Los jornaleros del átomo: contratos por obra en la central nuclear
Los sueldos de las recargas han caído en picado en los últimos años, pero cada vez hay más candidatos. La crisis lo ha convertido en una buena oportunidad para miles de jóvenes
Después de tres años en el paro, la idea de trabajar con contratos por obra en centrales nucleares suena bastante mejor. “A mícuando me lo ofrecieron no me lo pensé dos veces”, diceRafa Hernández, queviene deHuelva, tiene 33 años y ha repetido en dos plantas distintas: en Trillo (Guadalajara) y en Cofrentes (Valencia). Eljornal por trajinarentre las tripas de hormigón que rodean los reactores depende de las horas extray de la cualificación. En su último desempeño como técnico de segunda de instrumentación, con turnos de 12 horas, 40 días seguidos y descansando solo uno a la semana, Rafa sacó 5.000 euros brutos.“Pero de ahí tuveque descontar un buen pellizco en desplazamientos, vivienda, manutención y todo lo demás, que suele ser muy caro porque los precios se disparan en periodo de recarga”.
La llegada de los 'jornaleros del átomo' a las comarcas rurales donde se encuentranlas centralesno solo genera inflación.A la hora del café, en la terraza deEl Mesón de Trillo, resulta complicado encontrar mesa. Con unos 1.400 habitantes censados (de los cuales solo la mitad pasan el invierno),el pueblo dobla su población durante un mes entre primavera y principios de verano, cuando llega la 'avalancha', en sumayoría hombres jóvenes,para hacer trabajos de mantenimiento y recargar el combustible de la central. La última parada empezó a las 17:00 este29 de abrily la alcaldesa, Lorena Álvarez, quetambién trabaja en la nuclear,subraya el impacto positivo para la economía del pueblo. “Los hostales están completos, el balneario está completo, las residencias están completas y se alquilan casas que están vacías... Nos gustaría que se diese más empleo directo a personas del pueblo del que se ha venido dando, eso sí”.
Quienesviven del uranioinsisten en que los riesgos que se asumen en la centralno son superiores a los de conducir un camión.La última víctima mortal en la nuclear de Trillo se produjo en 2006, en un accidente que no tuvo nada que ver con la radiación.Un elevado porcentaje de los temporerosdesarrollan su actividad fuera de la llamada "zona controlada", como se denomina alárea situada alrededor del reactor, donde los trabajadores están sometidos a niveles de radiación por encima de lo normal. Y quienes sí accedenallíreciben un entrenamiento específico y están obligadosa cumplir un protocolo muy estricto. Van protegidos con trajes especiales y dotados de un dosímetro, cuyos datosse analizan constantemente y se anotan en una suerte de cartilla vitalicia. Si superan un cierto umbral, se lesprohíbe volver a entrar durante un determinado periodo de tiempo, dependiendo de la irradiación que hayan sufrido. Después de una recarga, nos explican,es posible que les hagan esperarvarios meses para entrar en la siguiente.
"En el año que yo estuve, nadie absorbió más radiación de la que supone una radiografía de mandíbula. Hay que tener en cuenta que durante la recarga la central está parada y no hay reacciones nucleares, por lo que por cada día que pasa bajan mucho los niveles. Intentamos que los trabajos más arriesgados se hagan en el punto más bajo", expone G.,un ingeniero industrial que trabajó un año en los controles de protección radiológica de una central, pero que prefiere permanecer en el anonimato. Aunque argumenta con precisión científicayle cuesta ser categórico sobre los potenciales peligros, insiste en que "al menos en Trillo y comparada con otras centrales españolas, diría que hay bastante control. Si no hay accidentes y nadie hace el burro, en principio los riesgos están controlados, aunque obviamente existen porque es una central nuclear y hay ciertos trabajos en los que es imposible no recibir radiación, comoen las tuberías del circuito primario".
Las centrales recurren a subcontratas para acelerar y abaratarlas recargas. Esta primavera, en Trillo "participan 40 empresas, la mayoría de Castilla-La Mancha, para realizar 3.470 actividades distintas, entre ellas la sustitución de 40 elementos combustibles", según explican en una escueta nota de prensa los administradores, que rechazan hablar con El Confidencial.
