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Cuando el 'bullying' queda impune: "Mi hija va a clase con su agresora y nadie hace nada"
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FUERON ABSUELTAS DE LAS PALIZAS

Cuando el 'bullying' queda impune: "Mi hija va a clase con su agresora y nadie hace nada"

Luis y Raquel llevan años poniendo denuncias y llamando a todas las puertas para combatir el acoso al que se somete a diario su hija, sin éxito

Foto: Raquel y Luis en el salón de su casa con la carpeta donde guardan las pruebas de años de acoso. (M. Z.)
Raquel y Luis en el salón de su casa con la carpeta donde guardan las pruebas de años de acoso. (M. Z.)

Cuando María sale del instituto, siempre repite la misma rutina. Desde que baja del metro y hasta que llega a su portal (un trayecto de unos 10 minutos), va escribiendo a su madre por WhatsApp. Le cuenta cómo le ha ido el día y, sobre todo, por dónde va en cada momento. Pero una tarde de octubre del año pasado, ni siquiera eso evitó la agresión. Cuando Raquel, su madre, levantó el telefonillo para abrirla, oyó a María gritar al otro lado. Bajó los ocho pisos de escaleras de dos en dos y se encontró de frente con la acosadora de su hija desde que era una niña. A ella también la agredió. Tras conseguir zafarse y subir a casa, vio a su hija en el suelo, llorando y llena de arañazos (una vecina la había ayudado a entrar). Su acosadora había cumplido su amenaza, una vez más.

El juicio tendrá lugar dentro de dos semanas. Es decir, más de un año después. Pero este es solo uno de los acontecimientos que la familia de María (nombre cambiado) acumula en una carpeta rosa de la que está deseando deshacerse. "Siete años de terror" recopilando pruebas con las han intentado buscar amparo en la Justicia, una y otra vez. Tres cambios de colegio, informes médicos, siete denuncias, testigos policiales o la versión del propio colegio no les han servido ni para obtener una orden de alejamiento. "Nos sentimos impotentes, nadie nos ayuda, nadie nos sabe dar una solución. La ley del Menor solo protege a las acosadoras. Te dicen que son menores con problemas. Ya, pero al menor que está sufriendo no le ayuda nadie", se queja Luis, su padre.

Siete años de palizas e insultos

Su calvario empezó hace cerca de siete años, cuando María todavía estaba en el colegio y unas compañeras la tomaron con ella. La cambiaron de centro, pensando que así se arreglaría todo, pero las acosadoras se aseguraron de que no fuera bien recibida difundiendo rumores y manipulando a sus nuevos compañeros para que la aislasen. Especialmente tres tomaron el relevo. Sus padres se lo comunicaron a la dirección y la Policía se presentó un día para advertirlas de a lo que se enfrentaban si persistían en el acoso. Pero solo funcionó con una de ellas. Al pasar al instituto las otras dos continuaron con las agresiones y los insultos diarios. "Un día la encerraron en el baño. Entró una de ellas y dijo 'todo el mundo fuera' y se quedó mi hija sola. Fue abriendo las puertas a patadas hasta que salió como pudo. De película de miedo americana", recuerda Raquel en el salón de su casa.

Entró una de ellas en el baño y dijo 'todo el mundo fuera' y se quedó mi hija sola. Fue abriendo las puertas a patadas hasta que salió

El colegio activó un protocolo contra el acoso que, aseguran, nunca sirvió de nada. "Si ven que la situación es muy grave o te invitan a que te vayas tú o a la acosadora, pero no suelen abrir protocolos para que no estén en las estadísticas ni en ningún lado. Tiene que ser muy grave para que los echen", denuncia Luis.

Cuando acabó 2º de la ESO se produjo la primera agresión física en las fiestas del distrito madrileño en el que viven. Con ella vino la primera denuncia y la primera visita al Fiscal de Menores. "Ahí pensamos que se acababa, que se les iba a caer el pelo. La policía pasó todos los documentos del acoso, desde el primer informe del colegio. La respuesta del fiscal fue que para qué le habían mandado todo eso, que no iba a leerse el Quijote y que no iba a hacer nada porque lo del colegio había prescrito". Habían pasado dos meses desde la agresión y la forense que la atendió ese mismo día todavía encontró hematomas y secuelas de la paliza.

