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Lo que no se ve en las fotos de Preciados: España y el problema de la última milla
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¿'QUÉDATE EN CASA'?

Lo que no se ve en las fotos de Preciados: España y el problema de la última milla

Las últimas polémicas sobre las aglomeraciones en el centro de Madrid o el retorno del eslogan 'quédate en casa' nos hace preguntarnos si no hemos aprendido nada desde marzo

Foto: Ambiente en el centro de Madrid, estas navidades y durante la segunda ola del coronavirus. (EFE)
Ambiente en el centro de Madrid, estas navidades y durante la segunda ola del coronavirus. (EFE)

El pasado fin de semana, diversas fotografías y vídeos publicados en redes sociales rescataron, meses después, una de esas polémicas que tan frecuentes fueron durante la primavera, con casos como el de la Barceloneta. Más allá de la paradoja que supone que fuesen tomadas por personas que estaban allí, aportando su propio grano de arena, la indignación volvió a agitar el miedo a las grandes concentraciones ya esgrimido (y desmentido) respecto a las manifestaciones del 8 de marzo, hasta el punto de que el vicepresidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio Aguado, corrió a asegurar “mejor en las calles que en casas”.

Una polémica que ha provocado que muchos se pregunten: ¿es que no hemos aprendido nada sobre las vías de transmisión del coronavirus? “Son imágenes que generan mucho impacto cuando en realidad es gente que se junta 15 segundos”, valora el epidemiólogo Pedro Gullón, autor de ‘Epidemiocracia’. “Sin embargo, sí que hay algo que no aparece en las fotos donde sí se pueden producir riesgos mayores: que esa gente seguramente no esté en la calle solo para dar un paseo, sino que entran y salen de tiendas o bares que no sabes muy bien qué ventilación tienen, si en ellos se controlan los aforos, etc.”. El fuera de campo es más peligroso que lo que vemos.

"Es paradójico que lo más visible sean los entornos de menor riesgo, como las manifestaciones"

El epidemiólogo recuerda haber sentido una sensación de ‘déjà vu’ nada más ver las imágenes. “Estamos otra vez como en junio, con la culpabilización de la gente, que termina siendo una profecía autocumplida”, explica. “Se decía cuando los niños empezaron a salir a pasear, luego cuando salimos todos, luego las terrazas, luego las vacaciones, luego los colegios, siempre ha habido un culpable preparado”. La paradoja, según añade, es que las fotografías más virales suelen retratar entornos de un menor riesgo (“no de riesgo cero”) en los que raramente se han producido grandes brotes.

“Las manifestaciones en la calle tienen muy poco riesgo, y eso se ha usado tanto desde la derecha como desde la izquierda, cuando se hablaba de que Black Lives Matter o Núñez de Balboa iban a producir una explosión de contagios, pero no ha sido así”, añade.

Foto: Participantes en la manifestación del 8-M de Madrid, a su paso por la Gran Vía. (EFE)

La mayor parte de medidas tomadas por los ayuntamientos —como las restricciones de aforo en las calles principales o la no celebración de las campanadas en Sol anunciadas por Madrid este viernes—, así como las restricciones a la movilidad entre comunidades, van encaminadas a espacios públicos y los desplazamientos de largo radio, que al fin y al cabo son los ámbitos donde las autoridades pueden actuar.

Pero el riesgo que se corre es olvidarnos de nuevo de la 'última milla' del covid, por utilizar el término logístico que se refiere a la entrega del paquete al cliente: es decir, dónde se producen de verdad los contagios, que, como recuerdan los epidemiólogos, es sobre todo “en lugares cerrados, con poca distancia social y ventilación, donde el uso de la mascarilla se relaja”.

El problema de las metáforas

El pasado miércoles, el ministro de Sanidad compareció en rueda de prensa para anunciar las decisiones sobre Navidad tomadas en el Consejo Interterritorial: “Hemos adoptado un importante acuerdo para las navidades que se puede resumir en una frase: en navidades, nos quedamos en casa”. “Con los nuestros”, como insistía en un tuit posterior.

Aunque con la casa se refiera al entorno inmediato, la metáfora vuelve a recordar una vez más las recomendaciones de marzo, cuando había mucha menos evidencia científica sobre los entornos donde se producían los contagios. María Miyar, profesora de Sociología de la UNED y colaboradora en Funcas, ha publicado precisamente un artículo llamado "Los tres pecados del ‘quédate en casa", en el que mostraba algunos de los defectos de dicho eslogan, como que no se haya incorporado la nueva evidencia científica a los discursos institucionales o que estos sean pura forma sin contenido.

“El problema es que el señor mayor dice ‘vale, me quedo en casa y los nietos que vengan a verme’, en lugar de poner el foco en que lo importante es que el abuelo se encuentre con sus familias un rato en el parque”, lamenta Miyar. “El peligro no está en salir a la calle, pero parece que lo de no cambiar el eslogan no tiene remedio y no sé cómo no son capaces de verlo”. Está de acuerdo Gullón: “Aunque se refiera a desplazarse a sitios donde no acudes habitualmente, sigue evocando al confinamiento de marzo, cuando debería ser ‘no, sal a la calle todo lo que quieras, eso sí, intenta juntarte con la menos gente posible, pero también intenta que haya menos soledad”.

