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La pequeña ciudad española que el covid-19 ha resucitado: "No hacía falta ir a China"
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BÉJAR, DE LOS PAÑOS A LAS MASCARILLAS

La pequeña ciudad española que el covid-19 ha resucitado: "No hacía falta ir a China"

La localidad salmantina, donde viven 13.000 vecinos, ha visto cómo su industria textil de siglos de antigüedad se reactiva para responder a la demanda de mascarillas

Foto: Ruta de las Fábricas Textiles de Béjar. (CC/Frayle)
Ruta de las Fábricas Textiles de Béjar. (CC/Frayle)

Hasta hace unas semanas, es probable que Béjar le sonase por sus famosos paños. Tal vez hubiese escuchado alguna vez la expresión "vivir como los ricos de Béjar", una alusión a la burguesía de la industria textil que en la posguerra convirtió a esta localidad del sureste salmantino en una de las capitales económicas de la región. Hoy probablemente lo relacione con sus mascarillas, que proyectos solidarios y mensajes virales de WhatsApp mediante, se han convertido décadas después de su apogeo y decadencia en su nueva seña de identidad.

"Si te soy sincero, estoy muy sorprendido para lo bueno", explica el presidente de su Cámara de Comercio, Ventura Velasco. Actualmente, solo quedan alrededor de seis empresas textiles y 100 trabajadores directos en una ciudad en la que llegó a haber unas 100 fábricas y más de 5.000 empleados antes de que la desindustrialización y la competencia del mercado asiático acabase con todo. Sin embargo, aún tiene algo de lo que muy pocos lugares disponen, por no decir ninguno: conocimiento, infraestructura y una cultura textil que pervive. Pocos sitios de España estaban tan preparados como Béjar para lanzarse a coser mascarillas, como hicieron desde el primer minuto de la pandemia.

Mientras estaba hecho polvo con el covid-19, lo que me ha mantenido vivo ha sido pensar que el pueblo daba lo mejor de sí mismo

Como se solía decir, "en Béjar, el que no es textil, es un desconocido". Por eso la Junta de Castilla y León se puso rápidamente en contacto con las autoridades locales cuando, hace mes y medio, percibieron que se avecinaba una peligrosa escasez de material de protección. Mascarillas sobre todo, pero también buzos y batas. El resultado ha sido, tras semanas de trabajo altruista, 15.000 mascarillas. Solo en Béjar ha habido más de 300 casos. Uno de ellos, el propio Velasco, felizmente recuperado: "Mientras estaba en la cama hecho polvo con el covid-19, lo que me ha mantenido vivo ha sido pensar en estos proyectos, que han sacado lo mejor de la gente de Béjar".

Aunque el proyecto 'Béjar por el textil' terminó la pasada semana, el testigo ha sido recogido ya de manera comercial por Fibras Textiles Sánchez, una pequeña firma de colchones y almohadas que ha comprado maquinaria suficiente para producir alrededor de 5.000 mascarillas a la hora. Es la célebre 'Mascarillas Béjar' que ha llegado a los móviles de todo el país. Tal vez le suene el mensaje: "Béjar tiene muchas fábricas cerradas por esta manía de llevar toda la producción a China, ahora han reactivado una, ayudemos a la industria española, demos una oportunidad a nuestra gente". Un rayo de esperanza después de décadas complicadas. En 1970, la ciudad tenía 17.576 habitantes. Hoy son 12.961.

placeholder Uno de los talleres de Béjar, produciendo material de protección. (Foto proporcionada por Sergio Márquez)
Uno de los talleres de Béjar, produciendo material de protección. (Foto proporcionada por Sergio Márquez)

Parece casi un cuento con moraleja. "Debido a nuestra historia, la gente que ha participado viene de ese Béjar industrial-textil que ha sido fundamental, porque aparte de las máquinas se necesita gente con tiempo, conocimiento e iniciativa y aquí la teníamos", explica Sergio Márquez, joven ingeniero industrial de 29 años del Air Institute y miembro del grupo de investigación BISITE, que ha participado en el proyecto solidario. "En todos los ámbitos se habla de ese tema: tenemos una brutal dependencia de los países productores, sobre todo en cuanto a materia. Cuando no hay abastecimiento, el país se queda noqueado. No tiene sentido que el dinero se vaya a China para comprar un material barato que muchas veces no es de calidad si puedes desarrollar políticas que generen tejido industrial".

"No nos hemos dado cuenta hasta esta situación tan trágica de lo que supone prescindir de los medios productivos nacionales, sobre todo en temas tan estratégicos como la medicina o el textil", añade Velasco. Javier Ramón Sánchez Martín, catedrático de Escuela Universitaria del área de Ingeniería Textil en la E.T.S. de Ingeniería Industrial de Béjar y gran conocedor de la historia local, redondea la moraleja: "Esto ha mostrado que no puede desaparecer toda la industria, toda la ganadería, etc.", lamenta. "El dinero no sirve mucho en circunstancias como estas, solo para que te lo vendan todo más caro cuando lo podemos producir nosotros si hay una pequeña industria que te lo permite".

