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Madrid y Mérida. Dos kamikazes, una tragedia y una historia de superación
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perdió un pie en el choque

Madrid y Mérida. Dos kamikazes, una tragedia y una historia de superación

El pasado domingo un kamikaze condujo 12 km en dirección contraria por la A-5 en Mérida y con las luces apagadas. El hombre, de 46 años, murió en el choque con Cristian. Esta es su historia

Foto: Cristian Martínez, en una foto cedida por la familia.
Cristian Martínez, en una foto cedida por la familia.

Domingo 15 de septiembre, hace una semana. No ha amanecido cuando el sonido de un tubo de escape raja la noche. El vehículo circula a toda velocidad en dirección contraria por la M-50 de Madrid. Es un kamikaze que juega con la vida de los ocupantes de los coches con los que se cruza. Al volante, el español Kevin Cui va sembrando el terror por la carretera. Aplasta el acelerador contra el suelo sin darle un respiro. Víctor López, un joven que acudía a trabajar, recibe de lleno el impacto de su asesino. Las asistencias médicas no pueden hacer nada por él. El kamikaze sobrevive con lesiones leves y, tras ser atendido, un juez lo manda a prisión provisional sin fianza.

Mismo domingo. El sol se ha puesto en Mérida. Otro motor ruge. Otro tubo de escape llena la oscuridad de revoluciones. Otro kamikaze va sembrando el pánico. Esta vez en la A-5, cerca de Mérida. Se trata de un hombre de 46 años que durante unos 12 kilómetros, como si estuviese en un videojuego, va buscando chocarse con los coches con los que se encuentra. Lleva las luces apagadas para que no le detecten. Su diversión acaba en seco cuando se empotra contra el vehículo de Cristian Martínez. El kamikaze fallece y su víctima queda atrapada, agonizando. Sobrevive de milagro. Le salva su extraordinario estado de forma y sus ganas de vivir. No sale indemne. En la carretera se deja el pie izquierdo. Esta es su historia. La cuenta Marisa, su madre:

placeholder Cristian en una foto cedida por la familia. (EC)
Cristian en una foto cedida por la familia. (EC)

“El domingo Cristian vino a verme a San Vicente de Alcántara, que es donde yo resido. Sobre las ocho me dijo: 'Mamá, me voy ya que mañana entro a trabajar a las cinco. Iré despacito', prometió antes de abrazarme, elevarme del suelo y besarme. A las nueve y media su novia me llamó: 'Cristian ha tenido un accidente', me avisó”. Con el paso de las horas Marisa se va enterando de lo ocurrido: “Tengo entendido que el kamikaze llevaba recorridos 12 kilómetros en dirección contraria. La Guardia Civil le dio las luces y lo persiguió pero no pudo pararlo. Hubo un montón de gente con la que se cruzó que llamó por teléfono a avisar. Por ejemplo, el kamikaze casi se lleva por delante a una consejera del PSOE de Mérida que iba con sus hijos en el coche. A ella le arrancó el espejo retrovisor. El cura de Mérida que vino a visitar a mi hijo al hospital me confesó llorando: 'Podía haber sido yo hija, acababa de evitarlo unos segundos antes'. A otra familia con niños pequeños les golpeó en una de las ruedas. Al kamikaze lo frenó mi Cristian” explica su madre. “Yo no paro de repetirle que es un héroe. Evitó que ese hombre embistiese a cualquier otro vehículo. Le podría haber tocado a cualquiera. Imagínate que se empotra contra un coche en el que va una familia con niños pequeños. Qué desgracia hubiera sido. Cristian fue el ángel de la guarda del resto de conductores”, asegura con la voz llena de emoción.

Marisa no ha querido preguntar a su hijo por el golpe, pero sí le ha escuchado contarle a los amigos, que no paran de visitarle en el hospital, lo que sucedió. “Él explica que iba detrás de un coche y que fue a sacar un poco el morro para adelantar y estamparse contra algo. No sabía contra qué había chocado porque el otro iba con las luces apagadas. No recuerda mucho más”.

"Al kamikaze lo frenó mi Cristian. Fue el ángel de la guarda del resto de conductores", dice su madre

Lo cierto es que tras el brutal impacto, el joven tuvo el aplomo de sacar el móvil y llamar al 112 para pedir ayuda. “¿Con qué se ha chocado usted?”, le preguntaron. “No lo sé, no he visto nada”, respondió. Al colgar, avisó a su novia para que no se preocupase si llegaba tarde. Cundió la alarma y los móviles de la familia empezaron a sonar. Una de las dos hermanas de Cristián logró contactar con él: "Cariño he tenido un accidente, no puedo mover las piernas", le confesó el joven alarmado. Los bomberos tardaron dos horas y media en rescatarlo del amasijo de hierros. Estaban angustiados porque veían que se desangraba, pero él les decía: “Tranquilos, estoy bien. Solo sacadme de aquí cuando podáis”.

Ya en el hospital, Marisa pudo verlo unos segundos antes de que le metiesen en la sala de operaciones. “Llorando me dijo: 'Lo siento Mamá. Yo no he sido. Te lo juro'. Él sabe que me pongo muy nerviosa y es muy protector conmigo. No quería preocuparme ni disgustarme y por eso se disculpaba, mi pobre niño. Al salir del quirófano el médico nos explicó que pensaban que no iba a salir adelante, pero que milagrosamente habían logrado estabilizarlo. La mala noticia era que habían tenido que amputarle el pie izquierdo un poco por encima del tobillo. A los tres días salió de la UCI y despertó. Le prepararon para darle la noticia. Les escuchó y no se lo creía. Entonces se destapó, miró el pie y no estaba. Lloró y se mareó. Pero ni una mala palabra ni una blasfemia”.

Cuando le pregunto a Marisa por sus sentimientos hacia el kamikaze responde segura: “Hoy en día no tengo espacio para odiarle, solo tengo hueco en mi mente y en mi corazón para preocuparme de mi hijo, para quererle, ayudarle a salir adelante y para pedirle a Dios que nos ayude. Además no quiero trasmitirle rabia y enfado. Solo positividad. Cristian tampoco siente odio. Solo está triste. Llora porque sabe que ha perdido su vida como la conocía hasta ahora. Él repite: '¿Por qué yo? No he hecho nada. ¿Por qué a mí?'". Otras veces le da el bajón y asegura: “No puedo más, no quiero seguir luchando”, pero enseguida se recupera. “Y los amigos le dicen: 'Vas a andar solo, pero si no puedes siempre habrá uno de nosotros que te lleve a hombros'. Yo le he prometido que le voy a conseguir el mejor pie del mundo. Un pie que se parezca tanto al suyo que no lo distinga”.

Cristian y Marisa son, sin duda, un ejemplo de positividad y superación.

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Domingo 15 de septiembre, hace una semana. No ha amanecido cuando el sonido de un tubo de escape raja la noche. El vehículo circula a toda velocidad en dirección contraria por la M-50 de Madrid. Es un kamikaze que juega con la vida de los ocupantes de los coches con los que se cruza. Al volante, el español Kevin Cui va sembrando el terror por la carretera. Aplasta el acelerador contra el suelo sin darle un respiro. Víctor López, un joven que acudía a trabajar, recibe de lleno el impacto de su asesino. Las asistencias médicas no pueden hacer nada por él. El kamikaze sobrevive con lesiones leves y, tras ser atendido, un juez lo manda a prisión provisional sin fianza.

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