Sin ningún tipo de amparo, la situación no hizo más que empeorar. La policía se presentaba día sí y día también a la puerta del instituto porque amenazaban con pegarle a la salida. Solo echaron a una de ellas cuando también tuvo problemas con los profesores. El desgaste, sin embargo, iba más allá de las paredes del aula, con mensajes en redes sociales del estilo: "Para qué pegarte si puedo hacerte la vida imposible, que es lo que más duele".

A principios de este año se produjo el juicio por las denuncias que llevaban presentadas. La Fiscalía de Menores había cambiado y ahora pedían delitos contra la integración moral, por coacción, amenazas y lesiones. Pero al llegar la fecha del juicio las acusaciones más graves —contra la integridad moral y amenazas— desaparecieron. Eran también las que conllevan un delito continuado, y no hechos puntuales: la pared con la que se dan muchas familias que deciden denunciar el acoso. Las palizas aisladas prescriben, el acoso reiterado en el tiempo, no. Aun así, la mayoría de los juicios acaban como mucho en delitos leves.

Con la absolución pones al menor a los pies de los caballos, se ven impunes y se refuerzan

"La fiscal le hizo un interrogatorio a mi hija que parecía la abogada defensora: le rebatía todo, le preguntaba tres veces lo mismo… Que si la había provocado, que por qué iba a una discoteca si sabía que estaban… Y mientras estaba mi hija declarando las otras mofándose delante de la juez, con el móvil. Y nadie les dijo nada”, recuerda Luis. El pasado mes de mayo salió la sentencia: fueron absueltas de todos los cargos. No sirvieron de nada los testimonios de cinco policías, de la directora del colegio ni de dos médicos del Hospital Niño Jesús, donde estuvo mes y medio ingresada por trastornos derivados del acoso. Incluso las acusadas reconocieron algunos de los hechos. El fallo solo incluyó una de las agresiones, que había prescrito.

"Con la absolución pones al menor a los pies de los caballos, se ven impunes y se refuerzan", se queja su madre. De hecho, a los pocos días del juicio, una de las acosadoras proponía algo a su pandilla en un grupo de WhatsApp: "Hacemos un agujero de su tamaño, en el descampado del Sporting. Le damos un palazo en la cabeza y ya la metemos y la enterramos. Me pido darla el palazo. Nos ponemos plástico por todo el cuerpo y así no se nos cae nada. Lo hacemos a las 4 de la mañana. Nadie nos ve".

placeholder Captura de uno de los chats de las abusadoras
Captura de uno de los chats de las abusadoras

Pero su estupefacción no acabó allí. Cuando acudieron el día de la apelación, la fiscal de menores se sentó al lado de la abogada defensora. Los padres de María no se lo creían. "¿Cómo te explicas que la fiscalía, que es la que estudia el caso durante un año, tiene todas las pruebas, entrevista a todo el mundo, se ponga de parte de las acusadoras?", se pregunta Luis. Todavía están esperando el fallo. Tampoco les han concedido la orden de alejamiento, alegando que eso priva la libertad de las agresoras. María, sin embargo, no puede ir a una discoteca con sus amigas sin que la esperen a la salida, ni pasear por un centro comercial sin que la persigan los insultos.

Sufre de estrés postraumático y somatiza la ansiedad con dermatitis en los brazos, que solo desaparecen cuando está de vacaciones. Volvió a cambiarse de centro el curso pasado, esta vez en un barrio distinto, pero una de las agresoras pidió el traslado al mismo instituto. Se lo concedieron, porque sin una sentencia firme no pueden denegárselo. "Estamos en tablas, porque desde que denuncias hasta que tienes un fallo el acoso continúa y nadie te da soluciones. Te ves en un bucle del que no puedes salir y es un sinvivir. Con la violencia de género no puedes estar así tantos años y los síntomas que tienen los niños son los mismos: debería haber los mismos protocolos y una justicia más rápida", explica Raquel. Se han planteado incluso mudarse del barrio en el que llevan toda la vida.

