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España se prepara para volver a los años cincuenta este verano
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UN PARÉNTESIS TURÍSTICO

España se prepara para volver a los años cincuenta este verano

Todo indica que nuestro retorno a la normalidad implicará respetar las distancias, evitar las multitudes y no viajar muy lejos. En otras palabras, volveremos al pueblo

Foto: El fantasma de pasados veranos. (EFE)
El fantasma de pasados veranos. (EFE)

Le sonará lejanísimo, pero si hace memoria, tal vez recuerde que la gran polémica turística del pasado verano tenía que ver con los altos niveles de contaminación producidos por los vuelos en avión. El tráfico aéreo batía récords diarios, nacieron las páginas donde se podía calcular la huella de carbono de cada viaje y la palabra ‘flygskam’ (vergüenza por viajar en avión) se puso de moda.

‘Flash forward’ a apenas ocho meses más tarde. Ni ‘flygskam’ ni globalización: en la última semana de marzo, ya despegaron un 55% menos de vuelos en todo el mundo, según Flightracker. Un 85% menos en España. En menos de un mes, hemos pasado de pronosticar el verano con más turistas de la historia de España a plantearnos el retorno a un panorama turístico ya no predemocrático, sino que nos devuelve prácticamente a antes del ‘Spain is different’, que se acuñó por primera vez en la España autárquica de 1948, año cero de la expansión turística.

Este año no veremos ni playas ocupadas por turistas de otros países ni masificación

Lo barruntan ya en Italia y nosotros seremos los próximos. El ‘Corriere’ pronosticaba un retorno al turismo de proximidad de los años cincuenta. Nada de viajes a la Cochinchina a reencontrarse consigo mismo o al resort abarrotado a ahogar las penas gracias a una pulsera. Este año se impone, obligadamente, un retorno de las cortas excursiones a capitales monumentales, paseos por la montaña y visitas al pueblo, a ver a la familia o amigos. Un retorno a las raíces.

“Este verano va a ser muy diferente en todo”, explica Rubén José Pérez Redondo, experto en historia del turismo de la Universidad Rey Juan Carlos. “Es más que probable que nuestras playas no sean ocupadas por turistas de otros países este año, pero es también bastante probable que veamos playas sin masificación”. No solo tristes, probablemente, se quedarán las calles de Magaluf, sino que tampoco nosotros marcharemos al extranjero. Si el español comenzó a interesarse por el turismo, fue porque este comportamiento es tremendamente imitativo, y no hay nada como ver a un millón de extranjeros en 1951 (año en que se registró por primera vez dicho dato) para plantearse hacer lo propio.

placeholder Benidorm, décadas antes del coronavirus. (Cordon Press)
Benidorm, décadas antes del coronavirus. (Cordon Press)

Para ello, prosigue Pérez, la clave —dejando a un lado las posibles restricciones una vez volvamos a la supuesta normalidad— se encuentra en la gestión del miedo, en “dominar la aprensión que ya tenemos interiorizada”. “Nuestra cultura del veraneo la asociamos en gran parte a la playa, y se nos haría muy difícil renunciar a ir unos días a la costa”, añade. “Las personas actuamos por imitación-sugestión; lo que hacen unos, lo hacen los demás. Si se hace un buen trabajo de persuasión que mitigue la percepción de inseguridad que ahora tenemos, la gente llenará las playas, pero es una tarea difícil”. ¿Quién puede conseguirlo? “Los medios de comunicación”.

Las playas españolas no se llenaron, tal y como las conocemos hoy, al menos hasta los años cincuenta, década en la que se duplicó el número de establecimientos hoteleros en el país. El crecimiento de turistas en esa época forma una curva tan vertiginosa como la del propio coronavirus: de aquel millón de 1951 a algo más de dos millones y medio en 1955, seis millones en 1960, 14 en 1965 y 24 en 1970. En apenas 20 años, el número de turistas se multiplicó por 24. Pero también es llamativo comprobar cómo la movilidad del turismo de los propios españoles siguió creciendo incluso en época democrática: entre 1981 y 2012, el número de viajes por residente pasó de 1,5 a 3,3.

