Hablan los más mayores: el "bicho invisible", los sueños de confinamiento y la soledad
Frente a los estereotipos que homogeinizan a toda la tercera edad, recogemos algunas voces que muestran la diversidad de las personas mayores, de sus soledades y de sus afectos
"Las personas mayores tenemos un valor, hemos desarrollado nuestra experiencia y nuestra capacidad para hacer todo lo que hemos hecho en la vida y nos merecemos un respeto y un cariño". Trini, Euskadi, 78 años.
Les hemos llamado "nuestros mayores", como si fueran de alguien; hemos justificado que el virus solo atacaba a los de más edad para después clamar que nos encerrábamos por ellos; fueron aquellos a los que dijimos que buscábamos proteger con las medidas de confinamiento y cuarentena y han acabado siendo sido los protagonistas involuntarios (y principales víctimas) de esta pandemia. Pero en el transcurso de todo esto, nos hemos olvidado de conocer su opinión, sus miedos y sus sentimientos durante estos largos y extraños meses.
Hay 9 millones de personas mayores de 65 años en España. Hablar con algunos de ellos revela que hay tantas voces como vidas y que estas, sobre todo, se niegan a ser reducidos a la categoría general y esterotipada de "ancianos". También se descubre que, en general, los más mayores —a su vez los más golpeados por el virus— han afrontado la emergencia sanitaria con mucha más resiliencia que los jóvenes, a pesar del horror que les provoca el turbio asunto de las residencias y de la soledad agudizada que han sufrido durante sus confinamientos.
Ha habido miedo y angustía, sí, pero lo que más han sufrido ha sido la preocupación por el mundo que quedará para sus hijos y nietos; y en su mayoría, están preparados y animados para continuar con sus vidas y afrontar esta nueva normalidad que llega necesariamente con mascarillas, guantes y responsabilidad.
¿Bailar en la nueva normalidad?
A Genoveva, de 91 años, le encanta bailar: en su casa, en el centro de día donde se reunía con sus amigas, en cualquier lugar. Salir y bailar es de las cosas que más añora, pero por encima de todo, a quien más echa de menos es a su hija, a la que no ha podido ver desde marzo y cuya situación psicológica y económica la tiene muy preocupada.
"Vivo en Madrid, pero yo estoy solita. Mi tristeza y todo lo que siento dentro es que tengo una hija que tiene una depresión desde los 'ventitantos' años, tiene 56 y ahora está muy descontrolada", cuenta atropelladamente cuando le preguntamos cómo esta. El negocio familiar, una pequeña zapatería en la zona madrileña de Chamartín que ahora regenta su hija, en estos momentos no recibe "ni dos zapatillas al día para arreglar" y Genoveva solo piensa en cómo se las apañarán su hija y su nieto sin ella.
A pesar de ello, esta mujer fue capaz de, en los meses más duros, dedicarse a escribir —está dándole forma a un "librito sobre su vida" que arranca en los inicios, cuando con 6 años comerciaba con su padre a lomos de su caballo Romero—, a leer o a hacer ejercicios. "No salí de mi casa, me lavé mucho las manos, mantuve mucha higiene en todo y limpié todos los pasamanos con lejía", recuerda. Ahora pasa estos días en unos apartamentos habilitados por el Ayuntamiento de Madrid para atender a personas mayores con soledad sobrevenida en la capital durante la crisis del coronavirus.
Lo mismo piensa Juliana, de 75 años, su compañera de habitación. Está enfadada con la gestión del Gobierno; cree que las cosas se habrían podido hacer mejor y está preocupada porque, según dice, "un mal camino nunca va a buen lugar".
Cuando empezaron a surgir las noticias de la pandemia, Juliana recuerda que se sentía "muy acobardada" porque no había ninguna certeza a la que agarrarse, pero ahora le empieza a preocupar más lo que vendrá después: "La parte social y económica va a ir mucho peor. Es muy poco tranquilizador el sistema que tenemos". Afirma que todos estos días ha estado muy nerviosa, y que incluso "no le salen las palabras" para explicar cómo se sentía en los primeros días de confinamiento, cuando las paredes se echaban encima, no había guantes ni mascarillas y se sentía indefensa ante el virus. Ahora, pertrechada con todas las protecciones que ha encontrado, solo espera que llegue la normalidad.
PREGUNTA. ¿Tenía miedo por su salud?
RESPUESTA. "Tengo miedo de que vaya a haber más paro porque cierren comercios que ya no pueden abrir. Si la economía va a ir mucho peor, la sociedad va a estar mucho peor. Si ya hay colas de gente para comer, imagínate después".
