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Los prisioneros del Síndrome de la Moncloa
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LA INTOLERANCIA DEL PODER RESPECTO A LA CRÍTICA

Los prisioneros del Síndrome de la Moncloa

El día de la investidura de Zapatero, Carmen Calvo le regaló un cuento oriental que relataba la historia de un príncipe que termina convirtiéndose en mendigo

Foto: Los prisioneros del Síndrome de la Moncloa
Los prisioneros del Síndrome de la Moncloa

El día de la investidura de Zapatero, Carmen Calvo le regaló un cuento oriental que relataba la historia de un príncipe que termina convirtiéndose en mendigo y cuya evidente moraleja aludía a la fugacidad del poder. Cuenta el periodista José García Abad, autor de El Maquiavelo de León, que Zapatero fulminó con la mirada a la ministra Calvo: “La miró de una forma tan aterradora que la dejó asustada, con la pobre Carmen cabizbaja porque su bienintencionado regalo había causado un efecto muy distinto del pretendido. Calvo fue de las pocas personas de su gabinete que se atrevieron a discrepar de él. Y cuando le corrigió en algún asunto, la respuesta siempre fue la misma: la miró de la misma manera fulminante que lo había hecho el día de la investidura”.

 

Son ejemplos que revelan, según García Abad, cómo “al presidente Zapatero el Síndrome de la Moncloa le ha acabado afectando en la medida en que ya llevaba dentro el gusto por el poder”. Pero más allá de que estemos ante actitudes que le habían acompañado toda su vida o ante comportamientos adquiridos, lo cierto es que la Moncloa ha impuesto su sello a todos quienes han residido allí, especialmente si ha sido su casa durante más de una legislatura.

Y el primer síntoma que demuestra cómo la fuerza del poder va fagocitando presidentes no es que se alejen de la gente común ni que empiecen a encontrarse cómodos sólo entre alabanzas sino que, como asegura Juan Carlos Jiménez, profesor de Sociología en la Universidad CEU-San Pablo, no muestren ninguna tolerancia a las críticas. “Son gobernantes que creen que lo están haciendo bien (o muy bien), sensación que les refuerzan quienes les rodean, y que por tanto no escuchan lo que se les dice si no coincide con lo que ellos esperan. Cualquier crítica es interpretada como fruto de una tendencia conspirativa. Así, Zapatero entiende que cualquier disensión tiene detrás al PP, mientras que Aznar las atribuía al imperio mediático de Prisa”.

De este modo, nuestros dirigentes terminan por encerrarse en círculos reducidos que sólo les dicen lo que quieren oír y en los que tiende a negarse la realidad cuando no se corresponde con lo que desean. “Suárez fue un caso espectacular de alguien que no aceptaba críticas porque estaba plenamente convencido de que lo que hacía estaba bien hecho. Y Felipe tardó años en aceptar que se había equivocado: creía de verdad que la corrupción que le atribuían era un invento de la prensa”.  

En ese contexto, “en el que importa mucho más quién emite la opinión que los datos que se ponen encima de la mesa” es evidente que quien detenta el poder acaba situando a su lado a aquellos que le dan la razón. Y ese, según García Abad, es el caso también de Zapatero, alguien “que tolera a los críticos un par de veces o tres, y luego se los quita de en medio. Como dice él mismo, a los tocapelotas sólo los aguanto durante un rato”.  Por eso no es extraño, asegura Abad, “que se haya traído de León a sus amigos, que son gente leal pero no siempre la más valiosa”.

Como asegura Jiménez, no hay, en este sentido, grandes diferencias entre el Aznar que nos llevó a la Guerra de Iraq y el Zapatero que ha negado la crisis. “Cuando a Aznar se le decía, no ya que se estaba equivocando al tomar parte en lo de Iraq, sino que tomara en consideración algunos aspectos relevantes del asunto, se levantaba de la mesa y se marchaba. E igual le ocurre a Zapatero, quien se ha negado a escuchar a cualquiera que le hablase de la existencia de la crisis, probablemente porque le resultaba impensable que la economía española pudiera entrar en crisis bajo su insigne mandato”.

En ese sentido, resulta significativo que quien más haya prosperado, de aquellos quienes apoyaron a Zapatero en la lucha por hacerse con el partido cuando aún era un joven aspirante, haya sido Pepe Blanco, alguien cuyas principales cualidades han sido las de asegurarle obediencia y ayudarle a mantener el partido firme. Pero eso, asegura Jiménez, tampoco le salvaguarda de futuros cambios de opinión. “En cuanto Blanco saque un poco la pata se convertirá en otro Caldera. Blanco ahora mismo le es útil a Zapatero, pero cuando deje de serlo prescindirá de él. En estos ambientes, quienes están más cerca del poder también son prescindibles. No tienen nada asegurado”.

