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De la revolución de las sonrisas a la guerrilla urbana: los radicales mandan en Barcelona
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la huelga general acaba envuelta en llamas

De la revolución de las sonrisas a la guerrilla urbana: los radicales mandan en Barcelona

Las marchas pacíficas y los esfuerzos por mantener la 'revolución de las sonrisas' quedaron eclipsados por la peor noche de violencia desde que estalló el conflicto independentista

Foto: Barricadas durante la jornada de huelga de este viernes en Barcelona. (Reuters)
Barricadas durante la jornada de huelga de este viernes en Barcelona. (Reuters)

Dos manzanas, ocho minutos a pie según Google Maps, menos de 600 metros separaron ayer los dos mundos del independentismo catalán. En Gran Vía con Gracia estaba el de los últimos dos años: más o menos festivo, casi siempre pacífico, con niños y globos, con sus 'tietas' de gafas de pasta, sus tractores y sus jubilados con lazos en la solapa. En Laietana y Urquinaona estaba el otro, el que más asusta: radicales echando gasolina a los contenedores, lanzando cócteles molotov y despedazando adoquines para convertirlos en metralla contra la policía.

[Siga la última hora de los disturbios en Barcelona]

"La revolución de las sonrisas" y los discursos grandilocuentes; y el de los abertzales y su tsunami violento. El primero, numeroso como siempre, pero sin capacidad de sorprender ya a nadie. El segundo, cada vez más preparado y con energía para colapsar a tres fuerzas antidisturbios actuando juntas: las de los Mossos, la Policía Nacional y la Guardia Civil.

Después de cuatro noches de disturbios, cada vez más violentos, Barcelona amaneció ayer tranquila en su huelga general, llamada "paro de país". Era viernes pero parecía un domingo. La participación, muy por debajo de lo esperado, no consiguió paralizar la ciudad, aunque sembró dudas entre los turistas y mantuvo a muchos con el alma en vilo.

placeholder Manifestación en contra de la sentencia del 'procés' a primera hora del viernes. (Reuters)
Manifestación en contra de la sentencia del 'procés' a primera hora del viernes. (Reuters)

En el centro, donde campaban los estudiantes desde primera hora, había muchos negocios abiertos. En la periferia, alejada de las protestas, la excepción eran los locales cerrados. Los servicios mínimos aguantaron y quién quiso se movió por la ciudad en autobús o metro. Guarderías, colegios, oficinas, a media asta pero sin colapso, y con mucha gente trabajando desde casa para evitar desplazamientos y piquetes innecesarios.

La protesta comenzó bloqueando el acceso a la Sagrada Familia. Los independentistas se sentaron en la puerta buscando un lugar icónico y no dejaron que entrara ni saliera nadie. Fabián, turista, un argentino, estaba sorprendido. "La mujer de mi papá es catalana. Nos avisó de que podría haber problemas por el fallo judicial, pero nos dijo que el viernes ya no habría nada. Obviamente calculó mal". Fabián estaba tranquilo: "Estoy acostumbrado a los quilombos".

Mientras los operarios del Ayuntamiento escondían los restos de la violencia del día anterior, el ambiente seguía siendo festivo a primera hora de la tarde. Llegaron seis columnas de todos los rincones de Cataluña y sus tractores. Un grupo de chavales bailaban en un remolque y los padres enfundados en esteladas paseaban por la revolución de las sonrisas a sus hijos. A las tres de la tarde, horas antes que en días anteriores, comenzaron los problemas.

Se empezaron a mezclar los varios ambientes de la revuelta independentista. Había chavales casi de instituto, con esteladas al cuello y cara descubierta, de granos y ligoteo, que bebían cerveza y disertaban, a veces de forma inconexa, sobre el fascismo. Luego la gente mayor, gentes que en muchos casos han abrazado el independentismo de forma tardía y que sienten que es ahora o nunca. Esos protagonizaron una gigantesca marcha como las de 2017: consignas independentistas, gritos contra el España y eslóganes a favor de la democracia y de lo que llaman "presos políticos". "España tiene la fuerza, pero Cataluña tiene la razón". "El único terrorista es el Estado fascista", se leía el viernes en unas pancartas.

