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"Con la deriva feminista, a la mínima se acusa a alguien de machismo o heteropatriarcado"
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Entrevista a Félix Ovejero

"Con la deriva feminista, a la mínima se acusa a alguien de machismo o heteropatriarcado"

El Confidencial habla con el escritor, articulista y profesor de Ética y Economía de la Universidad de Barcelona. Ovejero no escatima en pensamientos y abarca con brillantez la actualidad

Foto: Félix Ovejero. (Fotos: Edgar Melo)
Félix Ovejero. (Fotos: Edgar Melo)

El calado de la fractura de Cataluña se observa con nitidez cuando se conversa con un intelectual como Félix Ovejero y, de forma recurrente, sea cual sea el asunto del que se habla, el independentismo se cuela por algún resquicio. Ese abismo, que es directamente proporcional al del hastío, ha modificado conductas y, por supuesto, relaciones personales. En un tribunal de las palabras, que hubiera enjuiciado el 'procés' independentista antes que el Tribunal Supremo, Félix Ovejero (Barcelona, 1957), escritor, articulista y profesor de Ética y Economía de la Universidad de Barcelona, hubiera dictado una implacable sentencia de culpabilidad. Y en el fallo explicaría que, siguiendo las pautas de John Austin, estaríamos ante un enunciado 'performativo desafortunado'; es decir, se pretendía hacer algo, pero no salió bien. Golpe de Estado en grado de tentativa, podría decirse, con términos jurídicos. Lo único bueno que tiene enfrentarse cada día al entorno más hostil, es que a partir de ahí cuesta muchísimo menos romper con todas las amarras de lo políticamente correcto. Félix Ovejero lo hace con brillantez y sin escatimar ni un pensamiento.

PREGUNTA. Ya que estamos en el inicio de la década de los años 20, empecemos por el marco general: la democracia misma. ¿Qué podemos esperar de los sistemas democráticos en una sociedad como la actual en la que un votante infantilizado puede ser fácilmente influenciable por los 'fakes' de las redes sociales?

RESPUESTA. El esquema fundamental con el que se diseñó el sistema democrático es que los ciudadanos, todos, pudieran elegir a los mejores, comprometidos con el interés público, para el gobierno. En gran medida, las redes sociales aceleran el proceso de infantilización de la sociedad, cada uno en su burbuja, escuchando el eco de su propia voz, pero permeable al populista que se le acerque y le prometa que el futuro será la gloria y que él no tendrá que asumir ninguna responsabilidad. Yo lo he denominado la 'paradoja de Juncker': sabemos cuáles son los problemas y cómo resolverlos, pero no vamos a ganar unas elecciones si lo contamos. [Jean-Claude Juncker, ex primer ministro de Luxemburgo y más tarde presidente del Eurogrupo, dijo: "Sabemos exactamente lo que debemos hacer; lo que no sabemos es cómo salir reelegidos si lo hacemos"].

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P. Mi sensación es que puede plantearse la necesidad, en apariencia contradictoria, de que las democracias tengan que defenderse de sí mismas. Defenderse del riesgo de que movimientos populistas manipulen el sagrado principio de la soberanía popular para socavar la propia democracia. Precisamente por eso, es fundamental consolidar la división de poderes y fortalecer el Poder Judicial. ¿No le parece?

R. Sí, completamente de acuerdo en eso. Una de las personas que más respeto intelectualmente, un sabio argentino, Ernesto Garzón Valdés, tiene un maravilloso libro que se llama 'Instituciones suicidas'. Las democracias han originado a lo largo de la historia instituciones y mecanismos legales para prevenirnos de nosotros mismos; ahora bien, no podemos ignorar que esas instituciones por su falta de porosidad respecto a procesos democráticos, también son permeables a poderes externos. Pensemos en un ejemplo que no tiene que ver con intereses económicos concretos, o de poder en sí mismo, sino simplemente de permeabilidad social: hemos visto cómo la presión social ha logrado influir en decisiones judiciales tras la movilización de algunos colectivos del movimiento feminista. La influencia ha sido clara y los jueces en sus sentencias han intentado buscar el punto medio de menor resistencia con respecto a esa opinión social.

La izquierda tiene mejores ideas que la derecha, pero no tiene un trato más honesto con su ideología

P. En este contexto de reivindicar un Poder Judicial cada vez más profesional, riguroso e independiente, ¿qué supone el nombramiento de la ministra de Justicia como Fiscal General del Estado?

