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“Paco, solo te queda una salida: dimitir”: así se gestó la dimisión de Camps
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“Paco, solo te queda una salida: dimitir”: así se gestó la dimisión de Camps

Nadie sabe realmente  que fue lo que pasó el miércoles 20 por la mañana para que el ya ex presidente valenciano, Francisco Camps, hiciera aquello a

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“Paco, solo te queda una salida: dimitir”: así se gestó la dimisión de Camps

Nadie sabe realmente  que fue lo que pasó el miércoles 20 por la mañana para que el ya ex presidente valenciano, Francisco Camps, hiciera aquello a lo que se ha venido resistiendo de manera sistemática durante todo este tiempo, a pesar de los consejos de los pocos, poquísimos, que se atrevían a dárselos. Probablemente fue una conjunción de factores que le hicieron comprender que cualquier otra salida era infinitamente peor que la que finalmente adoptó: su familia que no quería verle seguir sufriendo más; alguien de su entorno más próximo que le recordó que aceptar la inculpación beneficiaba a Rajoy pero le perjudicaba enormemente a él y que, además, implicaba su expulsión del partido por estar condenado; la actitud reticente de Ricardo Costa que sería en cualquier caso el más perjudicado por la decisión de inculparse y que veía como su vida se complicaba hasta extremos insospechados… “Paco, sólo te queda una salida: dimitir”. Esa frase, salida de varias bocas –la noche anterior de las de Federico Trillo y Juan Cotino-, algunas de indudable ascendencia sobre el propio Camps como Rajoy y Barberá, otras más elocuentes como Cospedal y Ana Mato, y quizá de la de su propia y doliente esposa lógicamente atrapada entre el respaldo al Camps político y la necesidad de recuperar al marido moral y anímicamente hundido por un calvario político-judicial que ya contaba más de dos años, esa frase pesó como una losa sobre el ánimo de Francisco Camps. Fuera lo que fuese, el caso es que cuando esa mañana Ricardo Costa que le esperaba para acompañarle al TSJV le dijo que no las tenía todas consigo, que lo que iban a hacer a él le hundía en la miseria para el resto de su vida, Camps le contestó: “Yo tampoco”.

La noche anterior, en efecto, los dos habían llegado a un acuerdo con Federico Trillo, enviado de Génova 13 para cerrar una salida al asunto Camps, para inculparse ante el Juez Flors. Un acuerdo que alcanzaba también a los otros dos imputados, Rafael Betoret y Víctor Campos. El mandato de Trillo era muy simple: Rajoy no quiere que nada se interponga entre él y La Moncloa durante la campaña electoral, y eso significaba que o Camps asumía su culpa para evitar el banquillo, o si iba al banquillo debía hacerlo como ex presidente de la Generalitat para que nadie pudiera utilizarlo contra Rajoy. Como explicaba un alto cargo del PP en Madrid, “Trillo le dio a elegir entre susto o muerte”. En la reunión estaba también Juan Cotino, mano derecha de Camps, el hombre que ha pergeñado buena parte de la estrategia ‘política’ de defensa del ex presidente, pero que esta vez, y ante la evidencia de que poco podía hacer ya Camps, apoyó las tesis de Génova 13. “Si quieres mi consejo, Paco, solo te queda una opción: dimitir. Cualquier otra es peor para ti”, le dijo Trillo esa noche. “Estoy de acuerdo, Paco… Esta vez estoy de acuerdo…”, añadiría Cotino. “Joder, Juan, ¿ahora me dejas solo? ¿Porqué tengo que dimitir si soy inocente?”.

