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Esclavas sexuales extorsionadas con vudú: así son las redes de trata de africanas
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se multiplican los casos detectados en españa

Esclavas sexuales extorsionadas con vudú: así son las redes de trata de africanas

Tramas criminales se alimentan de la necesidad, el temor y la superstición de las mujeres de los estratos sociales y económicos más bajos de países con elevadas tasas de pobreza

Foto: ritual de vudú. (EFE)
ritual de vudú. (EFE)

Mercy (nombre supuesto) tiene 21 años y un hijo en su tierra natal, Nigeria. Llegó a Madrid engañada por una de las numerosas organizaciones africanas que actúan en España y que se alimentan de la necesidad, el temor y la superstición de las mujeres de los estratos sociales y económicos más bajos de países con elevadas tasas de pobreza, como es el suyo. Solo es una más de las centenares de mujeres atrapadas en una red de la que resulta casi imposible salir y que las esclaviza física y mentalmente. Hasta hacerles perder, literalmente, el alma. La muerte viviente es solo uno de los horrores de los rituales de vudú que sus captores emplean para aterrorizarlas y lograr así que acepten prostituirse hasta saldar la deuda adquirida.

Oficios policiales, autos y escritos fiscales, a los que ha tenido acceso El Confidencial, describen de forma detallada cómo actúan estas tramas que atacan, para enriquecerse, las defensas psicológicas de las más débiles hasta alcanzar su absoluta vulnerabilidad y sumisión. En uno de ellos, se explica, por ejemplo, cómo esta forma de esclavitud moderna obliga a las mujeres a someterse durante largos periodos de tiempo en una carrera sin fin para retribuir las cifras desorbitadas que se fijan para que recuperen la libertad y queden a salvo del 'juju', el rito mágico sobre el que gira todo este sistema de extorsión. Están obligadas a pagar con sus cuerpos, haciendo la calle.

Foto: Trabajadoras sexuales en el club Pascha en Salzburg, Austria. (Reuters)
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El temor psicológico se mezcla con el real. Las someten a todo tipo de malos tratos, coacciones y amenazas cuando se niegan a ejercer la prostitución o bien las secuestran o hacen daño a los familiares que dejan en Africa. Sus padres, hermanos, hijos. El ritual coarta su libertad y las deja completamente a merced de los miembros de la red que, además, las controlan en todo momento hasta que saldan las cantidades estipuladas como supuesto pago a los gastos ocasionados por el viaje hasta España, que ascienden a cifras que oscilan entre los 20.000 y los 65.000 euros.

"Las víctimas de estos rituales primitivos están absolutamente sugestionadas por los mismos y los compromisos que adquirieron toman un carácter trascendental o mágico. Temen incluso por la muerte de sus almas sin perder la vida. Muchas veces estos ritos son mucho más efectivos que las agresiones físicas en sus personas y en sus familias para evitar que escapen a el control", describe uno de los informes judiciales.

Los casos se han ido multiplicando en los últimos años y en ellos se evidencia que las armas para luchar contra esta plaga son escasas y poco efectivas, ya que siempre estas organizaciones van por delante de los esfuerzos que hacen los investigadores para desmantelarlas. "Se establece una lucha contrarreloj para dar la mejor atención posible a las víctimas aunque, a veces, el camino es largo y tortuoso y no está exento de obstáculos". "Nos damos una y otra vez contra la pared todos los días", describe Jesús García Alba, del Servicio de Protección a Víctimas y Testigos Protegidos de la Fiscalía de Madrid.

placeholder Fotografía de archivo de la Policía Nacional de la desarticulación de una organización que empleaba ritos vudú para explotar sexualmente a mujeres. (EFE)
Fotografía de archivo de la Policía Nacional de la desarticulación de una organización que empleaba ritos vudú para explotar sexualmente a mujeres. (EFE)

Este trabajador social con años de experiencia describe el proceso como una espesa telaraña que va envolviendo a las jóvenes, de entre 17 y 23 años, algunas menores, hasta inmovilizarlas. La mayoría de las veces no tienen recursos personales ni sociales, se encuentran aisladas y sin arraigo y es difícil por ello que puedan evadirse del control de la 'madame' o del tratante, a no ser que la Policía las detenga o contacten con alguna ONG que les ayude a iniciar el proceso para escapar.