R. Preocupante, pero no puedo decir que me sorprenda porque Pedro Sánchez, a mi juicio, ha perdido todo pudor, toda impudicia… La izquierda tiene mejores ideas que la derecha, pero no tiene un trato más honesto con su ideología. Lo que llamamos 'superioridad moral' de la izquierda viene precisamente de ahí, de la certeza, en algún sentido razonable, de que tiene mejores ideas y piensa que puede utilizar cualquier procedimiento para ponerlo al servicio de esas ideas, una convicción escasamente democrática, cuando menos. El último proyecto de la izquierda española, en este sentido, es profundamente reaccionario: invadir la independencia judicial y romper eso que llamamos España. Si hay algo genuinamente de izquierdas es el imperio de la ley, el poder de los que no tienen poder, no estar sometidos a la voluntad de un déspota, y tenemos un Gobierno en el que muchos de sus ministros defienden la arbitrariedad de los poderes del Estado.

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P. Cuando hablamos de que España está en peligro, ¿no se cae en un cierto fatalismo? Además de que llevamos mucho con ese temor, está el entorno europeo que nos protege…

R. Es que, a veces, pensamos en el concepto de romper España, por usar la vieja expresión, como si fuera un vaso que se rompe en pedazos, y no es eso. Se rompe España cuando se acepta que algunas instituciones, impunemente, ignoren las sentencias judiciales del Tribunal Constitucional; se rompe España cuando se tolera que algunos ciudadanos se vean obligados a vivir fuera de la ley sin que puedan reclamar sus derechos como los demás españoles. La ruptura de España es una formulación metafórica, aunque se intentó la ruptura literal con la declaración de Independencia de Cataluña.

P. Bueno, se lo decía porque mi confianza en todo esto es que, al final, el PSOE, como partido mayoritario de la izquierda, no va a hacer nada que esté fuera de la Constitución. Pero ya sé que hay quien piensa que es el PSOE el que ya no existe como tal.

R. Eso es lo que yo me temo. Los socialistas que conocí, que aprecio y admiro, ya no están ahí. Un partido político no es una esencia que persiste con independencia de sus mimbres. El PSOE se ha convertido en un partido de aparato formado por personas disciplinadas cuya formación principal es la de haber ingresado tempranamente en la estructura y con la ambición política como objetivo. No censuro ya lo de la experiencia laboral previa, que puede ser más o menos relevante, sino la falta de una cierta vertebración intelectual que los lleva a adscribirse a cualquier cosa. Como con esta deriva hacia el marxismo cultural, que ni es marxismo ni es cultural.

Los grandes valores de 'La Internacional', de universalidad y confianza en la ciencia y el progreso, se han pervertido

P. Es decir, que se reafirma usted en el diagnóstico de 'La deriva reaccionaria de la izquierda', que fue el título del libro que publicó hace un par de años.

R. Me reafirmo y me entristece haber sido premonitorio. Los grandes valores de 'La Internacional', de universalidad y confianza en la ciencia y el progreso, con un mercado embridado, se han pervertido para convertirlos en lo opuesto: una actitud reactiva y desconfiada con respecto al progreso y una mirada sospechosa de la ciencia y contraria a la libertad de expresión. Tanto me reafirmo, como hombre de izquierda que soy, que le avanzo que en febrero publicaré otro libro, continuación del anterior, 'Sobrevivir al naufragio'. Ya ve que sigo siendo optimista…

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P. Eso que usted llama 'deriva reaccionaria' también se puede ver como una 'deriva pegatinera'. Es decir, ante la incapacidad de la izquierda para dar respuesta a los grandes problemas de la sociedad, paro, trabajos precarios o vivienda, lo que hace es adoptar como banderas algunas reivindicaciones como el feminismo o el cambio climático, que son muy importantes, necesarias, pero no pueden sustituir a las más elementales. Y esos eslóganes, pegatinas, lo abarcan todo.

R. Sí, porque existe una condición de base. En la más tradición más genuina de la izquierda, la clase obrera, era el objeto revolucionario, por usar la terminología del viejo léxico, porque encarnaba la idea de universalidad. El ser humano se emancipaba a través de la clase obrera. El problema de la igualdad, por tanto, es básico en la izquierda y eso es lo que caracteriza a la tradición socialista, que cada uno pueda elegir su propio proyecto de vida. La igualdad, la fraternidad, engloban todas las demás reivindicaciones; la deriva consiste en convertir todo eso en palabrería que se utiliza como arma arrojadiza. A la mínima se acusa a alguien de machismo, de racismo, de heteropatriarcado… La taxonomía se dispara hasta la locura.

