La familia de María Piedad busca nuevas pruebas para encontrarla 9 años después
Una gota de sangre, varias baldosas y un teléfono. Las pistas de María Piedad después de nueve años desde que desapareció en una cena de empresa en 2010
La familia de María Piedad se ha hecho a la idea de que ella nunca volverá. Es un proceso que aún duele y probablemente lo hará toda la vida. Los días de su madre se dividen entre malos y menos malos, lo que demuestra que vivir, a veces, puede sentirse como un castigo. Solo el hallazgo de alguna pista sobre su hija podría traer algo de alivio, porque el duelo permanece abierto. Para conseguirlo, dos criminólogos —una de ellos también es abogada, Iciar Iriondo— han revisado el sumario tratando de buscar algún mínimo resquicio que abra un hilo de esperanza.
Lo que vienen a contar las pesquisas, que se acumulan en cientos de folios, es que María Piedad, empleada de un supermercado en Boadilla del Monte y madre de dos hijos, acudió el 11 de diciembre de 2010 a la cena de empresa. La reunión con sus compañeros, llena de risas y conversaciones, se celebró en el restaurante El Rincón Castellano. Uno de los asistentes fue su expareja y padre de uno de sus hijos, Javier, un hombre aparentemente amable y cordial en público pero que en privado se convertía en controlador y celoso patológico. Él no pensaba asistir porque tenía otros planes, pero a última hora cambió de opinión. Eso sí, conciliador, preguntó a María Piedad si le importaba que acudiera. Ella no puso pega alguna, pero pidió en secreto a dos amigas que se sentasen a su lado, cada una por un flanco, porque no quería que él se arrimase.
Al salir del restaurante, todos se dirigieron a un karaoke de Boadilla del Monte a seguir la fiesta y luego a un local llamado Platinum. Allí, Javier sometió a María Piedad a una constante observación y control. Tan pendiente estaba de ella que sus amigos llegaron a comentar que su comportamiento fue desagradable y arisco. La joven no fue ajena a la vigilancia y confesó a unas amigas que estaba incómoda. Pero aquella noche, además, se produjo un incidente extraño e inusual: Javier solía controlar la ingesta de alcohol de María Piedad cuando eran pareja y salían juntos. Sin embargo, mientras estuvieron en el karaoke, él extrañamente le llevó una copa. Ella, no sin cierto desconcierto, la aceptó y, según relatan los testigos, poco después empezó a sentirse mareada, quizá demasiado para lo que había bebido.
Al salir del local, serían las 3:45 de la madrugada, Javier, con mucha labia y buenas maneras, aprovechó para convencer a todo el mundo de que él se encargaba de llevar a María Piedad al siguiente pub. Nunca aparecieron. Una amiga, preocupada, la llamó a las 4:06, pero no recibe respuesta. Cuatro minutos después, sí le entra un mensaje de texto. Es del exnovio. “Sorry, la he dejado en su casa”. Mentía, la posterior investigación de la Guardia Civil determinó que las antenas de telefonía móvil situaban al principal sospechoso de la desaparición en Alcorcón, en el polígono Ventorro el Cano. Durante aquella noche, estuvo tres horas ilocalizable.
Los investigadores sospechan que fue aquella madrugada cuando acabó con su vida privándola de aire, ya que en el coche no se encontró sangre
Los investigadores siempre sospecharon que fue aquella madrugada cuando probablemente acabó con su vida privándola de aire, ya que en el coche no se encontró rastro de sangre, y luego se deshizo de ella. El comportamiento de Javier a partir de ese instante es errático. No huye sino que hace vida normal. Eso sí, trata de tapar la desaparición de María Piedad. Su madre recibió un mensaje la mañana siguiente desde el teléfono de su hija en el que decía que iba a desayunar en Madrid y que iba a tardar en regresar. La preocupación al ver su cama vacía y sin deshacer se desvaneció. Mientras, Javier estuvo otras cuatro horas ilocalizable hasta que quedó a comer con una amiga sobre las 13:30. Ella contó que él le dijo que pensaba que María Piedad no quería estar con él porque sospechaba que había otro. La mujer cuenta que le notó triste y ausente.
Es muy llamativo que, la tarde del domingo, acude al supermercado en el que trabajaba, que estaba cerrado, para arreglar unas baldosas. La actuación extraña con la conexión y desconexión de las alarmas (extrañamente desconectadas desde las 00:00 del sábado sin razón aparente, salvo fallo) y su deambular por el centro, grabado por las cámaras de seguridad, son sospechosos. Pero lo más inquietante es que pasa dos horas y media en el interior del local cuando la tarea podría haberle llevado como máximo 30 minutos.
A él no se le puede preguntar porque se suicidó colgándose de una torre eléctrica en El Escorial. Lo único que se ha hallado hasta ahora de María Piedad es una gota de sangre. Se localizó en la zona del Palancar, a unos metros del río Guadarrama.
Desde entonces, no ha habido ninguna novedad sobre el paradero de María Piedad. Justo cuando se cumplen nueve años de su desaparición, la abogada de la familia ha hecho una serie de peticiones al juez instructor. Todas han sido denegadas. Ahora han recurrido a la Audiencia Provincial de Madrid. Si las rechazan, solo la fortuna, la que durante nueve años ha sido esquiva, será capaz de dar una alegría a la familia de María Piedad. Lo que se pide no es complicado. Se pide que se analice la jeringuilla hallada debajo del asiento del coche de Javier, también un pelo dentro largo adherido al uniforme de trabajo del sospechoso, que se identifique a las personas que aparecen en unas fotos debajo del asiento del conductor, que se averigüe a qué corresponden las 16 llaves que localizaron en un mosquetón y que también estaban en el interior del vehículo, que se permita el paso de un georradar en el centro comercial por si Javier hubiese podido esconder algo bajo el suelo. “Después de estudiar el sumario”, apunta Iciar Iriondo, “no descartamos que haya un tercer implicado de forma directa o indirecta, incluso sin conocer los propósitos de Javier, y además ha surgido un nuevo testigo, al que queremos tomar declaración”. Todo lo que sea por no dejar en manos de la fortuna el paradero de María Piedad.
La familia de María Piedad se ha hecho a la idea de que ella nunca volverá. Es un proceso que aún duele y probablemente lo hará toda la vida. Los días de su madre se dividen entre malos y menos malos, lo que demuestra que vivir, a veces, puede sentirse como un castigo. Solo el hallazgo de alguna pista sobre su hija podría traer algo de alivio, porque el duelo permanece abierto. Para conseguirlo, dos criminólogos —una de ellos también es abogada, Iciar Iriondo— han revisado el sumario tratando de buscar algún mínimo resquicio que abra un hilo de esperanza.