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Dentro del primer centro solo para mujeres sin hogar: "En la calle, todos abusan de ellas"
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TODAS HAN SUFRIDO VIOLENCIA ALGUNA VEZ

Dentro del primer centro solo para mujeres sin hogar: "En la calle, todos abusan de ellas"

Tracionalmente, se ha pensado que las mujeres representaban entre el 10-15% de personas sin hogar, pero la realidad es mucho más compleja y está condicionada por la violencia

Foto: En el centro de Geranios duermen cada noche 30 mujeres sin hogar. (M. Z.)
En el centro de Geranios duermen cada noche 30 mujeres sin hogar. (M. Z.)

Pilar disimula las tragedias con un lápiz de ojos de color azul. Sonríe y hace bromas con los trabajadores sociales para olvidar que lleva cuatro de sus 61 años sin un techo propio. Es una “alcohólica retirada” a la que los malos tratos y un mal divorcio dejaron con lo puesto. “Yo tenía un restaurante en la calle Antonio López, pero las adicciones te hacen firmar cualquier cosa y aquí estoy…”.

Ese 'aquí' es el centro Ventilla (Madrid), el primero público y exclusivo para mujeres sin hogar, un colectivo donde las discriminaciones se solapan: son mujeres, pobres y, prácticamente en su totalidad, víctimas de algún tipo de violencia.

En total, 30 mujeres comparten las noches en hileras de butacas que las salvan del asfalto. En la sala contigua ven la televisión, leen, van a talleres o se arreglan. Aunque durante el día comparten el espacio y las comidas con otros 60 hombres y mujeres, cuando llega la noche cuentan con este “espacio seguro” de las agresiones físicas y sexuales que sufren en la calle.

Se calcula que entre el 10% y el 15% de las personas sin hogar son mujeres —unas 4.500 en España, según el INE—, pero la realidad podría ser mucho mayor. “A diferencia de los hombres, las mujeres sin hogar en su mayoría no están en la calle, también por eso se ha dicho tradicionalmente que no había, porque no se las veía. El punto más extremo es la calle, pero hay muchos otros niveles de vulnerabilidad extrema, de infravivienda, que es donde se cree que está la mujer sin hogar”, explica Pepe Aniorte, delegado del área de Familias, Igualdad y Bienestar Social del Ayuntamiento de Madrid (competencia de Ciudadanos). “Pero una cosa es ser un sintecho y otra un sin hogar. Ellas pueden tener un lugar donde resguardarse, pero no uno al que llamar ‘hogar’, que tiene un componente relacional, emocional y de referencia”, comparte también Jesús Sandín, responsable del sinhogarismo en la ONG Solidarios.

placeholder Pilar lleva un año en el centro. (M. Z.)
Pilar lleva un año en el centro. (M. Z.)

Pilar cumple con ese perfil: aunque perdió su casa, nunca ha vivido al raso. Ha estado yendo y viniendo entre los domicilios de sus hijos y los recursos sociales. “Las mujeres evitan a toda costa acabar en la calle, van a habitaciones compartidas en un piso, al cuidado de mayores o de internas, o incluso la prostitución. Pero no son sitios estables: pueden perder esa seguridad en cuanto las echan o pierden el trabajo”, añade Sonia Panadero, investigadora y psicóloga de la Universidad Complutense de Madrid.

Según un estudio de 2016 dirigido por Panadero y en el que se entrevistó a 138 mujeres durante varios meses, el 81% de ellas había dormido en albergues, un 11,6% en la calle y un 7,2% en otros espacios durante el mes anterior.

El 81% de las mujeres sin hogar había dormido en albergues el mes anterior y un 11,6%, en la calle

La razón por la que evitan la calle es la mera supervivencia: las mujeres sufren más agresiones físicas y sexuales que los hombres. “Ya sea por sus parejas, otros sin techo o, también, por hombres totalmente normalizados de la sociedad, que las ven vulnerables en la calle y abusan de ellas”, cuenta Luisa, una de las trabajadoras sociales del centro. “Desde que el centro es solo de mujeres, hemos notado que tienen más confianza para contarnos este tipo de incidentes y estamos detectando muchos más casos”, añade.