Un 'know-how' del siglo XIII

El profesor recuerda perfectamente la fecha. 1 de enero de 2005, el día que la Organización Mundial de Comercio eliminó todos los aranceles, lo que abrió las puertas por completo a los productos textiles asiáticos y del Magreb, ante los que la industria bejarana no podía hacer nada. Como añade Velasco, "en los 90 se da la puntilla a la industria, con el cierre de Hispano Textil en 1993, y todavía no nos hemos recuperado".

En el pueblo hay talleres y gente, alguna de ella en el paro, que tiene experiencia para producir mascarillas o buzos

Es casi imposible encontrar en Béjar a alguien cuya familia no haya trabajado en el textil. El padre del catedrático era tintorero. Diseñaba las recetas para teñir los paños. El abuelo por parte materna de Velasco fundó en la posguerra Esteban Gutiérrez, una empresa familiar continuada por su tío y sus primos hasta que también cerró sus puertas en 2006. El presidente de la Cámara recuerda con orgullo aquella ropa célebre en todo el país: "Era irrompible, tenían una calidad magnífica".

También la familia de Araceli Mora, responsable del Béjar Atélier junto a Magdalena Gutiérrez, que ha pasado el último mes en primera línea de fuego en su taller, cosiendo mascarillas. "Mi padre era zurcidor y mi madre tejedora, la única profesión que conocieron desde los 14 años", explica. Después de que la diseñadora para la que trabajan paralizase la producción al declarase el estado de alarma, se pararon a pensar. "Somos personas bastante trabajadoras y podíamos aportar muchas cosas con lo que sabemos hacer, así que nos pusimos con las mascarillas".

placeholder Araceli y Magdalena, en la faena
Araceli y Magdalena, en la faena

Todo comenzó en su taller y, desde ahí, se extendió a otros siete donde durante varias semanas alrededor de 30 personas han trabajado sin parar (50 en el equipo total), además de la colaboración externa del IoT Digital Innovation Hub, BISITE o de la Cámara de Comercio a través de Marian Hernández. "Las personas que arrancamos en el proyecto conocíamos talleres y gente que podía participar, por lo general trabajadores que actualmente o en el pasado tenían experiencia con máquinas de coser industrial", explica Márquez. "Hemos recibido muchas solicitudes de personas mayores que querían ayudar desde su casa, y cada semana se ha sumado más gente". La mayoría, antiguos trabajadores de la menguante industria textil, incluidos jubilados o que perdieron sus trabajos hace décadas.

Al ingeniero industrial, la edad de oro del textil bejarano le queda lejos. Sus abuelos eran tejedores, y sus padres también formaban parte de ese monocultivo que, por esa misma razón, dio tantos problemas cuando se vino abajo. El AIR Institute al que representa, una fundación público-privada, ha corrido con la mayor parte de gastos y gestionado el proyecto. Primero, buscando material que tuviera garantías, algo que fue más sencillo de lo que pensaba. Sacyl, la Sanidad de Castilla y León, dio el visto bueno: tenía grado de filtración similar a FFP2, tamaño y forma válidos, aguantaba la esterilización y se podía higienizar. Más tarde, buscando profesionales. También, contando con bomberos o protección civil para que echasen una mano en distribución y logística.

En su apogeo tuvo 8.000 habitantes, 3.000 de los cuales eran operarios de la industria textil. Casi los mismos que en toda la Comunidad Valenciana

"Cuando se ha necesitado ayuda de gente con conocimiento, muchos de ellos sin trabajo, que vienen de esta industria, hemos cumplido sin que el Gobierno nos haya dado apoyo", añade el ingeniero. "Ha sido iniciativa privada con dinero a fondo perdido, regalando el tiempo a quien pudiera necesitarlo". Sus mascarillas han llegado a residencias de ancianos, asociaciones y colectivos de discapacitados como Asprodes, policía local, civil y nacional, bomberos o ejército. En total, unos 100 organismos, empezando por comarca, siguiendo por toda la provincia y terminando por otras regiones de España como Cáceres o Madrid.

Auge y caída

Las raíces de la actividad textil bejarana se encuentran a finales del siglo XIII, tras la repoblación de Alfonso VIII. El relato histórico que Sánchez Martín recogió en 'La industria textil de Béjar en el siglo XX y los albores del XXI' proporciona otra enseñanza histórico-económica. Muy probablemente la zona se dedicó a las ropas no solo por la proximidad de materia prima o la abundancia de madera y agua salida del río Cuerpo de Hombre, sino porque la pobreza del suelo obligaba a buscar alternativas que terminarían convirtiéndose siglos después en un peligroso monocultivo.

