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La doble cara de Manglano
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DIRECTOR DEL CESID ENTRE 1981 Y 1995

La doble cara de Manglano

En marzo de 1999 me encontré por primera vez, cara a cara, con Emilio Alonso Manglano. El escenario no era el más propicio para el teniente

Foto: La doble cara de Manglano
La doble cara de Manglano

En marzo de 1999 me encontré por primera vez, cara a cara, con Emilio Alonso Manglano. El escenario no era el más propicio para el teniente general que había dirigido con mano de hierro el Cesid entre los años 1981 y 1995. Había sido nombrado por Calvo Sotelo tras el fallido golpe de Estado del 23-F y lo había conservado Felipe González durante catorce años. Y, si no hubiera caído en desgracia por el escándalo de las escuchas, posiblemente hasta habría convencido a Aznar para continuar unos años más. Sobre todo porque contaba con el respaldo absoluto del Rey. Algunos de sus más estrechos colaboradores mantenían que el verdadero director del Cesid era Don Juan Carlos.

El escenario no era el más favorable para el general porque se encontraba sentado en el banquillo de los acusados por el caso de las escuchas del Cesid, en cuyo descubrimiento colaboré activamente. Los periodistas pudimos demostrar que los servicios secretos durante años habían espiado ilegalmente a políticos, empresarios y abogados. Y en esa tarea de espionaje también nos vimos afectados algunos profesionales de la información.

Pero, en esta ocasión, en la sala de la Audiencia Provincial donde se celebraba el juicio, el periodista jugaba con ventaja: participaba como testigo, mientras Manglano, sentado en el banquillo, respondía de una serie de delitos ante el tribunal.

Mi comparecencia, en un principio, apenas tenía importancia pues todo lo que tenía que decir ya lo había publicado, pero no transcurrió como hubiera querido. Y el general fue el causante del incidente. Su soberbia le impedía entender el trabajo de los periodistas y prefirió cargar contra el mensajero.

Manglano permanecía sentado tras de mí en un figurado banquillo, pues ocupaba una silla más cómoda.  Junto a él estaba el coronel Alberto Perote, que durante años fue su estrecho colaborador al frente de la Aome, la Agrupación Operativa de Misiones Especiales de los servicios secretos. Le daba la espalda al general, sentado en una butaca y delante de un micrófono, mientras respondía a las preguntas del tribunal  sobre mis revelaciones en El Mundo acerca de las escuchas ilegales del Cesid. Esa posición me impedía apreciar su rictus, pero por sus jadeos y balbuceos,  lo notaba inquieto, incómodo y nervioso. Y mientras avanzaba en mis revelaciones que, por supuesto no eran de su agrado, percibía cómo el general se retorcía en su silla.

Y llegó la parte más desagradable. En uno de los recesos, mientras el tribunal esperaba la grabación de mi declaración y el turno de las preguntas de los abogados de las acusaciones particulares, se produjo el incidente. Modulando una voz timbrosa el general me espeta a bote pronto:

- ¡Vaya cara tienes!

Me revuelvo, lo miro fijamente y me dirijo al presidente del Tribunal, el magistrado Perfecto Andrés Ibáñez:

- Quiero hacer constar mi protesta, señor presidente, por lo que el señor Manglano acaba de decirme.

El general se sorprende por mi reacción y rectifica.

- No me refería a usted. Me dirigía a los abogados de la acusación.

- ¿Y entonces? -le contesto- Yo creo que sí se refería a mí y quiero que conste mi protesta. Pues para caras, habría que medirlas.

 Nunca olvidaré el semblante de Manglano ante mi respuesta: entre la ira, la impotencia y el desprecio. Él, que había sido durante tres lustros uno de los hombres más poderosos de España, se veía increpado en público por un simple periodista. Todo un teniente general, que modernizó los servicios secretos españoles y llegó a tener más poder que los presidentes del Gobierno, corregido por un plumilla. 

El presidente del Tribunal manifestó que él no había escuchado nada pero los letrados de la acusación, que se hallaban más cerca y atentos a sus movimientos, precisaron que el periodista decía la verdad y que la protesta constara en el acta de la sesión.     