En privado, algunos jornalerosse quejan de las condiciones, sobre todo al compararlas con las de hace años, así como delos precios que tienen que pagar por pasar unassemanas en una pequeña comarca rural. “A muchosla contratales trae con todo cerrado y pagado, pero yohe tenido que buscarme la vida por mi cuenta y aquíse aprovechan de la situación. Se paga el doble por todo, incluso más. Me han llegado a pedir 500 euros al mes por una habitación en una casa compartida. Y aunasíhay que agradecerles que cuenten contigo porque hoy en día la cosa está tan difícil que se agradece un empujoncito económico así”, explica uno de ellos, procedente de Badajoz.
Los más veteranos suspiran por los viejos tiempos, cuando los jornaleseran “altísimos, casi el doble” y llegabancomo buscadores de oro al Far West.“Nos quedábamos en los bares y las discotecashasta las tantas y luego íbamos a la central con unas pocas horas de sueño. Te levantabas al día siguiente jurando que no volvías a salir, pero en cuanto llegaba la noche, te animabas otra vez. Ahora con la crisis es distinto y la mayoría han cerrado. Una cerveza y a casa”. Rafa ni eso.En cuanto acaba, se mete en su habitación,se ducha, ve un poco la televisión, llama por teléfono a su novia y se echa una partida con la Play Station 4 (“La llevo conmigo a todos lados”, dice, riéndose).
Con los fondos de compensación,el pueblo ha construido pistas de pádel, un polideportivo, un parque acuático, una piscina olímpica, tres museos, un campo de fútbol con césped artificial, una biblioteca, un centro de ancianos, una oficina de turismo y unas cuantas cosas más.Sin embargo, algunos vecinos se quejan de que es imposible encontrar un empleo fuera de la nuclear(el paro oficial de Trillo supera el 14%). Y como sucede encada recarga desde que empezó la crisis, muchos reclaman que les contraten a ellos en lugar de traer gente de fuera. "Antes casi se metíael que quería porque eran otros tiempos y no había tanta necesidad.Peroahora hay palos para que te cojan, tienes que tener muchos contactos, alguno por ahí que conozca a alguieno algúnfamiliar. Yo veo a padres que en su día se negaron a ir y ahora están como locos por mandar a sus hijos”, dicen.
Rubén, 29 años, extremeño, calcula que sacará entre 2.000 y 2.500 euros, dependiendo de las horas extraordinarias que consiga hacer. “Según está la vida, es un buen dinero. Cuando lo cuentas, alguna gente se extraña de que quieras venir a una central y al principio te quedas pensando, pero luego lo ves y...ojalá pudiese trabajar toda mi vida aquí. Riesgos siempre hay, pero si trabajas con cabeza y sabes lo que estás haciendo, no tiene por quépasar nada”.
Incluso José Luis Delgado, apicultor, activista antinuclear y residente en Durón (otro de los pueblos situados en el entorno), reconoce que la recarga supone un empujón económico para la comarca. "Es quizás uno de los pocos efectos positivos de tener la central aquí, porque es verdad que se reactiva la economía. Pero es un espejismo de unos pocos días. El resto del tiempo pasa como siempre, quela central desactiva cualquier otra oportunidad de emprender y, aunque trae muchas subvenciones, se reparten siempreentre los mismos y para poner la misma calle 12 veces. Y para la gente de la zona ya no trae tanto trabajo como antes.Hace años, yo tenía amigosque empezaban en Trillo y sehacían tres recargas seguidas. Ahora te hacen falta tres padrinos para entrar.Si no es con enchufe, no entras, porque aunque haya caído a la mitad sigue siendo un buenjornal. A base de echarle horas, pero un buen jornal".
Después de tres años en el paro, la idea de trabajar con contratos por obra en centrales nucleares suena bastante mejor. “A mícuando me lo ofrecieron no me lo pensé dos veces”, diceRafa Hernández, queviene deHuelva, tiene 33 años y ha repetido en dos plantas distintas: en Trillo (Guadalajara) y en Cofrentes (Valencia). Eljornal por trajinarentre las tripas de hormigón que rodean los reactores depende de las horas extray de la cualificación. En su último desempeño como técnico de segunda de instrumentación, con turnos de 12 horas, 40 días seguidos y descansando solo uno a la semana, Rafa sacó 5.000 euros brutos.“Pero de ahí tuveque descontar un buen pellizco en desplazamientos, vivienda, manutención y todo lo demás, que suele ser muy caro porque los precios se disparan en periodo de recarga”.
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