Los datos son exorbitados: un 70% de las mujeres sin hogar ha sufrido agresiones físicas en algún momento, y un 50% sexuales. “Pero sea como sea, todas han sufrido una u otra forma de violencia de manera repetida. Y a menudo son muy dependientes de esa violencia porque no quieren cortar y acabar en la calle”, cuenta Aniorte.

Cuando no tienen un techo bajo el que vivir, muchas intentan camuflarse vestidas como hombres o lo más ambiguamente posible para evitar ser objetivo de agresiones. O bien se “resguardan” en relaciones sentimentales con hombres que igualmente las maltratan, pero que las protegen del resto. “Piensan que mejor que les pegue uno a que les peguen todos”, explica Panadero.

Por eso, desde que el centro es exclusivo de mujeres, la violencia de género es un tema transversal que se aborda en todos los talleres y actividades. “Trabajamos la asertividad, el saber decir no, detectar situaciones de maltrato o los posibles recursos a los que acudir”, cuenta una de las educadoras sociales. No solo están libres de agresiones machistas en estos espacios: el contacto con otras mujeres les hace abrirse y contar más experiencias que en los centros mixtos.

placeholder La sala común donde pasan el tiempo libre. (M. Z.)
La sala común donde pasan el tiempo libre. (M. Z.)

Más deterioradas y con más traumas

Se calcula que todas las personas sufrimos entre dos o tres situaciones traumáticas en nuestra vida, y lo normal es que sean lo suficientemente espaciadas para que podamos recuperarnos. Pero una persona que vive en la calle ha sufrido, de media, unos nueve eventos dramáticos, cifra que se eleva a 11 en el caso de las mujeres. Además, a diferencia de los hombres, a los que suelen sucederles en cascada hasta acabar sin casa (por ejemplo, un divorcio puede llevar a una adicción y la adicción a la pérdida de empleo), las mujeres han tenido estos eventos estresantes más concentrados en la infancia y adolescencia. Según el estudio de Panadero, un 40% había sufrido violencia cuando eran pequeñas y un 21%, abusos sexuales. Y estos acontecimientos habían marcado el resto de su vida, convirtiéndolas en personas más susceptibles de padecer de nuevo ese tipo de problemáticas.

Si vas a la plaza Mayor de día, no les vas a ver, pero están contigo en el centro cultural, en la Fnac, en los centros comerciales...

“La red de apoyo suele estar ya muy tocada desde edades tempranas, más que en el caso de los hombres”, añade Panadero. “Y como no tienen un tejido social familiar que las ayude, se aíslan o acaban en el alcohol o las drogas, o en relaciones de maltrato”. Según su estudio, el 75% de las mujeres asegura haber tenido un embarazado no deseado, a menudo con la retirada del menor, lo que les genera un sentimiento de culpa que ahonda en su espiral hacia la exclusión. “Sienten que no han sido capaces de ser madres como la sociedad dice y eso es muy destructivo para ellas”.

Además, el estereotipo que tenemos de la persona sin hogar también ha contribuido a eclipsar la realidad de las mujeres sin techo. “Construimos su imagen con los que identificamos, pero no es real: la gran mayoría no están en la calle, tirados en un cartón con el 'brick' de vino. Si vas a la plaza Mayor de día, no les vas a ver, porque están contigo en el centro cultural, en la Fnac, en los centros comerciales...”, explica Sandín.

A esto se suma que el perfil del sinhogarismo ha cambiado en los últimos años, según Víctor García, coordinador del centro. “Antes había más perfiles crónicos y castigados: ahora es más diverso. Mujeres mayores que deberían estar en la red de atención, con enfermedades mentales, solicitantes de asilo…”.

placeholder El equipo de Geranios, atendiendo un nuevo ingreso. (M. Z.)
El equipo de Geranios, atendiendo un nuevo ingreso. (M. Z.)

