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"No tengo brazos y me niegan la pensión de incapacidad"
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Raúl Gay, ex de Podemos

"No tengo brazos y me niegan la pensión de incapacidad"

La filosofía de Gay en torno a la discapacidad podría resumirse en la máxima: “A los que tenemos discapacidades, llámennos como quieran, pero paguen ustedes esa rampa”

Foto: Raúl Gay, en la presentación de su libro. (EFE)
Raúl Gay, en la presentación de su libro. (EFE)
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El hombre que veis en la foto se llama Raúl Gay. Es escritor, periodista y durante un tiempo (el chiste se hace solo) fue el sucesor de Pablo Echenique en las Cortes de Aragón. De esto han pasado unos años letales para el cuerpo y la cabeza de Gay. Su implicación política terminó con una caída profunda en la depresión, meses de tratamiento psicológico y la reclusión en un hospital debido a los estragos que la presión del trabajo político había causado en alguien con el organismo, digamos, más endeble que el común de los mortales.

Raúl Gay ha dedicado buena parte de su talento a quitar capas de empalagosa compasión a las discapacidades y lo que las rodea. En su libro 'Retrón', lanzaba sus misiles retóricos contra la cultura de la víctima y exigía ayudas mucho más concretas que las (baratas, vacías) del lenguaje inclusivo. La filosofía de Gay en torno a la discapacidad podría resumirse en la máxima: “A los que tenemos discapacidades, llámennos como quieran, retrones incluso, pero paguen ustedes esa rampa”.

Pues bien, aquí viene otro un chiste, y ahora de un humor más negro todavía: incapacitado para su vieja profesión (el periodismo y la política) debido al empeoramiento de sus músculos y huesos tras un año en dique seco para recuperarse de sus problemas depresivos, le han denegado ahora la pensión de incapacidad. Me pongo en contacto con él para preguntarle por esta situación kafkiana.

PREGUNTA. ¿Qué te pasó exactamente para dejar la política?

RESPUESTA. Mi cabeza hizo 'crac'. Estuve ingresado varios meses, luego en tratamiento ambulatorio en Zaragoza, de baja, claro, porque no podía trabajar, y ya cuando me recuperé un poco tuve que dejar el escaño porque era incompatible con el tratamiento psicológico. Al final, visto lo visto, y dado que mis piernas están cada vez peor y los problemas de columna no hacen más que empeorar, pues dije: voy a pedir la incapacidad. Y resulta que no. Como he nacido con la discapacidad, sin brazos y con estas piernas, pues nada.

P. Lo que cuesta creer es que hayas pasado tantos años trabajando.

R. Yo me encontraba bien. Camino por la calle en silla de ruedas, pero además tengo unas prótesis tipo Forrest Gump para andar en espacios cortos, subirme a sillas, al váter, etc. Sin embargo, ha llegado un momento en que mis piernas se han cansado de estas prótesis y han dicho que tururú. Antes me las ponía a las siete de la mañana hasta las 11 de la noche, pero ya no aguanto con ellas más de tres horas máximo, y los dolores son bastante atroces. Sin prótesis, puedo caminar un poco por casa, pero nada por la calle o espacios exteriores. Y soy todavía más bajito (mido un metro 20). Así que no puedo subir ni bajar a ninguna silla de oficina, ni sofá, ni silla de ruedas.

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P. ¿Por qué no habías pedido la incapacidad antes?

R. No la había pedido porque me gusta trabajar. No quería ser el típico discapacitado que está siempre en casa. Durante mi vida, he trabajado en periodismo, en editoriales, en política, en muchas cosas. Soy un tío muy activo, y me gustaba estar en movimiento. Pero llega un momento en que la realidad biológica más perra me dice: “Ya vale, lo has intentado, has currado, pero ya está. Ya lo has demostrado”. Todos los cuerpos envejecen, pero la degeneración en el mío va mucho más adelantada.

P. ¿Cómo te las apañabas para escribir un artículo o cualquier otra cosa?

R. Tengo las manos pegadas a los hombros, sin brazos. Cuando quise entrar en periodismo, los directores del máster que hice pensaban que nunca podría escribir y quisieron que me lo pensara, hasta me hicieron una entrevista para ver si realmente podría trabajar en medios de comunicación. Y sí. Cuando escribo a ordenador, que 'dactilarmente' lo hago sin grandes problemas, lo malo es la postura. Tengo que ponerme en una posición mucho más incómoda que la de cualquiera que tenga brazos. El cuello, cada vez peor, con tortícolis, dolores musculares y cervicales, etcétera. Durante mi ingreso, me prohibieron usar el ordenador, con lo cual mi cuello estaba fantástico. Ahora, en cuanto empecé a utilizarlo, peor que nunca.

