La española de la banda mexicana que secuestraba en ataúdes y cortaba dedos

La Guardia Civil ha detenido en Gijón a una fugitiva de nacionalidad española que presuntamente formaba parte de una peligrosa organización criminal asentada en México y conocida por secuestrar a ricos y encerrarlos durante meses en ataúdes con música a todo volumen hasta que sus familias accedieran a pagar un rescate. La arrestada, Isabel Mazarro Gómez de Santiago, llegó a España este verano buscando supuestamente refugio después de que su marido y cabecilla del grupo mafioso, Raúl Julio Escobar Poblete, fuera interceptado el pasado 30 de mayo por la policía mexicana cuando intentaba consumar una de sus extorsiones.

La detención de Mazarro responde a una petición de la Procuraduría General de la República (PGR) enviada a la Guardia Civil hace dos semanas. Tras asumir las pesquisas, los agentes localizaron una primera pista de la fugitiva en Alicante, pero su rastro se encaminaba posteriormente hacia Asturias. Allí, finalmente ha sido descubierta. Tras pasar a disposición judicial, ha quedado en libertad a la espera de que se ejecute su extradición a México, donde tendrá que sentarse en el banquillo.

Mazarro, de unos 40 años, está acusada de colaborar en la carrera delictiva de su esposo, Raúl Julio Escobar Poblete, un chileno que antes de dedicarse al negocio de los secuestros fundó en su país una organización terrorista de ideología marxista-leninista en contra de la dictadura de Augusto Pinochet. En ese grupo, autodenominado Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), Escobar era conocido con el nombre en clave de comandante Emilio. Él mismo terminó con la vida de un senador del régimen en 1991, secuestró ese año al hijo del director del diario 'El Mercurio' y, en 1996, dirigió un comando que utilizó un helicóptero para sacar de la prisión de alta seguridad de Santiago a cuatro camaradas.

En 2002, las huellas de Escobar aparecieron en una vivienda utilizada para esconder a la víctima de otro secuestro, el publicista brasileño Washington Olivetto, que había viajado a Chile para participar en un congreso. Olivetto fue liberado y Escobar huyó. La Interpol detectó posteriormente su paso por la localidad brasileña de Santana do Livramento, en la frontera con Uruguay. Sin embargo, no pudo ser detenido. A pesar de los esfuerzos de la Justicia por localizarlo, el terrorista revolucionario consiguió permanecer oculto hasta el pasado 30 de mayo.

Su detención estuvo acompañada de un macabro descubrimiento. Agentes de policía mexicanos lo localizaron en el municipio de San Miguel de Allende, en el estado de Guanajuato, cuando conducía una camioneta. Estaba siguiendo a un taxista al que otro miembro de su banda había pedido previamente que entregara un paquete. El destinatario del envío era el marido de la última víctima del grupo, Nancy Michelle Kendal, una jubilada de nacionalidad francesa y estadounidense que Escobar había raptado 79 días antes y por la que exigía un millón de dólares, unos 847.000 euros. En el paquete apareció un dedo meñique de Nancy. Escobar quería asegurarse de que el taxista le daba a su marido la prueba de vida, pero el conductor se sintió vigilado y avisó a la policía. Ahí terminó su huida.

Los agentes descubrieron luego que el comandante Emilio llevaba años instalado en México utilizando el nombre falso de Ramón Alberto Guerra Valencia y haciéndose pasar por un anodino empresario dedicado a la compraventa de inmuebles. Solo era una coartada. Su verdadero trabajo era el secuestro de inversores y jubilados extranjeros. A uno de ellos, el hostelero Carlos Xavier Araiza Torres, lo tuvo durante 10 meses en un pequeño habitáculo de nueve metros cuadrados, aunque gran parte de ese tiempo fue obligado a permanecer en un ataúd de madera. Para aumentar la tortura, la banda a la supuestamente habría pertenecido Mazarro, le ponía música a todo volumen durante las 24 horas del día. Los investigadores lo vinculan con al menos cinco cautiverios, entre ellos, el de Diego Fernández de Cevallos, un exsenador que desapareció en 2010 y que presuntamente estuvo siete meses en poder de la banda del antiguo terrorista chileno.

Mazarro también llevaba una vida aparentemente normal hasta que fue apresado su marido. Vivían en un enorme chalé de dos plantas con la fachada granate en la propia ciudad de San Miguel de Allende, junto a la mayoría de sus víctimas. Según han declarado vecinos del matrimonio a medios locales, Isabel se dedicaba a la venta de ropa y dedicaba su tiempo libre a la práctica de yoga. Pero su verdadero ocio era otro. Cuando su marido fue detenido, salió huyendo de México. La Guardia Civil la ha descubierto ahora en el norte de España cuando intentaba pasar desapercibida para eludir la acción de la Justicia. Antes de que su vida se cruzara con la del comandante Emilio, Mazarro regentó en España dos empresas dedicadas a la venta de productos textiles, Mambule Bazar SL y Peke Textile Import Export SL, ambas con domicilio en el centro de Madrid.