La actitud de Camps esa noche no daba lugar a dudas: quería seguir en el cargo, porque para eso le habían elegido los valencianos. Levantaron las voces, pero nada le hacía cambiar de opinión. Insistía en no declararse culpable y seguir hasta el juicio… “De eso nada, Paco, no te lo vamos a permitir, no le puedes hacer eso a Mariano porque el PSOE va a hacer coincidir la campaña de las generales con tu juicio, ¿o es que te crees que son gilipollas? ¿Te imaginas la portada de El País todos los días, con tus conversaciones con Alvarito? Hasta los nuestros las iban a sacar, ya lo sabes…”, diría Trillo con el asentimiento de Cotino. “Está bien, pues acepto la inculpación pero me defendéis diciendo que lo hago por el bien del partido y que soy inocente…”, aceptaría Camps. Ese fue el acuerdo del martes 19, un acuerdo que incluía a Betoret, Campos y Costa quien, hasta ese momento, se había negado en redondo a aceptarlo porque el no era cargo público cuando sucedieron los hechos y, por lo tanto, difícilmente se le podía adjudicar un delito de cohecho impropio y, sin embargo, al asumir la culpa complicaba de manera grave su defensa en el juicio sobre la financiación ilegal del PPCV en el que, sin embargo, no está imputado Camps.

Costa exigió garantías. Tenía el antecedente de la promesa incumplida de Camps de hacerle conseller después de haberle “dejado tirado” un año y medio antes en la pelea con Génova por su cargo de secretario general del PP regional, y no se fiaba. Quería garantías de Génova y de Camps, pero esas garantías estaban cogidas con alfileres, así que esa noche, pese a haber dicho que sí por lealtad a su partido, Costa seguía dudando. Pero no era el único, porque ya en su casa, a Camps le empezaron a asaltar las mismas dudas. Casi a primera hora de la mañana del miércoles, Campos y Betoret después de chequear de nuevo con Camps si el acuerdo de la noche anterior seguía vigente –éste les dijo que sí-, acudieron al TSJV a allanarse y pagar la multa. Poco después acudiría el abogado de Camps con el escrito de allanamiento que debía firmar su cliente. El Tribunal esperaba a Camps. Alguien llamó desde su despacho para confirmar que salía hacia allí, y se abrieron las puertas para que entrara el coche oficial y evitara a la prensa… En el Palau de la Generalitat se sucedían las llamadas. Camps habló con casi todo el mundo menos con Rajoy, y casi todo el mundo le dijo lo mismo, que la mejor salida era dimitir pero que había tomado una decisión que implicaba a terceras personas y debía seguir adelante. El único que no le dijo eso fue Ricardo Costa y, de hecho, fue también el único que no acudió al TSJV antes que Camps. Lo que pasó en ese espacio de tiempo entre media y una hora solo lo saben Camps, Costa y quizá alguna tercera persona que habló con ambos, o bien para convencer a Costa de que fuera, o a Camps de que no fuera, pero el caso es que finalmente Camps optó por la decisión que más le convenía al ex secretario general del PPCV y la que, probablemente, él menos quería pero también le beneficiaba: dimitir.

Una vez quitado ese peso de encima, se lo comunicó a su mujer, y convocó una rueda de prensa. Fue entonces cuando llamó a Génova 13 y habló con María Dolores de Cospedal para informarle de sus dos decisiones: no allanarse y dimitir de su cargo de presidente. Y una tercera, que la vicepresidenta del Consell, Paula Sánchez de Leon, sería su sucesora. La respuesta de Cospedal fue firme: “Ni de coña… Te va a suceder Alberto Fabra”. En ese momento Camps se dio cuenta de que en Génova 13 hacía tiempo ya que le daban por amortizado y que tenían perfectamente diseñada la estrategia sucesoria. En efecto, aunque la candidata natural para sucederle y la preferida de Mariano Rajoy era Rita Barberá, la negativa de ésta llevó a la Dirección Nacional del PP a buscar otro relevo, y hacia ya meses que el nombre estaba sobre la mesa: el alcalde de Castellón, Alberto Fabra, nada que ver con el barón castellonense y ex presidente de la Diputación, Carlos Fabra, que tal y como contaba ayer el diario El Mundo ese mismo día comía con Rajoy en Madrid, una comida puesta en agenda semanas atrás y que nada tenía que ver con la crisis desatada ese día en la Ciudad del Turia. Informado por Cospedal de la decisión de Camps, el propio Rajoy hizo un último intento con la alcaldesa de Valencia… Infructuoso. Y el líder del PP dio el visto bueno a Fabra, sin contemplaciones. La encargada de ‘imponer’ la decisión a la Junta Directiva Regional del PP, que se reuniría esa misma tarde con la presencia de otro enviado de Génova, Esteban González Pons, miembro nato de la misma, fue la vicesecretaria de Organización, Ana Mato. Rajoy recabó en su almuerzo el acuerdo del otro Fabra, y Mato habló con José Joaquín Ripoll en Alicante y con Alfonso Rus en Valencia para cerrar el círculo: no habría problema alguno con nadie. Es más, Rus llamó a Fabra con un mensaje muy claro: “A muerte contigo, Alfonso”. El PP cerraba filas sin fisuras. Ni siquiera los zaplanistas se atrevían a poner peros a las decisiones de Génova: en esta crisis ellos no habían tenido nada que ver, absolutamente nada, pero se habían cobrado una cabeza que deseaban tiempo atrás, la del propio Camps.