El hábito hace al guiri

Si bien la idea de que el turismo en España nació durante los años sesenta tiene mucho de mito, fueron diversos cambios sociales y económicos como la generalización de las vacaciones pagadas los que provocaron que empezásemos a plantearnos que quizá pasar parte del verano en la playa no estuviese mal. Para eso, tanto dentro como fuera de España, era de vital importancia la recuperación económica de posguerra, que dio lugar a una clase media con posibilidades económicas para el ocio. Mala noticia en tiempos de ERTE.

En crisis como la que estamos presenciando buscamos seguridad, y esta la encontramos de manera más clara en la cercanía

“En el momento en que la construcción de los estados de bienestar tras la Segunda Guerra Mundial y las vacaciones pagadas se generalizan, empezando por Europa Occidental, con la recuperación económica de 1948 y 1949, la gente empieza a plantearse la posibilidad de viajar”, añade Carlos Larrinaga, profesor de la Universidad de Granada y experto en historia del turismo que, sin embargo, no está muy de acuerdo en que se pueda hablar de un retorno a los cincuenta. La gran diferencia es que ahora sí somos seres turísticos que no van a renunciar al turismo.

“La cuestión básica es el hábito, incluso de la clase obrera, que podía empezar a disfrutar de una semana de vacaciones en zonas soleadas a precios asequibles”, añade. “Ese hábito lo tenemos y no nos lo va a quitar nadie, en cuanto podamos, volveremos a desplazarnos”. Ahí se encuentra, en todo caso, el anacronismo irrepetible del verano de 2020. Que el confinamiento nos obligue a volver a un verano preglobalización en el que, al contrario de lo que ocurría con el español de aquella época, sí sentimos dicho deseo. Por eso, como añade Larrinaga, “la costumbre de viajar se retomará en el momento en el que se pueda viajar, soy escéptico cuando dicen que esto va a suponer cambios”. Un ejemplo, la crisis de 2008, que quitando la lógica reducción en la inversión turística, no alteró estructuralmente las costumbres.

placeholder Se acabaron los turistas alemanes en Mallorca por un tiempo. (Cordon Press)
Se acabaron los turistas alemanes en Mallorca por un tiempo. (Cordon Press)

Otra cosa es que el turismo este año vaya a cambiar sensiblemente hacia el de proximidad. “En crisis como la que estamos presenciando buscamos seguridad, y esta la encontramos de manera más clara en la cercanía que en la lejanía, porque tenemos más controlado todo”, explica Pérez. Dejando a un lado la lógica incertidumbre que produce hoy adquirir un billete de avión —algo que virtualmente nadie está haciendo—, como recuerda el profesor, cualquier imprevisto (pandémico o no) es mucho más fácil de solucionar si estamos cerca de casa.

¿Favorecerá eso, por ejemplo, el turismo cultural? Pérez no lo ve claro. “El sol y playa sigue siendo el ‘producto rey’ entre el turista residente, si bien es verdad que, por determinadas variables, las alternativas son más diversas”, valora. “El turismo de interior y el cultural y gastronómico van cogiendo impulso, desde hace un tiempo, antes de esta crisis”. “Si ese miedo se instala, efectivamente el turismo puede afectar a ciudades monumentales, áreas rurales o muy próximas a nuestro domicilio”, concede Larrinaga, que no obstante tiene un deseo: que se convierta en una cuestión de precio y no de fobia social, porque en ese caso, se caería todo el sector.

