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El diputado políglota: "Los españoles no hablamos idiomas por cosmopaletismo"
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RAIMUNDO VIEJO, DE EN COMÚ PODEM

El diputado políglota: "Los españoles no hablamos idiomas por cosmopaletismo"

Gallego, profesor de universidad y amigo de Pablo Iglesias, Viejo es el miembro de la Cámara Baja que se desenvuelve en más idiomas

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Raimundo Viejo (Vigo, 1969) es un diputado inusual. No solo porque es un gallego que se postula para dirigir En Comú Podem en Cataluña, ni porque haya sido, hasta hace dos días, una víctima más de la precaridad que azota nuestras universidades, sino porque es, con mucho, el miembro de la Cámara Baja que se maneja en más idiomas. Mientras que el 81% de sus compañeros no habla más que español y con suerte otra de las cooficiales, Viejo domina el alemán, el francés, el italiano, el inglés, el gallego, el portugués y el catalán. También chapurrea el checo, aunque reconoce que incluirlo en su CV ha sido "un poco impresentable".

Viejo recibe a El Confidencial en su despacho del Congreso de los Diputados y, lo que iba a ser una conversación sobre el nivel de los diputados en materia lingüística, torna en una larga reflexión sobre el papel del idioma en la vertebración de los Estados. Es un hombre de verbo imponente, locuaz como un profesor vocacional, cercano políticamente a Colau e Iglesias y convencido de que España tiene la pluralidad como una de sus asignaturas pendientes.

Vea la entrevista en vídeo a Raimundo Viejo

Pregunta: Ocho idiomas a los 48 años, ¿cuándo nace su pasión por la lengua?
Respuesta: La primera lengua que aprendí fue el alemán. Empecé en el instituto, en el año 1983, antes incluso de que estuviésemos en el mercado común. Hablar de Alemania en aquella época era como ahora hablar de China, pillaba lejísimos. Te decían: "¿Alemán? ¡Heil Hitler!" y se quedaban tan anchos, porque no había ningún otro referente. Nadie entre mis compañeros entendía que estudiase alemán, con lo difícil que es, pero había varias razones: la influencia de mi abuelo -fundador de la Editorial Galaxia- que es un enamorado de las lenguas germánicas, y de mi madre, profesora de Filosofía y también muy pegada al alemán por este motivo.

Pero, sobre todo, lo que me hizo escogerlo es que solo éramos dos alumnos en clase; la embajada alemana nos daba becas para ir en verano y teníamos un lector, era mucha mejor opción que treinta alumnos por clase y un radiocasette. ¿Sabes que fuimos los dos únicos estudiantes gallegos, entre más de 11.000, que eligieron hacer la prueba de idioma de Selectividad en alemán? No estaban preparados.

P.: ¿No tenían un examen de alemán?
R.: No. Se lo dijimos al profesor que estaba allí y lo único que se le ocurrió es ir a un kiosko y comprar Der Spiegel, el semanario político, le arrancó unas hojas y nos dijo: “comentario de texto” (ríe). De todas formas, entre que empecé a estudiar alemán hasta que pude leer un libro sin diccionario pasaron casi diez años. Luego hice mi tesis doctoral sobre los nacionalismos más allá del muro de Berlín y lo aprendí muy bien.

P.: Antes de esto ya hablaba gallego y español.
R.: Sí, y esto me sirvió para comprender desde pequeño el hecho lingüístico, incluso el dialectal. Me di cuenta de que había un mundo entre el gallego que hablábamos en Santiago y el que venía de provincias, que hablaban un gallego purísimo, fonéticamente perfecto, y no como el nuestro, muy contaminado por el castellano. Ahí sí hay diferencias y no con el portugués, otro idioma que hablo y que en realidad no es más que un cambio de registro fonético del gallego.

