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Navarra difunde el relato de víctimas de abusos en la Iglesia: "El dolor no ha prescrito"
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LOS AFECTADOS: "PARA NOSOTROS, ES CURATIVO"

Navarra difunde el relato de víctimas de abusos en la Iglesia: "El dolor no ha prescrito"

El Parlamento publica en su web el audio de la sesión en que cinco miembros de la Asociación de Víctimas en colegios religiosos describen los presuntos abusos sufridos cuando eran menores

Foto: Pleno en el Parlamento de Navarra. (EC)
Pleno en el Parlamento de Navarra. (EC)

“Es posible que rompa a llorar. Lo siento”. La advertencia a modo de disculpas previas toma cuerpo a las primeras de cambio. Las lágrimas pronto quiebran la voz de Andoni al exponer el “drama que ha marcado mi vida”: los abusos que sufrió cuando tenía 12 años en un centro educativo religioso. Lo cuenta entre sollozos, derrumbándose por momentos, pero se siente “liberado” por hacer público su caso tras un silencio autoimpuesto que se ha prolongado durante más de medio siglo. Los abusos que sufrió han prescrito para la Justicia, pero su “dolor” —y el de “otros muchos” menores que sufrieron prácticas similares— “no prescribe nunca”, alza la voz. En su caso, no le motiva el deseo de “venganza”. Tampoco habla movido por obtener un dinero que, en su caso, rechazaría por ser “sucio”. ¿Por qué entonces? “Solo quiero sanarme y estar bien con los míos”, responde.

La de Andoni es una de las cinco voces de integrantes de la Asociación de Víctimas de Abusos en centros religiosos de Navarra que se escucharon hace un mes en el Parlamento de la Comunidad Foral en una sesión a puerta cerrada y que ahora la Cámara ha hecho pública por unanimidad de los grupos, y con el respaldo de los servicios jurídicos, en respuesta a la petición de los propios afectados de dar a conocer sus testimonios para avanzar en su reivindicación de verdad, justicia y reparación. El audio de la sesión de la Comisión de Relaciones Ciudadanas celebrada el 9 de octubre se ha publicado ocultando las alusiones a los centros afectados y a los religiosos que supuestamente cometieron los abusos para “no vulnerar la legislación vigente en materia de protección de datos y del derecho al honor”.

Foto: Un cardenal de la Iglesia católica se retira de la misa que acaba de oficiar. (EFE)

Aunque, a nada que se escarbe, los nombres de los centros se pueden conocen a raíz de la denuncia pública en la que lleva inmersa desde principios de este año la Asociación de Víctimas de Abusos en centros religiosos, que integra en la actualidad a nueve personas. En Navarra, son 18 las denuncias de presuntos abusos sexuales en colegios religiosos cometidos entre los años 50 y 70. Pero, como advierte el presidente de este organismo, Jesús Zudaire, esto “solo es la punta del iceberg”, ya que únicamente el 2% de los abusos acaba en denuncia. “Difundir lo que nos hicieron sería tremendo”, proclamó hace un mes en el Parlamento en un intento de hacer frente a la “doble victimización” que padecen a día de hoy las víctimas, que deben sumar a los abusos sufridos de pequeños —la mayoría no superaba los 12 años— las acusaciones, silencios, desatenciones o desdenes que reciben transcurridos ahora más de 50 años desde los hechos.

Su deseo es ahora realidad y los testimonios al natural, con sus palabras, sus lágrimas, sus silencios, sus incomprensiones… están al alcance de todos en la web del Parlamento de Navarra. Como el relato del propio Zudaire, que sufrió abusos a los ocho años. Él era uno de esos 10-15 niños de una clase de 40-45 alumnos con los que el profesor se “encaprichaba” por ser “tímidos, retraídos, apocados y de familia humilde”, y a quienes obligaba a acercarse a la mesa tras hacer los ejercicios en la pizarra para, delante de todos los compañeros, "tocarnos los genitales y el pene, acariciarnos las nalgas e introducirnos el dedo por el ano", entre otras prácticas.

