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La mujer que luchó por la vida de su marido enfermo: "Yo no quería la eutanasia para él"
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La historia de Alberto y Cristina

La mujer que luchó por la vida de su marido enfermo: "Yo no quería la eutanasia para él"

El hombre resolvió, en cuanto se le diagnosticó ELA, que en esas condiciones no quería vivir, pero su mujer, agarrada a su amor y a sus profundas convicciones religiosas, se negó a colaborar

Foto: Varios ciudadanos se manifiestan en contra de la eutanasia. (EFE)
Varios ciudadanos se manifiestan en contra de la eutanasia. (EFE)

Esta semana Ángel ha ayudado a morir a su mujer, María José, que padecía esclerosis múltiple. Lo grabó en vídeo y después confesó su colaboración en una llamada a la policía. Probablemente hizo ambas cosas como estrategia de defensa, para rebajar su condena, pero lo cierto es que esta iniciativa ha reabierto, en plena campaña electoral, el debate sobre la regulación de la eutanasia. Del ejemplo concreto se quiere extraer una conclusión general. La opinión pública culpa al Estado de empujar a Ángel a cometer un delito, y según las encuestas, la mayoría de españoles quiere que los políticos den pasos a favor de legalizar la eutanasia. Ángel, dicen, ha cometido el mayor acto de amor y no se puede permitir que vaya a prisión. Pero en todo debate también crecen las opiniones contrarias. "El suicidio es cuando uno se rinde. La eutanasia es cuando se rinden los que te rodean", afirman otros que creen que hay bondad en la muerte.

¿Y si el enfermo quiere morir, su mujer se niega y le pide que siga luchando, pero los hijos están de acuerdo en acabar con su vida? ¿Qué debe prevalecer en ese caso, la vida o la muerte? ¿El dolor lo la esperanza? ¿El amor o la resignación? Esta es la historia de Alberto y Cristina.

El suicidio asistido de una mujer aviva el debate de la eutanasia en España.

Se enamoraron como adolescentes en el año 2011. Él tenía dos hijos y venía de un matrimonio fallido. Cristina le ayudó a recomponer los trozos de su corazón y a que volviese a latir con amor. Se casaron antes de acabar el año en régimen de separación de bienes, para, quizá, evitar susceptibilidades. Desgraciadamente, la felicidad no les duró mucho. A Alberto le diagnosticaron al poco tiempo Esclerosis Lateral Amiotrófica. Fue un golpe seco y duro en pleno estómago. De los que cortan la respiración. La enfermedad les obligó a, literalmente, replantearse la vida. A pesar de la medicación, el cuerpo de Alberto fue degradándose poco a poco. El hombre resolvió que en esas condiciones no quería vivir, pero su mujer, agarrada a su amor y a sus profundas convicciones religiosas, se negó a colaborar. Alberto no cedió en su empeño: en marzo de 2015 se negó a seguir con la medicación y después localizó a un médico de la Asociación Derecho a Morir Dignamente, que le prometió que le ayudaría a morir y cómo hacerlo para salir él indemne. El Confidencial ha accedido al sumario del caso de aquellos días de sombras, pactos secretos y una inyección letal. En esos papeles, que según fuentes próximas al caso duermen desde 2015 en un juzgado de Alcalá de Henares, consta por escrito el testimonio de casi todos los protagonistas. Este que sigue es el de Cristina, la mujer enamorada que se negó a participar en la eutanasia de su marido.

Alberto localizó a un médico de la Asociación Derecho a Morir Dignamente, que le prometió que le ayudaría a morir y cómo hacerlo para salir indemne

