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Las 'Marchas por la Dignidad' aterrizan en Madrid y empiezan a tomar las calles
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crónica en vivo desde una caravana de murcia

Las 'Marchas por la Dignidad' aterrizan en Madrid y empiezan a tomar las calles

Vienen de toda España para pedir la dimisión del Gobierno y protestar por la falta de empleo. 'El Confidencial' ha viajado en una de las columnas desde Murcia

Foto: Los integrantes de la marcha que ha salido desde Murcia montan en el autobús esta mañana. (Elisa Reche)
Los integrantes de la marcha que ha salido desde Murcia montan en el autobús esta mañana. (Elisa Reche)

“Cada persona en este autobús es una tragedia humana”, se lamenta Francisca Martínez, una activista de la PAH de 52 años cuya hermana está notificada para un desahucio por haber avalado a su ex marido. Francisca es una entre los 48 viajeros de uno de los 20 autobuses fletados desde la Región de Murcia de camino a la Marcha de la Dignidad en Madrid.

A las ocho de la mañana, todavía soleada en Murcia, unas 100 personas acuden al Auditorio Regional para subirse a los dos autobuses fletados por la Intersindical en dirección a Madrid. “¿Está lloviendo allí?”, pregunta Francisca a otros viajeros conectados con los compañeros que se encuentran ya en Vallecas. En solidaridad con quienes han recorrido todo el trayecto caminando durante días los pasajeros del autobús se sumarán a los últimos ocho kilómetros a pie hasta llegar al punto de encuentro a las 17 horas en Atocha, con manifestantes de todas las latitudes de España.

Los pactos de la transición se desmoronan y sus protagonistas mueren. “No me parece casual que los medios de comunicación publicaran ayer la muerte inminente de Adolfo Suárez. Es perfecto para recordarle a la gente lo difícil que fue conseguir nuestra democracia y que se queden en casa”, dice Víctor Egío, licenciado de Filosofía de 31 años que no ve ninguna posibilidad de dedicarse a la docencia de su especialidad. Ahora da clases de alemán en la Escuela de Turismo de Murcia y en una academia. “Es triste porque me dedico a mandar a gente fuera de España. Mis alumnos son ingenieros, arquitectos y médicos que quieren aprender alemán para emigrar”, sentencia este joven de ojos verdes y cabello largo, de Santomera, un pueblo de Murcia.

Autobús fletado por la Marcha por la Dignidad desde Murcia. (Elisa Reche)Víctor Egío y Óscar Dolls, ambos de Santomera, describen una situación familiar similar. Sus padres son trabajadores de la construcción que llevan en paro más de cinco años, sus madres son auxiliares de clínica que trabajan fuera y dentro de casa. “Mi padre ahora pone y quita la mesa y saca los platos del lavavajillas, pero le ha costado lo suyo. En general, los hombres se reúnen en los bares del pueblo todo el día a quejarse de lo que está pasando”, cuenta Óscar, fisioterapeuta de 28 años. “La generación de nuestros padres está acostumbrada a que le den todo hecho, no están acostumbrados a deliberar o luchar. La transición está muy idealizada”, añade Víctor.

Óscar ha traído su Nikon 3200 para hacer fotos y grabar lo que pueda pasar, no en vano se va a desplegar un dispositivo récord de 1.700 antidisturbios. Víctor lleva en la mochila el saco de dormir “por lo que pueda surgir”. Ambos jóvenes consideran que este Gobierno no tiene legitimidad, no ha cumplido lo que prometido y “hay que echarlo”. Sobre todo, piensan que la democracia necesita un buen remozo con el que la ciudadanía puede implicarse y pedir cuentas a los políticos fuera del hecho de depositar una papeleta cada cuatro años en las urnas.

Participantes en la Marcha por la Dignidad de Murcia. (Elisa Reche)Mientras tanto, Manolo Castro, un maestro liberado que trabaja actualmente para la Intersindical y ha organizado este viaje informa a los pasajeros con un micrófono: “En el caso de que se produzcan detenciones hay un Equipo Jurídico de las Marchas de 22-M de 30 abogados para defender a los detenidos”.