P. ¿Cómo crees que la sociedad ha tratado a la gente mayor?
R. "Pues muy mal, porque decían que en la residencia te morías, como le ha pasado a los pobrecitos ancianos".
Y se acuerda de los sanitarios y la falta de material médico: "Pobrecitos médicos, que no estaban preparados ni para evitarlo...".
Tengo miedo de que vaya a haber más paro porque cierren comercios. Si la economía va peor, la sociedad va a ir mucho peor
Antonio, de 85 años y compañero de 'encierro' de Genoveva y Juliana en el complejo Eurobuilding 2, tiene claro que la situación en la que nos encontramos es "de lo más desagradable". "Y me imagino que con esto no digo nada nuevo, porque es lo mismo que le ha pasado a todo el mundo. Nos ha cambiado la vida totalmente y en todos los aspectos, y hacer estos cambios es para las personas mayores mucho más negativo que para los demás", explica.
Hasta que se rompió el tobillo a finales de mayo, Antonio se consideró durante toda la cuarentena "una persona normal" que hacía una vida diferente a la anterior, es cierto, pero una vida a la que ya se había habituado y acomodado porque "no había más remedio". Le traían la compra (primero el encargado fue un amigo y luego una sobrina) y se las iba apañando como podía. Pero la rotura supuso el fin de su movilidad independiente, y se lamenta que una escayola "confina mucho más, es la desesperación que supone que no puedas moverte por ti mismo ni defenderte".
"Si fuera una persona o un animal, que le ves venir, te defiendes como puedes. Pero este no sabes dónde está, es invisible"
Deja muy claro que el coronavirus no le produce miedo "ni nada" por el estilo. Antes de romperse el tobillo, cuando se podía pasear, salía todos los días con su mascarilla. "Yo todo eso lo admito y lo he admitido como un mal menor que tenemos que llevarlo todos a rajatabla", afirma.
Desde la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología, ponen un poco de contexto en esta actitud que comparten personas como Genoveva, Antonio o Juliana. Aunque admiten que hay pocos estudios que se hayan podido hacer en épocas de pandemia, los que existen demuestran que durante emergencias sanitarias de este tipo "los jóvenes de 25 ó 35 años tienen más dificultad de afrontamiento y regulación emocional para llevar el confinamiento que las personas mayores, que demuestran una capacidad de autoregulación, de autocontrol y de vivir de una manera más adecuada que las personas jóvenes, que por primera vez en la vida afrontan una situación de aislamiento, privación o sacrificio".
"En esta época ha brotado todo lo que teníamos de una sociedad edadista, que discrimina por edad"
"Han sido mucho más resilientes las personas mayores, ya que cuentan con muchas capacidades de recursos para sobrellevarlo", apunta la vicepresidenta de la asociación, Lourdes Bermejo, quien hace hincapié en la importancia de no caer en los estereotipos que nos llevan a considerar a las personas mayores como un grupo homogéneo que es, en realidad, diverso en edad, en cultura, en valores, y en capacidades: "Hay muchas personas muy frágiles y muchísimos más, independientes", subraya.
A pesar de la buena disposición de la gente mayor a adaptar a esta nueva realidad que nos ha tocado vivir a todos, según Bermejo en esta época "ha brotado todo lo que teníamos de una sociedad edadista, que discrimina por edad", y la búsqueda de responsabilidades sobre la gestión de la pandemia en residencias y hospitales —que ahora empezará a dirimirse en los tribunales— y todo lo que hemos vivido durante la pandemia no provocará necesariamente que cambiemos la actitud.
"Mi opinión es que una sociedad solo cambia cuando identifica los errores que ha cometido y tiene una clara voluntad de cambio. Pero aquí se han hecho muchas discriminaciones por edad y muchos comentarios edadistas que no se asumen como un error. Para eso hay que tener una voluntad, poner los valores encima de la mesa, analizar lo sucedido y desarrollar acciones para evitar que suceda de nuevo. Es necesario poner en valor la responsabilidad y resiliencia demostrada por la gran mayoría de personas mayores en vez de considerarlos solo víctimas", defiende Lourdes.
De olivos, paellas y teatro
Mientras Genoveva, Juliana y Antonio vivían su propia experiencia en la capital, Ramón, de 88 años, también esperaba en su casa de Martos, un pueblo sumergido entre el mar de olivos de los montes de Jaén, a que llegara el momento de poder encontrarse de nuevo con su familia y de que "todos podamos vivir descansando y tranquilos" tras estos meses de miedo y angustia. "Una familia reunida como la nuestra, que somos una familia muy amplia, es lo más feliz que puede tener uno en la vida", presume orgulloso.