Las organizaciones criminales las cosifican y usan como si de objetos se tratara y no las sueltan hasta que consideran que han "amortizado" su inversión. A veces ni siquiera entonces. De hecho no es infrecuente que escapen y vuelvan a ser captadas, bien por la falta de recursos bien por la presión ejercida por la trama sobre sus creencias, su familia o ambas.

La travesía del desierto

Todo comienza en sus aldeas de origen, donde, con la promesa de un trabajo remunerado en España como cuidadoras o trabajadoras domésticas, las chicas se prestan al viaje. Muchas veces son vendidas por personas conocidas o secuestradas y entregadas a estas redes de prostitución. El desplazamiento se inicia por tierra, en pésimas condiciones y atravesando el desierto. Las que sobreviven pasan a territorio nacional desde Argelia, Marruecos o Túnez en ferry -si disponen de pasaporte- o pateras cuando carecen de papeles. Otra de las vías de entrada son los aeropuertos. Un traslado en avión incrementa sensiblemente la "deuda", advierte.

A su llegada, las redes se organizan y las recogen y acompañan bajo la apariencia de falsas organizaciones de acogida. Solo una vez que se las ha trasladado a los pisos donde viven hacinadas descubren la realidad. "Si se rebelan, reciben palizas y se redobla la amenaza psicológica", explica Jesús, que incide en las enormes dificultades que supone la reinserción. El peligro de que vuelvan a caer en la telaraña es elevadísimo: carecen de los dos únicos instrumentos que podrian garantizarles la libertad, documentación de extranjería (permiso de residencia y trabajo) y la posibilidad de comunicarse en español. Es paradójico que, a personas que no tienen documentación ni recursos económicos, se les pida, por ejemplo, el pago de las tasas para tramitar la autorización de residencia. Si vuelven a lo conocido, al entorno en el que se mueven en España, caen de vuelta en la telaraña.

placeholder Imagen de archivo de un club de carretera. (EFE)
Imagen de archivo de un club de carretera. (EFE)

La fiscal Almudena Lastra, que coordina desde el servicio que dirige la protección de muchas de ellas, también habla de las dificultades que afronta en algo que define como una batalla diaria. Una de las bazas con las que cuenta es la posibilidad de ofrecer a estas víctimas la cualidad de testigo protegido si se deciden por denunciar a sus captores pero esta 'barrera' tiene nulos efectos fuera del territorio español y la escasa cooperación de los países de procedencia impide garantizar que el vudú o la agresión física no alcanzará a los seres queridos de las afectadas.

"Se han dado casos", explica, "en los que las nuevas amenazas, si no callan y vuelven al redil, las alcanzan cuando ya se encuentran en los centros de acogida". El mensaje llega a través de terceros cercanos en España. En los últimos meses ha disminuido la detección de este fenómeno en origen. La Comunidad de Madrid cuenta con una Comisión de Seguimiento de trata de seres humanos que se reune de forma periódica para tratar de atajar el problema. "Pedimos un esfuerzo de cooperación policial para acelerar la posibilidad de detectar a tiempo estos casos", solicita Lastra.

Madrid es, no obstante, solo la punta del iceberg. Suele ser el punto de llegada donde se 'coloca' a las mujeres para que se inicien en la prostituciones en polígonos como el de Marconi. Desde allí se da el salto a otros puntos del territorio y se desplaza a las mujeres a clubes de carretera donde continúa su aislamiento.

Mercy (nombre supuesto) tiene 21 años y un hijo en su tierra natal, Nigeria. Llegó a Madrid engañada por una de las numerosas organizaciones africanas que actúan en España y que se alimentan de la necesidad, el temor y la superstición de las mujeres de los estratos sociales y económicos más bajos de países con elevadas tasas de pobreza, como es el suyo. Solo es una más de las centenares de mujeres atrapadas en una red de la que resulta casi imposible salir y que las esclaviza física y mentalmente. Hasta hacerles perder, literalmente, el alma. La muerte viviente es solo uno de los horrores de los rituales de vudú que sus captores emplean para aterrorizarlas y lograr así que acepten prostituirse hasta saldar la deuda adquirida.

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