Y el activista de la PAH de 57 años Paco Morote añade: “Es de rigor no declarar en comisaría y pedir asistencia del equipo jurídico. En comisaría nunca se declara, se pide abogado y se habla delante del juez”. “Me acaba de llegar un tweet de la coordinadora de marchas que informa de que la guardia civil va a retener más de 100 autobuses para registrarnos y así hacernos perder tiempo para que no lleguemos a tiempo, algo más propio de una dictadura”, comparte Paco con el resto del autobús. “¡Lo llaman democracia y no lo es!”, responde el autobús al unísono.

Entre los viajeros hay de todo: maestros, activistas de la PAH, jóvenes parados, desahuciados de sus hogares, pero ningún radical, ningún violento, ningún anti-sistema, ningún neonazi griego. Aunque se respira un ambiente de catástrofe, de pesimismo asimilado, de criminalización de la protesta pacífica. “No hemos venido como héroes, sino en un acto de defensa propia ante el recorte de derechos de esta estafa que llaman crisis”, señala Paco con la camiseta verde con el logotipo de la PAH.

(Foto: Elisa Reche)El cura Joaquín Sánchez, de 52 años, está sentado en las primeras filas y también aboga por llamar a las cosas por su nombre. Habla de “engaño” en lugar de crisis. Joaquín ha visto cómo la cola de Cáritas en el pueblo de Torres de Cotillas en Murcia ha pasado en los últimos años de 52 a 350 familias. “Y aún existe la pobreza del silencio, a quienes les avergüenza pedir comida. Hay mucha gente pasando hambre. He visto muchas veces cómo se le echa agua a la leche, como los hijos dicen que tienen hambre y los padres no tienen que darles o las ollas comunes, donde los pensionistas cocinan para los hijos y los nietos”. Joaquín es el capellán de la prisión Murcia 1 y de centros psiquiátricos. Joaquín firmó un manifiesto llamado “En el nombre de Dios, basta ya de desahuciar a las familias” que sólo fue firmado por 12 de 350 miembros de la curia de la Región de Murcia.

“¡Vamos a acabar con ellos, vamos a echar este Gobierno!”, grita Mariano Vera de 63 años, quien explica micrófono en mano que hace dos años en la Huelga General del 29 de septiembre en la estación de autobuses de San Andrés en Murcia le rompieron la cadera y el fémur en una carga policial. “¡Sí podemos! ¡Rajoy se creía que Murcia no venía!”, responden los viajeros.

En la economía sumergida

El fondo del autobús está ocupado por los más jóvenes. Francisco Casco, de 31 años, “amo de caso” que no recuerda exactamente cuándo trabajó por última vez de delineante, su formación. “No sé si fue en 2008 o 2009 cuando entré en el paro. Desde entonces me dedico a hacerme cargo de mi casa, mi pareja es trabajadora social, a cuidar a mi hija de 21 meses y a la música”, explica Francisco quien colabora con la radio 15-M Murcia.

En la fila de atrás, Virginia López, educadora social de 34 años tiene un trabajo de media jornada desde hace un año con el que gana 700 euros. “Menos mal que vivo en un piso de mis padres porque con ese sueldo sería muy difícil llegar a fin de mes pagando una hipoteca o un alquiler”, señala Virginia. “En lugar de quedarme en mi casa he venido a luchar porque no sabemos qué será de nosotros en el futuro”, explica mujer que hasta el año pasado estuvo trabajando en la economía sumergida limpiando escaleras.

“Vamos a quitar los carteles de los cristales de la parte de delante y de atrás a sugerencia del conductor para no provocar a la guardia civil y que no nos paren”, sugiere Paco Morote al micrófono. Los carteles se descuelgan. “Pero si no nos dejan manifestarnos hoy, nos manifestaremos mañana”, zanja María C., una parada de 39 años. Los viajeros del autobús de la Intersindical de Murcia no están dispuestos a callarse. “A partir de ahora hay un antes y un después”, dice Mª José López, dueña de un restaurante francés en Murcia. “Si no, no se habría formado esto”, zanja la restauradora.

“Cada persona en este autobús es una tragedia humana”, se lamenta Francisca Martínez, una activista de la PAH de 52 años cuya hermana está notificada para un desahucio por haber avalado a su ex marido. Francisca es una entre los 48 viajeros de uno de los 20 autobuses fletados desde la Región de Murcia de camino a la Marcha de la Dignidad en Madrid.

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