"Mi esposo me dijo un día 'No merece la pena vivir así. Prefiero morirme'. Fue el mismo día que dejó de tomar la medicación. Más o menos por marzo de 2015. En agosto su hijo Javier trajo a casa unos papeles de la asociación Derecho a Morir Dignamente (DMD). Escuché como Javi le decía a su padre que los de ese grupo ayudaban a morir a personas como él. Acudían a los domicilios, ponían una inyección y el corazón se paraba. A mi esposo le interesó mucho lo que le contó su hijo. Cuando se fue consultó en Internet, le gustó, se asoció y comenzó a pagar las cuotas. Un mes después alguien llamó a la puerta. Era un médico de la asociación. Dijo llamarse Fernando Marín Olalla, presidente de DMD Madrid. Este hombre explicó a mi marido que ellos ayudaban a las personas en su situación a morir con dignidad. Les ponían una inyección y, en un margen de entre doce y catorce horas, sufrimiento y vida llegaban a su fin. Me opuse. Soy profundamente católica y lo que aquel médico proponía iba en contra de mis principios. Además, también era una cuestión de legalidad. No sabía si estaba permitido en España, así que acudí a Monserrat, mi médica de cabecera, para que me ayudara. Le hice un relato detallado. Ella me prometió recabar información y me pidió que si Alberto tomaba la decisión de morirse le avisase inmediatamente".

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No tardó mucho en hacerlo. El marido de Cristina ansiaba morir. "Llama a Fernando, al médico, quiero hablar con él", le pidió aquella misma noche. "Me negué en redondo, pero él mismo contactó con el doctor y se organizó una reunión familiar", continúa su relato la esposa de Alberto. "En aquella visita estuvieron presentes el médico, Fernando, los dos hijos de mi esposo, Javier y Víctor, la novia de uno de ellos y Paloma, la hermana de mi marido. "Estoy muy mal. No puedo casi ni hablar, ni mover bien las manos", se justificó mi esposo. Interrumpí para matizar sus palabras. Dije que quizá exageraba para convencer al doctor de que le suministrase la sedación. Nadie me hizo caso.

El médico le preguntó: "¿Continúas dispuesto a seguir adelante con la sedación?" La respuesta de Alberto fue tajante: "Por supuesto. Quiero morirme y que sea este mismo mes, el día 21 octubre, si no te viene mal". "Así se hará", confirmó el doctor de DMD. "Vendré personalmente a pincharte. Será una dosis potente de Orfidal. Te prometo que no te dolerá nada. En media hora te dormirás y unas doce horas después se habrá cumplido tu deseo. En cuanto se haya muerto", dijo dirigiéndose a los familiares que allí nos congregábamos, "me llamáis, vengo y firmo el certificado de defunción, para que no haya sospechas". Al día siguiente desesperada regresé a la consulta de la médica de cabecera y le relaté lo sucedido. Me explicó que había averiguado que lo que pretendían hacer mi marido y ese doctor iba en contra de la Ley. "En cuanto acabe las consultas, me acerco a tu casa y hablo con él", me tranquilizó la médica.

Fernando Marín le dijo a Alberto: "En media hora te dormirás y unas doce horas después se habrá cumplido tu deseo"

Llegó por la noche, durante la cena. Preguntó a Alberto cómo estaba y él respondió que mal, que la vida significaba sufrimiento y que se quería morir. "¿Estás pensando en que un médico venga a sedarte?", le preguntó la doctora de forma abrupta. A Alberto no se le escapó que la visita se debía a que yo se lo había contado todo. "¡Eres una traidora! ¡En vez de ayudarme, me boicoteas!", me gritó. Le expliqué que la vida es un bien sagrado que no se puede quitar, que él podía seguir luchando, que yo le cuidaría siempre y que además iba contra la Ley, pero no quiso escucharme. La doctora antes de irse me dio la razón, pero a Alberto le importaba poco. En su horizonte solo estaba la muerte. Al quedarnos solos", continúa Cristina, "me dijo que estaba muy enfadado conmigo y que pensaba cambiar la fecha de la inyección letal. Le pedí que me dijera cuándo. 'Eso a ti no te interesa. Ya no voy a hablar más contigo de este asunto', me respondió".

Al día siguiente Alberto le entregó una hoja a su mujer que había escrito en el ordenador con las instrucciones que debía de seguir después de su fallecimiento. "No pienso hacerte caso. Te amo con locura, pero también sabes que soy profundamente católica y estoy en contra de la decisión que has tomado. No puedo continuar así. Estoy agotada. Me voy de casa", le plantó cara Cristina. "Pues vete y haz lo que quieras", le contestó él lleno de rabia.

