nietos de las víctimas; también acudían políticos como Ione Belarra, hoy secretaria de Estado para la Agenda 2030, o Ander Gil, portavoz socialista en el Senado. Actualmente, solo quedan 15 socios con cuota, y solamente dos de ellos, el exalcalde Ángel Arce y el presidente José González, siguen trabajando activamente para que Valdenoceda no caiga para siempre en la desmemoria. El último homenaje fue en 2019 debido a la irrupción de la pandemia.

“Ya no queda ningún superviviente vivo, ni tampoco gente del pueblo que tenga recuerdo de esos años”, afirma González. “Si el penal se desploma y hay que derruir el edificio perderemos un símbolo importante de la represión franquista tras la guerra civil. Otras cárceles se abrieron en conventos, colegios u otros edificios que tras su uso como penal volvieron a su función habitual. Valdenoceda fue un caso un poco especial, y en parte eso explica sus condiciones de vida durísimas. Con el tiempo, el edificio terminará cayendo y supongo que ahí se acabará todo”.

En la segunda y tercera planta hay que andarse con mucho ojo para no pisar una porción de suelo podrido y caer a la planta inferior. Al edificio solo le quedan los huesos y todo cruje. Allí parado, en el silencio y el frío que todavía cala en Burgos en el mes de marzo, uno puede visualizar las penurias que reflejan los dibujos del afamado pintor, caricaturista y dibujante madrileño José Robledano, preso en Valdenoceda, dibujos que custodia hoy la Biblioteca Nacional. También puede uno levantar la vista hacia esas columnas de la infamia que narró Sempere en sus memorias del horror.

“Durante el día, las chinches permanecían en el techo de la nave en la que dormíamos”, explicó Sempere. “Las veíamos apiñadas, formando manchas negras. Sin embargo, cuando anochecía, la mancha iba desapareciendo. Las chinches comenzaban a bajar por las columnas de madera y durante toda la noche nos asaeteaban a picotazos. Era imposible conciliar el sueño. Así, el cansancio y el hambre nos iban agotando, terminaban con nuestras fuerzas e, inevitablemente, caíamos enfermos. Lo llamaban ‘colitis epidémica’. Además, las legiones de ratas, algunas enormes, circulaban con nocturnidad y descaro entre los camastros de los penados, mientras algunos las mataban a zapatazos, y que eran transmisoras de enfermedades allí incurables”.

Reinterpretación de la ilustración de Robledano, antiguo preso del penal
Reinterpretación de la ilustración de Robledano, antiguo preso del penal. EC DISEÑO

El recinto ha pasado por varias manos desde su clausura como cárcel. Jamás ha tenido un nuevo uso, excepto un breve periodo en los años 80, cuando sirvió como granja avícola. Su último propietario fue un empresario vasco, Juan Etxebarría, que solo encontró utilidad económica a la turbina de energía hidráulica que hay al pie del muro. Tras su fallecimiento, y con el edificio ya amenazando ruina, la herencia pasó a su hijo Javier.

“Con el padre nunca tuvimos problema para acceder a visitar la cárcel una vez al año, cuando hacíamos el homenaje en el cementerio y bajábamos caminando por la carretera hacia el penal”, explica Arce. “Pero el hijo no tenía ningún interés en abrirnos la puerta. Nos dejó entrar dos años previa contratación de una póliza de seguro por si alguien se accidentaba. Al tercer año ya nos dijo que no, que no quería problemas. La última vez que los familiares pudieron visitar la prisión fue en 2015”.

El teléfono y el correo electrónico de Javier Etxebarría no dan ninguna respuesta. Arce y González, tras muchos intentos, han perdido toda la esperanza de contactar con él. Se rumorea incluso que el recinto ha sido en realidad embargado por un banco y está próximo a salir a subasta. “En un homenaje hicimos un corro y se propuso comprar el edificio para habilitar un centro de memoria histórica. Hablamos con el hijo de Etxebarría y nos dijo que nos viéramos para hablar de la oferta, pero eso nunca se llegó a concretar”, explica González.

Interior del edificio principal de la cárcel de Valdenoceda, prácticamente en ruinas
Interior del edificio principal de la cárcel de Valdenoceda, prácticamente en ruinas. (D.B.)

