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La recogida de lluvia no basta para que Honduras deje de beber agua contaminada
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La recogida de lluvia no basta para que Honduras deje de beber agua contaminada

El agua potable es todavía un lujo en las zonas rurales de Honduras. Los proyectos del Fondo del Agua que han conseguido hacerse un hueco en el país más violento difícilmente sobrevivirán sin más ayuda

Foto: El río Selguapa, con agua para cultivo, es la única fuente de la que pueden beber los vecinos de las afueras de Comayagua. (D. Grasso)
El río Selguapa, con agua para cultivo, es la única fuente de la que pueden beber los vecinos de las afueras de Comayagua. (D. Grasso)

Luis mira el camión cisterna mientras habla entre dientes. Está de pie al lado de un riachuelo color ceniza de los varios que hay en Honduras cuando, a veinte metros de él, la bomba de goma del vehículo empieza a aspirar agua. “Ahí lo tienes. Las empresas sacan agua de este río gratis, mientras yo tengo que pagar 80 lempiras (poco más de 3 euros) a la semana para regar mi huerto”, comenta sin quitar la mirada de la escena. “Hazle una foto, que se sepa esto”, insta al periodista.

El camión pertenece a Bahona, una compañía de transporte con sede en la municipalidad de Comayagua, en el corazón del país. La vox pópuli dice que lleva el agua a las embotelladoras para después venderla como pura. La empresa niega las acusaciones, pero no el hecho principal. Luis, y como él otros campesinos de la región, han comenzado a pagar para mantener el sistema de depuración. El camión no. Llega, absorbe y se va.

Los proyectos del Fondo de Cooperación para Agua y Saneamiento en Honduras se concentran en la zona occidental, ya que la costa caribeña está tomada por el narcotráfico. Un golpe de Estado en 2009 puso todo en entredicho en el país más violento del mundo, con una tasa de 90 homicidios por cada 100.000 personas. El caos que provocó en las instituciones sirve de justificación de la situación actual del Fondo: los trabajos van con retraso y el nivel de ejecución está en el 24%. 2015 será un año clave para que la continuidad del programa estrella de la cooperación española no dependa de una nueva ola de ayuda internacional.

La situación que enfada a Luis tiene lugar en el distrito de Selguapa, que coge el nombre del río homónimo. El cauce baña los suburbios de Comayagua, una población de 118.000 habitantes, donde las únicas casas que se construyeron se encuentran en su orilla. Debido al nivel de contaminación, sus aguas deberían usarse sólo para cultivos. “No es potable, pero la gente aquí no tiene otras fuentes de las que beber”, explica Luis. “Prefieren construir en casa unas bombitas que recogen el agua y la llevan hacia el interior. Pero está contaminada”, insiste.

Abastecerse con agua embotellada sería demasiado caro para las personas que viven junto al Selguapa. El 62% de la población hondureña vive en condiciones de pobreza; y el 40%, en pobreza extrema. Basta recorrer el río para darse cuenta de ello.

Dora, una mujer de unos treinta años, recoge agua en un cubo. La usará para limpiar la casa y lavar a sus hijos. ¿Y para beber? “Hay un pozo que los americanos han colocado valle adentro, aunque cada poco se contamina”, esquiva la pregunta en un primer momento. Sabe que el agua del Selguapa no es potable, pero prefiere las diarreas a quedarse sin nada. “A veces la hervimos para beber y hacer el café”, admite segundos más tarde.

Para la estadística oficial, algunas de estas comunidades formarían parte del 60% de hondureños que disfruta de abastecimiento. Pero en la colonia de Campanillas, formada por una quincena de viviendas junto al río Selguapa, el agua potable llega dos veces por semana durante un par de horas. Un poco más adelante, en la de Aguijones, una vez al mes.

El río arrastra la contaminación

El programa de cooperación impulsado por España en 2007 está actuando en esta zona tanto en agua y saneamiento como en fortalecimiento institucional para que las inversiones sean sostenibles. “El proyecto consiste en traer agua pura desde las montañas, a través de un sistema de 29 kilómetros, para tres comunidades y 23 municipios”, explica Manuel Blázquez, responsable de proyectos del Fondo del Agua en Honduras. La planificación también tiene previsto construir una planta de tratamiento compartida por las comunidades, con el objetivo de solucionar el problema de los residuos sólidos.

