El puerto fantasma de Laredo de 80 millones: la "obra faraónica" de Revilla en Cantabria
El puerto de Laredo se ha convertido en la tarea pendiente del presidente cántabro, con sólo un cuarto de atraques ocupados, un rescate y acusaciones de impacto ambiental
El puerto de Laredo, l’harán l’harán.
Durante años, esta sencilla estrofa se repitió con ritmo burlesco por las calles y esquinas de Laredo. Recogía los anhelos de un pueblo pesquero de Cantabria por un puerto donde sus barcos dejasen de encallar; donde el bonito y los bocartes pudiesen llegar a la lonja y los marineros a sus casas sin quedarse atrapados en la arena. Y entonces llegó Miguel Ángel Revilla, y lo hizo.
“Estoy más feliz que si Berlusconi me invitara a dar una vuelta con esas amigas por el mar”, dijo el presidente cántabro día de la inauguración en 2011, según recogen las crónicas de entonces. “Es la obra de mayor inversión regional de toda la historia para el mejor puerto pesquero”, remató. Sin embargo, seis años y 77 millones de euros después, el puerto sigue prácticamente vacío y a duras penas consigue alquilar los atraques de la inmensa parte deportiva, después de tener que rescatarlo porque la concesionaria acabó arruinada. A la vez, la parte pesquera, la que motivó la construcción, ya se ha quedado pequeña.
La crisis, el estallido de la burbuja, y las nulas ventas de amarres desinflaron las expectativas de convertir el puerto en referencia entre todos los de la zona, como el de Getxo o Santander. Más bien recuerda al aeropuerto de Castellón o al de Ciudad Real, en versión marítima. “Fue como el cuento de la lechera”, coinciden muchos de los vecinos de Laredo, que fuera de la época estival, alcanza los 11.000 habitantes. Para colmo de males, en el otro lado de la bahía, en la vecina Santoña, muchos apuntan al puerto como causante del impacto ambiental que ha tenido sobre la zona, incluido su muelle. Esta es la historia de un puerto al que no le faltan temporales.
Sin espacio para la pesca
Antonio, veterano marinero de Laredo, aún recuerda cómo los barcos se quedaban encallados cuando llegaban cargados de bonitos porque el mar no tenía profundidad para atracar cerca de la costa. Como espectador de niño y después de formado pesquero, sufrió el viejo puerto en sus propias carnes, sobre todo los días que había que atracar fuera de casa, con la pérdida de dinero y descanso que suponía: “Siempre estuvimos pidiendo otro puerto, era una petición histórica”, recuerda.
Él se jubiló antes de que esa promesa se inaugurase, pero de vez en cuando se pasea por la lonja y charla con los marineros que no dudan en señalar el tamaño de su nuevo puerto: “Cuando vienen barcos de fuera o es temporada de bonitos nos quedamos sin espacio”, explica Marcos, uno de los patrones. “La lonja es una caja de cerillas, cuando llega la mercancía no nos podemos ni mover y con las maquinas es peligroso”, se queja Agus, un peón de carga y descarga. Desde la cofradía de pescadores, que gestiona el puerto y las ventas de la lonja, se muestran agradecidos pero dejan claras las limitaciones. “Obviamente el proyecto del puerto no se hizo pensando en la parte pesquera, no habría hecho falta tanta inversión para esto: nos falta el doble de espacio en la lonja y almacenes, la máquina de hielo es la más pequeña de la zona a pesar de ser la más nueva…”, asegura César Nates, su presidente.
A escasos metros de allí, en la parte deportiva del puerto, el ajetreo es muy distinto. Los amarres de madera se suceden unos a otros sin apenas barcos. Sólo algunos tienen flota atracada. Proceden de un traslado del club náutico local, que ha tenido que abandonar su enclave tradicional porque afectaba a las marismas protegidas de la zona.
Uno de los vecinos que han hecho la mudanza ha sido Alejandro Santamaría, que aunque reconoce las bondades de este nuevo puerto, echa de menos su antiguo amarre en el que pasaba las tardes en su catamarán en medio del mar: “Se ha hecho un puerto el doble de lo que necesita Laredo, esto no es Ibiza ni Marbella, aquí no hay tanta cultura de navegación de recreo”.
