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La escopeta nacional sigue disparando
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LAS CACERÍAS ENTRE EMPRESARIOS, ARISTÓCRATAS Y ALTOS CARGOS SIGUEN A LA ORDEN DEL DÍA

La escopeta nacional sigue disparando

"El acecho, la adrenalina, el enfrentamiento con el animal....". José Antonio no sabe enumerar sus razones para cazar sin atropellarse con las palabras. "Es algo que

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La escopeta nacional sigue disparando

"El acecho, la adrenalina, el enfrentamiento con el animal....". José Antonio no sabe enumerar sus razones para cazar sin atropellarse con las palabras. "Es algo que me apasiona", se disculpa. Y que lo hace desde que tuvo la edad legal para practicarla, con 14 años, hace ya más de tres décadas. A este hostelero la veteranía le ha enseñado, no obstante, que salir a cazar "no consiste solo en pasarlo bien" y defiende que la actividad cinegética es "indispensable en el control de población" de determinadas especies. "Lo he comprobado con mis propios ojos", sentencia.

Pero en la caza, como en cualquier otro asunto, las motivaciones pueden cambiar si remontamos el vuelo por encima de las alturas del hombre común. Hay monterías en las que lo de menos es la pieza a batir y concurren cazadores no tan interesados en la adrenalina o el control de la fauna como en la propia compañía. En particular, si en la jornada cinegética puede codearse con ministros, altos cargos del Estado y significados miembros de la jet set.  

Así ocurrió en la que se celebró a principios de mes en una finca del empresario Alberto Alcocer, que linda con el Parque Nacional de Cabañeros, en Ciudad Real, y que contó con la presencia del propio director general de Parques Nacionales, Basilio Rada. Los asistentes no llegaron a entrar en el recinto protegido –aunque estaba previsto hacerlo– y Rada asegura que no empuñó arma alguna, pero críticos y ecologistas denuncian que no por ello el patinazo deja de serlo. En pleno debate sobre el cambio de la Ley de Parques Naturales –entre otras posibles reformas, para permitir la caza en su interior–, parece poca coincidencia encontrar al máximo responsable de estos espacios socializando con los grandes interesados en la reforma normativa. Y de serlo, se trata sin duda de una muy desafortunada.

Aunque los encuentros cinegéticos de altos vuelos no son habitualmente noticia, cada vez lo es más su abundancia en tiempos de crisis. Mientras los precios bajan y la actividad se resiente entre el cliente de clase media del sector, las grandes citas –en fincas emblemáticas, con asistentes distinguidos y alojamientos de lujo– gozan de la misma salud de siempre "o más". Así lo explican fuentes de una agencia internacional dedicada a organizar cacerías privadas en España que actúa como intermediaria entre los clientes y los propietarios de las fincas nacionales. Un escenario cinegético "privilegiado en el mundo", explican en la discreta compañía, por su diversidad de hábitats, el factor climático y la estabilidad del marco legal. Por eso y porque España, apuntan, ofrece un completo circuito de fincas consagradas a la caza privada para grandes personalidades.

Una de las más conocidas es El Rincón de los Canchos, en Madrid, propiedad del empresario Isidro Aguado. Allí jabalíes, muflones y venados caen con frecuencia bajo las escopetas más ilustres de la capital e incluso de más allá. Por ejemplo, la de Saif al Islam Gadafi, hijo de Muamar el Gadafi, que cazó en ella en 2010 invitado por Alejandro Agag. Entonces se publicó que la montería le había costado a Agag 160.000 euros –8.000 euros por cada uno de los 20 selectos puestos–, una inversión que anticipaba la proyectada incursión financiera del yerno del expresidente José María Aznar en Libia.  

El ejemplo habla por sí solo: conjugado con una agenda surtida, un terreno bien poblado de perdices o ciervos puede brindar mejores oportunidades de negocio que muchas mesas de Consejo de Administración, y quizá por eso muchos optan por adquirir su propia parcela y ejercer de anfitriones. Así lo hizo el expresidente de Banesto Mario Conde con Los Carrizos, en Sevilla, de cuyas 4.000 hectáreas presumía en 2008 en la revista Vanity Fair y por las que han pasado algunas de las escopetas más insignes del país. 

El exbanquero siguió de este modo el ejemplo del polifacético Juan Abelló –hoy uno de los primeros accionistas de Sacyr Vallehermoso–, cicerone original de Conde en el Olimpo empresarial español y a quien fichó en 1976 como director general adjunto de su empresa familiar, Laboratorios Abelló. Con 40.000 hectáreas en su haber –entre otras, las de Dehesa del Lobillo en Ciudad Real, y Las Navas en Toledo– y la siempre lustrosa asiduidad del Rey, Abelló no es solo uno de los primeros empresarios, terratenientes y coleccionistas de arte del país: también es uno de sus cazadores y anfitriones cinegéticos más activos.

