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La odisea de Karina: de recogedora de fresa sin hogar a dar a luz en un seminario
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La odisea de Karina: de recogedora de fresa sin hogar a dar a luz en un seminario

La sede donde se forman los curas de Burgos alberga a medio centenar de personas sin hogar que disponen de una habitación individual, jardín y salón de actos para ver películas

Foto: Karina, con su hija, tras ser acogida por unas religiosas. (EC)
Karina, con su hija, tras ser acogida por unas religiosas. (EC)

Karina (28 años) abandonó Marruecos a finales de febrero junto a su marido con destino a Huelva. Atrás dejaban a sus dos hijos, que se quedaban con su familia. La estancia en la ciudad andaluza sería temporal, porque la temporada de recogida de fresa termina en mayo. Para entonces regresarían. Sin embargo, las cosas no salieron según lo planeado. La joven estaba embarazada ya de siete meses y no podía soportar el duro trabajo. "La forzaron demasiado", dicen fuentes cercanas a la chica, que decidió "huir lo más lejos posible".

Alguien le ayudó a hacerlo y la llevó hasta Burgos. Era suficiente para dejar atrás aquello. Los servicios sociales la encontraron y la llevaron al albergue municipal, gestionado por Cáritas. Ya estaba de ocho meses. "La tratamos de derivar a nuestro programa para la mujer gestante, pero estaba completo; estudiamos enviarla a Madrid o a otros planes que tiene el ayuntamiento, pero sobrevino la crisis sanitaria", explica Fernando García Cadiñanos, delegado diocesano de Cáritas. Fue entonces cuando la Archidiócesis de Burgos decidió enviar a sus casas a los seminaristas.

placeholder Víctor pasa estos días en el seminario. (EC)
Víctor pasa estos días en el seminario. (EC)

El albergue municipal no cumplía las condiciones necesarias para acoger al medio centenar de 'sintecho' que residían en él durante una cuarentena como la que se avecinaba. Las habitaciones son para dos o tres personas, los residentes tenían que ir a un comedor situado a un cuarto de hora andando y en el edificio no había apenas zonas comunes ni jardín. Fue entonces cuando los obispos decidieron destinar el edificio del seminario, que se acababa de quedar vacío, a acoger a estos 'sintecho'.

Las 51 personas que vivían en el albergue se mudaron entonces al seminario, un edificio que sí cumplía las condiciones necesarias para que tanta gente pasara el confinamiento que venía. Todos ellos pasaron a tener una habitación individual y amplios espacios para fumar o pasear. "El inmueble tiene un patio grande, comedor propio, un salón de actos muy amplio para ver la televisión y zonas espaciosas para acoger a quien se pudiera contagiar y aislarle con el fin de que no haya riesgo de que transmita la enfermedad a otros", explica Álvaro Tajadura, delegado de medios de la Archidiócesis de Burgos.

placeholder Jesús, con la guitarra. (EC)
Jesús, con la guitarra. (EC)

Entre los nuevos residentes del seminario, por lo tanto, estaba Karina, que encontró entre las paredes que habían visto formarse a cientos de sacerdotes su nuevo hogar, aunque fuera por unos días. Allí pasó su última semana de embarazo, hasta que llegó la hora de dar a luz. Fue entonces trasladada hasta el hospital de la ciudad, donde Sabrine nació sin problemas. Era la tercera hija de la marroquí, que tras abandonar el centro sanitario fue acogida por unas religiosas que cuentan con un servicio de guardería. La pequeña duerme en su cuna, junto a su madre, que no se separa de ella. Ha tenido que regresar al hospital, porque la niña tuvo fiebre, pero ya está mejor, según informan desde la diócesis, que aseguran que la mujer estará ahí hasta que quiera irse.