Salvo esta zona que ha ocupado ahora el club náutico (un 10% de atraques y otros edificios portuarios), después de que el primer concurso se declarase desierto sin ninguna oferta, el resto pertenece al Gobierno de Cantabria, que ha tenido que rescatar el puerto y lo está intentando relanzar. Entre ambas partes, sólo un cuarto está ocupado, unos 200 amarres. “Es el reto que tenemos en esta legislatura”, reconoce José María Mazón, consejero de obras públicas del gobierno de Revilla (Partido Regionalista Cántabro). “Se dice que fue una obra faraónica pero entonces tenía sentido porque la demanda era alta, ahora no lo haríamos tan grande”. Para su construcción, en 2006, el gobierno aportó 46 millones de euros y la concesionara, una Unión Temporal de Empresas (UTE) formada por FCC, Ascan y Caja de Cantabria (que luego se retiró), entregó 18 millones. A cambio recibieron 40 años de explotación.
Sin embargo, al puerto de Laredo se le acumularon los problemas nada más empezar. Un gran temporal se llevó parte de la construcción y debido a las intensas marejadas hubo que elevar la altura de los diques, lo que subió también los costes. Como compensación, permitieron a la UTE hacer más amarres hasta alcanzar los 859 actuales, aumentaron el tiempo de explotación a los 49 años y les permitieron subir las tarifas. En 2011 (tras cinco años de obras, dos más de lo previsto) se acabó de construir, pero los atraques, sumergidos en medio de la crisis, no se vendían.
“La parte deportiva llevó a la quiebra a la concesionaria, no pudieron compensar la obra con los amarres”, considera Mazón. Mientras, se produjo un cambio en el gobierno y fue el Partido Popular el que tomó el mando. “Les dejaron hundirse, no les ayudaron en nada porque era una obra del PRC”, añade.
Sin embargo, desde el otro bando del gobierno regional el discurso cambia. “A la concesionaria nunca le interesó poner en marcha el puerto, no hacían ni publicidad, querían el dinero de la obra y no explotarlo. Cuando llegamos al gobierno me encontré con una cuenta de compensación por la cual el PRC (Partido Regionalista Cántabro) iba a pagarles durante tres años la diferencia entre los ingresos esperados y los reales, algo que no era legal, porque en el pliego venía especificado que la obra se hacía a cuenta y riesgo de la concesionaria”, explica Francisco Rodríguez, ex consejero de obras públicas popular.
Sin ventas y sin ayudas, la concesionaria se declaró finalmente en concurso de acreedores y de nuevo con gobierno del PRC, ha sido rescatada en enero de este año con una aportación de 12,6 millones de euros, una decisión muy criticada por el resto del partidos menos el PSOE que gobierna en coalición, ya que consideran que debería haberse recurrido primero a la vía judicial ante posibles irresponsabilidades de la UTE. La concesionaria tampoco está satisfecha y ha anunciado que irá a los tribunales pidiendo hasta 33 millones.
“Cuando alguien personaliza las obras con nombres y apellidos, si llega otro gobierno no lo siente suyo y se desvincula. Es lo que ha pasado aquí”, considera Maria del Carmen García, concejala de Sí Se Puede en Laredo. El gobierno de Revilla no sabe aún si llevarán la gestión de manera directa como ha empezado a hacer o sacarán una nueva concesión para recuperar de alguna manera la inversión. “Lo estamos valorando todavía”, asegura Mazón.
A la concesionaria nunca le interesó poner en marcha el puerto, no hacían ni publicidad, querían el dinero de la obra y no explotarlo
Mientras, en Laredo, el puerto que ha sido escenario de luchas políticas durante una década sigue siendo comidilla de conversaciones, aunque cada uno tiene clara su opinión. “A mí me gusta, pero estamos esperando a que se llene para que traiga vida al pueblo”, explica Honorio, un exmarinero de bajura. “Es un atentado a la naturaleza”, opina Indalecio. “Yo no traigo mi barco porque es muy caro”, señala Ángel. “Si todo fuera estupendo, tendríamos la misma opinión, y si todo fuese un desastre, también. Así que ni una cosa ni la otra”, media otro vecino. “En Laredo la mayoría están contentos porque la inversión se ha quedado aquí pero habría que ver qué piensan el resto de cántabros de este puerto”, se pregunta la concejala de Sí se puede.
Impacto ambiental
Al otro lado de la bahía las simpatías por el puerto son muy diferentes. La rivalidad entre Santoña y Laredo es tan histórica como lo son sus leyendas: los primeros llaman tiñosos a los segundos por comerse una ballena que quedó varada en la playa y, dicen las viejas lenguas, les trajo tiña. Los segundos dicen que lo más bonito de Santoña son las vistas, que dan a Laredo.
Cuando abandonamos el restaurante, las olas nos pasaban por encima
Pero en este caso las críticas no parecen fruto de envidia ni de viejas rencillas. Muchos aseguran que desde que se construyó el macropuerto, las corrientes y dinámicas de la mar han cambiado. “En muy pocos años hemos visto unos movimientos que no se han visto en décadas: ha cambiado el oleaje, la altura de la playa, y hasta el marisco que hay en la zona desde que está el puerto”, apunta Carlos, un vecino santoñés de 42 años que hace surf en la bahía.
