Es noticia
"Me quedan dos telediarios, pero voy a seguir acogiendo refugiados hasta que me muera"
  1. España
LA HISTORIA DE CÉSAR HEREDERO

"Me quedan dos telediarios, pero voy a seguir acogiendo refugiados hasta que me muera"

César, un hombre de 76 años al que hice un reportaje hace dos años porque acogía a dos refugiados, era mi última esperanza para encontrar una noticia que arrojara un poco de luz sobre 2020

Foto: César Heredero junto a Rabee y Kim en 2018. (Enrique Villarino)
César Heredero junto a Rabee y Kim en 2018. (Enrique Villarino)

En Pinto, en el parque de Juan Carlos I, un hombre encorvado avanza a pasos muy cortos con la ayuda de un andador, como si estuviera escalando una montaña horizontal con piolets. Cuando está apenas a unos metros de mí, me saluda y se disculpa por adelantarse 20 minutos a nuestra cita, a la que yo también he llegado antes. “Ya no llevo reloj, porque las prisas para un viejo como yo no cuentan”, me dice, achinando los ojos ante los débiles rayos de sol de diciembre.

Delante de mí tengo a César Heredero, mi última esperanza de encontrar una noticia que vaya a contracorriente de 2020, un año en el que casi todos perdimos algo: un familiar, un trabajo, una relación. Un año que recordaremos como uno de los peores de nuestras vidas. Un año que, sin embargo, gracias a gente como César, ya arroja esperanza para 2021.

En 2018, le hice un reportaje porque había acogido a dos refugiados en su casa de Pinto. Este hombre de 76 años, divorciado y jubilado, les dijo a sus hijos que le ayudaran a crear una fundación para evitar que nadie viviera en la calle en España, pero ellos le insistieron en que hiciera algo más sencillo y práctico. Y tanto que lo hizo: gracias a la asociación Refugees Welcome, César acabó alojando a Rabee, un joven sirio que había huido de la guerra civil de su país, y a Kim, un senegalés de más de 40 años que estaba peleando por el estatus de refugiado en España y que había vivido dos meses en la calle.

“¿Por qué la gente se sorprende? Soy yo el que sale beneficiado, porque me ayudan a que mi vida sea más fácil”, me dijo en una comida en su casa en 2018. “Lo que no puede ser es que siga habiendo familias sin casa y ancianos como yo con habitaciones vacías”.

Foto: Rabee, César y Mahamadou. (Enrique Villarino)
TE PUEDE INTERESAR
"Tengo 74 años, vivo con dos refugiados y esto es mejor que un Erasmus"
Carlos Barragán Fotografías: Enrique Villarino

Ahora, dos años después y tras una pandemia devastadora, propuse a César que nos viéramos para conocer el desenlace de la historia. ¿Qué tal había sido la convivencia? ¿Cómo habían sobrellevado la pandemia en casa? Por teléfono, me había dicho que Rabee se había independizado y se había casado. ¿Le echaba de menos?

Pero nada más sentarnos a comer, César se me adelanta y me da la nueva noticia. La noticia que hace que ya mire a 2021 de otra manera.

“Mañana vienen los de Refugees Welcome con una refugiada para ver si encaja en casa a partir de enero”, me cuenta. Apenas se pueden dar datos de esta mujer hasta que se resuelva su situación legal, pero César explica que, cuando huyó de su país en busca de una vida mejor, tuvo que dejar a sus hijos allí. “Yo ya estoy pensando en cómo traer los chiquillos a España”, me dice, tras darle un sorbo a su cerveza. “En mi casa, tendrían hueco”.

Le pregunto en qué momento decidió que seguiría recibiendo a más personas tras la marcha de Rabee. Él me mira como si no me hubiera comprendido. Al segundo, cambia el gesto y esboza una sonrisa. “Ayudar a la gente es como una droga, te enganchas y no puedes parar", afirma. "A mí me quedan dos telediarios, pero mientras tenga hueco en casa, voy a seguir acogiendo a refugiados porque quiero quitarle al dinero posibilidades, no quiero que se meta en mi vida”.

placeholder César Heredero en el parque de Pinto. (C. B.)
César Heredero en el parque de Pinto. (C. B.)

Al día siguiente, César me escribe un mail: “Carlos, mozo (...), esta mujer se acaba de ir. Le ha gustado mucho el sitio y se trasladará a mediados de enero. Tiene a sus chavales en su país y aquí un trabajo basura de... ¡dos horas! A ver si lo podemos arreglar”.

Desde Refugees Welcome, celebran que ya han alcanzado las 100 convivencias, que cuentan con un compromiso inicial de seis meses. Para ellos, no es ninguna sorpresa que se quiera repetir. “Como en el caso de César, después de que la persona con la que conviven logra la autonomía, las personas que ofrecen su casa vuelven a contactarnos para repetir la experiencia, por lo positivo para ambas partes de la misma”, remarca Virginia, una mujer española que colabora con la asociación y que hace de nexo entre los refugiados y él.

Para César, la convivencia con ambos durante la pandemia le ha facilitado la vida. Hacían la compra y la comida y limpiaban la casa. Durante los meses más duros, tanto Kim como Rabee se iban a trabajar y se reunían con César a la hora de la cena para ver el telediario de Televisión Española. Ninguno de los tres se contagió.

