El descuartizador de Alcalá que hizo pasar el ruido de su crimen por un hámster
El relato del casero y de otro de los inquilinos sirve para construir la anatomía de la desaparición de Daría, que fue asesinada y descuartizada por Manuel, quien ocultó el cadáver en un congelador
Susana, de 53 años, atenazada por la congoja, acude a la comisaria de Alcalá de Henares en Madrid. Está descompuesta. Lleva meses tratando de localizar a su hija Daría sin éxito. Es mayor de edad y la relación no fluye con normalidad, pero ni aun así se justifica su ausencia en Navidades. Son las de 2018. Susana sospecha que algo oscuro y peligroso envuelve la falta de noticias. No es normal. En las anteriores, las del 2017, nadie supo tampoco de Daría, ni siquiera su hermana. Entonces justificó aquel silencio en su juventud, pero dos Nocheviejas seguidas sin noticias solo pueden significar que algo le ha ocurrido.
Cuando los agentes le piden que relate los hechos, Susana se vacía: "Tenía un novio 20 años mayor que ella. Se llama Manuel. Se peleaban mucho. Él ha pegado, insultado e incluso ha llegado a encerrar a mi hija contra su voluntad, aunque ella jamás quiso denunciar. A Manuel se le iba la mano, sobretodo cuando bebía o cuando esnifaba cocaína, que era algo frecuente. Rompieron, pero pasado un tiempo acabaron viviendo juntos en una habitación de alquiler en Alcalá de Henares. He hablado con el casero, que vive en el mismo domicilio, y me ha dicho que el 8 de octubre de 2017, de madrugada hubo una fuerte pelea en la habitación de mi hija y que desde entonces nadie la ha vuelto a ver".
Sobretodo si nadie sabe nada de ella desde que discutió con su novio. Recelan de Manuel y le preguntan. Él se excusa con aplomo. Dice que no sabe nada, que ella se marchó porque conoció a otro y porque obtuvo un mejor trabajo en Madrid. Manuel acepta que los agentes entren a registrar su habitación, pero retrasó esta entrada excusándose: "Ahora no, que tengo que trabajar y no quiero que me despidan. En cuanto acabe os aviso", arguyó el exnovio de Daría.
Pasan las horas. Manuel desaparece. La sospecha adquiere tintes de dramática certeza. El juez instructor lo ve así y emite una orden de entrada y registro en la habitación. Los agentes encuentran un congelador en el baño. Lo abren y descubren a Daría descuartizada. Horas después detienen a Manuel. Se niega a hablar. Sin embargo, el relato del casero y de otro de los inquilinos sirve para construir la anatomía de la desaparición.
"Discutían con frecuencia", asegura el vecino de habitación y añade durante su declaración: "Ella le gritaba a Manuel que no valía nada. En octubre de 2017 tuvieron una pelea más fuerte de lo normal. Serían las 4.00 de la madrugada. Escuché gritos de los dos, golpes y la chica diciendo: '¡Vale ya!'. El perro que tenían ladraba nervioso. Me levanté cabreado y les aporreé la puerta. Algo dijeron, pero no les entendí. Así que fui a despertar al casero".
El relato del dueño de la casa explica la excusa que utilizó Manuel para justificar los ruidos y gritos que se escuchaban desde su habitación: "Me levanté y fui a la habitación de Manu y Daría. Mientras iba por el pasillo no escuché nada. Llamé a la puerta y pregunté si todo iba bien. Respondió él sin abrir: "Disculpa, es que se ha escapado el hámster y el perro ha comenzado a perseguirle porque se lo quería comer y se ha montado mucho revuelo, pero todo está bien ya". Al terminar de excusarse escuché un leve murmullo como si alguien quisiera decir algo pero tuviera la boca tapada. No le di más importancia. ¿Cómo iba a pensar que estaban matando a alguien?", se pregunta.
El casero y el inquilino duermen ajenos a la tragedia. Ninguno de ellos vuelve a ver a Daría. Desaparecer sin justificación alguna puede provocar suspicacias. Así que el dueño de la casa recibe un mensaje desde el teléfono de la joven en el que esta le dice que se va de su habitación porque ha encontrado un trabajo mejor en Madrid. El texto, repleto de faltas de ortografía, no corresponde a su forma de redactar, pero al casero no se le ocurre que alguien pudiera estar usando su teléfono para ocultar un asesinato y posterior descuartizamiento. Ni siquiera aventura un final trágico cuando la compañía del agua le avisa de que el gasto a partir de la discusión ha aumentado por cuatro, ni cuando se percata que el consumo de lejía entre los inquilinos se ha disparado.
Así lo explica todo el juez instructor en el auto que envió a presión provisional a Manuel Moreno Agudo, el ya conocido en prisión como descuartizador de Alcalá de Henares.
Susana, de 53 años, atenazada por la congoja, acude a la comisaria de Alcalá de Henares en Madrid. Está descompuesta. Lleva meses tratando de localizar a su hija Daría sin éxito. Es mayor de edad y la relación no fluye con normalidad, pero ni aun así se justifica su ausencia en Navidades. Son las de 2018. Susana sospecha que algo oscuro y peligroso envuelve la falta de noticias. No es normal. En las anteriores, las del 2017, nadie supo tampoco de Daría, ni siquiera su hermana. Entonces justificó aquel silencio en su juventud, pero dos Nocheviejas seguidas sin noticias solo pueden significar que algo le ha ocurrido.