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¿Quién es el heredero político de Suárez?
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SUS ANTIGUOS COLABORADORES NO VEN SUCESOR

¿Quién es el heredero político de Suárez?

La “suarezmanía” no sólo se ha notado en el pueblo sino que han sido algunos de sus sucesores quienes han reivindicado para sí el 'espíritu de la Transición'

Foto: Fotografía de archivo de Adolfo Suárez en el Congreso de los Diputados.
Fotografía de archivo de Adolfo Suárez en el Congreso de los Diputados.

La “suarezmanía” desatada en el momento mismo en que su hijo, Adolfo Suárez Illana, anunció la agonía final del primer presidente de la democracia, no sólo se ha notado en el pueblo español (que percibió la ingente labor política del abulense) sino que han sido algunos de sus sucesores en la jefatura del Gobierno quienes han reivindicado para sí el “espíritu de la Transición”.

Sin embargo, dirigentes políticos de aquella época, colaboradores directos del Duque, consideran que en estos momentos no hay ningún heredero directo de Suárez.

De esta opinión es, por ejemplo, José Ramón Pin Arboledas, que fue diputado de UCD y alto cargo en sus gobiernos. O Rafael Calvo Ortega, ministro y secretario general de aquel partido y luego en el CDS.

“No hay ningún heredero”, sostiene Pin. “Él hizo una labor en circunstancias muy específicas. Ahora, quien encauce la tensión soberanista, que es el problema clave de España, tendrá que enfrentarse a circunstancias similares, aunque no idénticas… ¡A ver si viene la Gran Coalición! En todo caso, cualquier política que en lugar de encontrar puntos comunes ahonde en las diferencias es lo contrario a lo que pretendía Adolfo y a su labor en la Transición”.

Fran Carrillo, experto en Comunicación Política, entiende que el contexto político-social es distinto al de aquella época y “viendo la altura y el sentido de Estado de la actual clase política, yo me hago la misma pregunta. No veo heredero posible”.

El respeto de Felipe González

El primer presidente socialista después de la Guerra Civil atizó de lo lindo al que entonces era su adversario, pero empezó a valorarle una vez llegó al palacio de la Moncloa.

En sus primeros años en la presidencia, González utilizó a Suárez en determinadas encomiendas, sobre todo en el mundo iberoamericano, donde le representó en algunos acontecimientos. Luego, la relación se fue diluyendo paulatinamente.

Suárez llegó a considerar que Felipe, al que envidiaba por sus condiciones políticas como orador y también por venir incólume desde el punto de vista democrático, era menos socialista que él mismo y con menos sentido de ‘lo social’, que era una de sus señas de identidad.

El ‘dios’ socialista tuvo una actitud de respeto hacia su antiguo adversario (llegó a pensar que no podría derrotarle nunca, de ahí la ofensiva terrible desatada a partir de 1979) y reivindicó la “especial sensibilidad para recuperar el diálogo, no sólo en la coyuntura dramática del fallecimiento de Suárez”.

Aznar: cualquier parecido es pura coincidencia

José María Aznar ha sido el expresidente que con más ahínco ha pedido para sí mismo la obra y el espíritu de Suárez. Se apoya en que el último mitin de Adolfo lo presidió él cuando su hijo intentaba desbancar a José Bono de la presidencia de Castilla-La Mancha bajo las siglas del PP. Pero habría mucho que hablar de cómo y en qué circunstancias se produjo aquel acto y qué exigió Aznar para que Suárez Illana tuviera aquella oportunidad.

Incluso en la propia clínica donde el expresidente agonizaba, Aznar, junto a Botella, proclamó su devoción por Adolfo, reivindicó su patrimonio político y subrayó su “fidelidad a Suárez”, algo que llenó de asombro y estupor a los que vivieron aquellos años.

“No se parece en nada, pero en nada… Dos personalidades completamente opuestas, hasta en el perfil personal, carisma, simpatía… absolutamente en nada, sin olvidar que Adolfo tenía un marcado acento ‘social’ del que carece por completo Aznar”, afirma un exministro de UCD que luego tuvo un cierto protagonismo en el PP de Aznar.

Pocos conocen dos durísimos enfrentamientos entre ambos. Aznar sabía que tenía que arrebatar el centro al CDS y se había dedicado a hacer ofertas a personajes singulares que en otra época habían sido cercanos a Adolfo como Rafael Arias Salgado o Luis Gámir, entre otros muchos. Lo relaté en mi libro El Túnel (Temas de Hoy, 1993. Páginas 260/261).

Durante las elecciones municipales del mes de mayo de 1991, ambos coinciden en la estación del AVE de Córdoba donde los dos intervenían en sendos mítines de sus partidos.

- A ver si dejas en paz a mi partido y nuestros dirigentes, José María. ¡Ya está bien! ¡Te pasas la vida proponiendo el transfuguismo a mi gente!

- Pero hombre, Adolfo, ¡si eres el único que me queda por convencer!

El líder del CDS no estaba para bromas. El 21 de mayo en Zaragoza, un miembro de su equipo le informa de que Aznar había dicho que “la única alternativa al PP es un Gobierno de socialistas, comunistas y aventureros”, esto último en referencia al partido de Suárez.

El Duque insistió en confirmar la veracidad de la afirmación.

- ¿Ha dicho eso, seguro?, preguntó al colaborador.

- Eso ha dicho.

- Pues no se lo tolero. Le exijo que lo retire inmediatamente. Tengo autoridad suficiente para pedírselo.

Luego añadiría más: “Este muchacho camina impresionantemente hacia la soledad más patética, fruto de su interés por descalificar a todas las fuerzas políticas”.

“Quiero decirle una cosa al señor Aznar”, diría en el mitin, “yo ya estoy en la Historia, y él no lo conseguirá nunca con esos métodos. Tiene unas ansias de poder muy grandes…”

El caso de Zapatero

José Luis Rodríguez Zapatero se mostró muy risueño en los actos protocolarios en tributo al exmandatario. Pero sustancia en sus años de Gobierno todo lo contrario a lo que significó la Transición. “De hecho, despreció a la generación de la Transición y se propuso por su cuenta y riesgo hacer una nueva, rompiendo los consensos básicos de entonces, que tendrían que haber seguido en vigor…”, sostiene Juan José Lucas, dirigente de UCD y posteriormente en el PP.

El hecho histórico descriptible es que Zapatero abrió las tumbas de la Guerra Civil y dividió profundamente a los españoles apelando a valores minoritarios de los sectores más agresivos de la sociedad. Aun así se permitió decir ante el cadáver de Suárez que “su legado de libertad y pluralidad están en vigor”, así como los valores constitucionales que ahora quiere modificar para dar pábulo a sus antiguos socios secesionistas catalanes.

Definitivamente, Adolfo Suárez González se pudre en el claustro de la Catedral de Ávila. Su legado hoy no tiene testa coronada.

La “suarezmanía” desatada en el momento mismo en que su hijo, Adolfo Suárez Illana, anunció la agonía final del primer presidente de la democracia, no sólo se ha notado en el pueblo español (que percibió la ingente labor política del abulense) sino que han sido algunos de sus sucesores en la jefatura del Gobierno quienes han reivindicado para sí el “espíritu de la Transición”.

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