“Ellos son conscientes de que me cuesta moverme y siempre han hecho todo lo posible por ayudarme”, destaca César, que al momento pone un ejemplo que califica como una “tontería” muy importante para él: desde hace un año, cada día que se levanta, el desayuno ya está preparado. “No tengo más que sentarme y tomarme mi café con galletas”. En eso, Kim juega un papel fundamental porque hace la intendencia de la casa y, tras la marcha de Rabee, se encarga de la cocina. “César es una persona extraña”, me contará Kim más tarde en su casa. “Me gusta mucho vivir con el tío César. Yo necesito tranquilidad, necesito estar solo y necesito tener un sitio en el que refugiarme. Y César me lo da todo”.

De tío a padre

Después de que traigan el segundo plato, César me enseña una fotografía en su móvil. En ella, se le ve junto a un Rabee sonriente vestido de traje en su boda en octubre. Cuando habla de él, se le iluminan los ojos.

placeholder César y Rabee, en la boda de este último, en octubre de 2020. (Fotografía cedida)
César y Rabee, en la boda de este último, en octubre de 2020. (Fotografía cedida)

A finales de octubre, un amigo de Rabee fue a buscar a César a su casa de Pinto y le llevó a la celebración. Rabee, en cuanto le vio, se acercó y le agradeció que hubiera venido. “La boda fue extraña, porque todos eran sirios menos yo. Imagino que se preguntaban: ¿qué hace este viejo aquí? Pero me trataron de maravilla. Los sirios son muy efusivos”, señala César. Unos días después, llamo a Rabee y le cuento esto. No puede parar de reír.

“Claro que sabían quién era, la boda era pequeña por las reglas de la Comunidad de Madrid y todos sabían que yo había vivido en su casa”, afirma desde Toledo, en donde trabaja en una empresa de compraventa de camiones. Al contrario que para la gran mayoría, 2020 ha sido un gran año en la vida de Rabee.

“Para él, ha sido el año de su vida: se enamoró a principios de año, consiguió el derecho de asilo y la convalidación del título universitario de veterinaria —aunque todavía no encuentra trabajo de lo suyo—, se independizó en septiembre con su novia y se casó en octubre”, me explica César con una sonrisa de oreja a oreja. “Y lo mejor de todo es que… ¡va a ser padre!”.

El propio Rabee reconoce que su vida ha mejorado mucho desde la última vez que hablamos. Nada de esto, asegura, podría haber sido posible sin la ayuda de César. Para él, aunque le llame tío, es como “el padre que todo el mundo quiere tener”.

"Para César, yo no soy un extranjero, soy parte de su familia. A veces me llama y me dice: 'Oye, hijo…'. Otras personas podrían seguir su ejemplo y ayudar a gente extranjera como nosotros. Necesitamos la lengua y el apoyo para entender la ley. ¿Cómo podemos buscar trabajo? ¿Cómo podemos reconducir nuestra vida? Llevo más de dos años luchando por conseguir un objetivo: ser una persona normal. Y, paso a paso, gracias a César, que me ha cambiado la vida, lo he conseguido".

Cuando le transmito estas palabras, César las rechaza como si estuviera espantando moscas. No para de repetir que él no hace nada especial. “Yo no considero que les haya ayudado tanto. De hecho, ellos siempre me han echado una mano porque yo soy un trasto”.

Novelas contra el dinero

Durante toda la comida, César no para de decir que acoge refugiados en su casa para luchar contra el dinero, “el mayor de todos los males” posibles de la sociedad. En su tiempo libre, César, que se describe como una persona muy individualista a la que le gusta la soledad, se dedica a escribir novelas. En todas, subyace esa lucha contra el gran capital. Al día siguiente, me manda por correo la única historia que ha acabado. Se titula 'Aún es tiempo XXI', y su protagonista es un hombre sospechosamente parecido a él al que le conceden una herramienta para que con “su fértil imaginación piense en un plan que pueda corregir la peligrosa trayectoria del ser humano, que le está conduciendo hacia su aniquilación” por la avaricia.

Ante estas reflexiones filosóficas, le pregunto cuál cree que va a ser el rumbo que tome el mundo después de un año tan duro como 2020. “Soy optimista”, me dice. "Estoy convencido de que, pese a que no me queda mucho, voy a ver un cambio filosófico en la sociedad". Todo lo que hace no sería más que un anticipo de lo que está por llegar. Sueña con crear su fundación, sueña con hacer algo grande que cambie el mundo y, sobre todo, sueña con morirse tranquilo. Pero, con todo lo que ha hecho ya, ¿no se da por satisfecho?

“Nunca es suficiente. Tú eres joven, pero cuando llegas a mis años, echas la mirada atrás y piensas: ¿qué he hecho durante mi vida? Me sentiría muy mal si ahora estuviera viviendo de otra manera. Y si al mismo tiempo trampeas al sistema y le quitas posibilidades al dinero… ¡pues perfecto!”. Segundos después, sin darse ningún tipo de importancia y tras dar un sorbo al café, César Heredero nos muestra el camino para 2021. “Mientras haya fuerza, hay esperanza”.

En Pinto, en el parque de Juan Carlos I, un hombre encorvado avanza a pasos muy cortos con la ayuda de un andador, como si estuviera escalando una montaña horizontal con piolets. Cuando está apenas a unos metros de mí, me saluda y se disculpa por adelantarse 20 minutos a nuestra cita, a la que yo también he llegado antes. “Ya no llevo reloj, porque las prisas para un viejo como yo no cuentan”, me dice, achinando los ojos ante los débiles rayos de sol de diciembre.

Refugiados
El redactor recomienda