P.: ¿No estudió inglés en clase?
R.: Sí, pero empecé muy tarde y a rachas. Lo que siempre he intentado es hablar un inglés de verdad, no esa coiné terrorífica que se ha extendido con la globalización. Si yo fuera inglés estaría muy preocupado por mi lengua, por el empobrecimiento que está sufriendo a medida que se instrumentaliza para el mundo de los negocios. Todo es on/off, input/output, fórmulas binarias para entenderse en el ámbito de los negocios. Ninguno de los que ponen en su CV nivel de inglés alto serían capaces de entender una sola estrofa de Shakespeare.

Los madrileños no están acostumbrados a escuchar otras lenguas, por eso las rechazan

P.: ¿Y el francés?
R.: Fue para hablar con una novia que me eché y que era de Ginebra, con la que estuve incluso viviendo en Suiza. Salí de España tras esa hecatombe del intelecto que fue la LOU y encontré trabajo como profesor allí. Hice un curso de francés en la universidad y me puse a traducir ‘La democracia en América’ de Tocqueville. Me pasó una cosa curiosa con esto: aprendí un registro muy culto, de clase alta del siglo XIX: “Si yo oso decir” usaba en las charlas informales. Se partían de risa conmigo los franceses.

P.: ¿Cómo llegó al italiano? ¿También a través de la conexión suiza?
R.: No, esta fue una cuestión puramente intelectual, porque siempre me han interesado mucho cuestiones como el postestructuralisto y posoperaísmo italianos. Y también por vivir fuera, por estar fuera de la zona de confort de mi idioma. He vivido una barbaridad de años fuera, en plena incertidumbre idiomática, y eso te mantiene espabilado todo el tiempo.

P.: Habla de una inmersión forzosa, un poco lo que se esperaba del Erasmus.
R.: Claro. Los Erasmus tienen otro escenario. Ellos saben que vuelven, están rodeados de un grupo que habla tu idioma… yo a mis hijos no les recomendaré el Erasmus como forma de aprender un idioma… como forma de aprender otras cosas sí (ríe).

P.: Creo que solo nos queda saber cómo llegó al checo.
R.: Bueno, poner el checo en mi CV es un poco impresentable. Sé muy poquito, apenas unas frases y a entenderme rudimentariamente. Sucedió que tenía enfrente de mi despacho en la Pompeu Fabra a un catedrático de checo y aprendí con él un tiempo, pero no es un idioma en el que me maneje con soltura.


P.: ¿Es verdad eso de que un idioma lleva a otro?
R.: Absolutamente. Cuando conoces dos o tres idiomas tu cerebro se reconfigura, se hacen departamentos y la propia lógica te lleva a buscar nuevas palabras y acepciones. Esto te permite aprender idiomas a mucha velocidad. Cuando me volví de Ginebra a Barcelona, por ejemplo, en tres meses estaba dando clases en catalán, cuando había profesores que llevaban allí tres años y aún no se atrevían.

P.: Siguiendo su razonamiento, los españoles que solo hablan español están en desventaja.
R.: Así lo veo yo. Los madrileños por ejemplo, que son absolutamente monolingües, que viven con una gran seguridad lingüística, no están en tensión para defenderse en otros idiomas. Además no están acostumbrados a hacer por entenderse, creen por defecto que todo el mundo tiene que entenderles en español. Por eso hemos desarrollado esa capacidad para detectarnos en el extranjero, somos los que hablamos a voces y en español a todo el mundo (ríe).

Los españoles hemos caído en una suerte de 'cosmopaletismo' por el que con 2.000 palabras en inglés nos creemos 'brokers' de Wall Street. Cada lengua es una cultura, un universo de una complejidad extraordinaria, y no un esquema on/off que simplemente sirve para entenderse malamente. Estamos creando imbéciles en inglés.

Los catalanes han sufrido dos formateos, uno con Franco y otro con Pujol

P.: ¿El proteccionismo con el español perjudica a los españoles?
R.: No soy filólogo, sino historiador, pero creo que sí. Además hay contextos muy distintos: el gallego, por ejemplo, ha sido históricamente una lengua de campesinos y marineros, muy proletaria. En Galicia siempre parece que tenemos que pedir perdón para hablar nuestro idioma, algo que no sucede en Cataluña, que gracias a medidas proteccionistas y de difusión, ha conseguido que personas que identificaríamos sociológicamente como pijas hablen catalán con mucho orgullo. Y eso que el gallego es un idioma mucho más masivo en su uso que el catalán, sobre todo en Barcelona.

