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“Vamos a dar una sorpresa a tu abuelo; entra y agáchate para que nadie te vea”
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el sumario del caso del pederasta

“Vamos a dar una sorpresa a tu abuelo; entra y agáchate para que nadie te vea”

El sumario del caso del pederasta de Ciudad Lineal revela cómo el agresor embaucaba a sus víctimas utilizando a su familia. Era su firma, asegura la Policía

El pederasta de Ciudad Lineal se mostraba afectivo y utilizaba habitualmente una excusa familiar para atraer y embaucar a sus víctimas. Desde el primer intento de agresión registrado por la Policía hasta la última consumación de abusos, pasando incluso por el ataque perpetrado en 1998, empleó argumentos familiares para acercarse a las niñas y ganarse su confianza. Incluso a veces hasta las llamaba por su nombre, después de haber estado observando su entorno. La Policía ha calificado este procedimiento como su firma de autor.

Según consta en el sumario, cuyo secreto levantó ayer la magistrada María Antonia Torres, que instruye la causa, ya en la tentativa de ataque que sufrió una niña de Coslada el 11 de julio de 2013, su primer ataque de la época reciente, utilizó este modus operandi. En aquel caso, el presunto pederasta Antonio Ortiz detectó que la menor, de origen chino y que apenas contaba siete años, había sido enviada por sus padres a hacer unas compras. A mitad de camino, el hombre hizo como si hablara por teléfono con el padre de ella. “Estoy con ella, yo la acompaño a casa”, dijo en voz alta para que la niña le escuchara. La pequeña, que tenía las llaves de su domicilio, se dejó embaucar por ese comentario y se fue con él hasta la vivienda.

Una vez allí, el farsante le pidió a la criatura que se duchara. Ella le respondió que ya se había duchado, pero él insistió. La pequeña entra en el baño mientras él espera fuera. Tras la ducha, ella se cubrió con una toalla y salió a buscar su ropa. Él se ofreció para secarla, pero ella se negó, a lo que él respondió con ira sujetándola por el cuello. En ese momento la niña gritó “socorro, socorro” y el sujeto salió huyendo a toda prisa de la casa.

En otra ocasión, otra víctima narró cómo fue engañada por el pederasta, que en este caso sí consumó sus abusos sexuales. Fue un año después del episodio de Coslada y el agresor volvió a utilizar el argumento familiar. La menor, de ocho años, que montaba en bicicleta junto a su hermano bajo la vigilancia de su tío y su abuelo, que estaban sentados en un banco en el barrio de San Blas (Madrid), fue un momento a orinar junto a dos coches cuando se acercó el individuo. “¿Ese que está ahí es tu abuelo?”, preguntó recurriendo a su firma. “Sí –respondió ella–. Vamos a darle una sorpresa a tu abuelo”, le dijo el sujeto, que logró así que la niña le siguiera hasta el vehículo que tenía aparcado en la parte posterior de la calle.

Cuando llegaron a la altura del coche, él le abrió la puerta. “Métete y agáchate para que nadie te vea”, le indicó. La niña obedeció, se sentó entre los asientos y permaneció oculta hasta que arrancó el coche, según el testimonio de la propia chiquilla que consta el sumario, donde vienen las declaraciones de las seis menores y de los testigos, entre los que se encuentran otros dos niños.

De ahí la llevó a un descampado y colocó una toalla en el suelo. Ella quiso marcharse a su casa, pero él ya no le dejó. Después la agredió y vejó sexualmente. Cuando terminó, la limpió con agua y una toalla para evitar dejar rastros, le señaló el agujero de una valla rota y le dijo que se tenía que ir por ahí. La pequeña echó a correr, asustada y llorando, hasta que otro hombre la encontró. Ante la Policía, la pequeña recordó el desagradable episodio y declaró que el pederasta le había hecho “cosas malas”, le había dado "mordiscos" y le había dicho que no le dijera a nadie que había estado con él.

