La tercera noche de fuego y furia en Barcelona fuerza una tibia condena de Torra
Los disturbios se extienden por Cataluña y escapan del control de la Generalitat
La tercera noche de fuego y furia en Barcelona, la más violenta y organizada, en la que los manifestantes lanzaron ácido y cócteles molotov a los 'mossos' y cohetes al helicóptero de la policía, en la que cargaron directamente contra la Consejería de Interior y no contra un edificio del Gobierno central, forzó al fin una crítica de Quim Torra. Lo hizo a su manera, de forma tibia, culpando a infiltrados, pero el presidente catalán afirmó que "no se puede permitir esta actitud violenta". El independentismo oficial ve cómo la situación se le va de las manos y Torra está cada vez más solo.
Barcelona de día es más o menos la ciudad alegre de siempre. Pero desde la sentencia del 'procés' que condenó a los líderes independentistas, arde de noche. Cada día tiene su particularidad. El lunes, los manifestantes fueron convocados por el misterioso Tsunami Democràtic contra El Prat, un aeropuerto de AENA, una empresa estatal. El martes, cercaron de forma violenta la Delegación del Gobierno, que fue protegida de forma firme aunque contenida por los Mossos ayudados por la Policía. Todo iba contra Madrid.
Pero el miércoles, la protesta viró. Los CDR convocaron contra la Consejería de Interior del propio Gobierno catalán. Los Mossos ya no son la policía patriótica que merece flores como el 1-O. La concentración estaba convocada lejos de la consejería. Miles y miles de jóvenes embozados, vestidos de negro, pertrechados para la batalla, acudieron a la cita. Pero allí no había acción. No podía haberla. Apenas había coches de policía cerca. Los manifestantes tienen instrucciones precisas por Telegram que les indican dónde hay escombros para lanzarlos y les animan a dejar la mayoría de móviles en modo avión para que los líderes tengan cobertura de red de datos para comunicarse. Tienen hasta su propia asistencia médica: los sanitarios por la república, que van identificados para asistir a los heridos.
Así que una hora después de que empezara la concentración, la enorme columna de gente se lanzó hacia la Consejería de Interior. El objetivo es Miquel Buch, el consejero al que culpan de alinear a los Mossos con la Policía española los días anteriores, el cortafuegos hoy entre el Gobierno y Cataluña, el que oficialmente garantiza que los Mossos cumplen la ley. En cabeza van jóvenes antisistema seguidos detrás por independentistas más prudentes y curiosos.
En 2017, las manifestaciones las dirigían la ANC y Òmnium después de reuniones con el Govern. Estaban llenas de voluntarios marcando el recorrido a la gente mayor que las copaba. Dos años después, es otra cosa. Ya no hay gritos de "somos gente de paz" sino enmascarados con gafas de esquiar para protegerse del humo, con la cara tapada para no ser identificados y mayoritariamente vestidos de negro. "Llevamos siete años aguantando esta mierda", comentaba un joven.
Al llegar a Interior, comenzó pronto la carga, como el día antes ante la Delegación del Gobierno. Los manifestantes lanzaban piedras, bengalas, cohetes, petardos y hasta ácido y cócteles molotov a los 'mossos', según fuentes policiales. Furgones de la Policía Nacional venidos de otras partes de España asistían a la policía autonómica en calles paralelas. Estos antidisturbios parecen más nerviosos. No controlan el terreno. Pronto empezaron las cargas, las carreras, los gritos y los palos. Y con ellas, las barricadas. Los jóvenes rompían muros del parque para conseguir piedras que lanzar a los policías. Los 'mossos' hasta han desempolvado un viejo cañón con agua comprado en los noventa que nunca habían usado.
🚨#ULTIMAHORA
— Unió de Mossos per la Constitució (@UMCmossos) October 16, 2019
Después de exigir el camión de agua que tenemos los @mossos, parece que se estrenará en la manifestación convocada a las 19:00 por los CDR en Gran Vía con Marina, #Barcelona. pic.twitter.com/mTCy7IQHu9
Al verse dispersados y repartidos por buena parte del Eixample, los radicales comenzaron a quemar los contenedores de cada esquina para formar barricadas en mitad de las calles. La protesta se expande y ocupa una parte muy grande del centro de la ciudad, de forma que en la cuadrícula muchas esquinas arden. No hay que buscar los disturbios, cualquiera los encuentra. La noche del miércoles, llegaron a arder coches, edificios y bicicletas del servicio municipal.
