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La fatiga covid toca techo en España: si estás harto o furioso, no eres el único
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“HEMOS RENUNCIADO A NUESTRAS VIDAS PARA NADA”

La fatiga covid toca techo en España: si estás harto o furioso, no eres el único

Coinciden psicólogos clínicos, sociólogos y cualquier otro observador más o menos avezado de la realidad: estamos más bajos de moral que nunca

Foto: Foto: Reuters.
Foto: Reuters.

“De marzo a junio, ocurrió algo muy bonito: los pacientes te preguntaban qué tal estabas, cómo lo estábamos llevando los psicólogos, te decían que estaban muy involucrados en encontrar una solución… Ahora ya nada, llegan, te cuentan sus problemas e incluso alguno te dice que esto es un invento nuestro. Hemos pasado por muchos estados emocionales muy intensos y no sé si se nos ha preparado psicológicamente para esto”.

Esta historia narrada por Javier Prado, psicólogo clínico en Zaragoza y vocal de Anpir (Asociación Nacional de Psicólogos Clínicos y Residentes), resume a la perfección el minuto y resultado de la pandemia. No la famosa e implacable curva, recordatorio diario de que las cosas solo pueden ir o mal o peor, sino de otra más silenciosa que se ha instalado en la sociedad a lo largo del último mes. Una mezcla de fatiga, hartazgo, furia y decepción que se traduce, entre otras cosas, en frustración, individualismo, malestar y desconfianza.

"En España, no hemos descansado, llevamos con el corazón en vilo desde julio. Cuando la gente cree en las normas, descansa, pero eso no ocurre aquí"

Coinciden psicólogos clínicos, sociólogos y cualquier otro observador más o menos avezado de la realidad: estamos más bajos de moral que nunca. También la OMS. “Los ciudadanos han hecho grandes esfuerzos para contener el covid-19, que nos ha agotado a todos, sin importar dónde vivimos o qué hacemos, por lo que es fácil y natural sentirse apático y desmotivado”, explicó la semana pasada Hans Henri Kluge, director regional de la organización en Europa, al mismo tiempo que pedía que a las visiones de salud pública se incorporasen historiadores, científicos sociales o teólogos. Una encuesta de Cruz Roja mostraba que la pandemia afecta la salud mental de una de cada dos personas.

¿Por qué ahora? No se trata únicamente del creciente impacto directo del virus (pérdidas humanas, crisis económica), sino también de “una gran decepción por las expectativas, porque aunque racionalmente uno podría pensar que las cosas no se solucionarían, teníamos la expectativa de que volveríamos del verano un poco más aliviados. Las directrices confusas y contradictorias provocan no solo tristeza, sino también rabia y fatiga”, explica José Ramón Ubieto, psicoanalista y profesor colaborador de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).

Foto: Gente paseando por la calle con mascarilla. (EFE)

Era previsible hasta cierto punto, explica María Miyar, profesora de Sociología de la UNED y colaboradora en Funcas, que recuerda que la historia de las pandemias muestra que los problemas mentales aparecen entre tres y seis meses después del inicio. Hay un factor adicional en España, que es que no hemos descansado del covid. “En Francia y en Italia ha habido una mayor normalidad en verano, pero nosotros ya estábamos con el corazón en vilo a finales de julio, y la gota que ha colmado el vaso ha sido el espectáculo madrileño de estas semanas. Cuando la gente cree en las normas, descansa, pero eso no ha ocurrido en España”.

Algo parece haberse roto entre el confinamiento, con su espíritu colectivo y solidario, y el cinismo individualista de hoy. “La sensación que percibo entre los pacientes es que nos zarandean”, añade Prado. “Tiene que ver con la gestión: nos encierran tres meses en los que todo el mundo toma conciencia de que esto es muy grave, los sanitarios nos sentíamos llevados en volandas, pero no se trabajó la idea de que iba a durar hasta 2021 o 2022, sino que se jugaba mucho con que había que hacer un gran esfuerzo colectivo y que todo iba a pasar”.

La gestión de las expectativas ha sido nefasta: "No se nos preparó para una pandemia de dos años, se nos preparó para un confinamiento de tres meses"

La llegada de la nueva normalidad no fue un alivio, sino un espejismo. “Se nos cuenta que hemos vencido al virus, que hagamos vida normal, y en mes y medio se ve que las cosas no funcionan así”, añade el psicólogo. Una nefasta gestión de las expectativas, clave en todo aborde psicológico. “Si tú crees que en tres meses va a pasar, haces un ejercicio de supervivencia colectiva. No falló nadie, los ciudadanos estuvieron impecables, los sanitarios lo dieron todo, todo el mundo cumplió. Eso de repente se dilapida en dos meses y la gente empieza a echar de menos no poder hacer una vida medio normal. Y se da cuenta de que hay otros modelos que están gestionando mejor que nosotros y de repente llega el confinamiento, que es el fracaso del resto de medidas”.

