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Adiós, Palmasola: el cónsul Borrell ayudó a 40 españoles a salir del peor penal de Bolivia
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Adiós, Palmasola: el cónsul Borrell ayudó a 40 españoles a salir del peor penal de Bolivia

Joan Borrell, hijo del exministro, llegó hace dos años de cónsul al interior de Bolivia y se puso a ayudar a los presos en una de las peores cárceles del mundo

Foto: La prisión de Palmasola, en Bolivia. (Reuters)
La prisión de Palmasola, en Bolivia. (Reuters)

En Palmasola todo tiene un precio. "Si pagas puedes tener una chabola con televisión con pantalla plana y buena comida. Si no tienes dinero eres un sin tierra y duermes en el suelo". Manolo es hermano de José García, Pepito, un español con una discapacidad mental que pasó un año en Palmasola. La cárcel que vivió es de pesadilla: "A mi hermano le daban palizas. De madrugada recibía llamadas y me decían que si no pagaba le iban a matar". Pepito estuvo ingresado en Palmasola con una condena por narcotráfico, como muchos españoles. Llegó a haber 80 presos españoles allí, alguno con hasta ocho años de estancia, pero hoy solo quedan cuatro (tres de ellos con doble nacionalidad y familia y arraigo en Bolivia). Detrás de este éxito hay una suma de factores: dos indultos concedidos por el Gobierno de Evo Morales para aligerar las cárceles, una visita del Papa Francisco que puso el foco en el penal y el factor humano en forma de un cónsul, Joan Borrell.

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El 1 de agosto de 2014, Joan Borrell Mayeur aterrizó en Santa Cruz de la Sierra como cónsul. Antiguo productor audiovisual, sacó la oposición de la carrera diplomática en 2005, con 38 años. Pasó un tiempo destinado en Túnez y después en el Ministerio, en Madrid. El consulado que le tocaba ahora es pequeño, con solo tres funcionarios, en los llanos de Bolivia, una zona del interior próxima a Brasil donde campa el narcotráfico. "Una de las prioridades que me asignaron desde Madrid fueron los presos", cuenta Borrell desde Bolivia. Unos meses antes el programa de Antena 3 'Encarcelados' había mostrado la crudeza de las cárceles por el mundo en las que hay españoles y en Palmasola, a 13 kilómetros del consulado, grabó uno de los capítulos más duros.

"Cuando llegué quedaban 38 presos, alguno llevaba ocho años. A la semana de estar allí me reuní con ellos. Les dije que iba a repartir la ayuda del consulado de forma distinta, según las necesidades de cada uno". No a todos los presos les gustó escuchar que los que más lo necesitaban iban a recibir más dinero. España manda 100 euros al mes para los presos en el exterior, que en sitio como Bolivia permite comprar muchas cosas en la cárcel. Pero además Borrell llevaba otro mensaje: "También les dije que el consulado les iba a ayudar a tramitar los indultos. Al principio eran reticentes a que fuera a ocurrir pero poco a poco vieron que iban saliendo". En muchos casos lo que pasaba era que no tenían sentencia condenatoria firme, uno de los requisitos para acogerse al indulto del Gobierno de Evo Morales para reclusos con bajas penas, en otros podían cumplir condena en España... Había que agilizar papeles, hablar con gente, mover las cosas..

Palmasola no es una cárcel como la que la mayoría tiene en la cabeza, con barrotes y celdas. Diseñada para 1.800 presos, alberga unos 5.400. Es un sistema de régimen abierto, como un gueto con casas y calles en el que los reclusos se reparten las tareas. Fue allí donde el verano pasado el Papa Francisco acudió a hablar a los reclusos. En 2013, una reyerta entre presos dejó 30 muertos, entre ellos un niño de un año y medio, y 38 heridos. Los hombres pueden vivir con sus mujeres e hijos y los presos se organizan y eligen a sus representantes. La droga es de más calidad y más barata que en el exterior. La policía solo se encarga de hacer recuento dos veces al día y de cerrar los barracones por la noche.

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Borrell tuvo sus ojos en la cárcel al hermano Richar Calvo, un religioso de la Fundación Hombres nuevos, un español de 7 3años que se pasea por la cárcel a menudo y que le explicaba cómo estaba la situación, el día a día y por el que el consul expresa su admiracion y gratitud. Este, que lleva nueve años ayudando a los ancianos de Palmasola, coincide en la labor del cónsul: "Desde el principio empezó a trabajar muy bien, con mucha dedicación".