A falta de estudios recientes que determinen el impacto que ha tenido el puerto en la zona, no fallan las opiniones y valoraciones personales fruto de la experiencia y la observación. “Desde 2007, cuando se construyó el puerto hemos visto una gran aceleración de la erosión en una mitad de la playa y de una gran sedimentación en la otra, la más cercana al puerto, a un ritmo mucho mayor que lo corresponde a un proceso natural. No sabemos si ha sido consecuencia del puerto porque no hay estudios, pero sí que pasa desde entonces”, considera Clemente Resines, biólogo laredano de la asociación ecologista Bosques de Cantabria. También la asociación ARCA ha señalado al puerto como causante de la erosión del Puntal, una playa de dunas motivo de orgullo de los laredanos, y pidió un estudio independiente, sin descartar ir a los tribunales si se demostraban responsabilidades.
José María Mazón, el consejero de Obras Públicas, niega que esta erosión sea consecuencia del puerto: “Los estudios de impacto ambiental que se hicieron para la obra demostraron que no se perdía más de un centímetro de playa al año con el impacto del puerto”.
Pero a Silvino Clemente no le consuelan los estudios. Durante años, observó con impotencia cómo el mar se fue acercando cada vez más a su restaurante, El Barlovento, hasta que un temporal se lo llevó definitivamente en 2015. “Yo no soy ingeniero, pero estuve 42 años en ese restaurante y el mar nunca se había acercado así. Durante años nos dejamos un dineral en ir arreglando desperfectos, hasta que lo abandonamos cuando las olas nos pasaban por encima. Finalmente se lo llevó, no dejó ni una cucharilla y sé que el puerto fue el culpable”, explica en los restos del que fue su restaurante.
La superduna
Para remendar esos efectos de la erosión y el acercamiento del mar a la playa de Laredo que se llevó el bar de Silvino, el Partido Popular de Laredo mandó construir una gran duna artificial de dos millones de euros (pagados por el Ministerio de Medio Ambiente), que hiciera de dique frente a los edificios del Puntal en caso de temporal.
Más que arreglar, este elemento parece que ha sumado un ingrediente más a la polémica entre las dos costas y Mazón no duda en señalar a este invento como el culpable de las quejas sobre los cambios en la bahía, restando responsabilidad a su puerto: “Es la arena de la duna la que está entrando en el mar y anegando la zona”, apunta el consejero.
Si es por el puerto, por la duna artificial que iba a paliar sus efectos, o por una combinación de los dos, depende de a quién se pregunte, pero todos tienen claro los cambios en el mar que comparten y que ha tenido un perjuicio económico en Santoña, un pueblo eminentemente pesquero, con el puerto más importante de Cantabria. Para Jesús y Joaquín, dos marineros que acaban de desembarcar en Santoña para pasar el fin de semana en casa, el puerto vecino ha sido una “debacle”. “El año pasado nos quedamos varados una hora, ya sólo viene el que es de aquí o el que sabe cómo entrar para no quedarse atrapado en la arena”, señalan.
“A nosotros el puerto nos ha traído un gran prejuicio, muchos barcos ya no entran por miedo a quedarse encallados, o a tardar más en llegar a la venta”, cuenta Miguel Fernández, presidente de la cofradía de pescadores de Santoña. “Aquí el que antes descarga más valor saca a la pesca. Un mismo pescado como el bocarte (boquerón) puede venderse por cuatro euros el kilo a las 8 y a 0,90 al mediodía. Así que si no pueden entrar pronto, se van a otro puerto. Y encima se van al puerto de Laredo”, se lamenta Miguel Fernández, presidente de la cofradía de Santoña. “Yo no digo que se tire el puerto, pero que necesitamos que se drague más en nuestra zona para poder seguir funcionando igual. Ya hemos perdido mucha flota, los barcos se han ido a otras cofradías... No tenemos por qué pagar los platos rotos de la gestión de otros”.
Tanto Sí se puede Laredo como la cofradía de Santoña consideran que habría sido mejor una inversión donde se tuviera en cuenta los intereses de todos las partes, “una solución integral a nivel regionalista, no local”, opinan desde el partido o un "puerto en medio de la bahía para todos", apunta Miguel. Lo que está claro es que el puerto de Laredo ya está construido y si en algo todos coinciden, es que no queda otra que intentar sacarlo adelante. “El puerto tiene un pasado, un presente y un futuro”, sentencian desde el gobierno de Revilla.
El puerto de Laredo, l’harán l’harán.