Más de un millar de casos en 2017

El caso de la familia de María no es aislado. Víctimas y asociaciones llevan tiempo demandando una normativa más garantista hacia los agredidos y no hacia los agresores, que pasa directamente por reformar la Ley del Menor. "Pegar y agredir es casi gratis en este país", afirma María José Fernández, presidenta de la Asociación Madrileña Contra el Acoso Escolar. "Tenemos una ley que en su día podía valer porque antes les llevabas a juicio y se amedrentraban un poco, pero ahora mismo está obsoleta porque les da igual. Hemos tenido casos de 'ciberbullying' en los que la condena han sido 15 días de clase de nuevas tecnologías, ¿para qué, para que lo hagan mejor la próxima vez?".

Hemos tenido casos en los que la condena han sido 15 días de clase de tecnología, ¿para que lo haga mejor a la próxima?

En 2017, España superó por primera vez las mil víctimas por 'bullying' en un año. Concretamente 1.054 según una respuesta parlamentaria. Un centenar más que el año anterior y 164 más que hace un lustro. El teléfono contra el acoso, por su parte, ha detectado más de 12.000 posibles casos desde que se puso en marcha de 2016 (datos de mayo de 2018).

Sin embargo, a pesar del alarmante incremento de las cifras, con lo que más se encuentran las familias que deciden denunciar es con falta de protección y un muro en los juzgados. "Parece que es más fácil archivar que investigar e instruir. Algunos jueces archivan por la mínima, otros directamente sin explicación", denuncia Fernández.

Asociaciones y víctimas reclaman mejores protocolos, formación docente y ayuda psicológica

Por eso, reclaman en primer lugar que se pongan en marcha protocolos eficientes que vayan a la raíz del problema. "En el caso de la Comunidad de Madrid tenemos denunciado el protocolo desde el minuto uno porque es el colegio el que se investiga a sí mismo, cuando debería ser una entidad externa. Como suele ser un tocho de burocracia y supone sacar cosas del propio centro, lo que quieren es quitárselo de encima y no investigan".

También reclaman que haya más formación para este problema entre los docentes, que se realicen test anónimos de acoso en las aulas para detectar posibles casos, que se ponga en marcha un registro único de denuncias y que se facilite la educación a domicilio en los casos graves.

Fuera de las aulas, solicitan además que se subvencione ayuda psicológica continuada para las víctimas (la Seguridad Social solo contempla una visita al mes, insuficiente para los cuadros que presentan). Pero también atención a los agresores para erradicar el problema de raíz: "Un niño no es violento por ser violento, quizá hay problemas y carencias detrás y no las investigan. O un problema mental. La sociedad o a quien competa no se está haciendo cargo ni del que está sufriendo esto, ni del que lo hace. Y son los adultos del día de mañana", reflexiona Raquel.

Mientras sus padres cuentan su historia, María termina los deberes en su cuarto. Lo tiene todo decorado con pósteres del Atlético del Madrid y medallas y trofeos de Kenpo Kárate, deporte que practica desde los seis años. Nunca lo ha utilizado para devolver los golpes. En su lugar, canaliza lo que está pasando en un diario, que espera publicar algún día.

Cuando María sale del instituto, siempre repite la misma rutina. Desde que baja del metro y hasta que llega a su portal (un trayecto de unos 10 minutos), va escribiendo a su madre por WhatsApp. Le cuenta cómo le ha ido el día y, sobre todo, por dónde va en cada momento. Pero una tarde de octubre del año pasado, ni siquiera eso evitó la agresión. Cuando Raquel, su madre, levantó el telefonillo para abrirla, oyó a María gritar al otro lado. Bajó los ocho pisos de escaleras de dos en dos y se encontró de frente con la acosadora de su hija desde que era una niña. A ella también la agredió. Tras conseguir zafarse y subir a casa, vio a su hija en el suelo, llorando y llena de arañazos (una vecina la había ayudado a entrar). Su acosadora había cumplido su amenaza, una vez más.

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