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“No soy ni alta ni joven, pero el Chicle me asaltó como a Diana”
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rosa, testigo en el juicio

“No soy ni alta ni joven, pero el Chicle me asaltó como a Diana”

El episodio ocurrió unos ocho meses después del asesinato de Diana Quer. Fue después de que detuvieran al Chicle, un día viendo la televisión, cuando Rosa reconoció a su asaltante

Foto:  Rosa y su marido, Trino. (N. A.)
Rosa y su marido, Trino. (N. A.)

Cuando Rosa habla de la vida, es una mujer alegre, dicharachera, de sonrisa ágil y voz segura. Nadie diría que desde hace más de dos años le persigue un trauma. Sin embargo, en el momento en que le pides que relate su experiencia con José Enrique Abuín, recoge el cuerpo, las manos le tiemblan y la voz pierde su ímpetu. Lo mismo le pasó hace días, cuando tuvo que declarar como testigo en el juicio por el crimen de Diana Quer.

“Se ha hablado mucho del perfil de chicas que le gustan al Chicle, que si morenas, altas, jóvenes y de pelo largo. Yo tengo 52 años y no tengo un cuerpo bonito. No encajo en el perfil que se está contando, pero creo que está equivocado. A ese hombre le vale cualquier mujer. Le da igual. Es más una cuestión de oportunidad”, razona Rosa con lógica. De hecho, durante el juicio, Somoza, el amigo de Abuín, afirmó: “A él le gustan todas”. Luego ya explicó cuáles eran sus preferencias cuando rodaban juntos por las discotecas, las casas de lucecitas, o los recreos de los institutos.

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Regresando al testimonio de Rosa, ella recuerda que había terminado de trabajar en un domicilio de un pueblo a cuatro kilómetros de Ourense. Salió a la calle y caminó hasta una esquina donde había quedado en que su marido la recogería. La calle estaba tan vacía como un cementerio de madrugada: “Serían las siete y media de la tarde y acababa de anochecer. Yo estaba allí plantada con mi abrigo cuando por la carretera vi aparecer unos faros. Pensé que podía ser mi esposo, pero en cuanto se acercó me di cuenta de que era un Audi y que me había confundido. El coche de repente cruzó la carretera y frenó pegado a mis pies. Del interior salió como el rayo un hombre gritando: 'Ven, sube, lo vamos a pasar muy bien'. Aterrorizada, salí corriendo todo lo que daban mis piernas. Y él me perseguía. Entonces, de la oscuridad apareció una furgoneta. Vi mi salvación, Empecé a agitar los brazos y a pedir auxilio”.

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El Chicle debió pensar que la presa se le había escapado y que el conductor pararía a socorrer a Rosa. Por eso regresó corriendo a su vehículo y se escondió en su interior. No hubo suerte. La furgoneta no se detuvo. Rosa, al ver que el conductor no hacía caso de sus súplicas, llamó a su marido, Trino. “Yo casualmente estaba montándome en el coche para ir a recogerla. Descuelgo y me grita: 'Ven, corre, un hombre me quiere coger. Corre'. Salí como el fuego, pisando el acelerador a fondo”, cuenta el marido de Rosa.

Mientras, al Chicle le habían salido de nuevo los colmillos. Bajó del coche y comenzó a perseguir a Rosa sin parar de repetir: “Ven, lo vamos a pasar muy bien”. Estaba cerca de agarrarla cuando llegó Trino chirriando las ruedas. Abuín de nuevo se escondió en su madriguera. El marido de Rosa cruzó el coche en mitad de la carretera para que no pudiera huir, pero “dejé un hueco que daba a la tierra. Él en cuanto vio que mi mujer se subía en mi coche, aceleró, se metió unos metros en la tierra y luego regresó a la carretera. Yo quise perseguirle, pero mi mujer sacó la llave del contacto y no me dejó”, explica Trino. “Yo no quería, porque imagínate que lleva un cuchillo o una pistola, ese si quería llevarme, también es capaz de matarnos y yo me había salvado. No quise más”, se justifica Rosa.

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El nivel de estrés les impidió fijarse en la matrícula, lo que hubiera significado que la Guardia Civil habría podido rastrear al sospechoso. El episodio ocurrió a finales de marzo o principios de abril de 2017. Por ponerle un contexto, unos ocho meses después del asesinato de Diana Quer. Fue después de que detuvieran al Chicle, un día viendo la televisión, que Rosa reconoció a su asaltante: “En cuanto le vi, supe que era él. Su rostro se me ha quedado grabado de por vida”. La cara y las secuelas: “Tengo pesadillas, me cuesta dormir y cuando voy en el coche siempre llevo los pestillos bajados y evito quedarme sola porque me pongo muy nerviosa”.

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Cuando Rosa habla de la vida, es una mujer alegre, dicharachera, de sonrisa ágil y voz segura. Nadie diría que desde hace más de dos años le persigue un trauma. Sin embargo, en el momento en que le pides que relate su experiencia con José Enrique Abuín, recoge el cuerpo, las manos le tiemblan y la voz pierde su ímpetu. Lo mismo le pasó hace días, cuando tuvo que declarar como testigo en el juicio por el crimen de Diana Quer.

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