Jesús era uno de esos 10-15 niños de la clase a los que el profesor obligaba a acercarse a la mesa para, ante los compañeros, "tocarles los genitales"

Los abusos se prolongaron entre los años 1962 y 1966 entre la impunidad del colegio y porque los propios afectados “ya teníamos el sentimiento de culpabilidad fuertemente arraigado”. El “por qué yo” o “qué habré hecho mal” se había instalado en su interior mientras aumentaban las “palizas y las torturas” por su negativa a acercarse a la mesa durante las clases. Pero hubo más escenarios fuera de las paredes del aula. Caso, por ejemplo, de los vestuarios al término de gimnasia, donde el profesor “nos obligaba a levantar la pierna” cuando los niños estaban desnudos y “nos metía la mano por debajo con la excusa de comprobar si nos habíamos lavado bien”. Hay más prácticas y más escenarios, caso de los baños, pero los recuerdos y los sentimientos le golpean fuerte y "no puede seguir" con el relato.

Mariví no fue consciente de lo que había sufrido hasta que, a los 55 años, vio la película ‘La mala educación’, dePedro Almodóvar. “Sentí un escalofrío. Fui consciente y me dije: ‘Me han hecho eso a mí”. Entonces, irrumpió ese “dolor invisible” que la acompañaba desde que a los 12 años una monja del centro en el que estaba interna abusara de ella “a su antojo” por las noches en la cama durante un interminable año. “Empezó a besarme, a acariciarme, se metía en la cama y me apretaba fuerte contra ella”, relata. La “mente se cerró” ante la sucesión de esta escena y “el dolor lo oculté bajo siete llaves”. Hasta el punto de que hoy se ve obligada a realizar un “esfuerzo enorme” para sacar de la mente y poner palabras a los abusos sufridos.

Foto: Dos cámaras de vigilancia (CCTV). (Reuters)

Ella despertó, regresó a la vida, por una película. Andoni en cierto modo falleció en vida desde que vio otro filme, en este caso uno protagonizado por los hermanos Marx en el "balcón privado" de un cine al que fue invitado por un profesor, que se valió de la “oscuridad” para empezar a “tocarme” y “meterme mano”. Desde entonces, nunca ha querido ver una película de Groucho y compañía para no tener que someter la mente a una “imagen sucia”. En esa sala comenzó un calvario de más de dos años, cuando esa “sombra negra” se acercaba a él durante las sesiones de cine para "acosarme a oscuras" pese a que se protegía en vano entre sus compañeros. Pero hubo también sombras a la luz del día y en pleno periodo vacacional, cuando era llamado a “ayudar en la biblioteca” con el aval de su madre, que desatendía sus ruegos para no acudir al pasaje del “terror”. "No os podéis imaginar el miedo y el temor que sentía", espeta a los parlamentarios.

En su caso, el miedo es cosa del pasado, de hace más de 50 años, pero también del presente, ante la posibilidad de encontrar por la calle a su agresor, que “aún vive”. Otros de sus compañeros, en cambio, no se enfrentan a este temor por el fallecimiento de los autores de los presuntos abusos.

"Mi dolor no ha prescrito. Y lo terrible es que desde la congregación se nos diga que ninguno de nosotros tenemos el perfil de víctimas de abusos"

Con la voz quebrada, José Luis lee las líneas finales de la carta que su hermano Javier le dejó escrita antes de quitarse la vida tras serle diagnosticada una grave enfermedad para informarle de los abusos sexuales sufridos en el colegio religioso y que, como le deja constancia, "jamás podrías imaginarte". “Una mañana amanecí [en el cuarto] solo y desnudo. El padre estaba de rodillas sobre mí. Cuando me desperté, estaba todo mojado. De algo pegajoso. Eyaculaba sobre mí. Notaba un fuerte dolor en el ano y tenía mojada hasta la cara y el pecho. Se estaba aprovechando de mí. Nunca podré olvidarlo (...) Cada vez que me llamaba me orinaba en los pantalones y los niños se reían de mí (…) Solo pensaba en cuánto iba a durar (…)”, decía la misiva, que le "rompió el corazón en dos". La carta concluía con un emotivo mensaje: “No quiero ponerte triste, querido hermano. Lo siento mucho, porque sé que estarás llorando igual que yo ahora. No te imaginas cuánto pude echarte de menos (...) Creo que tú sabrás qué hacer con esta carta algún día”.

Lo que no pudo saber Javier en vida es que su hermano José Luis también sufrió abusos en el mismo colegio, del que él por fortuna pudo salir, si bien los tocamientos de “culo o genitales” que padeció durante “largos días” siempre se quedaron en silencio entre las paredes del centro. “Me llevó a su habitación, me desnudó, empezó a tocarme, a chuparme e intentó masturbarme. Tuvo que parar porque se acercó gente”, relata ahora sobre las prácticas de este "depravado". “Mi dolor no ha prescrito, ni tampoco el sufrimiento, ni la muerte de mi hermano”, asevera. Y lo “terrible”, denuncia, es que “desde la congregación se nos diga que ninguno de nosotros tenemos el perfil de víctimas de abusos”, en alusión a la respuesta de la Iglesia navarra ante los testimonios de la asociación.

