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La llaman Maleni

La ministra de Fomento, Magdalena Álvarez, ha conseguido un récord insólito en la historia democrática: que toda la oposición al unísono haya pedido su cabeza en

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La ministra de Fomento, Magdalena Álvarez, ha conseguido un récord insólito en la historia democrática: que toda la oposición al unísono haya pedido su cabeza en dos ocasiones, tras la huelga de trabajadores del Prat en agosto de 2006 y por el caos continuo de las infraestructuras catalanas. Curtida en unas cuantas batallas, Álvarez saca pecho y no reconoce errores. Su fuerte carácter es su coraza protectora: “Van a rodar cabezas y no precisamente la mía”, se le escuchó decir esta semana.

Un AVE que no vuela y unos trenes y cercanías que acumulan problemas y errores han hecho de Cataluña el principal quebradero de cabeza de Magdalena Álvarez, un socavón que el partido socialista observa con preocupación, pues se juega en él uno de sus principales graneros de votos. El caos en las infraestructuras catalanas, cuyo último episodio ha sido el hundimiento de parte del andén de la estación de Belltvitge y el corte de dos líneas de Cercanías Renfe y una de Ferrocarriles de la Generalitat afectadas por la llegada del AVE a Barcelona, ha provocado también que todos los partidos catalanes, salvo el PSC, hayan insistido en la dimisión de la ministra. Ni en el Ministerio ni en Ferraz han querido hacer comentarios al respecto.

En el Gobierno catalán creen que hace ya tiempo que Álvarez debería haber dejado el cargo, aunque Montilla no se haya sumado públicamente a las descalificaciones de la ministra. Las relaciones entre la Generalitat y el Gobierno son ahora más tensas que nunca. Y mientras Montilla le ha dicho a Zapatero que “esto no puede seguir así”, la responsable de Fomento culpa a sus compañeros del PSC de arruinar su carrera política. Pero Magdalena Álvarez se hace fuerte ante la adversidad, una vez más, y seguirá en su cargo hasta que Zapatero no le indique la puerta de salida. Lo que a cinco meses de las elecciones, es impensable.

En 2004, dejó su cargo de consejera de Economía de Andalucía para presentarse como diputada por Málaga. Llegaba a Madrid con la fama de ser muy buena con los números. Zapatero la eligió para formar parte de su comité de notables con el que preparó su llegada a la Moncloa y en las quinielas sonó incluso como posible vicepresidenta.

Sin embargo, las malas lenguas dicen que en la Junta andaluza brindaron con champán tras su marcha o que su designación como diputada fue el modo que encontró Manuel Chaves de quitársela de encima de la forma más educada posible. “No nos engañemos”, advierte un diputado popular con quien Álvarez ha tenido más de una bronca, “de ser consejera de Economía, que es un puesto de la leche, venía a ser diputada de la oposición, porque nadie preveía que el PSOE de Zapatero ganase las elecciones. A lo mucho, optaba a ser secretaria o portavoz de alguna comisión. Y de la noche a la mañana, con la victoria de Zapatero y con lo de la paridad, se encontró siendo ministra en un cargo para el que le falta capacidad de gestión y eficacia”, añade.

Cuatro jefes de prensa y tres responsables de gabinete

Álvarez se ha forjado una imagen de mujer dura y feroz, temida por sus subordinados, que en más de una ocasión se han sentido humillados por ella. De hecho, en tres años, ha tenido hasta cuatro jefes de prensa y tres responsables de gabinete. Síntomas de un carácter del que da buena cuenta una anécdota ocurrida en la sede de su Ministerio: una mañana sus colaboradores redactan el borrador de un discurso que, al leerlo, califica de poco menos que bazofia. Lo corrigen, lo mejoran y se lo vuelven a entregar. Tampoco hay suerte, así que prueban con una tercera redacción. Trabajan en ella hasta las cuatro de la madrugada y se la dejan en su mesa para que la lea a la mañana siguiente. Y todo para que, finalmente, según cuenta un testigo, Álvarez tirase esa última versión a la basura y optara por quedarse con el primero de los discursos.