Desde las ventanas, algunos aplauden con esteladas y otros miran en silencio. Pocos se oponen. Sí lo hizo en la calle Sicilia un hombre firme que, fumando un cigarro, se plantó delante del contenedor de su portal. "Mi barrio no se quema. Este contenedor no se mueve", afirmó en español con tono seco. Un miembro de los CDR con la cara tapada se encaró con él. "Quítate la máscara", le dijo el resistente. Y el otro se fue. En otra esquina, dos mujeres con barreños intentaban apagaban los contenedores que ardían ante su portal. Una chica independentista recriminaba que incendiaran contenedores. "¿Que te preocupa ahora el cambio climático?", le respondió uno con sorna.
Los reflejos de las sirenas provocaban estampidas. A veces eran ambulancias, y entonces los manifestantes quitaban momentáneamente las barricadas formadas con contenedores, señales de tráfico y cualquier cosa que hubieran pillado. Con el martes, la protesta prendió y llegó al paseo de Gracia, una arteria turística. Durante horas y como un acordeón, iban y venían los CDR y los furgones de los Mossos y la Policía a toda velocidad. Los agentes disparaban salvas y pelotas de foam para dispersar a los manifestantes, pero en las anchas calles del centro estos salían corriendo y prendían más allá. La situación era extraña: en una calle, uno podía estar en una terraza tranquilamente y ver pasar por la perpendicular columnas de 'mossos' persiguiendo manifestantes embozados. La guerrilla urbana de Barcelona tiene ya su propia coreografía.
Felipe, gerente del bar Yagüe, pronosticaba que la noche iba a ser larga pero no eterna: "Ya se cansarán". Un camarero discrepaba: "No van a parar hasta joder toda la ciudad". Algunos bares, como el Schultz, cerraban cuando llegaban los golpes con los clientes dentro y reabrían después de escuchar rebotar los proyectiles de goma en la persiana. En otros, como en el Madrid-Barcelona, los camareros grababan desde el ventanal a los que pasaba por la calle.
No fue solo Barcelona. Los independentistas informaban en sus redes de disturbios y cortes de carreteras en buena parte de Cataluña. Los estudiantes lograron parar la universidad y la Autónoma de Barcelona recomendó a sus profesores que excusaran la asistencia a clase y no pusieran exámenes. En Lleida, intentaron prender fuego a la delegación de Hacienda. En Tarragona, un CDR acabó en la UVI al ser arrollado por un furgón de los mossos. Las escenas más impactantes circulaban de móvil en móvil: un padre con su bebé en brazos huyendo de su casa por temor al fuego, pirotecnia contra una gasolinera en el centro de Barcelona...
La situación de violencia, nunca vista ni en los momentos más críticos de 2017, llegó a ser insostenible para el Govern. ERC intenta buscar una pista de aterrizaje aunque el presidente, Quim Torra, agradeció el lunes a los manifestantes que cercaran El Prat. Pero ahora se volvían contra la propia Generalitat. Así que, a medianoche, Torra compareció. De forma desangelada y culpando a infiltrados de las protestas, hizo algo parecido a una condena de la violencia. "No se puede permitir esta actitud violenta", afirmó. Fue lo máximo que dijo y no llegó a defender a los mossos. Pero es más que lo que había hecho por la mañana cuando se fue a una columna de las que avanzan hacia la ciudad para seguir alentando las protestas.
El independentismo catalán ha presumido durante años de ser un movimiento pacífico, una revolución de las sonrisas que podía asfixiar al disidente con buenas palabras. Pero en una semana ha mutado en algo más parecido a los chalecos amarillos y aparentemente fuera del control de los partidos y de las organizaciones que impulsaron el 'procés' y que movían a millones de personas como un solo hombre.
La situación no ha terminado. La ciudad teme que el viernes sea lo peor, cuando se junte la huelga general con la llegada de cinco columnas que marchan desde distintas partes de Cataluña para protestar contra la sentencia. Ante ese día, el Ministerio del Interior manda refuerzos, el Gobierno pide calma, las empresas planean cierres y cancelan eventos. La gran hoguera de Barcelona probablemente no ha prendido aún.
La tercera noche de fuego y furia en Barcelona, la más violenta y organizada, en la que los manifestantes lanzaron ácido y cócteles molotov a los 'mossos' y cohetes al helicóptero de la policía, en la que cargaron directamente contra la Consejería de Interior y no contra un edificio del Gobierno central, forzó al fin una crítica de Quim Torra. Lo hizo a su manera, de forma tibia, culpando a infiltrados, pero el presidente catalán afirmó que "no se puede permitir esta actitud violenta". El independentismo oficial ve cómo la situación se le va de las manos y Torra está cada vez más solo.
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