La novedad son los grupos radicales entrenados para destrozarlo todo, algunos llegados de fuera, duchos en técnicas de guerrilla urbana

Todos esos ya estaban en el 'procés' pero la novedad, lo que cambia todo, es lo que empezó a despuntar a media tarde y fue creciendo en número y virulencia con las horas: hay grupos radicales entrenados para destrozarlo todo, algunos llegados de fuera, duchos en técnicas de guerrilla urbana, capaces de convertir una calle en un infierno en cuestión de minutos. Gente con casco de moto, la cara tapada, gafas de esquí o de soldador y generalmente vestidos de negro: esos se quedaron al margen hace dos años, cuando el Govern controlaba todo a través de ANC y Òmnium.

placeholder Un grupo de radicales durante los altercados que se han producido este viernes en Barcelona. (EFE)
Un grupo de radicales durante los altercados que se han producido este viernes en Barcelona. (EFE)

Si las noches anteriores las barricadas no ardieron antes de las nueve de la noche esta vez comenzaron por la tarde. En la zona cero de la revuelta, ardían contenedores que dejaban una negra columna de humo. Uno de ellos, en la calle Trafalgar, se descontroló inmediatamente. Era tan grande el fuego que amenazaba con saltar a los edificios. Algunos jóvenes se iban. "Se han pasado". Pero los antisistema dejaron pasar a los bomberos.

La protesta está organizada. Si llega una ambulancia, abren la barricada para que pase. Los bomberos son aplaudidos: los Mossos, temidos y golpeados. Los manifestantes tienen su propia asistencia para los heridos: los "sanitarios por la república", que vestidos con chalecos amarillos esperan en la retaguardia, donde van llegando los contusionados. Una chica con un golpe en un ojo y mareada es atendida y cuidada.

Los antidisturbios aguantaron durante horas en Laietana. El epicentro de las protestas ha ido moviéndose: El Prat, la delegación del Gobierno, la Consejería de Interior… y ahora era la jefatura superior de policía. Los radicales les lanzaban piedras y durante horas visitante quedaron atrapados entre los dos frentes. La situación estaba descontrolada y los Mossos recurrieron a su camión cisterna, una tanqueta comprada en 1994 que nunca habían usado y con la que dispersaron a los manifestantes. Cuando controlaron la plaza, los radicales se dispersaron por todo el centro. Tanto, que era difícil eludir los disturbios. Las sirenas, las carreras y el humo ocuparon todo el centro.

El ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, afirmó en rueda de prensa en Madrid que los violentos eran en realidad 400, a los que prometió aplicarles el Código Penal con dureza. No eran 400 sino muchos más. Corrían y en unos segundos con vallas y contenedores montaban una barricada. Algunos vecinos comenzaron a combatir la quema de contenedores. Un señor sacó la manguera desde el primero y comenzó a regar el fuego que prendía bajo su balcón: "Señor, ahorre agua", le gritaban.

Los Mossos son muy pesimistas con la evolución. Aunque en Barcelona ha habido protestas violentas en el pasado, con el 15-M, cuando cercaron el Parlament, no habían visto algo parecido. Nadie sabe cuánto puede durar la protesta. Los CDR consideran que van ganando, que los antidisturbios están cansados y sin relevo suficiente. El sábado llegan nuevos agentes enviados por Interior, que ayer autorizó a la Guardia Civil a actuar en el centro de Barcelona... y el 10 de noviembre hay elecciones.

Dos manzanas, ocho minutos a pie según Google Maps, menos de 600 metros separaron ayer los dos mundos del independentismo catalán. En Gran Vía con Gracia estaba el de los últimos dos años: más o menos festivo, casi siempre pacífico, con niños y globos, con sus 'tietas' de gafas de pasta, sus tractores y sus jubilados con lazos en la solapa. En Laietana y Urquinaona estaba el otro, el que más asusta: radicales echando gasolina a los contenedores, lanzando cócteles molotov y despedazando adoquines para convertirlos en metralla contra la policía.

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