Pero en el terreno en el que Magdalena Álvarez adquiere su tono más bronco es en la pelea con el Partido Popular. En ese particular envite parece disfrutar con regocijo. Presume, por ejemplo, de haber obligado a Mariano Rajoy a apagar un puro en una reunión allá por 1998. Y de Esperanza Aguirre, con quien protagonizó una lamentable carrera por ver quién inauguraba antes el metro de la T-4 de Barajas, dijo que el único sitio en el que podía haber estado en dicha inauguración era “tumbada en la vía o colgada de la catenaria”.

Con su contrincante popular en la Comisión de Fomento, Andrés Ayala, también ha tenido unos cuantos enfrentamientos. Uno de ellos, durante una corrida goyesca en Ronda en la que, tras saludarse cortésmente, la ministra dijo a sus amigos: “Éste es el cabrón que me hace la vida imposible en el Congreso”. “El trato es imposible desde el primer día”, asegura Ayala, “no hay en ella la más mínima concesión a la cordialidad. Cree que todo lo que huela a PP es el enemigo”.

El diputado relata también otra situación vivida con la ministra: “Antes de un debate, me propuso firmar un pacto sobre infraestructuras y le respondí que me diera una semana de tiempo para pensarlo porque tenía que consultarlo con el partido. Pues bien, sólo cinco minutos después, Álvarez dijo desde su escaño que nos había ofrecido un pacto y que lo habíamos rechazado. No esperó ni cinco minutos. No es fiable políticamente”.

Con el resto de formaciones, las relaciones, al menos en lo personal, no son tan tensas. “Es una persona vivaz, muy comunicativa y que gana en las distancias cortas”, señala un diputado de la comisión de Fomento, “pero tiene un ímpetu personalista importante, un carácter de cierta arrogancia que le lleva a no reconocer errores ni matices y a descalificar siempre las posiciones contrarias. Es víctima de su propia forma de ser y por eso a ella se dirigen todas las peticiones de dimisión”, explica.

Para Joan Herrera, diputado de ICV, “es una ministra que escucha muy poco y que riñe mucho”. “En lo personal no se ha mezclado nada con los diputados, no hemos hablado con ella ni para el debate de los presupuestos”, añade, “juega en otra división y por eso, ahora le pasa todo esto”. Joan Tarda, de ERC, la califica de “prepotente” e “incapaz” de debatir a partir de los errores, “lo cual en política es nefasto”. “Es una encarnación del espíritu felipista al servicio no de la España plural, sino de la España jacobina”, afirma tajante.

Preguntas, las justas

Y es que, si algo caracteriza a Magdalena es que no tiene pelos en la lengua. Dice las cosas tal cual las piensa, le pese a quien le pese: “Nosotros lo decimos a la cara”, dijo en precampaña, “subiremos el IVA del alcohol y el tabaco y bajaremos el de los alimentos y la lectura, y el que no esté de acuerdo, que no nos vote”.

Con los periodistas, tampoco se queda corta. Famosa y sonada fue, por ejemplo, su salida de tono en una emisora en la que exclamó “¡a mí me van a dar lecciones del Plan Galicia de mierda!”. Y si en una entrevista, el periodista no se ajusta al guión pactado, que se prepare, como le ocurrió a una reportera de TVE. “Yo no estoy dispuesta a someterme a un interrogatorio cada vez que me pongo enfrente de un periodista, qué quieres que te diga”, le respondió Álvarez a la estupefacta informadora de la cadena pública. “Cuando nos hemos puesto, he dicho que no me preguntes cosas concretas porque no es cuestión de un ministro, que no tiene porque saber dónde están los baches”. “Lo que te quiero decir es que si seguimos así, me sacas la guía de teléfono y te la recito”, concluyó la ministra haciendo honor a su apodo de ‘Mandatela’.

La ministra de Fomento, Magdalena Álvarez, ha conseguido un récord insólito en la historia democrática: que toda la oposición al unísono haya pedido su cabeza en dos ocasiones, tras la huelga de trabajadores del Prat en agosto de 2006 y por el caos continuo de las infraestructuras catalanas. Curtida en unas cuantas batallas, Álvarez saca pecho y no reconoce errores. Su fuerte carácter es su coraza protectora: “Van a rodar cabezas y no precisamente la mía”, se le escuchó decir esta semana.