La puerta giratoria de la calle

Como no se las ha buscado en el sitio adecuado, tampoco ha habido hasta ahora recursos dirigidos a ellas. Y eso que, según los estudios, cuando llegan a la calle, lo hacen con un deterioro mucho mayor al de los hombres, con más enfermedades psíquicas o adicciones (un 93%), lo que las encierra en un círculo vicioso: “En la calle, van a ir teniendo más problemas de salud por la exposición y la imposibilidad de llevar a cabo tratamientos médicos, lo que a su vez hace más complicada su inserción en la sociedad”, considera Panadero.

Es el caso de Mariela, otra de las usuarias, que ha perdido la cuenta de por cuántas ONG y albergues ha pasado. “Vine de Uruguay con mi hermana en 2004 en busca de trabajo y desde entonces he estado de aquí para allá”. Ahora espera a que le den una ayuda a la dependencia porque una discapacidad le impide trabajar.

En la calle, tienen más problemas de salud por la exposición y la imposibilidad de llevar a cabo tratamientos médicos

En ellas se da más lo que se conoce como el 'fenómeno de la puerta giratoria'. Es decir, salen y entran de la situación de calle con más frecuencia que los varones, también porque sufren más precariedad y trabajos en economía sumergida que ellos, lo que las devuelve al asfalto o a un techo no deseado constantemente.

Por eso, en el centro para mujeres, cada una tiene un compromiso que es su plan de actuación para asegurar la reinserción y que sean ellas las que se comprometan personalmente: “El objetivo a conseguir varía mucho de una persona a otra. Para algunas puede ser simplemente que vengan a dormir y comer todos los días. Pero eso puede ser un mundo para alguien que igual lleva 20 años sin tener una rutina”, explica Luisa.

placeholder Mariela ha pasado por un montón de recursos hasta llegar a Geranios. (M. Z.)
Mariela ha pasado por un montón de recursos hasta llegar a Geranios. (M. Z.)

Este centro de corta estancia se complementa con otras de las medidas que quiere poner en marcha el área de Políticas Sociales del Ayuntamiento de Madrid. Por un lado, 350 plazas en pisos tutelados —compartidos e individuales— donde puedan normalizar una vida autónoma. Por el otro, el plan 'No second night out', que pretende evitar que una persona esté más de una o dos noches en la calle gracias al aviso de la ciudadanía y el Samur Social. “Es un programa que ya funciona en Londres con grandes resultados, y vamos a empezar a aplicarlo con las mujeres”, afirma Aniorte, que antes de ejercer en el cargo trabajó con esta problemática desde la Fundación Raíces y también en Solidarios.

Así, quieren cambiar el foco del tradicional modelo asistencialista a la intervención —“haciendo partícipes a las personas de su camino”—, aunque para Sandín, además de estas medidas, sería necesario incidir también en la prevención: “Hace falta coordinar recursos. El problema es que suele atenderse en función de la emergencia, que es normal, pero ahí la situación es ya desesperada y no en las fases previas que la evitarían. Sería tan sencillo como coordinar la red de violencia de género, prostitución o los desahucios para asegurarse de que esas personas tienen una alternativa habitacional”.

“Hace falta más conciencia”, considera por su parte Mariela, justo antes de irse a hacer cola con el resto de usuarias para almorzar, “que no les pase a ellos no es razón para que la sociedad nos dé la espalda, porque cualquiera puede acabar aquí. Y es muy duro”.

Pilar disimula las tragedias con un lápiz de ojos de color azul. Sonríe y hace bromas con los trabajadores sociales para olvidar que lleva cuatro de sus 61 años sin un techo propio. Es una “alcohólica retirada” a la que los malos tratos y un mal divorcio dejaron con lo puesto. “Yo tenía un restaurante en la calle Antonio López, pero las adicciones te hacen firmar cualquier cosa y aquí estoy…”.

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