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Larga vida y prosperidad... mientras dure
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ESTRENO DE 'STAR TREK: EN LA OSCURIDAD'

Larga vida y prosperidad... mientras dure

Londres, año 2259,55 –fecha estelar, claro–. Un matrimonio recibe la visita de un enigmático hombre de negocios que pretende matarlos

Foto: Star trek into darkness photocall
Star trek into darkness photocall

Londres, año 2259,55 –fecha estelar, claro–. Un matrimonio recibe la visita de un enigmático hombre –Benedict Cumberbatch– que les propone salvar a su hija, inconsciente y postrada en cama, a cambio de un pequeño favor: que el marido, empleado raso de la Federación, sabotee la institución y acabe con parte de su archivo, almacenado en un edificio a la orilla del Támesis. Tras el atentado, cuando los comandantes de la Flota Estelar se reúnen en San Francisco para analizar la situación, como ordena protocolo, el joven capitán de la Enterprise, James T. Kirk –Chris Pine– cae en la cuenta de un extremo importante: el archivo destruido no tenía información secreta ni activos importantes. Lo único verdaderamente relevante que acarrea su destrucción es, precisamente, la reunión que está celebrándose en ese mismo instante, que reúne en un mismo lugar y en mismo momento a casi todo el mando de la Flota Estelar. Y es en ese momento, claro está, cuando asistimos a la primera explosión.

La nueva película de Star Trek es, ante todo, una película de los creadores de. De los creadores de Prometheus, por ejemplo, última entrega de la saga Alien con la que comparte un guionista, Damon Lindelof, y de los creadores de la próxima entrega deStar Wars, con quien comparte a J. J. Abrams, en ambos casos director. Y, sobre todo, de los creadores de Lost, serie de culto en vida y de bochorno en la hora de su muerte de la que fueron respectivamente demiurgo y dios, aunque su reino durase poco y acabase en descalabro. Abrams y Lindelof estaban llamados a ser, o así los coronaron muchos, los nuevos reyes de la ciencia ficción, y en efecto con esta son ya tres las grandes franquicias –Alien, Star Trek y Star Wars, quizá las tres mayores– en las que han puesto el huevo. Su participación en las dos primeras, hasta el momento, se ha saldado con taquillas decentes pero una recepción irregular entre la crítica, como se dice en estos casos. Por eso su participación en la tercera –el séptimo episodio de Star Wars, previsto para 2015–, suscita ante todo una noción, al menos entre los más aficionados al género: desconfianza.

Y seguirá siendo así. Con Star Trek: Into Darkness J. J. Abrams ha desperdiciado la oportunidad de neutralizar esa desconfianza y, al contrario, conseguirá seguramente alimentarla más, ya que la cinta carece en cualquier punto del destello de valor extra que exige el intento de revitalizar una franquicia que hasta 2009 –conStar Trek, dirigida también por él– estaba prácticamente muerta. Aquella precuela funcionó mejor, consagrada a la presentación de los personajes, a la recreación de importantes hitos en la mitología de Star Trek –empezando por la creación del legendario equipo al mando de la Enterprise y la destrucción del planeta natal de Spock, nada menos– y a la resurrección estética, en suma, del universo creado porGene Roddenberry en 1966.

Abrams y Lindelof, sin embargo, se desinflan sin estas guías en la continuación y optan en Star Trek: Into Darkness por el producto funcional, con su prólogo de acción, su rubia seduciendo al capitán y su malo metido a bueno. Intrigas espaciales aparte, el texto insiste de nuevo en la caracterización de los personajes, restregando al espectador por la cara al mismo capitán Kirk chulesco y rebelde de la primera película, que en la segunda no ha cambiado y es, una vez más, ese niñato hábil y guaperas que a ellas vuelve locas y a ellos pone de los nervios tan del gusto de Hollywood cuando se trata, como se trata, de cualquier película de inspiración policíaca o militar. Spock, hábilmente interpretado porZachary Quinto y bendecido con el cameo del mismísimo Leonard Nimoy, tiene mucha menos presencia en esta película y se reduce poco menos que al chiste sobre su condición vulcaniana –los vulcanianos, ya se sabe, son extremadamente fríos y racionales–, aunque lógicamente alcanzará al final la redención y se permitirá, cómo no, darle sus buenos bofetones al malo.

Eso y meterse volando por el cráter de un megavolcán en erupción, algo que a Lindelof a Abrams, se entiende, les parece buena idea. Tanto como salpimentar su película con tanta explosión, detonación y colisión les permiten renderizar los servidores de la contrata de efectos digitales, que son muchas. No es el problema, claro, ya que si algo debe tener una película como Star Trek eso son efectos especiales. El problema no es siquiera que no tenga nada más que eso: el verdadero problema es que Star Trek, en realidad, no quiere tener nada más que eso.

Star Trek: Into Darkness

Director: J. J. Abrams.

Nacionalidad: Estados Unidos.

Duración: 132 minutos.

Reparto: Chris Pine, Zachary Quinto, Zoë Saldana, Karl Urban, John Cho, Anton Yelchin, Simon Pegg, Alice Eve, Bruce Greenwood, Benedict Cumberbatch, Peter Weller.

Londres, año 2259,55 –fecha estelar, claro–. Un matrimonio recibe la visita de un enigmático hombre –Benedict Cumberbatch– que les propone salvar a su hija, inconsciente y postrada en cama, a cambio de un pequeño favor: que el marido, empleado raso de la Federación, sabotee la institución y acabe con parte de su archivo, almacenado en un edificio a la orilla del Támesis. Tras el atentado, cuando los comandantes de la Flota Estelar se reúnen en San Francisco para analizar la situación, como ordena protocolo, el joven capitán de la Enterprise, James T. Kirk –Chris Pine– cae en la cuenta de un extremo importante: el archivo destruido no tenía información secreta ni activos importantes. Lo único verdaderamente relevante que acarrea su destrucción es, precisamente, la reunión que está celebrándose en ese mismo instante, que reúne en un mismo lugar y en mismo momento a casi todo el mando de la Flota Estelar. Y es en ese momento, claro está, cuando asistimos a la primera explosión.