No es, sin embargo, la única historia relevante que camina hoy por el seminario reconvertido en centro de acogida de 'sin techo'. El nacimiento de Sabrine, en palabras de David Alonso, uno de los educadores, representó "una luz de esperanza". "Tras cinco días de mucho estrés en los que habitamos tenido que habilitar todo el edificio y cambiar a todos el mundo a contrarreloj, aquello fue una gran alegría", recuerda Alonso, que admite que hay muchas biografías también interesantes. Explica que en el seminario hay ahora mismo 50 personas y que afortunadamente ahora están mejor organizados que al principio. Por las mañanas, cuenta, forman grupos para limpiar toda la instalación. Por las tardes, organizan actividades de ocio. Un campeonato de ping pong, un coaching por videoconferencia con una experta de la Universidad de Burgos, un taller de musicoterapia, sesiones de La casa de papel u otras series y unos encuentros en los que cada uno cuenta su historia a través de la herramienta Google Earth.

placeholder Darío, monitor de zumba, durante una clase. (EC)
Darío, monitor de zumba, durante una clase. (EC)

Kiko y Desi son un camarero y un cocinero que se conocieron en el albergue hace años. Ambos son víctimas de la crisis de 2009. Desde entonces no han levantado cabeza. Se quedaron sin trabajo ese año y se refugiaron en la calle. "Llevamos mucho tiempo trabajando con ellos y ahora estaban a punto de montar un bar en un pueblo pequeño de Burgos; ya habíamos llegado a un acuerdo con el ayuntamiento para que les cediera una casa a cambio de que ellos llevaran el local y, solo una semana antes de que comenzaran, el Gobierno decretó el estado de alarma, con lo que se han quedado sin casa", cuenta resignado David, que tiene alguna historia triste más en su repertorio.

Como la de Rosa y Eduardo, un matrimonio de Málaga que suele trabajar como temporeros de un lado a otro del país. Los dos habían quedado en la estación de Burgos con un supuesto empresario que les iba a contratar para la poda de La Rioja. Cuando llegaron, no había nadie. Estuvieron un rato esperando, pero por allí no aparecía ninguna persona. Habían sido víctimas de una estafa justo el día en el que comenzaba la cuarentena decretara por el Gobierno, que al mismo tiempo había acabado con sus esperanzas laborales.

placeholder Luis Javier, con una mascarilla. (EC)
Luis Javier, con una mascarilla. (EC)

El seminario también acoge estos días a un grupo de venezolanos que había venido a España huyendo del régimen de Nicolás Maduro y se disponía a pedir asilo cuando sobrevino la crisis sanitaria. Son abogados e informáticos que pretenden vivir de Cáritas solo hasta que acabe el estado de alarma y las cosas vuelvan a la normalidad. Entonces buscarán empleo. Sin embargo, según Alonso, los que peor llevan el confinamiento son media docena de expresidiarios. "Esto no deja de ser una situación parecida que les provoca ansiedad, que les impide controlar las emociones y sentirse más nerviosos", describe el educador, uno de los 16 que trabajan estos días en la instalación y que sí que ven una noticia positiva en las consecuencias que está teniendo para algunos el encierro.

Es el caso de los adictos al alcohol o a otras sustancias. "Los primeros días fueron muy duros, porque tenían ansiedad, pero poco a poco han ido mejorando y han ganado en control de sí mismos y en motivación". "Se encuentran mucho mejor y esto es muy alentador", valora David, que asegura que todos los que trabajan y residen actualmente en el seminario se acaban de hacer las pruebas y han dado negativo en coronavirus. Aun así, explica, todo el que llega pasa a estar en cuarentena y aislado de modo preventivo durante dos semanas. "Hay 14 personas en este momento así", describe.

Karina (28 años) abandonó Marruecos a finales de febrero junto a su marido con destino a Huelva. Atrás dejaban a sus dos hijos, que se quedaban con su familia. La estancia en la ciudad andaluza sería temporal, porque la temporada de recogida de fresa termina en mayo. Para entonces regresarían. Sin embargo, las cosas no salieron según lo planeado. La joven estaba embarazada ya de siete meses y no podía soportar el duro trabajo. "La forzaron demasiado", dicen fuentes cercanas a la chica, que decidió "huir lo más lejos posible".

Cáritas Huelva
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