"La doctora antes de irse me dio la razón, pero a Alberto le importaba poco. En su horizonte solo estaba la muerte"

Cristina sentía que era incapaz de parar a la muerte. Su marido quería abrazarla, sus hijos estaban de acuerdo y un médico, a pesar de sus protestas, estaba decidido a facilitársela y encubrirla después. Llamó a la médica de cabecera y le contó todo, incluso que le ocultaban la fecha del adiós. "Has hecho bien. No te preocupes de nada. Me encargo yo de denunciar los hechos", respondió la médica. "También pedí ayuda a María Jesús una psicóloga que trabaja como voluntaria en ADELA (Asociación Española de Esclerosis Lateral Amiotrófica). Ella me dijo que había hecho bien yéndome de casa. 'La decisión ya la ha tomado Alberto y no se puede hacer nada', me dijo antes de colgar".

"Dos días después", cuenta Cristina, "Javier me llamó para decirme que mi marido había fallecido y que se habían llevado el cadáver al Cementerio Jardín. Me hundí. No paraba de llorar. Al final aprovecharon que yo no estaba. Mi marido murió en mi ausencia", explicó a los agentes Cristina. Al día siguiente su cuerpo fue incinerado.

"Aprovecharon que yo no estaba. Mi marido murió en mi ausencia", explicó Cristina a los agentes

En el parte de defunción firmado por el doctor Fernando Olalla se puede leer: "Fracaso respiratorio" y como causa intermedia a la misma, "Bronconeumonía bilateral aspirativa y disfagia motora". También consta anotado: "No existe inconveniente para su incineración". A los agentes que investigaron el caso no se les escapa que de esta forma se eliminan todas las pruebas. La incineración impide hacer una segunda autopsia ni buscar la verdadera sustancia que le causó la muerte. Aun así, los agentes de la Comisaría de Alcalá de Henares acumularon las suficientes pruebas que no dejan lugar a la duda. A Alberto, lo sedaron con la connivencia de muchas personas y sobre todas ellas recaen cargos. Hay casi una decena de imputados de la familia de Alberto, incluidos sus dos hijos y Fernando Olalla de DMD. Esta misma semana una representante de la asociación negaba que ellos colaborasen en la muerte de ningún enfermo.

placeholder Fernando Olalla en una entrevista en Youtube sobre Derecho a Morir Dignamente.
Fernando Olalla en una entrevista en Youtube sobre Derecho a Morir Dignamente.

Sin embargo, Fernando Olalla ya ha sido condenado con anterioridad. Existe una sentencia fechada el 24 de mayo de 2016 en la que se le condenada a dos años de cárcel por la suma de los delitos "de cooperación necesaria al suicidio", otro en grado de tentativa y un tercero "contra la salud pública". Además de la inhabilitación para ser médico durante seis meses. Hay quien se pregunta, si los certificados de defunción estuviesen centralizados y digitalizados y se pudieran hacer una consulta por médicos que certificaron la muerte, e introdujésemos el nombre de Fernando Olalla en dicho registro: ¿Se encontrarían más personas a las que haya ayudado a morir a lo largo de toda la geografía española o estos son los primeros?

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Esta semana Ángel ha ayudado a morir a su mujer, María José, que padecía esclerosis múltiple. Lo grabó en vídeo y después confesó su colaboración en una llamada a la policía. Probablemente hizo ambas cosas como estrategia de defensa, para rebajar su condena, pero lo cierto es que esta iniciativa ha reabierto, en plena campaña electoral, el debate sobre la regulación de la eutanasia. Del ejemplo concreto se quiere extraer una conclusión general. La opinión pública culpa al Estado de empujar a Ángel a cometer un delito, y según las encuestas, la mayoría de españoles quiere que los políticos den pasos a favor de legalizar la eutanasia. Ángel, dicen, ha cometido el mayor acto de amor y no se puede permitir que vaya a prisión. Pero en todo debate también crecen las opiniones contrarias. "El suicidio es cuando uno se rinde. La eutanasia es cuando se rinden los que te rodean", afirman otros que creen que hay bondad en la muerte.

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