En la tarde del miércoles, tras la Junta Directiva Regional, un dirigente del PP valenciano le decía a otro, “Joder, la que se ha montado por tres trajes”… A lo que su interlocutor respondió: “No ha sido por tres trajes, ha sido porque nos hemos creído inmunes y eso le ha llevado a Paco a no reconocer ninguno de sus errores y a no admitir sus debilidades, y a confiarse a gente de su entorno que nunca le han aconsejado nada bueno”. De hecho, una de las preocupaciones instaladas ahora tanto en Génova 13 como en una parte del PP valenciano es que Alberto Fabra no haga cambios. “Tiene que hacerlos, está obligado a hacerlos porque no puede ponerse en manos de los mismos que han conducido a Camps a su Gólgota”, asegura un dirigente del PP de Valencia. “Fabra tiene que renovar el partido, de arriba abajo”, dicen en Madrid. De hecho, la previsión de Génova 13 es que una vez celebradas las elecciones generales y el Congreso Nacional posterior, Alberto Fabra sea reelegido presidente regional del PP con un equipo nuevo que nada tenga que ver con el que durante todo este tiempo ha acompañado a Francisco Camps. Una operación como la de Bauzá, pero dirigida por Génova 13, porque Baleares era una comunidad a ganar, pero Valencia es una comunidad que el PP no se puede permitir el lujo de perder.

Nadie sabe realmente  que fue lo que pasó el miércoles 20 por la mañana para que el ya ex presidente valenciano, Francisco Camps, hiciera aquello a lo que se ha venido resistiendo de manera sistemática durante todo este tiempo, a pesar de los consejos de los pocos, poquísimos, que se atrevían a dárselos. Probablemente fue una conjunción de factores que le hicieron comprender que cualquier otra salida era infinitamente peor que la que finalmente adoptó: su familia que no quería verle seguir sufriendo más; alguien de su entorno más próximo que le recordó que aceptar la inculpación beneficiaba a Rajoy pero le perjudicaba enormemente a él y que, además, implicaba su expulsión del partido por estar condenado; la actitud reticente de Ricardo Costa que sería en cualquier caso el más perjudicado por la decisión de inculparse y que veía como su vida se complicaba hasta extremos insospechados… “Paco, sólo te queda una salida: dimitir”. Esa frase, salida de varias bocas –la noche anterior de las de Federico Trillo y Juan Cotino-, algunas de indudable ascendencia sobre el propio Camps como Rajoy y Barberá, otras más elocuentes como Cospedal y Ana Mato, y quizá de la de su propia y doliente esposa lógicamente atrapada entre el respaldo al Camps político y la necesidad de recuperar al marido moral y anímicamente hundido por un calvario político-judicial que ya contaba más de dos años, esa frase pesó como una losa sobre el ánimo de Francisco Camps. Fuera lo que fuese, el caso es que cuando esa mañana Ricardo Costa que le esperaba para acompañarle al TSJV le dijo que no las tenía todas consigo, que lo que iban a hacer a él le hundía en la miseria para el resto de su vida, Camps le contestó: “Yo tampoco”.

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