Se va a generar sentimiento patrio, espontáneo e inducido por las instituciones, para que la gente viaje por España

Ese es el otro gran caballo de batalla que puede recordarnos a 70 años atrás, una retracción económica que no contribuye precisamente a que salgamos de casa, y que también facilitaría que, en caso de viajar, lo hagamos a destinos más económicos. “En el corto-medio plazo, la recesión económica hará que el turismo se retraiga y para España va a ser muy duro, porque el turismo es nuestra joya de la corona”, recuerda Pérez. “En términos turísticos, esa nueva situación no significa no viajar, sino hacerlo de otra manera, a los sitios más cercanos y siendo muy sensibles al precio”.

Hay otros dos cambios sociológicos que se pueden producir este año, según el profesor de la URJC. Por una parte, la evasión de la rutina en un contexto que “está amplificando el seguir las normas que nos imponen y las rutinas también se han incrementado”: “Nuestro mayor deseo será salir, viajar, huir, pero del confinamiento: visitar a nuestros seres queridos más cercanos a nosotros psicológicamente, sí, pero también viajar”. ¿Adónde? “Lógicamente, a zonas más cercanas, por razones relacionadas con el miedo y la economía, pero viajar y moverse va a ser algo muy deseado (si nos dejan)”.

Por otra, una mirada hacia el territorio español alimentada tanto por los propios ciudadanos como desde fuera: “Intuyo que se va a generar cierto sentimiento patrio, primero espontáneo pero posteriormente inducido por las instituciones para fomentar el turismo interno y hacer que la gente viaje por España bajo el argumento de la necesidad de recuperación económica vinculada al consumo de productos y servicios propios”, explica. “Ya se están proyectando acciones y eslóganes en esa dirección”. La reconstrucción siempre empieza por casa.

Y en 2021...

Lo que parece también medianamente claro es que vivimos un paréntesis temporal antes de volver a una situación semejante a la que existía antes de la pandemia, sobre todo teniendo en cuenta que el turismo es uno de los principales pulmones económicos de España y se trata de una costumbre totalmente consolidada. A Larrinaga lo que más le preocupa, en ese sentido, es el daño que pueden sufrir las aerolíneas y otros actores del mercado turístico. Es decir, un impacto en la oferta que puede no satisfacer la demanda futura.

Va a ser uno de los primeros sectores en volver a la normalidad, porque tiene mecanismos para recuperarse en poco tiempo

“Habrá que ver el impacto que va a tener a largo plazo sobre las compañías aéreas”, recuerda. “Alguna terminará desapareciendo o absorbida, y tendremos que ver cómo se recompone la oferta aérea”. De ahí que sea buena oportunidad para hacer reformas, como la del aeropuerto de Singapur, que ha anunciado su cierre hasta mediados del año que viene. “El sector va a quedar muy dañado, depende de su capacidad de regeneración, porque el hábito está creado y se volverá a viajar en cuanto vuelva a haber confianza”. Un gran peligro es la subdemanda, una paralización en el consumo incluso entre aquellos que no tienen problemas económicos, como ya ocurrió en 2008.

“En los países desarrollados, la actividad turística está relacionada con la ruptura de la rutina, con el bienestar y la salud física y psicológica, por lo que es una inversión en calidad de vida, y a eso no se puede renunciar a no ser que nos lo prohíban por causas de fuerza mayor temporal”, concluye Pérez. “Todo volverá a la normalidad; se tardará más o menos en función del control del virus y la capacidad de contagio, pero el turismo volverá por sus derroteros. Y además me atrevo a decir que será una de las industrias que antes se recuperen, porque el sistema turístico tiene mecanismos muy poderosos, suficientes para revertir situaciones negativas en un plazo de tiempo relativamente corto”. Mientras tanto, coche, carretera y Costa del Sol. Como en ‘El turismo es un gran invento’.

Le sonará lejanísimo, pero si hace memoria, tal vez recuerde que la gran polémica turística del pasado verano tenía que ver con los altos niveles de contaminación producidos por los vuelos en avión. El tráfico aéreo batía récords diarios, nacieron las páginas donde se podía calcular la huella de carbono de cada viaje y la palabra ‘flygskam’ (vergüenza por viajar en avión) se puso de moda.

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