Javier Casado, presidente de la Fundación +34, que ayuda a los presos en el exterior, sostiene que Borrell fue clave: "Para algunos consulados la ayuda a los presos es la tarea más ingrata y a la que menos atención dedican. Apenas van a verlos ni les ayudan. Pero de Borrell tenemos que decir lo contrario. Siempre lo pongo como ejemplo de lo que puede hacer un cónsul. No es tanto la legislación como insistir y ayudarles. A base de cavar, él ha conseguido oro. Los ha sacado a todos. Siempre hablo de él y de un funcionario consular en Sao Paulo, Jaime Arderius, que ha hecho que en la cárcel de Sao Paulo, que donde llegó a haber casi 100 españoles, ahora haya unos 30".

Borrell niega que todo sea cosa suya. Señala que para aliviar la carga en las cárceles fue el Gobierno boliviano el que dio tres indultos masivos a presos sin delitos de sangre, con condenas a menos de ocho años y que hubieran cumplido un tercio de la condena y que la mayoría de españoles entraban en esa clasificación. Es decir, que sin eso, por mucha ayuda que le hubieran dado no habrían podido salir. Antes de que él llegara el número ya había bajado, de 60 a 40 presos, pero entonces el consulado sistematizó las gestiones para que pidieran el indulto.

Y fueron saliendo. Ya sin tanto ruido pero fueron regresando a España. Algunos se encontraron con un problema añadido al salir de la cárcel, que habían perdido contacto con su familia y muchos se quedaban sin dinero para volver a España. "El cónsul Borrell me dio su móvil y acompañó a mi hermano al avión que le traía a España. Nunca lo olvidaré", cuenta Manolo. Jara, hermana de Kiko, otro de los presos, recuerda el cambio cuando llegó Borrell: "Empezamos a poder escribirle a él directamente y aumentó las visitas a la cárcel a ver a los presos. A los dos meses de estar él ahí salió mi hermano. El cónsul fue a recogerlo a la cárcel y le dio su móvil a mi hermano para que me llamara. Días después lo acompañó al avión. Es el trato humano que necesitábamos".

Acostumbrados a pelear en la prensa y a denunciar el abandono que sufren, los consultados, familiares y ONG, se muestran encantados de poder hablar bien del funcionamiento de un consulado. La Fundación Abogacía Española tiene colaboraciones con varios consulados españoles para ayudar a presos españoles en el extranjero. Según su coordinador de proyectos, Francisco Segovia, "el papel de los consulados es esencial". Segovia, que conoce directamente el episodio de los presos españoles indultados en Bolivia, insiste en que, "si bien una coyuntura favorable en las relaciones políticas o diplomáticas puede dar facilidades, lo cierto en este caso es que el papel del cónsul fue definitivo".

El cónsul pide discreción y solo accede a hacer unas breves declaraciones que no molesten a nadie. No quiere un perfil público ni aparecer como un ejemplo. Reitera que su trabajo forma parte “de la misión de protección consular encomendada”. La comunicación pública no es sencilla. Hay un factor añadido que complica todo: Joan Borrell es hijo del exministro socialista Josep Borrell. Pero eso a los presos les da igual.

En Palmasola todo tiene un precio. "Si pagas puedes tener una chabola con televisión con pantalla plana y buena comida. Si no tienes dinero eres un sin tierra y duermes en el suelo". Manolo es hermano de José García, Pepito, un español con una discapacidad mental que pasó un año en Palmasola. La cárcel que vivió es de pesadilla: "A mi hermano le daban palizas. De madrugada recibía llamadas y me decían que si no pagaba le iban a matar". Pepito estuvo ingresado en Palmasola con una condena por narcotráfico, como muchos españoles. Llegó a haber 80 presos españoles allí, alguno con hasta ocho años de estancia, pero hoy solo quedan cuatro (tres de ellos con doble nacionalidad y familia y arraigo en Bolivia). Detrás de este éxito hay una suma de factores: dos indultos concedidos por el Gobierno de Evo Morales para aligerar las cárceles, una visita del Papa Francisco que puso el foco en el penal y el factor humano en forma de un cónsul, Joan Borrell.

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