Pero los incidentes no terminaron ahí. Aún más desagradable fue el encuentro dialéctico entre el exdiputado socialista Pablo Castellanos y Manglano. El general, durante su interrogatorio, se jactó del papel desempeñado por el Cesid durante el proceso democrático y se escudó en la confidencialidad para silenciar esos servicios. Pero Castellanos le espetó:

- ¿Y entre esas cosas inéditas, que según usted van a seguir afortunadamente sin conocerse, estaba también una comisión de crímenes de Estado que se creó en el Cesid?

Manglano hizo ademán de levantarse de la silla y no lo logró porque lo detuvo el coronel Perote. Se limitó a  balbucear:

- ¿Qué ha dicho? ¡Haga el favor de repetírmelo!

No se lo recalcó pero Castellanos se refería a los documentos que elaboró el Cesid bajo el mandato del general en los que se demostraba la colaboración de los servicios secretos españoles en la creación de los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL), en 1983, por el primer gobierno socialista de Felipe González. Uno de esos papeles secretos, desclasificado por el Tribunal Supremo y conocido como acta fundacional de los GAL, recomendaba que la mejor solución para acabar con ETA era el secuestro de sus dirigentes. El documento figuraba entre las 1.300 microfichas que se llevó de Cesid el coronel Juan Alberto Perote. 

Después del juicio, pasado el tiempo, quise en más de una ocasión mantener una entrevista privada con el general pero siempre se negó. Su soberbia y prepotencia se lo impedía. Incluso, en un par de ocasiones lo vi pasear, solo, sin escoltas,  por la calle San Francisco de Sales -vivía en Domenico Scarlati- camino de la cafetería José Luis, donde solía tomar un café a media mañana, pero no me atreví a dirigirle la palabra. Hace poco pregunté por él a uno de sus más estrechos colaboradores y me dijo que vivía en una residencia de ancianos en la más absoluta soledad. Estaba muy enfermo y penas mantenía relación con su familia, me comentó. En el fondo, me dio pena porque no es el mejor final para un personaje tan importante de nuestra historia reciente, al margen de sus errores.   

Los últimos años de Manglano al frente de los servicios secretos españoles fueron un tiovivo de escándalos: papeles de la guerra sucia de los GAL, escuchas en la sede de HB de Vitoria, operación Mengele con el secuestro de mendigos y el caso de las escuchas ilegales, que provocó su dimisión en 1995, entre otros muchos.

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Los militares ultras, a raya

Sin embargo, todas estas tachas no son suficientes para oscurecer la labor del teniente general en su primera etapa como director del Ceside, tras su nombramiento por Calvo Sotelo. El papel del entonces coronel, junto a Gutiérrez Mellado, Bourgón López Dóriga, Perote y Santiago Bastos, fue determinante para vacunar a España de la fiebre golpista. Tras el fallido intento de Golpe de Estado del 23-F, el Cesid de Manglano mantuvo a raya a los militares ultras y contribuyó activamente a la democratización de las Fuerzas Armadas.

Entre sus operaciones hay que destacar la desactivación de otro intento de golpe de Estado el 27 de octubre de 1982, durante la jornada de reflexión de las elecciones de aquel año, que fueron ganadas por el PSOE. Según los papeles encontrados a los golpistas por los agentes del coronel Perote, estaba previsto que la asonada militar, que dirigía desde la cárcel el teniente general Milans del Bosch, fuera  mucho más cruenta que la anterior. 

Manglano también logró la modernización de los servicios secretos españoles, inauguró su actual sede en la carretera de La Coruña de Madrid y rompió su aislamiento  internacional estableciendo o ampliando sus vínculos con otros servicios extranjeros: CIA americana, MI6 inglés, Sedce francés, KGB ruso, BND alemana, Mossad israelí, Side italiana.

Entre sus operaciones fuera de España, el Cesid ayudó a la CIA y al ejército norteamericano en el conflicto armado contra Libia en el Golfo de Sidra en 1981. También ayudó a la BND alemana en su lucha contra la banda terrorista Baader Meinhof.

