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"Antes, todo esto eran avestruces": ¿por qué fracasó el negocio de los huevos gigantes?
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FUEGOS ARTIFICIALES EN EL SECTOR PRIMARIO

"Antes, todo esto eran avestruces": ¿por qué fracasó el negocio de los huevos gigantes?

España llegó a ser uno de los mayores productores mundiales de derivados del avestruz, con más de 1.000 granjas repartidas por todo el país

Foto: El presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, alimenta a un avestruz en Cabárceno. (EFE/Pedro Puente Hoyos)
El presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, alimenta a un avestruz en Cabárceno. (EFE/Pedro Puente Hoyos)

Sucedió a mediados de los noventa, cuando España volvía a molar a nivel internacional. Sin hacer mucho ruido, un grupo de inversores belgas hizo una tournée por diputaciones, ayuntamientos y círculos de empresarios vendiendo una idea revolucionaria: cambiar las granjas de pollos por otras de avestruces. Sostenían los belgas, de origen valón, que era el alimento del futuro, ya que sus huevos eran más grandes, y su carne, semejante a la de la ternera, pero con menos grasa que la del pollo.

Ellos mismos estaban montando granjas en el norte de Europa, si bien el ave africana no terminaba de adaptarse a la lluvia y bajas temperaturas. Los belgas venían buscando sol, como siempre, pero esta vez para sus aves. La propuesta era apetecible: ellos importaban los animales y se comprometían a comprar la producción, los españoles tan solo tenían que dedicarse a criarlos.

España siempre ha sido un país de pavo; también de creerse lo que dicen los extranjeros

Eran tiempos de boom: después de décadas de monopolio sudafricano, los criaderos de avestruces estaban empezando a proliferar en otras latitudes, como en Texas y Oklahoma, en Estados Unidos, además de en pequeños latifundios en Francia y Bélgica. Como trasfondo, la lucha entre el pavo y el avestruz por el trono de la carne más saludable.

España siempre ha sido un país de pavo; también de creerse lo que dicen los extranjeros. Y, pese a que no existía demanda interna, los avestruces tomaron los campos de Extremadura, Andalucía, Cataluña y Castilla-La Mancha. De las cero explotaciones que había en 1992 se pasó hasta las más de 1.000 en una década, viviendo por completo de las exportaciones al norte de Europa.

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Una granja de avestruces en Mallorca. (Reuters)

A la llamada del avestruz no solo acudieron ganaderos, sino también individuos que se tiraron a la piscina, atraídos por las promesas de alta rentabilidad. "Yo me decidí viendo un documental de National Geographic con mi padre", dice el cordobés Antonio Calderón, de 41 años. "Era 1999 y yo tenía 18 años. Era muy mal estudiante y estaba harto de pasear los libros para nada. Aquello de los avestruces me gustó y teníamos un terreno vacío, así que era perfecto", dice a este periódico.

"En el documental, decían que su carne era barata y apenas tenía grasa: decían que era el futuro".

Calderón convenció a su padre y, juntos, emprendieron una granja en un terreno propiedad de la familia, cerca de Peñarroya. "Tuvimos que pedirle dinero a todo el mundo: al banco, a Endesa, a amigos y vecinos... Aquello fue tremendo", recuerda Calderón. Empezó con 15 aves, que les costaron unos 9.000 euros de la época, y las cuentas claras: si compraba cada avestruz joven por 30 euros y el proceso de engorde le salía por 150, obtendría un margen en cada venta de más de 100 euros. "Y, mientras, podía estar vendiendo los huevos a restaurantes y distribuidores. Las matemáticas eran optimistas", recuerda.

"Solo un cuarto del peso de un avestruz es carne aprovechable para la venta"

Sobre el papel, el avestruz era una mina de dinero. Además de la carne y los huevos, tanto la piel como las plumas eran cotizadas para confeccionar accesorios de lujo. En la práctica, España no disponía apenas de empresas que manufacturasen estas pieles y tampoco era sencillo dar salida a la carne: "Había dos mataderos en mi zona que siempre estaban colapsados. Me solían dar hora para dos meses más tarde, un tiempo en el que la carne perdía calidad", explica Calderón.

