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Señoría, Mundó tiene que ir al baño y Torra necesita que Junqueras le dé un abrazo
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Señoría, Mundó tiene que ir al baño y Torra necesita que Junqueras le dé un abrazo

Los abogados de los 12 acusados han preparado el juicio en dos dimensiones muy definidas y dirigidas a dos audiencias totalmente distintas: la técnica y la política

Foto: El presidente de la Generalitat, Quim Torra (fondo-2i), saluda a los doce líderes independentistas acusados en el juicio del 'procés'. (EFE)
El presidente de la Generalitat, Quim Torra (fondo-2i), saluda a los doce líderes independentistas acusados en el juicio del 'procés'. (EFE)

Algunos historiadores japoneses sostienen que Estados Unidos bombardeó Hiroshima y Nagasaki por error, por una traducción prejuiciosa de la palabra 'mokusatsu' tras el ultimátum de los aliados. El arranque del juicio del 'procés' se vivió ayer dentro de la Sala Segunda del Tribunal Supremo con la misma sensación de estar asistiendo a un malentendido de proporciones históricas que se nos ha ido de las manos.

Los abogados de los 12 acusados tuvieron la palabra durante toda la jornada y más que una defensa, desplegaron un ataque: argumentaron que no hay motivos para el juicio, que su celebración es incompatible con el Estado de derecho y que amenaza con tumbar la democracia española. Nunca hubo tumulto, ni rebelión, ni sedición ni malversación de fondos. Por no haber, ni siquiera hubo declaración de independencia. Los tecnicismos procesales —dirigidos a los jueces— se alternaron durante horas con frases grandilocuentes —dirigidas a la opinión pública internacional—. "Este juicio", pronunció Benet Salellas —ex diputado de la CUP en el Parlament— "es una derrota colectiva de la sociedad española".

El abogado de Jordi Cuixart, Benet Salellas.

Era la primera sesión de muchas y eso marcaba el tono. Protagonistas y público iban ocupando espacios de la misma manera que las familias enfrentadas por la herencia entran a un entierro: gente que se conoce, se ha apreciado y ha vivido tiempos mejores. Dejando a un lado a Jordi Cuixart, que no paraba de sonreír y sorprenderse al reconocer caras entre la gente, el ambiente era mejorable. A pesar de los techos diáfanos del Supremo, no había suficiente espacio entre los familiares de los encarcelados y la acusación popular de Vox, arropada por ciudadanos anónimos que madrugaron mucho para conseguir un espacio entre el público.

Foto: El banquillo del 'procés'. (EFE)

En los pasillos hubo sonrisas incómodas y miradas esquivas. Oriol Junqueras evitó varias veces saludar a Quim Torra, a pesar de los esfuerzos de este por captar su atención. El presidente de la Generalitat se sentó en primera fila, buscando el saludo y el contacto físico con varios acusados. Al acabar la jornada, logró abrazarse a los Jordis y le arrancó a Junqueras un apretón de manos cuando pasaba a su lado con mirada ausente, casi tirándole del brazo. A Santi Vila, mientras tanto, se le evitaba como si fuese el mismísimo Ortega Smith quien, por otra parte, estaba muy cómodo en su papel de némesis del lazo amarillo.

"Señoría, el señor Mundó necesita ir al servicio", interrumpió el abogado del 'exconseller' de Justicia al poco de arrancar la sesión vespertina. Carles Mundó salió con cara de apuro y se vio obligado a abandonar dos veces más la sala a lo largo de la tarde. Después confesó “problemas técnicos”. En su descargo hay que decir que no fue la única escena escolar. Aunque el público tenía prohibido entrar con teléfonos móviles a la sala, hubo quien lo logró y se le tuvo que llamar la atención. Torra cuchicheó bastante con sus compañeros de banco y se entretuvo un par de veces mirando los frescos del techo.

Quim Torra logró abrazarse a los Jordis y le arrancó a Oriol Junqueras un apretón de manos cuando pasaba a su lado con mirada ausente

La doble dimensión del juicio magnificaba la sensación de malentendido: la mayoría de los abogados combinaban los alegatos técnicos con los mensajes políticos, tratando de convertir el proceso en un juicio a la propia democracia española, una propuesta que gran parte de la prensa internacional compró hace ya algún tiempo y que va a marcar el balance final. Los corresponsales acreditados se mostraban más atentos a los detalles políticos y se fijaban en la marca de un crucifijo que estuvo hasta noviembre en la pared posterior de la sala. Según fuentes del Tribunal, es porque se está restaurando. Según el rumor extendido, se ha eliminado para que no refuerce leyendas negras.

Olga Arderiu, la abogada de Carme Forcadell.

La intervención más dilatada de la tarde fue con diferencia la de Olga Arderiu, defensora de Carme Forcadell, y una de las que más insistieron en advertir a los jueces españoles sobre el Tribunal de Estrasburgo y las organizaciones internacionales de derechos humanos. “Esta causa es política”, insistió. Manuel Marchena la animó a que abreviase después de que ella pusiese en duda su imparcialidad para presidir la mesa. El síndrome del miembro fantasma sobrevoló un par de veces la sala: hubo menciones implícitas y explícitas a Puigdemot y al resto de huidos.

A partir de la primera hora sin teléfono móvil, el público fue entrando en un trance hipnótico. Acostumbrados a las tertulias políticas, el tono respetuoso y el turno de palabra ordenado de los juzgados actúa como un taller de 'mindfulness'. Torra, por ejemplo, parecía más encogido de hombros de lo habitual. El último en hablar fue Pablo Molins, abogado de Santi Vila. Anunció que no iba a repetir los mismos argumentos que sus compañeros, subrayó que su cliente era diferente al resto y prometió que iba a ser muy breve. Esto último se lo agradeció todo el mundo. Eran casi las siete de la tarde y el jucio más importante de la democracia española se estaba empezando a hacer muy largo. Y eso que era solo el primer día.

Algunos historiadores japoneses sostienen que Estados Unidos bombardeó Hiroshima y Nagasaki por error, por una traducción prejuiciosa de la palabra 'mokusatsu' tras el ultimátum de los aliados. El arranque del juicio del 'procés' se vivió ayer dentro de la Sala Segunda del Tribunal Supremo con la misma sensación de estar asistiendo a un malentendido de proporciones históricas que se nos ha ido de las manos.

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