Fuera de la realidad

Pero la pregunta que se formulan quienes participan en la política es si esas actitudes terminan pasando factura electoral. Porque parece claro que los dos últimos presidentes perdieron las elecciones (también) a causa de su imagen pública, ya que eran percibidos por buena parte de la población como dirigentes que habían perdido el contacto con la realidad. En ese sentido, si bien los partidos mayoritarios poseen un elevado número de seguidores que les darán su voto con independencia de quienes encabecen sus listas, también hay un estrato de electores, entre los que se encuentran aquellos que dicen no tener una ideología fija, que pueden variar el sentido de su voto y por tanto, decidir los comicios.

Pero no parece que el Síndrome, de existir, vaya a tener una gran incidencia en los votantes sin ideología. En primer lugar porque, como asegura Luis de la Calle, doctor en Ciencia Política por el Instituto Universitario Europeo de Florencia, investigador de la Fundación Juan March y autor, junto con  Álvaro Martínez y Lluis Orriols de ¿Cómo votan las personas que no tienen ideología? (REIS nº 129), “este es un colectivo de gente que, aun acudiendo a las urnas, no está preocupada por la política. Lo que quiere es que los políticos no se metan en su vida, que sean eficientes, y que no monten jaleos”. Y, en ese sentido, “el Zapatero del primer mandato, que tuvo tantas iniciativas legislativas, sí pudo llevarle a votar a otro partido, pero no el actual, ya que en esta legislatura ha tenido pocas iniciativas y las que ha puesto en marcha han sido de poco vuelo. De modo que, salvo que estén muy afectados por la crisis, estos votantes preferirán al partido en el gobierno”. Porque ésta es su primera característica: hablamos de un tipo de votante alérgico al riesgo y “que suele apostar por lo conocido, ya que considera que va a estar mejor con lo que hay que con lo que puede venir. Por lo tanto, suele votar al partido que gobierna”.

Por eso, la principal estrategia del partido de oposición es la de intentar desprestigiar a quien está al frente del ejecutivo pero no tanto desde una perspectiva política, sino desde una mirada pragmática. Dado que ambas formaciones saben, afirma Luis de la Calle, que “donde se juegan las elecciones es en el centro, que es justamente donde se ubican quienes no tienen ideología, tratan de ganar votos personalizando la mala gestión. Las críticas que emiten suelen insistir en lo mal que lo está haciendo el presidente mucho más que en cuestiones ideológicas”.

Sin embargo, según Jiménez, tampoco podemos valorar con precisión las consecuencias del deterioro electoral causado por el Síndrome de la Moncloa porque las predicciones de voto suelen ser mucho más frágiles de lo que aparentan. “Hemos operado con ciertos mitos en los análisis electorales que demostraron después ser inservibles. De modo que tampoco les podemos dar gran relevancia”. Lo que, afirma Jiménez,  sí parece claro es que los gobiernos tratan de ganarse a los votantes no ideológicos a través de medidas económicas que les favorezcan. “Si subes las pensiones, probablemente te voten los pensionistas y  si das subvenciones a los agricultores, probablemente te respalden en las urnas”. En todo caso, las cuentas a echar sobre cómo ganar las elecciones dependen de otras variables, dice Jiménez. “Si ZP no consigue movilizar a 700.000 jóvenes perderá 20 escaños y si en Cataluña no alcanza un número similar de votos al de las elecciones anteriores, lo que es poco probable, tendrá muy difícil volver a ser presidente del gobierno. En España hay 8 millones de votantes fijos del PSOE y otros tantos del PP. Y el que logre sumar votos hasta llegar a los 11 será el que consiga la victoria. Y eso se hace movilizando a tu electorado o desmovilizando al del contrario, que es lo que está intentando hacer el PP”.

El día de la investidura de Zapatero, Carmen Calvo le regaló un cuento oriental que relataba la historia de un príncipe que termina convirtiéndose en mendigo y cuya evidente moraleja aludía a la fugacidad del poder. Cuenta el periodista José García Abad, autor de El Maquiavelo de León, que Zapatero fulminó con la mirada a la ministra Calvo: “La miró de una forma tan aterradora que la dejó asustada, con la pobre Carmen cabizbaja porque su bienintencionado regalo había causado un efecto muy distinto del pretendido. Calvo fue de las pocas personas de su gabinete que se atrevieron a discrepar de él. Y cuando le corrigió en algún asunto, la respuesta siempre fue la misma: la miró de la misma manera fulminante que lo había hecho el día de la investidura”.