Esta niña, como el resto de testigos protegidos, describió a su agresor como un hombre de 1,75 metros de altura, español, alto, fuerte, musculoso, de pelo castaño, con lunares en los mofletes y dos heridas en un brazo. Además, añadió que “sudaba mucho”. El coche olía a tabaco, según la descripción de la pequeña, quien sin embargo matizó que el conductor no llegó a encenderse ningún cigarrillo.

Poco después, el 8 de agosto, el pederasta volvió a actuar con el mismo procedimiento, esta vez en el barrio de Moratalaz. “¿Tú estabas en el bar con unos chicos que eran tus padres?”, le interpeló el hombre a modo de acercamiento. “Tu padre me ha mandado a que vengas a buscar conmigo unas cosas al coche, que tu padre está ahí”, añadió para terminar de ganarse la confianza, como había hecho antes con otras.

Cuatro meses antes, el pederasta había actuado de modo similar con otra menor en la madrileña calle Agastia, situada en el barrio de Ciudad Lineal. Mientras la niña iba a comprar chucherías con unas amigas ­­­–su madre le había dado permiso segundos antes–, el hombre se acercó a ella y nuevamente nombró a uno de sus familiares. “Ven, que te voy a probar una ropa; te voy a poner unos trajes de modelo, que tu madre lo sabe y que yo la conozco”, le dijo a la que posteriormente sería su víctima delante incluso de sus jóvenes compañeras.

La pequeña se fue con él confiada. “Esperaos aquí cinco minutos que ahora vuelvo”, les prometió el hombre a las amigas, ante las que en ningún momento se ocultó. La niña apareció horas después, a la una y media de la madrugada, en una zona cercana con “signos evidentes” de haber sufrido una intoxicación, con dificultades para andar y mantener el equilibrio y unas ojeras muy marcadas.

En las más de mil páginas agrupadas en cinco tomos y tres piezas separadas que componen el sumario del Juzgado de Instrucción número 10 de Madrid, se detalla también la compleja investigación policial que llevó a la detención de Antonio Ortiz. Los agentes recurrieron al sistema de escuchas telefónicas Sitel, a la información facilitada por los repetidores telefónicos para determinar posiciones de usuarios de móviles, al análisis de vestigios, al contraste de antecedentes, a la visualización de decenas de cámaras e incluso al examen de los perfiles en redes sociales utilizados por el sospechoso y sus círculos más cercanos.

El estudio de miles de datos (posicionamientos, agresores previos, etc.) fue delimitándose poco a poco hasta que la Policía se quedó con tres sospechosos. La estancia en prisión de Ortiz por otro delito de abusos a una menor en 1998 –a la que también atrajo con su firma, diciéndole que venía “de parte de su madre para darle una sorpresa”– y la coincidencia con las descripciones facilitadas por las víctimas fueron determinantes para apuntar directamente al actual acusado. Aun así, como señala la propia Comisaría General de Policía Científica en respuesta al juzgado el pasado 25 de septiembre, según se refleja en el sumario, “no se ha realizado ningún informe que dé lugar a una identificación positiva del autor por ADN”.

Las declaraciones de las víctimas y la investigación llevaron posteriormente a identificar a Antonio Ortiz como presunto autor de las agresiones. El presunto pederasta guardaba un gran número de medicamentos que pudieron utilizarse en parte para drogar a las niñas. Tanto su madre como su exmujer admitieron, como consta en el sumario, haber utilizado Orfidal en algún momento de los últimos años. La madre del acusado señaló que lo tomaba desde hacía ocho años porque tenía miedo a volar y la exesposa aseguró que el producto le ayudó a combatir una bulimia nerviosa y varios episodios de bajón emocional tras la muerte de un familiar.

El pederasta de Ciudad Lineal se mostraba afectivo y utilizaba habitualmente una excusa familiar para atraer y embaucar a sus víctimas. Desde el primer intento de agresión registrado por la Policía hasta la última consumación de abusos, pasando incluso por el ataque perpetrado en 1998, empleó argumentos familiares para acercarse a las niñas y ganarse su confianza. Incluso a veces hasta las llamaba por su nombre, después de haber estado observando su entorno. La Policía ha calificado este procedimiento como su firma de autor.

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