Ramón, que tras una vida dedicada a la agricultura es ahora un artesano, un creador de figuras y canastillos que nacen de cables y mimbres huérfanos, cuenta que los últimos meses los ha vivido "acobardado y apenado" por todas las personas que se han ido del mundo "sin motivo ni necesidad".
Ahora que lo peor ha pasado —recuerda con nitidiez que los momentos en los que peor lo pasaba era cuando cada día en televisión daban las cifras de fallecidos— se encuentra "más animado", aunque admite que "nunca olvidará lo ocurrido". Ramón siente una pena muy grande por toda esa gente que, sin distinciones de edad, ha fallecido a causa del virus: "Ya sabemos por la familia y por las amistades lo que es la muerte. Sea guerra o enfermedad, si mueres ya no estás más aquí con nosotros".
En otra situación se encontraban Charo (73 años) y Fernando (76) una pareja que ha pasado la cuarentena junta en Madrid y que son muy conscientes de lo terrible que han debido ser las cosas en otros contextos diferentes al suyo, como, por ejemplo, los hogares donde hubiera un caso de violencia de género; o de lo duro que ha debido ser para todos esos niños que no hayan podido salir a correr y divertirse fuera con sus amigos y se hayan sentido atrapados en casa.
"Estamos angustiados por nuestros nietos, eso ha sido una preocupación añadida para nosotros. Entre una cosa y otra, ha sido una época muy mala", relata Charo, que bromea con su propia expresión que nace "de la esperanza" al utilizar los verbos en pasado como si ya no existiera el peligro.
Solo tienen elogios hacia sus tres hijos que les han tenido "entre algodones" durante esta "época tan mala", y llaman la atención sobre la responsabilidad que a partir ahora tendrán (y tendremos todos) que tener cuando salgamos e intentemos volver a recuperar nuestra vida social para que no surjan nuevos brotes.
"Tendremos que cambiar, necesariamente. El miedo va a continuar durante mucho tiempo. Por no hablar de la parte económica, claro, que a todos nos va a acabar afectando", reflexiona Charo. Fernando añade que, sin vacuna, pocas opciones quedan que no sea la prevención: "Ahora mascarilla y a aguantar lo que te toque. Yo no veo posible volver a lo antiguo".
Charo echa de menos el sol y la tranquilidad de un paseo por el parque y Fernando añora la paella y el mar de sus orígenes valencianos; ambos quieren que vuelva el teatro. Y cuentan que han salido adelante gracias a unas serie de rutinas que se impusieron desde por la mañana, como arreglar la casa, desinfectar, hacer comidas, leer o escuchar música: "Hemos hecho todo lo que hemos podido, pero siempre con miedo". Aún no se atreven ni a salir tranquilos ni a coger el transporte público.
Pilar lo resume así: "Nos tenemos que poner bozal porque el bicho aún anda suelto"
Sin embargo, admiten que tras la angustia y los nervios de tanto días consecutivos escuchando y leyendo las malas noticias, decidieron hacer dieta de medios de comunicación: "Llegó un momento en el que dejamos de leer (la prensa). Veíamos los titulares de los telediarios y después cambiábamos a otro canal donde hubiera ópera", afirman antes de recordar la indignación que les causaba ver cómo los políticos "se centraban en sus objetivos principales y no atendían al tremendo problema sanitario" que había en el mundo.
A punto de culminar la desescalada, Charo aclara que "miedo hay, el miedo sigue ahí". Y de hecho, reconoce que ha estado varias veces en Urgencias por la sugestión, los nervios y la preocupación por haber contraído la enfermedad, pero que al final no era nada.
Entre todo esto, ambos son capaces incluso de sacar una cosa buena: han conseguido unirse más "si cabe" con sus amigos, con los que durante la cuarentena charlaban a diario, "incluso con gente que hacía tiempo que no nos hablabamos nos mandábamos vídeos, algo para ayudarnos a estar más en contacto. Y de hecho ahora estamos deseando verles".
"El bicho anda suelto"
Pilar, una mujer de Vigo de 74 años, resume con humor esta nueva normalidad a la que deberemos acostumbrarnos: "Nos tenemos que poner bozal porque el bicho aún anda suelto". Para ella las medidas de distanciamiento social están muy claras y cuando se ha visto con sus amigas las ha seguido a rajatabla, aunque asegura que ella ya se lavaba mucho las manos antes incluso de que llegara el coronavirus, porque estaba muy concienciada de que "las demás gripes también se contagian así".