Fue también otra casualidad histórica la que convirtió a Béjar en una capital textil durante el franquismo. Al quedar en territorio nacional, mientras la competencia catalana y valenciana lo había hecho en republicano, se convirtió en la proveedora de uniformes para el ejército franquista. "Los años 40 y 50 fueron muy buenos, se instalaron familias catalanas como los Rocamora, Gilart Fité, Farrás Faus, que aportaron mano de obra cualificada", prosigue el profesor. "En los 60 España progresó mucho a nivel industrial, y Béjar no fue menos, pero la apertura de mercados a Europa le perjudicó, porque ya se podían importar tejidos".

Por aquel entonces, la ciudad, que tenía dicha categoría desde los tiempos de Isabel II, podía compararse a las capitales de provincia castellanas, y llegó a superar a algunas en población, como Plasencia. "Se manejaba bastante dinero porque había muchísimo trabajo, y por lo que me ha contado mi padre, muy bien pagado", recuerda Mora. "En su familia eran cuatro hombres y con sus sueldos funcionaban muy, muy bien". Catalanes y belgas se instalaron en la región. 18.000 habitantes, 3.000 de los cuales eran operarios de la industria textil. Casi los mismos que en toda la Comunidad Valenciana.

A partir de los 70, las sucesivas crisis azotaron la ciudad. "Béjar está comenzando a sentir los problemas derivados del maquinismo", podían leer los lectores de 'El País' en 1979. "La industria textil que alberga y da vida a la población se encuentra en un proceso de modernización y mecanización que está inflando el número de parados". En 20 años habían desaparecido 810 puestos sin que la producción se viese resentida. No era la Béjar dorada de años antes: el paro ya entonces superaba el 30%. Hoy, se encuentra en un 22,64%, por encima de la media de la provincia, 19,32%.

El confinamiento no lo he vivido, porque he trabajado sin parar. Estamos recogiendo lo cosechado y se acumulan los encargos

"Desde los 90, la gente joven se vio abocada a la migración porque no podían desarrollar aquí su oficio, muchos salían de la escuela industrial", añade Velasco. La relación con la vecina Guijuelo fue clave para la supervivencia de ambas, con intercambios diarios. Desde entonces, y a medida que la globalización derribaba peajes comerciales, el número de empresas fue descendiendo. De los 2.721 trabajadores textiles de 1970 a los 278 de 2012.

"Las empresas que quedan tienen su campo de especialización y de esa forma han podido subsistir y adaptarse para capear el temporal", añade Sánchez Martín. "Se mantendrán, pero con dificultades, porque el mercado no es fácil". Las esperanzas están depositadas en el plan de reindustrialización de la Junta de Castilla y León que se aprobó en 2018 con un capital mínimo de tres millones de euros y que la Cámara de Comercio espera que se alargue un poco más debido a la situación. Velasco desvela que empresas madrileñas ya se han interesado por poner en marcha proyectos en la ciudad bajo ese paraguas.

placeholder Iglesia de El Salvador de Béjar, situada en la Plaza Mayor de la localidad y frente al Palacio ducal de Béjar. (Foto: Emarinizquierdo/CC)
Iglesia de El Salvador de Béjar, situada en la Plaza Mayor de la localidad y frente al Palacio ducal de Béjar. (Foto: Emarinizquierdo/CC)

"Que 30 personas se hayan juntado para dar mascarillas al que la necesitaba trabajando sin parar es importante, y que otra empresa haya sido capaz de ponerse en marcha para producirlas industrialmente, también", concluye Sergio Márquez. El nombre de Béjar vuelve a estar en boca de todos. Ya no son paños, sino mascarillas. Los encargos se suceden, y el teléfono de Velasco no deja de sonar estos días. Muchas compañías y algunos emprendedores se han interesado por la ciudad, por lo que ve probable que la tragedia haya resucitado su tejido productivo. "Que vengan y esto recupere su lustre pasado".

"El confinamiento no lo he vivido, porque he trabajado sin parar", concluye Mora, que acaba de llegar a su casa desde el taller. "Hemos llegado a tantos sitios y nos hacen tantos encargos que no podemos atender todo por temas administrativos, pero estamos recogiendo lo que hemos cosechado". A pesar del cansancio, lo importante es el orgullo de haber aportado un granito de arena de siglos de antigüedad. Y disfrutar, tal vez, de un futuro que recuerde a aquel brillante pasado. "Lo pienso muchas veces, cómo de lo peor sacas más aprendizaje o mayores beneficios. La vida te pone entre la espalda y la pared y luego parece que te recompensa". Y cuelga para seguir trabajando.

Hasta hace unas semanas, es probable que Béjar le sonase por sus famosos paños. Tal vez hubiese escuchado alguna vez la expresión "vivir como los ricos de Béjar", una alusión a la burguesía de la industria textil que en la posguerra convirtió a esta localidad del sureste salmantino en una de las capitales económicas de la región. Hoy probablemente lo relacione con sus mascarillas, que proyectos solidarios y mensajes virales de WhatsApp mediante, se han convertido décadas después de su apogeo y decadencia en su nueva seña de identidad.

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