1. Hemos perdido el control de nuestra vida

El pasado viernes, el sociólogo del CSIC Luis Miller se lamentaba ante la proclamación del estado de alarma en Madrid así: “Y pensar que nos pasamos todo abril y mayo pidiendo que hubiera un plan predecible para que la población pudiera cumplir con las medidas que se tomaran”. La gestión de la pandemia ha hecho imposible eso de “convivir con el virus”, como se dice, pues ha generado una inestabilidad en la que es imposible hacer planes incluso a cortísimo plazo, ni prepararse mentalmente para los cambios.

placeholder Control policial en el acceso a la capital el lunes 5 de octubre. (EFE)
Control policial en el acceso a la capital el lunes 5 de octubre. (EFE)

“Las dos cosas que nos dan apoyo como humanos y sirven de referencia son el tiempo y el espacio”, explica Ubieto. “Saber qué ha pasado, qué está pasando y poder realizar algunas previsiones de futuro, tener la ilusión de que controlamos el tiempo, pero ahora ni en trabajo ni en ocio se puede planificar nada de nada. No sabemos qué movilidad tendremos, si podremos ver a seis personas o a ocho. La pérdida del ‘locus de control’ hace que aumente la desazón”.

Además de, como recuerda Miyar, generar gran desafección hacia las medidas que hasta ahora se habían cumplido casi a rajatabla. “Cuando restringes y acomodas tu vida a cosas que de repente ves que no tienen un sentido sanitario, lo haces con menos ganas”, explica. “La incertidumbre es lo que más daño hace, porque las sociedades se cimentan en la confianza. Si crees que va a ir mejor, inviertes en tu vida personal y profesional, se abren negocios, los bancos dan dinero, etc. Así es imposible tener un hijo, pero también apuntarse a un curso”. Precisamente, esas cosas que caracterizan cualquier normalidad, por extraña que sea.

2. Un gran esfuerzo que no se puede mantener

La narrativa del sacrificio grupal en primavera tenía un epílogo oscuro. Las segundas partes, como señala el dicho, no son buenas, porque ya ese discurso no es convincente. “No se nos preparó mentalmente para la pandemia, se nos preparó para el confinamiento”, valora Prado. “En otros países ha sido muy distinto, pero aquí pasamos de hacer vida normal a estar encerrados y a pedirnos un compromiso absoluto de un día para otro. En abril, ya había información de que esto iba tal vez para dos años, se nos tenía que preparar para un escenario a largo plazo, de compromiso progresivo, y no una respuesta que nos dejara agotados para la siguiente fase”.

En la que nos encontramos ahora, con el agravante de que mientras en el confinamiento sí se veía claramente el impacto del sacrificio en la curva, ahora es al revés: los sacrificios aumentan pero la situación empeora. “Si vemos que tiene algún efecto, seguiremos haciéndolo, pero si no, pensaremos, ‘hemos cambiado nuestras vidas y no ha servido para nada”, dice Miyar. “En la primera ola, se hizo relativamente bien: estábamos animados, con el discurso de ‘vamos a salir todos juntos de esta’ y cuando mejoraba la tendencia se contaba, lo que incentivaba la moral de las tropas. Ahora ya no”.

Foto: Estatua de Ava Gadner en la localidad gironina de Tossa de Mar. (EFE)

“Los sacrificios se hacen porque vendrán las recompensas, añade Ubieto. “La religión es la gran experta en el tema, y todas las religiones, de cualquier credo, siempre han prometido que habría recompensas después del sacrificio”. Es complicado en una situación actual, concede, porque la recompensa está muy lejos, pero es razonable sentir engaño o decepción si se percibe que mientras las medidas se cumplen a nivel individual, los políticos son incapaces de trabajar juntos.

3. Culpabilización de la ciudadanía

Una de las ideas que han ido calando entre la población, recuerda la socióloga de Funcas, es que gran parte de la culpa de los rebrotes es del comportamiento de los ciudadanos, una idea que entra en contradicción con los altos niveles de cumplimiento de las medidas y que señala que en España el discurso de culpabilización e individualización de los contagios ha contribuido a este desgaste progresivo.