"El otro día fui a tomar un café con dos amigas y en ningún momento nos juntamos ni nos dimos besos en la cara. Nos hablábamos y comentábamos, pero acercarnos mucho, no. Y con mascarilla, por supuesto", destaca. "Miedo no, pero precaución mucha", zanja al mismo tiempo que pide que la gente no sea inconsciente y no se reúna sin mantener distancias.
Pilar tiene dos nietos a los que echa muchísimo de menos. Tiene cuatro hijos, dos aquí en España y dos en Alemania. Y aunque desea que haya suerte y las dos puedan volver para navidades, ha asumido que se hará lo que se pueda en la situación actual. Con su particular metáfora de la situación, ella lo explica así: "Mientras el bicho ande suelto, es como un can rabioso. Si fuera una persona o un animal, que le ves venir, te defiendes como puedes. Pero este no sabes dónde está, es invisible. ¡Entonces estamos apañados! Yo mientras tenga mascarilla...".
Pilar, que vive sola en la ciudad gallega, pone en valor el papel que ha tenido para ella durante la cuarentena la labor de 'Grandes Amigos', una asociación que durante el confinamiento ha reemplazado el acompañamiento que suelen hacer sus voluntarios con las personas mayores de forma presencial por el telefónico. Tiene un buen recuerdo de cuando la felicitaron por su 74 cumpleaños confinado, en el que creía que se iba a tener que felicitar a sí misma. Por eso, entre las llamadas de sus hijos y las de la asociación, aunque "físicamente" esfuviera sola, no ha sentido la soledad.
Poder ir al supermercado más tranquila le hace sentir que la situación está mejor, aunque reconoce que aún "son tiempos un poquillo raros". Para mucha gente que ha perdido su trabajo, además, sabe que no solo serán raros, sino que serán difíciles. "Va a haber tensión, porque si no le dan algo para comer y dar de comer a sus hijos... A la gente hay que ayudarla", argumenta muy decidida. Además, le indigna lo que ha sucedido en las residencias pero, sobre todo, le enfada que ahora estén intentando "sacar tajada" de ello.
Trini tiene 78 años y el corazón dividido entre el País Vasco y Andalucía. Actualmente vive en Donosti, en un lugar "pequeñito" con una sola habitación en el que se ha sentido muy agobiada durante estos meses de encierro, y donde ha visto la tele, ha escuchado música y ha cocinado mientras veía pasar los días. Aunque tenía muchas ganas de salir, también recuerda que cuando bajó a la calle y la notó tan vacía y silenciosa, tan desacostumbrada, sintió pena y tristeza. Así no era como recordaba la ciudad.
Aunque tiene un hijo, no ha podido verle en estos meses en los que estaba prohibido juntarse; por eso, reconoce que sí ha sentido el peso de la soledad, pero que ha habido llamadas como las de su hermano y las de los voluntarios de Adinkide (la delegación de 'Grandes Amigos' en el País Vasco, con la que también participa ella, al igual que Pilar) que le han "ayudado mucho a salir de esta pandemia" porque, mientras hablaban, se conseguía olvidar de lo que pasaba fuera. Mientras recuerda cómo vivió esos primeros días del virus, Trini confiesa que otra de las cosa con las que consigue normalmente distraerse del exterior es ir de tiendas, porque se considera bastante presumida y le gusta arreglarse, pintarse y ponerse cosas que le favorezcan cuando sale a la calle: "Hay que quererse".
Pasó muchas veces indecisa pensando en si ver o no ciertos programas de televisión: por una parte, "le causaban mucho sentimiento", pero por otro sentía la necesidad de estar informada, notaba el "gusanillo" de que tenía que aceptarlo cómo fuera. Lo mismo pasaba con los amigos, con los que hablaba, pero no mucho, porque "no queríamos manifestar penas, que ya estaba bien. Pero sabíamos lo que había y lo que estaba pasando".
El virus fue tomando forma en el imaginario colectivo a medida que avanzaban los días. "Yo sentí quera era una cosa tranquila en ese momento, después una cosa que era peligrosa, que no podíamos salir, que teníamos que estar en casa...", resume. Lo que viene después tiene claro que no será nada favorable, "ni para mí ni para la humanidad".
