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El extraño crimen del cazador de Belvís a juicio: el fiscal pide 51 años para los acusados
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tenía 50 años y dos hijos

El extraño crimen del cazador de Belvís a juicio: el fiscal pide 51 años para los acusados

Antonio fue ejecutado de un tiro en la nuca cuando salió a cazar con dos conocidos por Toledo. Más de dos años después el móvil sigue siendo una incógnita

Foto: Antonio Fernández Muñoz, el cazador de Belvís de la Jara.
Antonio Fernández Muñoz, el cazador de Belvís de la Jara.

Aquel lunes no hacía muy buen tiempo para cazar. La lluvia impide escuchar a la presa y dificulta la visión. Y amenazaba lluvia. Pero Antonio Fernández Muñoz tenía ese día una cita con un venado a la que no pensaba faltar. Había quedado con Rufino González, alias El Conejo, y su sobrino Flores Alba en la finca Los Baños, de Aldeanueva de Barbarroya (Toledo). Eso es lo último que se supo de él. El resto es una película de terror con un guión aún plagado de lagunas. Antonio Fernández, exempleado de banca, murió horas después de un tiro en la nuca y sus compañeros de cacería llevan dos años en la cárcel. El fiscal pide para uno de ellos 27 años de prisión y para el otro 24. Pero retrocedamos a esa tarde lluviosa, a aquel 30 de septiembre de 2013.

Antonio, que el 24 de mayo de ese año había sido despedido de Bankia, se había tomado unos meses de tranquilidad para pensar en su futuro. Dedicaba buena parte de su tiempo a la caza: su pasión. Tenía 50 años, dos hijos, de 16 y 18 años, y era conocido en la comarca. Aunque era de Belvís de la Jara, trabajaba en Talavera de la Reina, a 30 kilómetros.

Ese día había quedado a las seis de la tarde ante la casa rural la Era. Aparcó allí, "cogió todos los enseres precisos para cazar, tales como el rifle, los visores, los cuchillos y los prismáticos”, según la calificación del fiscal, a la que ha tenido acceso El Confidencial y que supone el penúltimo capítulo de la investigación. Y subió al viejo Nissan Patrol negro de Rufino.

Antonio iba de copiloto junto a Rufino, con el que compartía cacerías desde hacía años. Llevaban 10 días mensajeándose sobre el venado que podría matar Antonio. Detrás iba Flores, sobrino de Rufino. Tío y sobrino vivían juntos. La finca Los Baños no era suya pero como si lo fuera. Campaban allí a sus anchas. Tenían zulos repartidos en los que escondían armas y cuchillos y utilizaban una vieja caseta para resguardarse. Flores, de 50 años, y El Conejo, de 64, podrían sobrevivir en el monte si quisieran. Condujeron unos siete kilómetros y subieron a pie un camino.

Lo que pasó ahí exactamente solo lo saben dos personas, pero dan versiones contradictorias. Aun así, el relato que hace el fiscal con lo que se sabe de la instrucción es suficiente para imaginar la escena. “Flores Alba abría camino hacia un punto alto y de difícil localización de la finca, seguido por Antonio y en tercer lugar por Rufino”.

“Al acercarse al punto elegido para deshacerse del cadáver, Rufino, que caminaba entre un metro y un metro y medio detrás de Antonio, tras cerciorarse de que el mismo no veía el ataque y no tuviera posibilidad de defenderse, sacó una pistola marca Para-Ordance modelo P10-45 del calibre 45 ACP, con número de identificación TM4400, y le disparó por la espalda”, prosigue. La bala entró por la nuca y quedó alojada “entre la base del cráneo y la primera vértebra cervical”. Antonio, el cazador, acababa de ser ejecutado.

Entonces, le quitaron la ropa y ya en calzoncillos “lo introdujeron en un saco de dormir y en unas bolsas de plástico”. Lo enterraron en una fosa profunda que cubrieron con hojas y chaparros. El abogado de la familia de Antonio, Jesús Lázaro Ruiz, sostiene en su escrito de acusación que la tumba estaba cavada con antelación. Las defensas de los acusados lo niegan. Alegan que con la lluvia la tierra estaba húmeda y se pudo hacer en poco tiempo. Es importante porque lo primero implicaría premeditación.

Tras enterrar a Antonio, cortaron sus tarjetas de crédito y las escondieron en otro agujero junto a su ropa, siempre según la calificación del fiscal. Rufino y Flores volvieron entonces a Talavera de la Reina. Donde viven. Según el rastro de los teléfonos móviles a las 20.39 ya estaban en la urbanización irregular de las afueras donde vivían. Poco después se fueron a tomar algo al bar Tres Olivos. A las 21.58, mandaron un sms a Antonio: “qu as matao algo que aquí llueve a cantaron, no se ay”. A las 22.49 le volvieron a escribir: “Antonio luego dejas la yave en el chaparro de la cadena”. Así lo recoge la acusación de la familia.

Quedó a cazar con dos conocidos y cuando llegaba al lugar, uno le pegó un tiro en la nuca, según el fiscal

La coartada estaba en marcha y tardaría en caer. Aunque la familia siempre sospechó de ellos. “Si suben a cazar tres y bajan dos, ellos sabrán qué ha pasado”, razona Milagros, hermana de Antonio. Aun así, estuvieron con ellos codo con codo. Cuando dos días después de la desaparición se organizó una batida para buscar a Antonio, Flores y Rufino colaboraron.