Fernando Hernández, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad Complutense y experto en la materia, explica que el nivel de conservación de las cárceles provisionales de ese periodo de posguerra es muy dispar. “Las que se abrieron en edificios que luego mantuvieron su uso se conservan bien, como la cárcel de Porlier, la más importante de Madrid y que hoy alberga el colegio Calasancio, o la cárcel de Burgos, la prisión política más importante del franquismo, que sigue siendo una prisión. Por el lado contrario vemos la terrible demolición de la cárcel de Carabanchel o la de Torrero, o el caso de Valdenoceda. En ninguna de estas cárceles hay una placa ni nada que recuerde esos años tan negros. Existe un déficit muy importante de proyectos divulgativos y educativos sobre esa etapa. Nunca ha habido un interés real en los distintos gobiernos, al margen de su color político”.

La represión y sed de venganza en aquellos años de embriaguez por la victoria casi se le va de las manos al recién instaurado régimen del general Franco. Algunos penales eran administrados con un atisbo de humanidad; otros, como Valdenoceda, eran un verdadero campo de exterminio. Se calcula que más de medio millón de prisioneros pasaron por los campos de concentración de la posguerra entre 1936 y 1942.

Dependencias de la administración del penal de Valdenoceda
Dependencias de la administración del penal de Valdenoceda. (D.B.)

“La vida en la cárcel era tremendamente dura”, de nuevo en palabras de Sempere. “De comer nos ponían un caldo infame, manchado, con una sola alubia que, además, siempre tenía un gorgojo en su interior. También nos daban, y esa era toda la comida, una sardinita de lata y un minúsculo trozo de chocolate. Mis mejores sueños estaban protagonizados por algo tan simple como una barra de pan. Soñaba con pan”.

“No podemos comparar la represión española con la de la Alemania nazi, ya que aquí no se abrieron campos de exterminio por mucho que penales como el de Valdenoceda actuaran así ‘de facto’, pero nunca se alcanzó ese grado cualitativo de crueldad”, matiza Hernández. “Sin embargo, la represión contra los enemigos políticos en España fue mayor, mucha gente fue encarcelada y murió por culpa de las condiciones de vida miserables. De hecho, el Gobierno de Franco se vio obligado a promulgar un decreto de libertad condicional para presos porque no cabían y aquello podía convertirse en un peligro. Desconozco qué ha pasado en este país para que nadie haya tenido interés, ni siquiera en el mundo académico, en empujar investigaciones sobre este fenómeno a partir de documentación que siempre ha estado ahí”.

Reinterpretación de la ilustración de Robledano, antiguo preso del penal
Reinterpretación de la ilustración de Robledano, antiguo preso del penal. EC DISEÑO

Fernando Martínez, historiador y secretario de Estado de Memoria Histórica, asegura a este periódico que el actual Gobierno “contempla la posibilidad de declarar un listado de ‘lugares de la memoria’ una vez se apruebe la Ley de Memoria Democrática”, y que esos lugares gozarán de un conjunto de protecciones. Valdenoceda podría ser uno de ellos, afirma Martínez, siempre que antes sus defensores presenten un proyecto de conservación.

“Tenemos un presupuesto de 11,3 millones, de los que un 60% se destinará a exhumaciones. Es un gran avance si consideramos que partíamos de cero. En el anteproyecto de ley se plantea un censo de edificaciones, un censo de la gente que estuvo en trabajos forzados y en campos de concentración, un inventario de empresas beneficiarias. También recuperaremos cárceles, como la de Segovia, para convertirlas en memoriales como parte de un conjunto a nivel nacional”, afirma el secretario de Estado.

Placa de homenaje a los fallecidos en el penal de Valdenoceda en el  cementerio local
Placa de homenaje a los fallecidos en el penal de Valdenoceda en el cementerio local. (D.B.)

Tal vez sea tarde para Valdenoceda. “Sanear el edificio sería probablemente más caro que la propia compra de la parcela. Yo lo veo muy complicado ya. Nadie tiene un proyecto para este edificio, y menos si está embargado por un banco. Quizá ese banco pueda cederlo como parte de su obra social y habilitar un museo nacional de la memoria. Recuperar este espacio sería un gran empujón para toda la zona, que padece envejecimiento y falta de iniciativas económicas”, suspira el exalcalde pedáneo.

“Afortunadamente, todavía vivo, por lo que puedo contar lo que sucedió hace más de 60 años en el antiguo penal de Valdenoceda. Estoy convencido de que debo trasladar mis vivencias a la memoria histórica, pérfidamente oculta y ocultada al pueblo español”. Este fue el deseo de Ernesto Sempere al narrar sus vivencias en una de las prisiones más terribles de la posguerra. El recuerdo doloroso de aquellos años encontraba un bálsamo en que la sociedad actual supiera que España, en sus años más negros, fue un inmenso campo de concentración. Pero el tiempo pasa y el edificio aguanta cada vez peor el peso de su historia. La posteridad del penal, el último deseo de Sempere, parece cada vez más lejana.