"El problema de la igualdad es básico en la izquierda y eso es lo que caracteriza a la tradición socialista, que cada uno elija su proyecto de vida"

P. Tengo que confesarle que me decidí a hacerle esta entrevista, hace bastante tiempo, cuando leí un artículo suyo con una formula matemática sobre la violencia de género: "La probabilidad de que un varón en España asesine a una mujer es de 0,0000061%. Quizá se vea mejor de este otro modo: una madre española tendría que tener de media 166.666 hijos para que al menos uno de ellos fuera uno de esos asesinos". Fantástico…

R. En realidad, citaba un libro de Pablo de Lora, 'Lo sexual es político', que es la mejor crítica, desde una tradición liberal e igualitaria, que se ha hecho a estas nuevas variantes del feminismo. Exactamente igual ocurre con el racismo; es la misma formulación que cuando se acusa a los extranjeros de cometer más delitos: se le atribuyen a cada uno de los miembros de un colectivo, como si fuera algo homogéneo, las características que con datos muchas veces distorsionados se le asignan a ese grupo. Una barbaridad que me jode mucho, porque es un desprecio del conocimiento y de la ciencia… Pero bueno, aquello que dice fue por una afirmación de quien hoy es presidenta del Senado, Pilar Llop, cuando era delegada del Gobierno para la Violencia de Género. Esta mujer, que es juez, dijo que "una democracia en la que la mitad de la población vierte violencia sobre la otra mitad, no es democracia". Todo esto es muy grave. Solo serían falacias que contaminan el debate cotidiano sobre este problema si no fuera porque, además, intimidan a buena parte de la población al seguir manteniéndolas como verdades absolutas.

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P. ¿Tiene alguna confianza en que este Gobierno solucione el conflicto independentista con una negociación con Esquerra dentro de la Constitución?

R. A ver, es que parece que le tengamos que agradecer que cumplan la ley y cumplir la ley no es un mérito, es una obligación. Es importante que nos detengamos en el marco general porque, en un Estado de derecho, la ley no se delibera ni se discute en el momento de su cumplimiento; la ley se ejecuta. Por eso la representación de la Justicia es una diosa que, junto a la balanza y a los ojos vendados, tiene una espada en la mano que simboliza el uso de la fuerza para hacer cumplir la ley. A partir de aquí, el problema no es darle una salida al nacionalismo porque el nacionalismo vive de los problemas que genera. Con el nacionalismo ocurre igual que con el sexismo o el racismo, son ideologías patológicas y tóxicas que hay que combatir, ni se comprende ni se pacta con ellas. Es, incluso, contraproducente porque cuando transmites la sensación de que todo es discutible, entonces ya estás perdido. Ese marco mental ya lo vivimos con ETA, el cumplimiento de la ley no se negocia.

"Llevamos 40 años pagando tributos al nacionalismo para aplacarlo y eso se tiene que acabar. Aplicación de la ley a quien se la salte"

P. Pero, entonces, ¿cuál es la salida? ¿No hay pragmatismo posible que nos haga salir de donde estamos?

R. Mire, desde que se inició el proceso judicial en octubre de 2017 y dejaron de sentirse impunes, ya se están negociando otras cosas, digamos más cautelosas. Ahora de lo que se habla es de pagarle un tributo a quienes se saltaron la ley, que ya le digo que es otro error grave porque no hará más que alentarlos a un nuevo camino hacia la independencia. Llevamos cuarenta años pagando tributos al nacionalismo para aplacarlo y eso se tiene que acabar. Aplicación de la ley a quien se la salte, como no puede ser de otra forma, y replanteamiento de algunas competencias, como Educación. O la lengua: ¿cómo es posible que la izquierda esté aceptando que la inmensa mayoría de los españoles no pueda venir a trabajar a Cataluña, en oposiciones laborales, por la exigencia arbitraria de hablar catalán por encima de la lengua de todos? Para los catalanes, el interés clientelar es absoluto, porque pueden jugar en esta liga y en la española, sin que los demás puedan competir. Eso, además, si pasamos por alto algo que siempre me gusta recordar, que si en Cataluña hay una realidad catalana ignorada es la del 70% de los catalanes que, en primera y segunda generación, proceden de otras partes de España, los más pobres. Y que el español es la lengua materna del 55% de los catalanes, frente al 31,6% que tiene el catalán. Que no, que no... La única salida es un compromiso de reconstrucción constitucional de los dos grandes partidos que hay en España, aprobando reformas electorales, imponiendo el interés general en la ejecución de las competencias autonómicas y suprimiendo el pernicioso mecanismo de incentivos económicos al nacionalismo. Lo contrario es lo que ya ha fracasado, agravándose tras cada cesión.

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P. Esta Navidad, un amigo catalán me decía, cabizbajo, que era la tercera Nochebuena que no podían cenar en familia porque el independentismo la había roto. ¿A usted le ha ocurrido?