Como la fundación mostró en la oleada de septiembre de su 'Encuesta sobre el coronavirus', el 39% de los encuestados consideraba que el crecimiento de contagios en agosto se debía al “mal comportamiento de la sociedad”, mientras que solo un 19% lo achacaba a la “mala gestión de los representantes políticos”. Un 37% decía “ambos”. Los más partidarios de un nuevo confinamiento eran el primer grupo. “Pensamos que somos irresponsables, que nos tienen que controlar”, lamenta Miyar. “Poner el foco en la culpa de los ciudadanos ha provocado que terminemos pidiendo que nos confinen, que esa parece la única solución”.

"Las administraciones han preferido 20 contagios en una fiesta en un piso que un contagio en la playa, porque así no se les podía achacar responsabilidad"

La percepción que aumenta entre los ciudadanos, una vez que han comprobado que no se han tomado las medidas necesarias (rastreo de casos, refuerzo de la Atención Primaria), es que muchas comunidades han optado por medidas más restrictivas que activas. “Han elegido restringir en los espacios donde tenían responsabilidad, es decir, en la calle”, recuerda Miyar. “Se han preferido 20 contagios en una fiesta en un piso que un contagio en la playa, porque la responsabilidad no se les podía achacar a ellos”. El discurso ha ido cambiando de víctima según la evolución de la pandemia: de los contagiosos niños a los adolescentes botelloneros pasando por los “madrileños estigmatizados”, como añade Prado.

Foto: José Manuel Barbe, con su hijo Adrián.

“Ha habido una apelación desproporcionada a la responsabilidad individual, pero no sé hasta qué punto puedes pedir a alguien de Vallecas que necesita moverse por la ciudad para ganarse la vida que se quede en casa”, coincide el psicólogo. “Esto ha dado lugar a un fenómeno de polarización grupal, en el que las personas que piensan de la misma manera tienen a radicalizarse: nos pasó con los niños con trastorno del espectro autista o con problemas respiratorios a los que se les abucheaba, señalaba y acosaba porque pensaban que se estaban saltando las normas”.

Una sociedad vigilante donde, además, no se pueden discutir las normas. “A mí me ha pasado cuando defendía que la obligatoriedad de la mascarilla en la calle podía ser contraproducente, que me tachaban de negacionista”, recuerda Miyar.

4. Tu ocio es sospechoso

¿Aumentan los casos? Se cierran los parques. ¿Aumentan más? Se cierran los bares. ¿Se desbocan? Limitamos las relaciones sociales. ¿Por qué nos preguntamos si puede haber contagios en teatros o cines y nadie se plantea si las oficinas deben seguir abiertas? El enfoque 'todo o nada' de España, donde tan solo se ha tenido como objetivo reducir el impacto del virus, limitando por ejemplo actividades que hoy se sabe que apenas son contagiosas, como el paseo, y dejando de lado no solo otras enfermedades sino también la salud mental, ha provocado que toda actividad de esparcimiento sea vista como sospechosa.

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Foto: EFE.

“Hay una tendencia a culpabilizar el disfrute, y a no tener en cuenta la importancia de la salud mental”, explica Miyar. “Siempre se enfoca lo que hay que hacer desde el punto de vista de las restricciones, pero las medidas no son una línea recta entre hacer más o menos, sino de qué tipo o qué alternativas hay, por ejemplo, de ocio. Muy bien que cierres bares y discotecas, pero busca alternativas al aire libre. Si optas por todo o nada, caes en la culpabilización”.

El ejemplo utilizado por la socióloga es el de Italia o Grecia, países con una climatología parecida a la nuestra donde se han favorecido actividades al aire libre este verano y los casos han seguido estabilizados, mientras en España se nos animaba a quedarnos en casa. “El mensaje en España se atiene más a la forma que al contenido, quédate en casa sin explicar por qué, no se adapta ni hay flexibilidad para decir ‘pasa tiempo fuera en condiciones de seguridad", añade. “No se cambia el mensaje ni se adapta al interlocutor, y si das un ‘todo a nada’ a los adolescentes, que por definición tienen baja aversión al riesgo, pueden optar por nada”.

Un 27,4% de los españoles vive en aislamiento, y sale solo a comprar lo necesario y al médico

Ese es uno de los problemas en este momento: que cada vez más ciudadanos desencantados con el 'todo' caigan en los brazos del 'nada'. Como mostraba el último barómetro del CIS, un 27,4% de las personas consultadas vive prácticamente en aislamiento, saliendo solo a comprar lo necesario y al médico. Una cuarta parte del país vive mentalmente confinada.