P. ¿Vamos a mejorar como sociedad después de esta crisis?
R. "La sociedad puede cambiar, pero no ahora. Sí, vamos a mejorar, pero vamos a tardar mucho".
P. ¿Cuál es el papel de los mayores actualmente?
R. "Las personas mayores tenemos un valor, hemos desarrollado nuestra experiencia y capacidad para hacer todo lo que hemos hecho, y nos merecemos un respeto y un cariño y hay mucha rabia entre la gente porque no te has podido defender".
¿Qué se sueña en una residencia?
Antonio, 85 años, es uno de los usuarios de la residencia de mayores en San Blas (Madrid) Orpea, donde reside desde hace un año. Tras ser diagnosticado positivo en covid, estuvo ingresado 19 días en el Hospital Ramón y Cajal y ahora, ya recuperado y con solo una ligera dificultad para respirar al hablar, lo que le perturba es que sueña muy intensamente. Sueña que "lucha contra unos malos" y su pesadilla se vuelve tan vívida que se tira incluso de la cama.
Sin embargo, en la realidad compartida con todos los demás, fuera de las luchas del inconsciente, él ya ha vencido "al malo". Asegura que, a pesar del aislamiento al que les han tenido a todos sometidos por seguridad, ha estado muy bien cuidado y atendido en la residencia. De hecho, explica que en el centro ya empiezan a poder moverse y a realizar algunas actividades en las zonas comunes: "Yo en mi casa no me imagino (pasar la cuarentena), sería lo peor de lo peor. Aquí tengo de todo".
Relata con aplomo que no ha tenido ningún miedo a la muerte cuando se encontraba mal: "En esos tres primeros días sentía que me iba, pero no me daba miedo, iba con tranquilidad. No comía porque no me apetecía, dormía muy mal y ya hacía planes de qué le iba a dejar a mis hijos, pero todo con tranquilidad". Antonio explica que tras acordarse de toda esa gente que estaba preocupada por él, que le quería y que estaba pidiendo que se mejorara, decidió que para vencer tenía que poner de su parte; ahí fue cuando reaccionó y, días después, venció.
El futuro que queda ahora, tras los fallecidos y los empleos perdidos, dice que prefiere no pensarlo, aunque la situación económica en la que está sumido el país y que ya empieza a afectar a su familia sí le preocupa. "Sé que va a haber muchos problemas. Pero a mí no me gusta opinar sobre aquello que no conozco", se desmarca al preguntarle.
La memoria es caprichosa: entre experiencias y recuerdos antiguos y nuevos, Antonio nos cuenta cómo le ha servido esta época para reflexionar sobre su pasado amoroso: los errores que tuvo con su primera mujer, los aciertos con la segunda —que murió hace unos años—, y los lazos que ha creado ahora con una mujer en la parroquia que le recuerda a esos "amores platónicos que no podían ser" y con la que ha recobrado mucha de la ilusión perdida.
"Tengo una norma: aceptar lo que hay. Mientras no aceptes lo que hay no vas a salir nunca de forma positiva. Y aprovechar el tiempo lo mejor posible, participar en todo lo que te propongas", concluye durante nuestra conversación.
Ajena a todo lo que ha pasado fuera de las paredes de su pequeña residencia y de su mundo particular, Máxima, de 88 años, tampoco le tiene ningún miedo al virus.
Casi completamente sorda pero con mucho sentido del humor, Máxima, que vive desde hace tres años en una pequeña residencia por Canillejas, entre enredeaderas y casas bajas, se quita de en medio rápido cuando se le pregunta si le tiene miedo al virus: "¿Yo? Soy demasiado revoltosa para que me quiera el bicho".
Según datos de 'Grandes Amigos', el 87% de las personas preguntadas (unas 500 sobre las 1.000 a las que realizan un seguimiento) afirma encontrarse con buen estado de ánimo a pesar del riesgo al virus, al aislamiento y a la sobreexposición a noticias negativas a la que se han enfrentado. Además, casi 7 de cada 10 personas mayores muestran un nivel de preocupación bajo o moderado. Desde la asociación también destacan la gran capacidad de resiliencia de las personas mayores, que están "dando una lección, no solo de disciplina a la hora de cumplir las pautas de seguridad, sino a la hora de enseñar al resto de la sociedad cómo sobrellevar y relativizar una situación tan extraordinaria como esta".
"Las personas mayores tenemos un valor, hemos desarrollado nuestra experiencia y nuestra capacidad para hacer todo lo que hemos hecho en la vida y nos merecemos un respeto y un cariño". Trini, Euskadi, 78 años.