'Make Navantia Great Again': una inesperada oportunidad trumpista para los astilleros españoles
Trump estaría dispuesto a comprar buques de guerra diseñados y construidos fuera de sus fronteras para cerrar la brecha con China. Esto abriría una inesperada oportunidad para los astilleros públicos de Navantia
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El secretario de Marina de Estados Unidos ha puesto al país en alerta: la construcción naval es una "emergencia nacional" si Washington quiere mantener su liderazgo estratégico ante China. El presidente Donald Trump lo tiene claro y estaría incluso dispuesto a comprar buques de guerra diseñados y construidos fuera de sus fronteras para cerrar la brecha con la elefantiásica capacidad de producción de la que dispone Pekín. De concretarse el plan, abriría una inesperada oportunidad para los astilleros públicos Navantia. Quizás no lo sepan, pero tienen un 'aegis' en la manga.
Y China se hizo a la mar
En la campaña electoral de 2016, el entonces candidato Trump dejó clara su preocupación por el creciente poder chino hasta el punto que su obsesión con el gigante asiático se convirtió en un meme. Una vez en la Casa Blanca, lanzó una caótica y fallida guerra comercial que hoy resurge en una nueva etapa. Pero el resquemor por el auge chino no es solo política. En el Pentágono temen que su hegemonía militar esté en riesgo. Algo que está comenzando en un área concreta: el poder naval.
La proyección marítima de China tuvo que esperar décadas. Tras la proclamación de la República Popular China (1949), el nuevo régimen comunista tuvo sucesivos choques con varios vecinos para reafirmarse como potencial continental. China no sólo invadió Tíbet, sino que vivió diversas guerras y conflictos armados con India, Vietnam y la Unión Soviética para asegurar sus fronteras terrestres, demostrando que la geopolítica era más fuerte que los vínculos ideológicos.
Con la entrada del nuevo siglo, Pekín se convirtió en uno de los grandes protagonistas y beneficiarios del proceso de globalización económica vivido tras el fin de la Guerra Fría con el que se transformó en la fábrica del mundo. De pronto, las autoridades chinas se encontraron con el desafío de que proteger la economía china significaba proteger las líneas de comunicación marítimas, por las que llegaban las materias primas y salían las mercancías para todo el mundo.
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La idea de que una potencia económica lo es en tanto que dispone de un poder naval capaz de proteger su comercio fue formulada a finales del siglo XIX por Alfred T. Mahan, un oficial de la armada estadounidense. Muchos analistas estadounidenses alertaron, sin dejar de señalar la paradoja, de que Mahan había sido traducido y leído con sumo interés en China. Prueba de ello es que los astilleros chinos no han parado de botar buques de guerra en las últimas décadas.
Es la carrera naval, estúpidos
El Pentágono publica un informe anual sobre el poder militar chino que, desde hace ya varias ediciones, constata que el número de barcos de guerra de China supera con creces al de Estados Unidos. En su última edición, el reporte afirmaba que "China tiene la armada más grande del mundo" con 370 buques y submarinos, de los que 140 son buques principales de combate. Por su parte, la armada estadounidense cuenta con 238 buques y submarinos.
La diferencia en número de unidades es un dato inapelable que inquieta en ciertos sectores políticos y militares. Otros moderan ese alarmismo, matizando que el número de buques en servicio es una cifra que debe acompañarse de toneladas operativas y datos de la potencia de fuego para tener una visión más realista.
Si usamos como criterio el tamaño y poderío de los buques de guerra de ambos países, la armada estadounidense posee 11 portaaviones nucleares sin igual en el mundo. Además, el grueso de su fuerza de combate la componen los destructores de la clase Arleigh Burke, que en su última variante alcanza las 9.900 toneladas de desplazamiento. Mientras tanto, la mayoría de la armada china la forman buques más ligeros, incluyendo un gran número de corbetas de 1.500 toneladas.
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Pero la verdadera ansiedad del Departamento de Defensa norteamericano no surge de esta foto fija, sino de las tendencias. Los astilleros chinos han ido botando buques cada vez más grandes y avanzados mientras que ellos se van quedando atrás en variables clave, como cifra de buques en servicio o nuevas incorporaciones. Esta brecha se genera porque se van dando de baja los veteranos buques diseñados en la vieja Guerra Fría mientras los nuevos programas no paran de tener problemas.
Al fin y al cabo, el mayor tamaño y potencia de fuego de los buques estadounidenses no proporciona solución al hecho de que menos buques significa menos presencia. Y en este momento geopolítico, estar presente (una disuasión activa y creíble) es clave.
Un aegis en la manga
Es el momento de flexionar músculo naval, pero Estados Unidos se ha visto incapaz de diseñar un programa de construcción naval con requerimientos razonables que sea construido en astilleros locales en un plazo asequible y ajustándose al presupuesto estimado. Cada proyecto ha sido anunciado a bombo y platillo como el nuevo buque de guerra del futuro, incluyendo diseños de líneas futuristas como los destructores de formas poliédricas de la clase Zumwalt; o tan innovadores (sobre el papel) como los buques de combate litoral, cuyo acrónimo en inglés LCS (Litoral Combat Ship) fue reinterpretado como Little Crappy Ship: "pequeño barco mierdoso".
Los problemas de la armada estadounidense son los propios de un país rico, donde los comités que diseñan los requerimientos de un nuevo sistema de armas son incapaces de ponerse límites, exigiendo prestaciones y cambios sobre la marcha. Al final, una extensión del presupuesto siempre es factible. Ese problema ocurre con menos frecuencia en los países con fondos más limitados, ya que se diseñan los buques que se pueden permitir y no los que necesitan o quisieran.