Jesús Lázaro, abogado de la familia, los señaló públicamente entonces. Sn miedo. Los que allí estuvieron no olvidan las jornadas peinando la finca: perros, un helicóptero, voluntarios, la Guardia Civil movilizada… “Este caso ha supuesto un gasto enorme para el Estado”, señala Lázaro. Pero nada, era buscar una aguja en un pajar.

Los hallazgos que lograron eran macabros. El 21 de octubre de 2013 apareció en un zulo el rifle de Antonio, un Browning calibre 3669. Estaba en un tubo de pvc que estaba introducido en un agujero en el suelo. A unos metros de allí apareció otra escopeta con el número de serie borrado parcialmente y pintado de negro con la misma pintura que el Nissan Patrol que conduce Rufino.

El móvil es el robo, pero Antonio llevaba 1.600 euros que nadie tocó. ¿Lo ejecutaron por su escopeta?

Cuando comenzó la temporada de caza y no había esperanzas, la Guardia Civil ordenó parar las batidas porque alguien podía salir herido. El caso parecía en una vía muerta. Hasta que en enero de siguiente apareció en otro zulo la ropa de Antonio junto a una bolsa quemada en la que estaban sus tarjetas de crédito.

El 12 de febrero de 2014, más de cinco meses después del crimen, Flores y El Conejo fueron detenidos. En secreto, la Guardia Civil les había investigado y consiguió una grabación en la que cantaban: “Está muy bien escondido. Vamos, que lo están pisando y no lo ven...”, le decía Rufino a su sobrino. Una vez arrestado, Flores, el sobrino, llevó a los agentes hasta el cuerpo. En la caseta en la que viven, en una urbanización ilegal a las afueras de Talavera, los investigadores hallaron dos escopetas y una pistola, pese a que ninguno de los dos tenía licencia de armas. Tenían antecedentes por furtiveo. Siguen en prisión provisional desde entonces. Están en cárceles distintas.

Parecía un caso resuelto, pero aún faltaba una pieza. Y una importante: ¿Quién disparó? Rufino y Flores comenzaron a echarse la culpa. Según declaró Rufino, él caminaba delante con Antonio cuando “en un momento determinado, Flores disparó a Antonio en la cara”. Y lo hizo sin que él supiera nada. “Flores, con la pistola en mano, indicó a Rufino que debían enterrarle y que ya avisarían a la Guardia Civil”, según esgrime este en su defensa. Flores asegura lo contrario.

Flores y Rufino, tío y sobrino, se culpan entre sí. “Disparó a Antonio en la cara”, dice el sobrino

En su escrito de calificación, el fiscal cree a Flores y piensa que disparó su tío. Para Rufino pide 20 años de cárcel por asesinato, cinco más por robo con violencia y otros dos por tenencia ilícita de armas. Para Flores pide 17 años por asesinato, cinco por robo y otros dos por tenencia ilícita de armas. El juicio, con jurado popular, se celebrará previsiblemente en unos meses.

En lo que coincide todo el mundo es que de momento no hay móvil claro. El fiscal considera que intentaban “obtener un beneficio patrimonial a costa de los efectos del fallecido”, como sus prismáticos o su rifle. Pero los dejaron enterrados. Ni se los llevaron ni intentaron venderlos, como recuerda una de las defensas.

La familia de Antonio va más allá y pide más años cárcel. Añade los delitos de profanación de cadáver y contra la integridad moral de los familiares del fallecido, por aumentar el dolor con esa tortuosa búsqueda.

Las defensas de Flores y Rufino no han querido hablar para este reportaje, creen que les perjudica la publicidad. Pero en el escrito de Rufino sí intenta refutar la teoría del robo. Recuerda que Antonio llevaba 1.600 euros encima que los dejó en su coche y que nadie ha tocado, por lo que pide la absolución.

¿Realmente ejecutaron a Antonio por unos prismáticos y un rifle? ¿Y lo hicieron conocidos suyos? “No tiene ningún sentido. Siempre buscas un porqué, pero es que aquí es absurdo. Quizá el móvil sea el robo, pero es que no tiene ni pies ni cabeza”, señala Milagros, hermana de Antonio. La familia insiste en que Antonio no estaba metido en asuntos turbios, que dejó Bankia de buenas y que en su vida en la caja no hay motivos para ayudar a comprender lo que pasó. Confían en que el juicio, que se debe celebrar en los primeros meses de 2016, rellene las lagunas que faltan en la historia del crimen de Antonio.

Aquel lunes no hacía muy buen tiempo para cazar. La lluvia impide escuchar a la presa y dificulta la visión. Y amenazaba lluvia. Pero Antonio Fernández Muñoz tenía ese día una cita con un venado a la que no pensaba faltar. Había quedado con Rufino González, alias El Conejo, y su sobrino Flores Alba en la finca Los Baños, de Aldeanueva de Barbarroya (Toledo). Eso es lo último que se supo de él. El resto es una película de terror con un guión aún plagado de lagunas. Antonio Fernández, exempleado de banca, murió horas después de un tiro en la nuca y sus compañeros de cacería llevan dos años en la cárcel. El fiscal pide para uno de ellos 27 años de prisión y para el otro 24. Pero retrocedamos a esa tarde lluviosa, a aquel 30 de septiembre de 2013.

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