"Lo llamativo es que aunque los documentos de los técnicos de ministerio recogen las nuevas evidencias, la comunicación es más lenta"

“Se han dado mensajes de todo o nada, y no te das cuenta de que la gente va a hacer algo”, añade Miyar. “Si mucha gente va a hacer algo, lo que tienes que hacer es dar soluciones intermedias en las que se enfaticen recomendaciones como abre la ventana si te vas a reunir, o hazlo en una terraza, o queda por la tarde que no hace tanto frío, o plantea una cena de Navidad por turnos”. Por ejemplo, una recomendación realizada por el ministerio y que la socióloga ve con buenos ojos es que los universitarios hagan una cuarentena de 10 días si van a reunirse con sus familias.

La gran pregunta es por qué mientras la evidencia científica ha ido incorporando nuevos conocimientos sobre las formas de transmisión, la comunicación institucional no lo ha acompañado al mismo ritmo. “La gente que nos dedicamos a salud pública sí hemos modulado nuestro discurso respecto a los espacios y las actividades, pero la Administración ha sido más lenta en el lenguaje público”, valora Gullón. “Lo llamativo es que las infografías y los documentos preparados por los técnicos del ministerio sí están más avanzados, pero no así el discurso”.

El problema parte de no haber terminado de comunicar bien las vías de contagio ni los riesgos “como si se hablase a un adulto”, coinciden los expertos. Por ejemplo, recordando que siempre hay una gradiente de riesgo en la que, al contrario de lo que planteó Pedro Sánchez cuando dijo que seis era “el número que la ciencia da como riguroso”, no hay un número mágico que impida los contagios. O normalizando actividades como las reuniones en el parque durante el día, o reuniones de tres en tres que incorporen videollamadas.

El 'otro' contagiador

Hay que añadir un factor más que fue crítico durante el verano y que puede volver a serlo en Navidad, dos periodos en que nos reunimos mucho más con conocidos que de costumbre. Elena Avanzas Álvarez, profesora de la Universidad de Oviedo, ha publicado esta semana un artículo en ‘The Conversation’ en el que recuerda que “lo propio (lo nuestro, lo familiar, lo querido) se percibe como seguro y sano, y se define por contraposición a la amenaza que representa el otro (lo desconocido, lo infectado, lo peligroso)”.

"Uno de los problemas es entender el 'quédate en casa' como me quedo en casa e invito a 20 amigos"

“Parte del miedo a lo desconocido”, explica Avanzas a El Confidencial. “Tú no sabes quién es o dónde estuvo la persona con la que estuviste en el metro, pero sí conocemos a nuestros padres o a nuestros hermanos. Juega con lo conocido como seguro y lo desconocido como potencial riesgo”. Uno de los problemas del 'quédate en casa' interiorizado, añade, es que muchas personas lo han interpretado como un “me quedo en casa, pero invito a 20 personas”. “El problema estuvo en esa fisura”, añade la profesora.

La dualidad nosotros/ellos es importante a la hora de valorar los riesgos, y es una de las características esenciales de todas las sociedades, que pueden llevar a contradicciones como evitar rozarse físicamente con un desconocido en la calle (algo que ya sabemos que tiene muy pocas posibilidades reales de producir un contagio) pero relajarnos si nos juntamos con nuestra familia en casa. De nuevo, la última milla, donde se produce la mayor parte de contagios.

Foto: La playa de la Barceloneta, este jueves. (Reuters/Albert Gea) Opinión

“Crecí en los noventa, y me recuerda a las campañas de concienciación del sida, en que te recordaban que no por amar a una persona no tenías que hacerte la prueba”, recuerda Avanzas. “Mucha gente se preguntaba cómo iba a estar contagiada y por qué tenía que hacerse una prueba si conocía a la persona con la que estaba”. El problema de esta dicotomía es que nos obliga a mantener un difícil equilibrio entre dos extremos, el de “yo no tengo covid y no contagio” y el de “tengo mucha ansiedad porque pienso constantemente que tengo covid”. Y, por supuesto, nada de vigilar y castigar a lo Foucault y estigmatizar: “No es ético culpabilizar a una persona que se ha contagiado”.

El pasado fin de semana, diversas fotografías y vídeos publicados en redes sociales rescataron, meses después, una de esas polémicas que tan frecuentes fueron durante la primavera, con casos como el de la Barceloneta. Más allá de la paradoja que supone que fuesen tomadas por personas que estaban allí, aportando su propio grano de arena, la indignación volvió a agitar el miedo a las grandes concentraciones ya esgrimido (y desmentido) respecto a las manifestaciones del 8 de marzo, hasta el punto de que el vicepresidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio Aguado, corrió a asegurar “mejor en las calles que en casas”.

Pedro Sánchez Madrid
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