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Un ejemplo es la Armada española, que requirió un buque de defensa antiaérea con el avanzado sistema estadounidense Aegis, pero de un tamaño inferior al de los destructores clase Arleigh Burke. Los ingenieros de Navantia lograron la hazaña de integrar el sistema en un buque de 6.000 toneladas para crear las fragatas de la serie F-100 (que luego se exportaron a Australia). El diseño competidor de las F-100 fue la clase Arleigh Burke, que no resultó ganadora porque se estimó que no sólo era más cara de comprar y mantener, sino que la oferta española tenía más probabilidades de entregar los buques en tiempo y forma.
La idea de que fuera de Estados Unidos se diseñaban y construían buques de combate en plazos y con presupuestos razonables fue calando en el Pentágono. Así que, cuando se tomó la decisión de cancelar el programa LCS, se lanzó uno nuevo donde quedó implícito que las ofertas extranjeras serían bienvenidas y tendrían posibilidades de ganar.
Se adjudicó el concurso una variante italiana del diseño de fragata franco-italiana FREMM. Pero el Pentágono siguió con sus viejos hábitos de pedir cambios sobre el modelo original hasta forzar casi un rediseño completo del buque. El proyecto acumula ahora tres años de retraso. Mientras tanto, la brecha en número de buques chinos y estadounidenses sigue creciendo.
Con un poco de ayuda de tus amigos
El pasado 7 de abril, Huntington Ingalls Industries (el mayor astillero militar estadounidense) y la empresa surcoreana Hyundai Heavy Industries anunciaron la firma de un memorando de entendimiento para "explorar oportunidades de colaboración en acelerar la producción de buques en apoyo de proyectos de defensa y construcción comercial de buques". Detrás de esos términos tan genéricos todo el mundo entendió que en Estados Unidos se había aceptado por fin que su industria de construcción naval necesita ayuda externa.
"Estamos abiertos a llegar donde esta relación nos lleve, iniciamente enfocados en intercambio de tecnologías y lecciones aprendidas, a la posible externalización de la producción de componentes, pero abiertos a lo que pueda venir", aseguró tras la firma del acuerdo Brian Blanchette, vicepresidente ejecutivo de la empresa estadounidense, al portal de noticias del Instituto Naval de Estados Unidos.
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No tardaron en aparecer los comentarios en redes sociales de que esto llevaría a que la armada norteamericana podría encargar a Corea del Sur la construcción de nuevos buques (de modelos ya en servicio) o incluso que se compraran buques de diseño surcoreano.
Corea del Sur se convirtió, tras Estados Unidos, Japón y España, en uno de los pocos constructores de buques de guerra con capacidad de integrar el Aegis, el sistema de defensa antiaérea más sofisticado del mercado. Pero, al contrario que España, tanto Japón como Corea del Sur lo han integrado en buques de gran porte. El diseño español de las fragatas F-100 presenta un desplazamiento más comedido, lo que facilitaría poner más buques más ligeros y económicos en el agua en menos tiempo. Y Navantia sí tiene experiencia en gestionar proyectos complejos para terceros países.
La experiencia de la armada estadounidense en el mar Rojo abre una vía de interés para España. Mientras la futura fragata estadounidense parte de un diseño italiano especializado en guerra antisubmarina, la española tiene como elemento fundamental un sistema de defensa antiaéreo. La decisión de que la próxima fragata estadounidense estuviera especializada en guerra submarina respondió a la rápida expansión del número de submarinos en servicio en China.
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Pero la reciente experiencia en Yemen, donde los buques estadounidenses debieron de enfrentarse a misiles balísticos, de crucero y antibuque disparados por los rebeldes hutíes desde el Yemen cambió las amenazas a valorar por los estrategas norteamericanos. Varias armadas europeas tuvieron problemas con los sistemas de defensa antiaérea de sus buques, debiendo suspender su participación en la misión internacional de protección del tráfico marítimo. De pronto, se echó en falta tener muchos buques con el sistema Aegis en la zona. Otro escenario en el que es más importante el número que el tamaño.
Se abre en este momento una oportunidad inédita para vender armamento en Washington: un buque de guerra más pequeño y económico que los destructores de la clase Arleigh Burke, pero dotado del sistema antiaéreo avanzado. Navantia puede poner sobre la mesa el diseño de la fragata F-100 y participar en la iniciativa de la mano con Navantia Australia y los astilleros Harland & Wolff en Irlanda del Norte, aliados locales de la empresa española, y buscar un socio estadounidense adecuado. Por último, y más complicado por la poca pericia de los políticos españoles con la diplomacia militar, es convencer a Trump de que el acuerdo sería beneficioso para ambas partes.
Lograrlo supondría un hito sin precedentes para la industria de defensa nacional y pondría a España -y a Navantia- en otra liga.
El secretario de Marina de Estados Unidos ha puesto al país en alerta: la construcción naval es una "emergencia nacional" si Washington quiere mantener su liderazgo estratégico ante China. El presidente Donald Trump lo tiene claro y estaría incluso dispuesto a comprar buques de guerra diseñados y construidos fuera de sus fronteras para cerrar la brecha con la elefantiásica capacidad de producción de la que dispone Pekín. De concretarse el plan, abriría una inesperada oportunidad para los astilleros públicos Navantia. Quizás no lo sepan, pero tienen un 'aegis' en la manga.