P.: Algunos partidos, como Ciudadanos, abogan por el trilingüismo de partida: español, inglés y catalán.
R.: Es una farsa, de hecho es certificar la muerte del catalán. Si metes tres lenguas en competición con dos tan fuertes como el inglés y el español… el catalán aquí queda muy en entredicho. No es ni mucho menos tan utilitario como los otros dos.

P.: ¿Se está banalizando el aprendizaje de idiomas?
R.: Sí, es parte de la simplificación de la globalización. Yo he dado clases en Chicago, en New Haven y en Barcelona, y los estudiantes norteamericanos siempre quedaban en los mismos sitios: Starbucks, McDonald's… ¿es que no quieren saber cómo sabe un calçot o una butifarra? Tienen un universo de cosas que ignoran, porque es más sencillo aprender lo mínimo sin salir de la zona de confort.

Yo siempre aludo a un ejemplo cuando alguien me dice que sabe un idioma: cuéntame un chiste a ver si tiene gracia. El humor es parte del lenguaje, de la cultura, pero queda lejos de lo que se suele aprender de un idioma, se pierden los dobles sentidos, los matices emocionales.

P.: Desarrolle esto de "emocionales" un poco más.
R.: Es curioso porque para sentir morriña o saudade hay que conocer la palabra, y no la tienen en otros idiomas. “Tengo un aquel”, decimos los gallegos, y para entenderlo hay que haber vivido dentro de esa cultura.

Rajoy, por ejemplo, es gallego muy a su pesar. Como Fraga, del que tengo una hipótesis: creo que hablaba así de raro para no mostrar su acento gallego. Los gallegos somos los negros del sur de Estados Unidos; siempre se nos habla en diminutivo, “galleguiño”, como a los negros les llaman "boy", que sirve para hacernos de menos. El propio lenguaje marca una relación de superioridad entre culturas.

Tanto el catalán como el gallego son idiomas de negociación. Un catalán te puede decir “eres una mica fill de puta” y nadie se va a ofender, ahora si te dice solo “fill de puta” te enfadas. Comparados, el castellano y el euskera son idiomas muy duros, y quizá esto ha contribuido a que no se entiendan fácilmente. Yo, cuando tengo que negociar una PNL [proposición no de ley] en catalán o gallego sé que tengo mucho ganado, porque hay más conexión, se comparten unos códigos de acercamiento, implicación y empatía.

P.: ¿Dice que algunos idiomas son más agresivos que otros?
R.: Sí, todo depende de quién escuche. Esto lo hablo mucho con Pablo Iglesias. Él es muy vallecano y no se da cuenta de que sus palabras, para un gallego o un catalán, suenan demasiado duras. Hay unos marcos de interpretación culturales que exigen que el registro se escoja con más cuidado. Hay que tener en cuenta que los valores se organizan por el lenguaje; más allá de estos juegos lingüísticos, de estos matices, se está fuera de la sociedad. Eres un extraño que chapurrea la lengua, pero que no pertenece a la comunidad.

P.: El 81% de los diputados, de sus compañeros, no hablan ninguna lengua extranjera.
R.: Porque nuestro sistema educativo es desastroso. El Estado ha forjado un sistema educativo que tiene mucho de bonapartista, de imperialismo. Decimos “Julio Verne” o “Carlos Marx” cuando no se llaman así porque es una forma de acercarlos a nosotros cuando debería suceder lo contrario. Ha existido un canon cultural de asimilación, castellanocéntrico, que nos lleva a negar las otras culturas.