R. A mí me ha pasado con algunas amistades, pero no con mi familia, porque procedo de una familia humilde, y no hay fractura alguna; somos de esos ‘ocupantes’ que decía Pujol que, ya ve, tenían el capricho de aceptar los trabajos más miserables y vivir en los barrios dejados de la mano de Dios. Otra cosa es en el mundo académico y en el de las amistades, como le digo. Muchos de mis amigos, Francés de Carreras, Albert Boadella, Félix de Azúa… todos esos están fuera de aquí, y no es por gusto y ganas. No es que te amenacen, pero la vida diaria se hace muy dura; vas al médico, por ejemplo, y no faltan los que no se bajan del catalán, algo que no es una broma, para nuestros mayores, sobre todo, entre las clases más humildes no acostumbradas a chistar a un médico, y si tienen un lacito amarillo, pues ya sabes, hasta a Pedro Sánchez le pitaron los propios médicos cuando fue a visitar a los policías. Esto es muy serio, sí, ir por los sitios pensando, me habrá reconocido ese, dirá algo…

P. Esto que se dice tanto de que las escuelas en Cataluña y la Universidad son fábricas de independentistas, ¿es tal que así, a su juicio?

R. En el caso de las escuelas, de los institutos, muy claramente. Hay un libro de Antonio Robles, 'Historia de la resistencia al nacionalismo en Cataluña', que lo vivió y lo cuenta muy bien. Ya con Pujol se tuvieron que marchar más de diez mil profesores y la tendencia ha seguido hasta la realidad actual en la que la inmensa mayoría del profesorado es independentista. Ayer mismo, leí en un periódico que en Tarragona el profesor les dijo a los alumnos, 'a ver, decid si sois independentistas, y el que no lo sea no sale al patio'. Y no crea que se trataba de un loco suelto, no, era el profesor de un instituto en el que los alumnos de Segundo y Tercero de ESO tuvieron que rellenar una encuesta en la que tenían que marcar con una cruz, en una escala de uno a cinco, hasta qué punto se identificaba con el movimiento independentista o no. En fin, que, por compensar, en el lado contrario lo que podemos ver, de diez años a esta parte, es que surgen focos de resistencia que no existían.

La apelación al sentimiento como argumento último es uno de los problemas de la izquierda

P. ¿Y usted se lo plantea? Irse de Cataluña y dejarlo todo…

R. Yo me iría mañana a Madrid o a Sevilla, si no fuera como soy… En fin, no sé… No es que yo represente nada, pero hay gente que no se puede ir porque cada vez que alguien se va tiene un efecto en gente que sí lo pasa más difícil, en pueblos de doscientos habitantes en los que no puede ni hablar si no es independentista.

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P. Bueno, pues para descomprimir, déjeme que le cuente un chiste políticamente incorrecto en varios sentidos: En una cafetería de La Rambla de Barcelona entra una independentista totalmente desnuda, se acerca a la barra y pide una caña. El camarero se queda perplejo mirándola y la chica le recrimina: ¿qué hace, es que no ha visto nunca a una mujer desnuda? Y el camarero, catalán, le contesta: 'No es eso, desnudas he visto a varias, pero lo que estoy pensando es con qué me va a pagar'.

R. Ja, ja, ja… Muy bueno. Lo de los chistes es curioso, muy sintomático: ahora todo el mundo se ofende. La apelación al sentimiento como argumento último es uno de los problemas de la izquierda. Y los sentimientos se deben valorar de acuerdo a que sean o no razonables y estén justificados; también invoca un sentimiento el que mata a una mujer diciendo 'la maté porque era mía'. No vale el sentimiento, es un asesinato. Como si yo me siento Napoleón, pues lo razonable es que me encierren. Con los chistes territoriales pasa eso, a la mínima se monta un agravio regional.

El calado de la fractura de Cataluña se observa con nitidez cuando se conversa con un intelectual como Félix Ovejero y, de forma recurrente, sea cual sea el asunto del que se habla, el independentismo se cuela por algún resquicio. Ese abismo, que es directamente proporcional al del hastío, ha modificado conductas y, por supuesto, relaciones personales. En un tribunal de las palabras, que hubiera enjuiciado el 'procés' independentista antes que el Tribunal Supremo, Félix Ovejero (Barcelona, 1957), escritor, articulista y profesor de Ética y Economía de la Universidad de Barcelona, hubiera dictado una implacable sentencia de culpabilidad. Y en el fallo explicaría que, siguiendo las pautas de John Austin, estaríamos ante un enunciado 'performativo desafortunado'; es decir, se pretendía hacer algo, pero no salió bien. Golpe de Estado en grado de tentativa, podría decirse, con términos jurídicos. Lo único bueno que tiene enfrentarse cada día al entorno más hostil, es que a partir de ahí cuesta muchísimo menos romper con todas las amarras de lo políticamente correcto. Félix Ovejero lo hace con brillantez y sin escatimar ni un pensamiento.

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