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La muerte de Suárez convierte su obra política en un mito de la democracia
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ADIOS AL HÉROE DE LA TRANSICIÓN

La muerte de Suárez convierte su obra política en un mito de la democracia

Suárez ha muerto, pero el mito acaba de nacer. Nunca un presidente en la historia de España -más de cien desde 1833- ha suscitado tanto respeto

Foto: Adolfo Suárez jugando al golf. (I.C.)
Adolfo Suárez jugando al golf. (I.C.)

Adolfo Suárez ha muerto, pero el mito acaba de nacer. Nunca un presidente del Gobierno en la historia de España –más de cien desde 1833– ha suscitado tanto respeto. Incluso cariño y gratitud. Ni tanto respaldo popular pese a no haber gobernado nunca con mayoría absoluta (su mejor resultado electoral fue en 1979 con 168 diputados y el 34,9% de los votos) ni haber podido construir un partido que le sobreviviera. El mito ha barrido su cosecha electoral.

Pero su obra está ahí. Y eso explica el sentimiento general de agradecimiento por lo que ocurrió entre el 3 de julio de 1976 –que es cuando el Rey lo nombra contra viento y marea jefe de Gobierno– y el 29 de enero de 1981, cuando, contra pronóstico, presenta su dimisión, sólo unas horas antes del oscuro y nunca bien explicado Congreso de UCD en Palma de Mallorca. En total, 1.670 agitados y transformadores días de que ya han quedado grabados a fuego en la historia de España, y que ahora todos y cada uno de los políticos en activo reivindican. Los 1.670 días que cambiaron la historia de España.

Pero hay que recordar lo cierto. Y lo cierto es que los restos de la Unión del Centro Democrático (UCD) se lo repartieron los partidos en auge: el PSOE y la Alianza Popular de Manuel Fraga. El CDS, su criatura política, nunca se hizo mayor y llegó a cosechar un máximo de 19 diputados (el 9,2% de los votos) en 1986. Desde entonces, un silencio político y mediático –incluso personal tras el fallecimiento de su esposa y de una de sus hijas– que el viernes se rompió tras anunciar Adolfo Suárez Illana el fallecimiento “inminente” de su padre.

Ninguna voz disonante. Ni la derecha de toda la vida que conspiró contra él –incluso en los cuarteles– ni la izquierda representada en el PSOE, que le atizó sin piedad. Ni los sindicatos que se movilizaron contra los recortes ni los empresarios que lo dieron casi por amortizado desde su primer día en la Moncloa, y que lo veían como ‘rojo’. El diputado Alfonso Guerra, la lengua más despierta y viperina de la Transición, lo fustigó hasta la saciedad desde la tribuna de oradores y desde su escaño, pero ayer sus palabras –se reconciliaron hace mucho tiempo– sirvieron para poner en valor la “lucidez” de alguien que sabía hasta dónde podía llegar.

Y ese es, en realidad, el delicado equilibrio (ni un paso más allá ni un paso más acá) en el que se movió Suárez durante sus años de Gobierno (menos de cinco). El equilibrio de la Transición. Ninguno de sus colaboradores más estrechos de aquella época (Abril Martorell, Gutiérrez Mellado, Chus Viana o Rodríguez-Sahagún) le sobrevivió.

Aquella fue una tarea hercúlea, como reconoció el rey Juan Carlos. Sin duda, en horas bajas a la luz de lo que reflejan las encuestas de opinión, pero que ayer tuvo la oportunidad de reivindicar su propio protagonismo en la Transición junto a Suárez. "Fue un hombre de Estado, un hombre que puso delante de sus intereses personales y de partido el de la nación", aseguró el Monarca, para quien el dolor "no es obstáculo para recordar y valorar la Transición", que, sustentada sobre el pueblo, "impulsamos Adolfo y yo".

En primera persona

Nunca antes el Rey había hablado en primera persona del periodo más fascinante y prolijo de la reciente historia de España. Nunca antes el Rey había grabado un vídeo –el pasado viernes lo hizo en el palacio de la Zarzuela– con palabras hermosas de reconocimiento hacia un servidor público.

No fue, desde luego, el único. Pero sí fue quien transmitió la imagen más conmovedora. No estamos ante el fallecimiento de un presidente del Gobierno más de la democracia. Y no lo es porque por primera vez los expresidentes olvidaron sus viejas rencillas (ninguno de los dos anteriores fue invitado a los funerales de Estado por el 11-M).

José María Aznar fue el primero en acudir a la clínica Cemtro, para recordar que quien se ha marchado fue "su contrincante", pero que luego fue sobre todo “aliado y amigo", y siempre tendrá "un puesto de honor en la democracia" con su aportación para favorecer "la convivencia de todos los españoles".

José María Aznar y Ana Botella expresan sus condolencias a Adolfo Suárez Illana. (Efe)Aznar, como se sabe, pescó en las aguas estancadas de la UCD que pudo sobrevivir a la apisonadora socialista, y con esos mimbres fue capaz de construir el primer partido de centro derecha que aglutinó a todas las corrientes del pensamiento conservador desde la Restauración. Muchos de los actuales dirigentes del PP –el propio presidente del Congreso, Jesús Posada– estuvieron en la Unión del Centro Democrático. Incluso algunos del PSOE –como Fernández Ordóñez–, que se pasaron con armas y bagajes al huracán socialista.

¿Y qué dijo ayer su líder? Felipe González, por entonces joven abogado sevillano que planteó una durísima estrategia de oposición a Suárez, hizo suyos los halagos de todos. Atrás quedaban momentos extremadamente críticos que pusieron en jaque el consenso (término puesto en circulación, por cierto, por Santiago Carrillo) con su oposición inicial a la firma de los Pactos de la Moncloa, la célebre enmienda republicana a la Constitución o la moción de censura pocos meses antes del 23-F.

Ayer todo era distinto. Como no podía ser de otra manera, González recordó que había compartido con Suárez “muchos momentos claves de la historia" de España. Y de esas relaciones lo que había surgido, en realidad, fue una “amistad que superaba las discrepancias lógicas en el pluralismo de las ideas", “Tengo”, aseguró el expresidente, “recuerdo imborrable de su figura y de su tarea".

Sea como sea, sólo hay una cosa cierta. Como escribió ayer alguien en un foro, “ya no queda vivo ninguno de los tres políticos que el 23-F no se refugiaron debajo de sus escaños cuando entró Tejero”.

Adolfo Suárez ha muerto, pero el mito acaba de nacer. Nunca un presidente del Gobierno en la historia de España –más de cien desde 1833– ha suscitado tanto respeto. Incluso cariño y gratitud. Ni tanto respaldo popular pese a no haber gobernado nunca con mayoría absoluta (su mejor resultado electoral fue en 1979 con 168 diputados y el 34,9% de los votos) ni haber podido construir un partido que le sobreviviera. El mito ha barrido su cosecha electoral.

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