Esto tiene un vínculo muy directo con la democracia y la formación del estado. En Cataluña la gente tiene un formateo nacionalista terrorífico. Primero tuvieron el formateo franquista y luego el del pujolismo, que ha hecho del catalán una herramienta política. ¿Cómo es posible que Suiza sea una nación con cuatro idiomas y España sean cuatro naciones con cuatro idiomas? Para ellos el idioma es una vicisitud, no una forma de separar naciones dentro de un mismo estado.

P.: Primero los prohibimos y después los fomentamos.
R.: La estructura del estado español ha provocado que las autonomías, que tienen las competencias de educación y lengua transferidas, actúen como estados nacionales que vertebran a través del idioma y la cultura. Como profesor me he encontrado con absurdeces del calibre de hablarme de la "Corona Catalanoaragonesa”. ¿Catalanoaragonesa? ¿Te refieres a la Corona de Aragón? (ríe). Hay una reinterpretación de la Historia, hasta ahí llega el sinsentido nacionalista.

Estos estados se han articulado basándose en los movimientos románticos del XVIII para crear burguesías emergentes que movilicen simbólico-culturalmente a la población. El problema de esto es que da lugar a situaciones absurdas como el independentismo, que es sencillísimo de resolver a nivel intelectual pero casi imposible a nivel político.

El sistema público de educación español es muy imperialista, se niegan las otras realidades nacionales

P.: ¿Porque ha ligado su identidad a la independencia?
R.: Exacto. Se han fraguado grupos de interés tan fuertes entorno a las identidades formuladas en esos términos que preferimos hundirnos, todos, con nuestra identidad, que salir adelante a base de cuestionarnos nuestros esquemas identitarios.

En Cataluña yo vivo una situación curiosa. Yo soy gallego y por eso el catalanismo no me trata igual que a un español castellanoparlante o a un sudamericano. En este sentido ser gallego es una ventaja: tengo nación, un idioma, unos símbolos compartidos con los catalanes… y yo el primer día que di clase en Barcelona me preocupé de aprender un: “Bon dia sóc el Raimundo Viejo. Disculpeu que no pugui parlar català, encara estic aprenent”. Esa sensibilidad la tenemos los que hemos visto nuestras lenguas maltratadas.

P.: No hay cosa más que una a dos madrileños que su disgusto al ver a alguien hablando por la televisión en catalán.
R.: Es puro imperialismo. Mira, un madrileño va a Vigo y se pierde al minuto; un vigués en Madrid sabe perfectamente dónde está la puerta de Alcalá, la Cibeles y Sol. ¡Incluso te dice las paradas del metro gracias a Sabina, que es un tío de Úbeda! España es madrileñocéntrica, con claro foco imperialista. Los gallegos, los catalanes y los vascos vivimos mirando a Madrid y a veces ni nos vemos entre nosotros, porque estamos mirando todos hacia el centro.

Otro ejemplo. En Alemania, en los informativos, sale un skyline con monumentos históricos de todo el país. Aquí en España teníamos el pirulí, Torrespaña, que es un elemento falocrático y unificador. Es un modelo de ocultamiento de todas las demás realidades nacionales. Entonces es normal que a los madrileños les moleste el catalán, porque es una agresión a la realidad nacional en la que se les ha formado, sin el menor reconocimiento de la pluralidad nacional.

La identidad española se construye desde un modelo como el famoso WASP británico: si eres hombre, madrileño y católico, eres muy español. Este colectivo no tiene la menor duda identitaria, pero en el resto de comunidades no sucede lo mismo porque se sienten españoles distintos, de otra categoría.

P.: Debatíamos el otro día en la redacción sobre lo bien que es acogido Rufián en la izquierda española con respecto a catalanes más al uso como Junqueras.
R.: Junqueras salió este domingo en la portada de ABC como una de las personalidades relevantes que siempre va a misa. ¡Imagínate a la izquierda madrileña diciendo: “mira, esto es la burguesía catalana”, cuando Junqueras es un alcalde de pueblo!