El general que perdió los papeles

Manglano perdió durante años los papeles y no me refiero únicamente a los que se llevó Perote de la sede del Cesid que hicieron estallar uno de los escándalos más importantes de la reciente historia de España. Entre ellos, la ya famosa hoja de despacho con una anotación de su puño y letra: "Me lo quedo. Pte. para el viernes".

Para ser justo aprovecho este artículo para reproducir un capítulo de mi tesis doctoral Las repercusiones periodísticas y judiciales del Periodismo de Investigación en España (Años 1993-1996), que nunca ha sido publicada. Entre los papeles del CESID, que desclasificó el Tribunal Supremo sobre la guerra sucia contra ETA, destacaba la Hoja de Despacho del director del Centro, fechada el 28 de septiembre de 1983 bajo el título Comando Sur de Francia. En uno de los el margen del documento figuraba una anotación manuscrita de Manglano: "Me lo quedo. Pte. para el viernes". 

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Tanto Garzón como Gómez de Liaño y el coronel Perote estaban convencidos de que las siglas "Pte." era la abreviatura de “presidente” y que Manglano tenía la intención de tratar el tema de las actividades de sus agentes en el sur de Francia el viernes en una de sus habituales reuniones con el entonces jefe del Ejecutivo, Felipe González. Manglano, en cambio, afirmaba que "Pte." significaba "pendiente". Para sus detractores, el general se contradecía porque cuando Manglano quería escribir en otros documentos la palabra "pendiente" lo hacía con todas las letras.

Sin embargo, tras un laborioso estudio de las 1.300 microfichas del caso Perote, logré localizar otras anotaciones de Manglano en otras hojas de despacho que daban la razón al director del Cesid. Pude llegar a la conclusión de que el polémico "Pte." correspondía a "pendiente" y no a "presidente".

Manglano tenía la costumbre de recurrir a diferentes anotaciones  para cada situación: "Me lo quedo", "O.K", "Pte", "Conforme", "Me lo quedo para estudiar", "Pendiente"..... En una de esas hojas de despacho del 16 de noviembre de 1983, en el casillero número cuatro, aparecía la inscripción "Pte". ¿Se refería Manglano a "presidente"? Difícilmente, porque el tema a tratar estaba relacionado con "instalaciones en la Aome". Es decir, unas reformas en la sede de la Agrupación Operativa de Misiones Especiales. Parece poco probable que para ello necesitara hablar con Felipe González.

En esa línea, en otras tres referencias que, por su contenido, sí podían guardar relación con el presidente González -actividades en el sur de Francia- anota "O.K". En otro documento sobre un viaje de Manglano a la ciudad japonesa de Osaka aparece la anotación "Pte". 

Manglano, nacido en Valencia en 1926, logró su entorchado de general mientras fue director del Cesid. Tras su salida de los servicios secretos en 1995 vivió alejado de cualquier actividad pública. Aunque una de sus obsesiones era anotarlo y controlarlo todo y, por eso, dejó constancia de las actividades ilícitas del Cesid, al parecer no ha dejado escritas sus memorias. Una pena porque el  teniente general era una página viva de la historia de España y con él se lleva a la tumba muchos secretos y acontecimientos inconfesables.  El Confidencial sí ha querido que el general tuviera a alguien que le escriba.      

En marzo de 1999 me encontré por primera vez, cara a cara, con Emilio Alonso Manglano. El escenario no era el más propicio para el teniente general que había dirigido con mano de hierro el Cesid entre los años 1981 y 1995. Había sido nombrado por Calvo Sotelo tras el fallido golpe de Estado del 23-F y lo había conservado Felipe González durante catorce años. Y, si no hubiera caído en desgracia por el escándalo de las escuchas, posiblemente hasta habría convencido a Aznar para continuar unos años más. Sobre todo porque contaba con el respaldo absoluto del Rey. Algunos de sus más estrechos colaboradores mantenían que el verdadero director del Cesid era Don Juan Carlos.