Esta instalación sustituirá a los dos pozos sépticos que se encuentran al aire libre entre las diferentes colonias y que emanan un olor nauseabundo. Al encontrarse ligeramente más elevados que el cauce del río, el agua de lluvia arrastra su contenido hasta el Selguapa. Lo que viene después ya lo relató Luis.

La actuación del Fondo del Agua en Comayagua ha tenido la peculiaridad de haber sentado a los beneficiarios, de poblaciones diferentes, alrededor de una misma mesa para encontrar un sistema que no dejara descontento a nadie. A pesar de las primeras reticencias, el proceso de administración de los recursos está en marcha.

“Los primeros proyectos de abastecimiento no encontraron fondos. Durante una década todo se quedó en el papel”, cuenta Heriberto, responsable local del proyecto. Los 9,7 millones de euros del Fondo del Agua permitieron darles salida. Dos años después de su puesta en marcha, se está trabajando para reconocer legalmente las Juntas de Agua de cada comunidad. Sus miembros serán los representantes legales del proyecto y los encargados de garantizar su futuro.

“Hay un largo proceso de concienciación. A raíz de otros proyectos que han fracasado en Honduras, nos hemos dado cuenta de la importancia de cobrar por el servicio”, añade Heriberto. Todas las viviendas tendrán micromedidores y cada una pagará por lo que consuma, disponiendo de abastecimiento durante 18 horas al día.

Unos pesos por saltarse la burocracia

Esas mediciones y las consecuentes tarifas serán clave en la sostenibilidad del proyecto. Y la preocupación es alta, ya que la falta de una cultura de pago por el agua está haciendo estragos en la misma administración. El Servicio Autónomo Nacional de Acueductos y Alcantarillados (SANAA) está viendo su viabilidad reducida al mínimo, debido en parte a los bajos precios fijados en la década de 1980. “La gente se ha acostumbrado a pagar por los teléfonos móviles desde que los han tenido en la mano. Pero con el agua no ha sido así. Se sigue tirando de tarifas ridículas que se establecieron hace años”, aseguran desde el organismo.

Una institución que, por su papel histórico, ha sido durante años la contraparte con la que la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID), y también otros países, ha contado para desarrollar sus proyectos. El Gobierno, sin embargo, está desmantelando el SANAA, con efectos que podrían ser perjudiciales para el seguimiento de los proyectos. Aunque desde el Ejecutivo hondureño aseguran que no hay motivos para este temor, el mismo Banco Interamericano de Desarrollo (BID), que canaliza la ventanilla multilateral del Fondo del Agua, tiene serias dudas sobre su nueva estructura.

Los actores de la cooperación internacional han tenido que adaptarse a la lentitud de la burocracia hondureña. “Hasta tres años hemos tardado para obtener un permiso ambiental”, recalca Luis Marcanda Gross, asesor técnico y antiguo impulsor del SANAA. “Pero todos saben que si sueltas unos pesos, tu informe aparece mágicamente por encima de la lista”.

El papel del Servicio Autónomo Nacional de Acueductos y Alcantarillados ha cobrado fuerza desde el año 2003, cuando la Ley Marco sobre la gestión del agua oficializó la descentralización de los sistemas de abastecimiento. Desde entonces hay más de 7.000 en todo el país, 60 de los cuales son urbanos. Sólo uno, en San Pedro Sula, la segunda ciudad más grande de Honduras y la más violenta del mundo, con 171 homicidios por cada 100.000 habitantes, está sujeto a una gestión privada.

Recoger la lluvia para los meses secos

El SANAA no llega a los lugares que no tienen ni acueducto ni alcantarillado. Es el caso de Tierras Morenas, en el departamento sureño de Choluteca, a 150 kilómetros de Tegucigalpa. Aquí el Fondo del Agua está colaborando con la Asociación Coordinadora Indígena y Campesina de Agroforestería Comunitaria Centroamericana. El proyecto abarca varias zonas del corredor seco, una región afectada por una constante sequía que atraviesa Guatemala, Honduras y Nicaragua. La situación ha empeorado en los últimos años merced a los efectos del cambio climático, según aseguran los habitantes de Tierras Morenas. La mitad de las cosechas de frijol y maíz, alimentos básicos de su dieta, llega a perderse por falta de agua.