Pero con Rufián es distinto. Es castellanoparlante, del Espanyol y no del Barça… Rufián interpela, pero solo lo justo para que la izquierda española se pueda reafirmar en su pluralidad. El mérito de este acercamiento es de Esquerra, no del resto de españoles. Un mérito sería que entendiesen al señor Xuclá, de Convergència, que se mueve siempre en códigos típicamente catalanes.

P.: Porque la identidad se forma con respecto al otro.
R.: Absolutamente. Jacques Lacan, el psiconalista francés, decía “yo es otro”. Yo no tengo necesidad de ser yo si no hay un otro. Los catalanes que vivían en Cataluña en 1714 no tenían la menor idea de los conceptos que hoy forman la identidad catalana, pero eran muy catalanes en tanto que difícilmente contactaban con personas de otras regiones.

El nacionalismo periférico arranca con las Cortes de Cádiz. Todos quieren abandonar el Antiguo Régimen, el derecho de pernada y el feudalismo, pero no a costa de que les llamen españoles y les hagan renunciar a su cultura local. Esto les viene impuesto.

P.: Hay otras culturas, como la andaluza, que se han erigido como cultura española del cara al extranjero.
R.: ¡Eso es mentira! Lo que relacionamos con Andalucía es a Manolo Escobar y a Lola Flores, iconos culturales del franquismo, no es la cultura andaluza. Esto es la percepción madrileña de Andalucía. A los gitanos granadinos, al 'Pescadilla', a la cultura del flamenco… esos iconos tan andaluces han aparecido recientemente, hasta entonces se han ocultado.

P.: ¿Cómo percibimos a los gallegos en Madrid?
R.: ¡Como unos tontos! Piensa en cómo criticamos a Rajoy siempre: como un tonto. ¡Y ha demostrado ser mucho más listo de lo que creemos! El hombre se maneja a las mil maravillas en el juego parlamentario siendo, además, muy gallego, pero pasa como con Franco, la crítica general es que es un señor tonto. ¡No habrá más motivos para criticarles que llamarles tontos cuando no lo son!


P.: Podemos es uno de los primeros partidos de izquierda que habló abiertamente de patria.
R.: Sí, fue un enorme acierto de Errejón.

P.: Es curioso que un 'pablista' como usted hable bien de Errejón. Malos tiempos para la lírica.
R.: (Ríe) Yo fui en las listas de Errejón. Ambos tienen visiones distintas de la cuestión nacional. Pablo es muy de Vallecas, mientras que Íñigo habla catalán y va mucho a Cataluña, pero ambos reivindican una idea de España unida. Esto no puede ser un patrimonio de la derecha.

La clave es hacer por entendernos. Yo siempre recurro a esta anécdota que me contó el filósofo vasco Pérez Agote. Durante la cena de un premio le sentaron con un escultor madrileño, llamémosle Carlos. Carlos le dijo: “Qué contento estoy de estar sentado con usted, que le han premiado por una tesis sobre el nacionalismo vasco y sabe bien de lo que habla. A ver si me puede explicar por qué es tan violento el pueblo vasco”.

Pérez Agote responde: “Claro, yo te lo explico, Pedro”. Y el escultor le replica que se llama Carlos. Agote insiste: “De acuerdo Pedro, escucha”. El escultor madrileño, algo enfadado ya, le chista: “¡Que no, que es Carlos!”, a lo que Agote sentencia: “Pedro, te estás poniendo nervioso y algo violento, muy típico entre los pedros”.

Raimundo Viejo (Vigo, 1969) es un diputado inusual. No solo porque es un gallego que se postula para dirigir En Comú Podem en Cataluña, ni porque haya sido, hasta hace dos días, una víctima más de la precaridad que azota nuestras universidades, sino porque es, con mucho, el miembro de la Cámara Baja que se maneja en más idiomas. Mientras que el 81% de sus compañeros no habla más que español y con suerte otra de las cooficiales, Viejo domina el alemán, el francés, el italiano, el inglés, el gallego, el portugués y el catalán. También chapurrea el checo, aunque reconoce que incluirlo en su CV ha sido "un poco impresentable".

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