5. Los periódicos solo contamos el apocalipsis

El 14 de marzo, tras semanas escuchando a los popes periodísticos rebajando la epidemia y comparándola con la gripe, nuestro mundo se redujo a un puñado de habitaciones donde nuestra principal conexión con el exterior eran los medios de comunicación. Como recuerda Ubieto, “durante mucho tiempo, los telediarios solo hablaban de un único el tema, el virus, y el confinamiento redujo todas las actividades de la humanidad a la lucha contra la pandemia, pero los medios de comunicación tienen la responsabilidad no solo se tratar adecuadamente la información, sino de proyectar el futuro en cosas que no estén hipotecadas por el covid”. Un acortamiento del horizonte a un presente continuo sin perspectivas que nos agota.

placeholder Foto: EFE.
Foto: EFE.

Mientras tanto, las agendas periodísticas siguen marcadas por una búsqueda del próximo apocalipsis, aunque este sea nimio, al mismo tiempo que se elude la puesta en perspectiva de los datos. Como dice Miyar, que ya en un artículo recordó que se tiende a dar “una visión sesgada y desesesperanzadora que tiende a hacer pensar que todo va mal en todas partes”, esto proporciona una visión distorsionada de la realidad, “porque terminamos pensando que cualquier esfuerzo no sirve para nada”.

“Que por todas partes nos inunden noticias negativas y casi ninguna positiva hace que carezcamos de modelos que nos hagan pensar que pueda ocurrir algo bueno”, desarrolla. La socióloga recuerda que solo se ha hablado de Suecia o Nueva York cuando las cosas iban mal, pero que abandonaron la actualidad cuando sus datos mejoraron… y volvieron cuando la situación empeoró.

6. Esperamos a que todo acabe, pero no acabará

Todo esto puede resumirse, tal vez, en la idea de que si nos cuesta convivir con el virus es porque se nos empuja a vivir en un estado de excepción continuo en el que todo ha de postergarse. Algo que, de nuevo, podía tener sentido en el esprint a corto plazo del confinamiento, pero no en el maratón que es la nueva normalidad. Si no hay final a la vista, puede parecer absurdo hacer planes, pero aún más dañino es hipotecar por completo años de nuestra vida sin saber cuándo va a terminar todo (si es que lo hace).

"No podemos pensar eso de ‘ya lo haré cuando esto acabe’. Hay que seguir adelante, y disfrutar en la medida de lo posible"

“Es comprensible, teniendo en cuenta que no hay un ‘deadline’ que podamos predecir, como sí ocurre en una tragedia natural como el estallido de un volcán”, explica Ubieto. “Al no haber un ‘deadline’, cuando la incertidumbre se alarga en el tiempo, vemos lo que estamos viviendo”. ¿Algún consejo? “Evitar la nostalgia y pensar que podemos volver justo al momento anterior a la explosión”.

Y, sobre todo, deshacernos de la inhibición. “No podemos pensar ‘ya lo haré cuando acabe’, que entonces pondremos en marcha nuestros proyectos, porque eso nos deja más desamparados”, concluye. “Hay que seguir adelante, hay que hacerlo junto a los demás, porque este asunto nos toca a todos, y esa es la salida que nos queda. Si renunciamos a eso, ya vimos lo que pasó con la crisis de 2008 y el régimen de austeridad. Tenemos que seguir adelante con nuestros proyectos, encontrándonos con los demás, disfrutando de todo lo que podamos disfrutar con las precauciones necesarias”.

Foto: Escena distópica del Gordo de las navidades pasadas. (Efe/Rodrigo Jiménez) Opinión

“La situación nos ha recordado que nuestras vidas eran maravillosas, y si no lo teníamos claro, muchos lo hemos descubierto”, concluye Prado. “Hay que realizar un autocuidado explícito, hay que darse espacio, aprovechar la vida. Yo se lo dije a mis pacientes en verano: id de vacaciones, cuidaros, pero no posterguéis nada que queráis hacer, porque el invierno va a ser muy largo”.

“De marzo a junio, ocurrió algo muy bonito: los pacientes te preguntaban qué tal estabas, cómo lo estábamos llevando los psicólogos, te decían que estaban muy involucrados en encontrar una solución… Ahora ya nada, llegan, te cuentan sus problemas e incluso alguno te dice que esto es un invento nuestro. Hemos pasado por muchos estados emocionales muy intensos y no sé si se nos ha preparado psicológicamente para esto”.

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