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Silencios, elipsis y nervios: solo Urkullu salva el desfile político en el Supremo
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Silencios, elipsis y nervios: solo Urkullu salva el desfile político en el Supremo

Muy pocos aguantaron la atenta observación a distancia corta en las declaraciones como testigos del juicio del 'procés'. Y eso que el abanico de representantes públicos fue amplio

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El salón de plenos del Tribunal Supremo, escenario donde se celebra el juicio del 'procés', se ha convertido esta semana en un desfile de políticos fuera de su medio natural. Como si de un zoo se tratara y gracias a la extensa cobertura de la vista oral, seguida por decenas de medios, retransmitida en las televisiones y ofrecida en 'streaming' por la web del CGPJ, todos han podido ver a sus servidores públicos lejos de la selva de la moqueta parlamentaria.

También como en un zoo, como tigre fuera de la jungla, los que desfilaron estos días por el antiguo Convento de las Salesas resultaron menos legendarios y mitológicos. Muy pocos aguantaron la atenta observación a distancia corta. El abanico de representantes públicos fue amplio. Los hubo del PP, de ERC, del PDeCAT, de las confluencias de Podemos, de la CUP, del PNV. Más allá de la relevancia de su testimonio para el procedimiento en el que se juzga, otra vez la misma palabra, a doce políticos, mostraron sus carencias y fortalezas.

No se trató solo de la solemnidad del lugar. También de la conciencia de participar en un proceso histórico. Muchos gestos nerviosos: echaron mano del vaso de agua que se coloca en la mesa frente a la que se sientan nada más ocupar sus posiciones, como Joan Tardà, o hablaron a la velocidad del rayo como Soraya Sáenz de Santamaría o dejaron de pestañear como Juan Ignacio Zoido. En el centro de un cuadrilátero, rodeados a su izquierda por las defensas, a su derecha por las acusaciones y de frente, en posición elevada, el tribunal. Siete magistrados con su presidente, Manuel Marchena, en el centro.

Foto: El expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont, tras finalizar un pleno en el Parlament. (EFE)

Eran testigos no justiciables, pero algunos lo olvidaron y se metieron en una defensa de su gestión que poco o nada aporta al procedimiento pero que desencadenó reacciones en la selva de la que vinieron. Hubo cosas incomprensibles, como la reticencia que mostró la antigua cúpula del Ejecutivo del PP a decir, en voz alta y clara, quién dio la orden de cargar en el 1-O y quien dio la de retirada por la tarde. Y por qué. Ese levantar la mano y decir: "fui yo". Y explicarlo. O en el empeño de Rajoy en negar tres veces a Iñigo Urkullu, el relator antes de que se escuchara la palabra.

El más compacto, sin lugar a dudas, fue el lendakari. Comparación odiosa, fue el único que actuó como lo que era, un testigo. Testificó, ofreció detalle, no se fue por las ramas y aportó su experiencia de aquellos días como protagonista de excepción, no se sabe si intercesor, hilo conductor, apagafuegos o mediador, la palabra maldita que negó Mariano Rajoy. Periodistas acreditados para el juicio comentaban lo fácil que resultó con él escribir la información. Bastó con entrecomillar y añadir 'dijo', 'aseguró', 'indicó'. Y poco más. Explicó con honestidad, fechas y hasta horas su intento infructuoso de resolver la ruptura.

El expresidente del Gobierno y su vicepresidenta también venían preparados pero no quisieron enseñar todas sus cartas y se notó. Esa fijación de 'no mojarse' en lo relativo al dispositivo policial y un discurso coincidente, común a los dos, que se basó en la idea, repetida, de que desde el Ejecutivo Central nunca se pensó en permitir un referéndum para liquidar la soberanía nacional y que se optó por el 155, a regañadientes, porque casaba mejor que otras opciones como el estado de sitio en el respeto a los derechos individuales. El más flojo del Gobierno anterior fue Zoido, testigo de última hora, que abundó en la extrañeza del "desconocimiento" patológico sobre los 6.000 efectivos que se enviaron a Cataluña.

El zoo se convirtió en realidad, con la actuación de dos exdiputados de la CUP que se retaron con Vox sin recordar el lugar en el que se encontraban

El zoo se convirtió en uno de verdad, con la actuación de dos exdiputados de la CUP que se retaron con Vox sin recordar el lugar en el que se encontraban. Tras negarse a responder a la acusación popular de los de Santiago Abascal, fueron multados con 2.500 euros cada uno y se arriesgan a una acusación penal por desobediencia. De forma más modosa, también Tardà y Gabriel Rufián trataron de contribuir al 'show'. Todo quedó reducido, como mucho a actuación de colegio, por obra y gracia del presidente Marchena. Tardà preguntó si tenía derecho a responder en catalán y dijo que el juicio "está inspirado en la venganza". Rufián que en Cataluña no hubo rebelión porque él merendó. Albano Dante Fachin se sentó, se declaró precario, habló del humo de su cigarro y se marchó.

Ada Colau y Domènech trajeron otra perspectiva menos crispada. Su testimonio sirvió para ofrecer la visión que se tuvo en esos días desde la 'equidistancia'. Ellos vieron un movimiento popular "hermoso", como lo calificó Colau y negaron la violencia en el 20 de septiembre. En la esquina del cuadrilátero, otro partido, Vox, también quedó chiquitito. Poco ruido salvo el que hacen sus representantes, en el doble papel de políticos y abogados, cuando pronuncian Generalidad en castellano.

El salón de plenos del Tribunal Supremo, escenario donde se celebra el juicio del 'procés', se ha convertido esta semana en un desfile de políticos fuera de su medio natural. Como si de un zoo se tratara y gracias a la extensa cobertura de la vista oral, seguida por decenas de medios, retransmitida en las televisiones y ofrecida en 'streaming' por la web del CGPJ, todos han podido ver a sus servidores públicos lejos de la selva de la moqueta parlamentaria.

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