Pero la competencia es feroz a estas alturas del organigrama social y frente a la cantidad de unos, otros apuestan por la calidad. Entre otros lujos, la finca de El Castaño de Emilio Botín acoge en sus 11.000 hectáreas de suelo en Ciudad Real un aeródromo habilitado para el aterrizaje de aviones a reacción y hasta diez torres de observación desde las que otear corzos, venados y jabalíes. La de su vecino Gerald Grosvenor –duque de Westminster y una de las grandes fortunas del mundo– no le va a la zaga, ya que La Garganta ha sido destino histórico de aristócratas europeos como Grace Kelly y su hija Carolina de Mónaco y, más recientemente, los príncipes Guillermo y Enrique de Inglaterra. En su visita a España en 2004, George Bush padre prefirió por su parte disparar en Los Llanos –propiedad de la marquesa Bárbara Gutiérrez Maturana en Guadalajara–, donde tuvo la oportunidad de conocer al entonces ministro de Defensa, José Bono, a través de lo que él mismo denominó "amigos comunes".

Agencias cinegéticas de alcurnia

En la caza de alto copete, socializar lo es todo. Tanto es así que muchos propietarios prefieren no lidiar directamente con sus ilustres invitados y delegar la tarea en agencias especializadas en organizar eventos cinegéticos de postín, poniendo así sus terrenos a rentar no solo económicamente, sino también socialmente.

Sirva como ejemplo de estas operadoras la de Javier Corsini, hermano del expresidente de Renfe, Miguel Corsini. Milbro Inversiones, dedicada a la explotación cinegética de fincas rústicas, ha organizado en La Flamenca de Madrid –propiedad de Manuel Falcó Anchorena, duque de Fernán Núñez– algunas monterías tan sonadas como aquella en la que supuestamente participó Manuel Fraga en pleno desastre ecológico del Prestige. El suegro de Miguel Corsini, Nicolás Cotoner y Cotoner, fue jefe de la Casa del Rey y "padre adoptivo" del monarca, en sus propias palabras. Javier Corsini, por su parte, es amigo y compañero de negocios del antiguo yerno real, Jaime de Marichalar, y habitual compañero de caza de Alejandro Agag.

El éxito de este modelo está en ejemplos como el de la finca Cabeza Prieta de Jaén, que ha figurado en las carteras de las agencias Montesa y Gescasa y que fue escenario de la inoportuna cita en 2009 del exjuez de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón con el exministro de Justicia Mariano Fernández Bermejo –que dio la puntilla a la accidentada carrera ministerial del segundo–. En otros casos es la multipropiedad la que obliga a adoptar esta fórmula indirecta. Así ocurrió con El Alamín, en Toledo, en tiempos joya del expresidente de la CEOE Gerardo Díaz Ferrán y hoy en manos de la diseñadora Carolina Herrera y de otros grandes empresarios venezolanos a través de la sociedad Berwick Associate Corporation, que se hizo con ella en la subasta organizada por la administración concursal de Marsans. El Alamín fue escenario de la polémica fotografía en la que el propio Díaz Ferrán, su cuñado Arturo Fernández –presidente de la patronal madrileña CEIM y exconsejero de Bankia–, Jaume Matas –expresidente de Islas Baleares– y el Rey don Juan Carlos posaban juntos durante una cacería en 2007. Hoy todos menos el monarca están imputados o condenados en diferentes casos de corrupción.

Un rey, un elefante y un triceratops

Pese a todo, el propio jefe del Estado es, sin duda, el protagonista de algunas de las más controvertidas aventuras cinegéticas de cuantas ha tenido que digerir la opinión pública. Además de su célebre escapada a Botsuana en 2012, de dejarse fotografiar en una montería con Jaume Matas en 2007 –imputado junto a su yerno Iñaki Urdangarín en el caso Palma Arena– y de su escapada a Rusia para cazar osos en 2006 –a los que se habría suministrado alcohol, extremo luego desmentido–, la afición del Rey a la caza y a rodearse de sus principales valedores le ha traído otros disgustos.

El último, la detención del empresario Patxi Garmendia, dueño del grupo Altube, en el contexto de la Operación Emperador contra la mafia china. Garmendia, uno de los primeros criadores de perdiz roja del país, se hizo con la gestión en 1999 de La Encomienda de Mudela, una finca del Ministerio de Medio Ambiente situada en Ciudad Real donde el Rey acostumbraba a cazar perdices. Uno y otro mantienen una profunda amistad pública desde hace años, lo que motivó entonces una encendida polémica sobre la adjudicación.

"El acecho, la adrenalina, el enfrentamiento con el animal....". José Antonio no sabe enumerar sus razones para cazar sin atropellarse con las palabras. "Es algo que me apasiona", se disculpa. Y que lo hace desde que tuvo la edad legal para practicarla, con 14 años, hace ya más de tres décadas. A este hostelero la veteranía le ha enseñado, no obstante, que salir a cazar "no consiste solo en pasarlo bien" y defiende que la actividad cinegética es "indispensable en el control de población" de determinadas especies. "Lo he comprobado con mis propios ojos", sentencia.