Por esta razón, la cooperación española está intentando fortalecer las capacidades locales de gestión del agua en siete municipios, gracias a un sistema de recolección de agua de lluvia donado a 524 familias. Una cuarentena de ellas vive en Tierras Morenas, una pequeña comunidad a la que se llega tan sólo por dos medios de transporte: con un resistente todoterreno o caminando. Los school-bus amarillos, que Estados Unidos vende a Honduras pese a que violarían cualquier norma sobre contaminación en un país occidental y que recuerdan al autobús escolar de Los Simpson, dejan a los viajeros a más de cinco kilómetros. No hay calles. Los senderos de roca y tierra están flanqueados por cactus y plantas espinosas que contrastan con las vigorosas plantaciones de café que pueden encontrarse a pocos kilómetros.

El proyecto para recogerla lluvia ha sido bien acogido por el pueblo. Enseñan con orgullo dos cuadernos, uno rojo y otro verde, en los que apuntan quiénes han pagado la tarifa del agua y quiénes no. Antes de este sistema los vecinos pagaban alrededor de 30 lempiras mensuales (1,20 euros) por el agua, que a los pocos meses se transformaron en 50 para garantizar el mantenimiento.

Más de uno prefiere tirar del pozo que tiene en su casa pese a que se seca varias veces al año. Manuela, por ejemplo, “tuvo unproblema con el maridoy no puede pagar”, contestan esquivos los habitantes del pueblo. De momento, la comunidad está pagando su cuota, al tiempo que se preparan para depositar el dinero recaudado en el banco. Será laprimera cuenta bancariaabierta en Tierras Morenas.

El de Manuela es un caso en el que no ha servido la capacitación. En cambio, gracias a la formación, el resto del pueblo ha accedido a pagar una tarifa mínima para disponer de unos enormes tanques azules junto a sus pequeñas viviendas. La lluvia que cae sobre las casas entre mayo y noviembre se canaliza hasta los depósitos, donde se almacena para el resto del año. Tiene que ser suficiente para los meses siguientes, en los que no cae ni una gota del cielo.

“Antes bebíamos agua contaminada que íbamos a recoger al río, a un kilómetro de aquí”, cuenta José, de 58 años, que ha vivido siempre en Tierras Morenas. Ahora la recogida de agua de lluvia, como se conoce este sistema, entra en su casa pasando por un filtro coloidal que la purifica. “Teníamos muchos problemas de diarreas, sobre todo entre niños y mayores, que se han ido del todo”, añade José.

Como en el caso de Comayagua, el agua mineral embotellada es un bien demasiado caro, por lo que el acceso al abastecimiento se basa en la sostenibilidad de los proyectos. Este año deberán consolidarse los que ya se han puesto en marcha, pero hay muchos en los que todavía tiene que ponerse la primera piedra.

Paradójicamente, este retraso ha servido a la cooperación española en Honduras para evitar los recortes presupuestarios que han dejado sin apenas recursos a otras sedes en América Central, como Guatemala. Por ello, el miedo en Tegucigalpa es patente: sin una segunda fase del Fondo del Agua, el dinero invertido en Honduras podría darse por perdido.

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Esta información forma parte del proyecto El Fondo del Agua: cómo España abastece a América Latina, ganador en concurso público de una ayuda periodística internacional gestionada por el Centro Europeo de Periodismo y la Fundación Bill & Melinda Gates. El único contacto con ambas instituciones ha consistido en cumplimentar diversos formularios relacionados con el proyecto, pero en ningún caso acerca de la orientación periodística de los reportajes.

Luis mira el camión cisterna mientras habla entre dientes. Está de pie al lado de un riachuelo color ceniza de los varios que hay en Honduras cuando, a veinte metros de él, la bomba de goma del vehículo empieza a aspirar agua. “Ahí lo tienes. Las empresas sacan agua de este río gratis, mientras yo tengo que pagar 80 lempiras (poco más de 3 euros) a la semana para regar mi huerto”, comenta sin quitar la mirada de la escena. “Hazle una foto, que se sepa esto”, insta al periodista.

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