El móvil lo uso con mi mano izquierda y tecleo con el labio inferior, así que tengo que estar en una postura totalmente encorvada

P. ¿Atrofia?

R. Sí, ese año me ha atrofiado. El móvil, por ejemplo, lo uso con mi mano izquierda y tecleo con el labio inferior, así que tengo que estar en una postura totalmente encorvada. El cuello lo tengo hecho pedazos. Estoy cerca de los 40 años, y hasta aquí he podido, más no.

P. ¿Cuántas horas estabas currando al día cuando te dedicabas a la política?

R. Unas 10 o 12 horas al día, como todos, vamos. Es un trabajo muy bestial.

P. Bueno, la pregunta del millón, ¿cómo demonios es posible que no esté contemplada tu situación en las pensiones de invalidez?

R. Cuando se lo cuento a la gente, flipa. Incluso mi médico de cabecera pensaba que ya tenía alguna pensión. Resulta que la ley dice que, si tienes una discapacidad de nacimiento y ya has trabajado, debes demostrar un empeoramiento muy claro de tu situación. Es decir: tú eres albañil, te caes de la obra, te quedas en silla de ruedas y te dan la incapacidad. En cambio, yo, que ya tengo un 87% de discapacidad, tengo que demostrar que estoy mucho peor que cuando estaba trabajando.

La ley dice que, si tienes una discapacidad de nacimiento y ya has trabajado, debes demostrar un empeoramiento claro de tu situación

P. ¿Y no puedes demostrarlo?

R. Ya lo he demostrado con informes. He ido al hospital, a traumatología, me han hecho informes donde demuestran que antes podía caminar con prótesis y ahora no, que antes podía subir a la silla de ruedas y ahora no, que antes podía ir al baño solo y ahora no, y a pesar de ello no consideran que eso suponga un empeoramiento.

P. [Me empiezo a reír] Pero... y entonces, ¿qué es un empeoramiento? ¿La castración?

R. Según el tribunal médico que decide estas cosas, como mis patologías son previas al momento en que empecé a trabajar, no hay empeoramiento. Lo más loco de todo es que en el año 2010 tuve una operación de piernas muy seria y estuve año y medio casi sin salir de casa, de baja, y por defecto me dieron la incapacidad. Una carta que decía: ya no trabajas nunca más. Pero esta operación era precisamente para estar mejor, y me ha dado 10 años de calidad de vida. Pues bien, como en esa época quería seguir trabajando, una vez que me recuperé de la operación y vi que estaba mejor recurrí y me quitaron la incapacidad. Seguí trabajando, y ahora que la pido porque no puedo más, no me la dan.

Lo más loco es que en 2010 tuve una operación de piernas muy seria y estuve año y medio de baja, y por defecto me dieron la incapacidad

P. ¿Qué alternativas tienes?

R. Mi única alternativa es ir a juicio. Mi abogado me ha dicho que tardan un año en resolver. En el caso posible de que me la den, los abogados de la Seguridad Social tienen la oportunidad de recurrir esa sentencia.

P. ¿Y cómo te las apañas ahora?

R. De momento, de pasta, vivimos mi mujer y yo con su sueldo de fisioterapeuta. Se ha puesto de autónoma y rezo por que no nos confinen. Como la manden a casa, ya me dirás qué ingresos traigo.

P. De ladrón de guante blanco igual lo tienes difícil, pero quizá de narcotraficante...

R. Lo veo claro, además, a mí nunca me para la policía. En fin, que me lo tomo a risa, pero dime tú si esto no es para tirarse de los pelos.

El hombre que veis en la foto se llama Raúl Gay. Es escritor, periodista y durante un tiempo (el chiste se hace solo) fue el sucesor de Pablo Echenique en las Cortes de Aragón. De esto han pasado unos años letales para el cuerpo y la cabeza de Gay. Su implicación política terminó con una caída profunda en la depresión, meses de tratamiento psicológico y la reclusión en un hospital debido a los estragos que la presión del trabajo político había causado en alguien con el organismo, digamos, más endeble que el común de los mortales.

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