Adiós Antonio, sube alto la escalera
Antonio Noblejas ha sido una persona clave en el desarrollo de Valencia. Pero ninguno de sus méritos profesionales, por grande que sea, es comparable a su enorme calidad humana
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La primera vez que vi un diario de información económica fue entre tus manos. Era viernes. Eloísa había ido a Madrid a cuidar a sus padres y me quedé a dormir en vuestra casa. Irene y yo estábamos hablando en la cocina, terminando de cenar, tú subías la escalera hacia la buhardilla, con un diario Expansión entre las manos. Te giraste y dijiste: "Irene, por favor, cuida de Dani". Era viernes por la noche e ibas a seguir trabajando. Educabas con el ejemplo.
Varios años después, esas páginas que por primera vez vi entre tus manos me dieron mi primera oportunidad profesional. Y ese mismo destino al que ahora odio quiso que me estrenara cubriendo la desaparición de Arthur Andersen. Fue entonces, quince años después de conocerte, cuando entendí que Antonio, el papá de Irene, era socio de una de las empresas más admiradas del mundo.
Las crónicas de estos días te recuerdan como un reputado economista, director de la escuela de negocios EDEM, patrono de la Fundación Instituto Valenciano de Oncología (IVO), consejero de la consultora Forlopd y, durante dos décadas, socio de la actual Deloitte. Pero tu figura supera todo lo que pueda recoger un curriculum.
Has sido una persona clave en el desarrollo económico de la Comunidad Valenciana en los últimos 40 años. Siempre en un segundo plano, con la discreción que obliga a todo buen auditor, has formado parte de una generación de empresarios que creyeron en sí mismos, en su gente, que apostaron por mirar a los ojos a Madrid y Barcelona, y que consiguieron llevar a la millor terreta del món hasta donde se merece.
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El casal La Bicicleta fue testigo privilegiado de la amistad que nació, hace ya cuatro décadas, entre tú, el castellano más valenciano que jamás conoceré, y Juan Roig. Los dos, junto a José Luis Marín, Vicente Tarancón y Miguel Burdeos, a quiénes también lloramos ahora, trabajasteis mano a mano durante años por desarrollar esta región. Un avance que, para ser sólido, siempre supisteis que necesitaba mucha y buena educación. Como EDEM, como los colegios Mas Camarena.
Recuerdo cuando Irene me contó que su abuelo, tu padre, le compraba The Economist siendo una niña y le decía que debía leerlo para aprender. Siempre me hablaba maravillas de él, un hombre trabajador, que hasta el último momento estuvo al frente de su tienda en Manzanares, y que era bueno, muy bueno. Está claro que de tal palo, solo podía salir tal astilla.
Pero ninguno de tus méritos profesionales, por muy grandes que sean, son comparables a tu enorme calidad humana. Tu bondad, humildad, generosidad, entrega y capacidad de sacrificio han sido siempre un ejemplo para los que hemos tenido la suerte de conocerte. Amante de tu familia por encima de todo, junto a Eloísa formabas el tándem perfecto, el justo equilibrio entre la seriedad y la locura.
En vuestra casa tengo algunos de los recuerdos más bonitos de mi infancia, un hogar feliz donde se combinaba disciplina y cariño
En vuestra casa tengo algunos de los recuerdos más bonitos de mi infancia, un hogar feliz donde se combinaba disciplina y cariño. Irene y yo solo teníamos 11 años cuando os mudasteis. Dejamos de ser vecinas y compañeras de colegio. Pero gracias a vosotros, y a mis padres, jamás dejamos de ser amigas. "Que mantengan su amistad, depende de nosotros", dijisteis. Y volvisteis a predicar con el ejemplo.
Fines de semana en casa de una y de otra. Esos sábados de cine y comida en Hollywood. Los sándwiches de ketchup que nos hacíamos para merendar. Tardes enteras jugando con las Barbies y los Playmobil. Los aperitivos leyendo Astérix y comiendo fritos. Tu mirada de orgullo cuando íbamos creciendo y conquistando nuestras metas.
El tiempo, la distancia, la vida han hecho que lleve muchos años sin verte. No sé por qué, estas tres angustiosas últimas semanas, me venía constantemente aquel recuerdo tuyo subiendo la escalera. Estás ahí, con tu mirada bondadosa, tu sonrisa tímida. Te giras y dices: "Irene, por favor, cuida de Dani y mamá". Tranquilo, están en buenas manos. Sigue subiendo la escalera. Esta vez, hasta el cielo.
La primera vez que vi un diario de información económica fue entre tus manos. Era viernes. Eloísa había ido a Madrid a cuidar a sus padres y me quedé a dormir en vuestra casa. Irene y yo estábamos hablando en la cocina, terminando de cenar, tú subías la escalera hacia la buhardilla, con un diario Expansión entre las manos. Te giraste y dijiste: "Irene, por favor, cuida de Dani". Era viernes por la noche e ibas a seguir trabajando. Educabas con el ejemplo.