Foto: Colegio Santa María la Real Maristas, en Pamplona. (Google Maps)

Marcos asegura que su caso es “leve” en comparación con el resto de sus compañeros, ya que únicamente se trató de tocamientos, los cuales se produjeron cuando tenía nueve años. “Nos metía la mano por aquellos ridículos pantalones cortísimos que estaban de moda, nos sacaba el pene y nos acariciaba delante de todos”, censura. Él no pudo contar lo ocurrido hasta cumplir los 60 años, cuando dio el paso de informar a su mujer. Luego fueron sus amigos íntimos los que conocieron los hechos y, ya este mismo año, sus hijos.

La “vergüenza” es el denominador común que, en esencia, explica la demora en sacar a la luz los abusos sufridos cuando eran menores —los casos denunciados han estado en silencio durante 40-60 años—. Vergüenza, pero también miedo a que nadie, ni su propia familia, les creyese o temor a “palizas” dentro de casa o a represalias a todos los niveles. Cuando no “culpabilidad”, “indefensión” e, incluso, “maltrato y humillación social”. Jesús Zudaire ha visto cómo algún allegado le ha reprochado por qué saca esto a la luz transcurridos 60 años. Contar lo sucedido, alega, “es muy curativo para nosotros”, ya que "algunos estamos destrozados por dentro". Ante la pregunta del por qué, José Luis desconoce de “qué manera exploté” pero sí es plenamente consciente de que “no podía más”. “Nunca jamás pensé que llegaría aquí”, celebra ante su presencia en el Parlamento de Navarra.

"No tenemos por qué pasar vergüenza, que la tienen que pasar quienes abusaron de nosotros y quienes les han amparado: el encubrimiento no prescribe"

Hay quien dentro de la asociación ha recibido anónimos “muy graves”. También quien tiene que afrontar el rechazo de antiguas compañeras de clase. Ante estas actitudes, los afectados reivindican su rol de denunciantes para impedir que el pasado prescriba. “Queremos pasar de la fase inicial de víctimas a una fase actual de denunciantes. No tenemos por qué pasar vergüenza, que la tienen que pasar quienes abusaron de nosotros y quienes les han amparado”, asevera Jesús Zudaire para reclamar que “no prescriba el encubrimiento” actual de las instituciones religiosas, que “tienen datos, archivos e información” y no actúan. "Esto es encubrimiento", remarca. En juego, asegura la asociación, está la verdad, la justicia y la reparación, pero también la no repetición de todas las conductas: “¿Qué harías si os enteráis de que vuestro hijo está siendo violentado de esta manera?”, plantea su presidente, que pide “por favor a todo aquel que haya sufrido abusos que lo denuncie”.

Éste es uno de los objetivos que se persigue con la publicación del audio de la sesión, que se ha difundido después de que la Mesa y la Junta de Portavoces aprobaran esta medida por unanimidad este pasado lunes una vez recibido el aval del informe de los Servicios Jurídicos del Parlamento sobre "el alcance y viabilidad de la solicitud de la Asociación de Víctimas de Abusos, así como sobre la responsabilidad, en su caso, de la Cámara al difundir el contenido de una sesión sin medios de comunicación en atención a la materia sensible sobre la que trataba".

“Es posible que rompa a llorar. Lo siento”. La advertencia a modo de disculpas previas toma cuerpo a las primeras de cambio. Las lágrimas pronto quiebran la voz de Andoni al exponer el “drama que ha marcado mi vida”: los abusos que sufrió cuando tenía 12 años en un centro educativo religioso. Lo cuenta entre sollozos, derrumbándose por momentos, pero se siente “liberado” por hacer público su caso tras un silencio autoimpuesto que se ha prolongado durante más de medio siglo. Los abusos que sufrió han prescrito para la Justicia, pero su “dolor” —y el de “otros muchos” menores que sufrieron prácticas similares— “no prescribe nunca”, alza la voz. En su caso, no le motiva el deseo de “venganza”. Tampoco habla movido por obtener un dinero que, en su caso, rechazaría por ser “sucio”. ¿Por qué entonces? “Solo quiero sanarme y estar bien con los míos”, responde.

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