He aquí una de las claves que no explicaron los belgas: los avestruces comen cinco veces más que una gallina y nunca se sacian. "Además, es imposible engordarlas. Si comen más, corren más: al final lo queman todo. Una vez llegan a su peso, en torno a 100 kilos, hay que llevarlas al matadero, porque no cogen un gramo más y es perder dinero", lamenta el cordobés. "Y de esos 100 kilos, solo un cuarto es carne aprovechable, el resto son despojos".

Ganó el pavo

El avestruz tuvo dos golpes de suerte a finales de siglo que no supo aprovechar. A finales del 96, tras el brote de fiebre hemorrágica de Crimea-Congo, la Unión Europea prohibió la importación de carne de avestruz por riesgo de contagio. El Comité Veterinario Permanente de la UE pidió a todos los restaurantes y carnicerías del continente que inmovilizasen la carne que tuvieran en stock y comprasen solo la producida en el continente. Fue el pistoletazo de salida de un negocio que se las prometía felices pocos meses después, cuando empezaron a conocerse casos del síndrome de las vacas locas en Reino Unido.

Era la tormenta perfecta para el avestruz: medidas proteccionistas y pánico por el producto rival. Pero fue el pavo el que triunfó en esta coyuntura: "En España no se hizo ningún tipo de promoción de la carne de avestruz, como en Francia y Alemania. La mayor parte de la gente no sabía ni dónde comprarla, porque casi todo lo exportábamos. Ojalá hubiéramos tenido la misma publicidad que la pechuga de pavo, que por entonces no se consumía y ahora está en todos los supermercados", dice Calderón.

"Me vi con 500 avestruces y yo solo en medio, con 20 años y sin tener ni idea de cómo gestionarlo"

Poco a poco, por la fuerza de los hechos, los criadores de avestruces españoles se dieron cuenta de que no había mercado para todos. Unos decidieron echar el cierre, mientras que otros siguieron aguantando el tirón a la espera de la ansiada explosión de la demanda. Antonio Calderón fue de los segundos: "De repente, me vi con 500 cabezas de avestruz y yo solo en medio, con 20 años y sin tener ni idea de cómo gestionar todo eso", afirma. Para colmo, el único distribuidor que le compraba algo también le utilizaba para blanquear carne africana: "La importaba ilegalmente y le ponía el sello de mi explotación para que pasase las aduanas, porque si no, no te la aceptaban en el resto de Europa".

A comienzos de los dos mil, la demanda se hundió y a los productores se les acumularon los animales. El sector se vino abajo: vendían poco y en malas condiciones. "Empezaron a salir al mercado productos elaborados de cualquier forma. Se sacrificaban animales que igual estaban demasiado viejos y el tratamiento de la carne no era el más indicado", decía a El Correo Hortensia Sanfélix, propietaria de una de las pocas explotaciones que han sobrevivido en España. "Las cosas se hicieron muy mal y el resultado fue desastroso. Mi labor desde entonces ha consistido en recuperar la confianza del cliente y hacerle ver que nuestro producto no tiene nada que ver con lo que probó en aquellos primeros años".

El sector desapareció a la misma velocidad que se hizo omnipresente. Hoy, apenas quedan granjas de avestruces en España

Ahogado por las deudas y ante la necesidad de seguir alimentando a sus animales, Antonio Calderón lo fio todo a una subvención europea por empresario joven. "Al final mantuvimos la granja activa solo a la espera de la subvención, para poder liquidar las deudas y cerrarla, porque era un sumidero de dinero", explica. "Pero nunca llegó. No sé qué pasó, si la Junta de Andalucía retrasó la entrega del dinero o qué, lo que sí sé es que tuve que cerrar antes de que llegase. El clima se hacía irrespirable en el pueblo, la gente nos miraba mal porque no podíamos devolverle el dinero".

El sector desapareció a la misma velocidad que se hizo omnipresente. Hoy, apenas quedan granjas de avestruces en España, y la mayor parte tienen fines recreativos. De aquellos ganaderos del pelotazo solo quedan las deudas: "He acabado de pagar el crédito hace bien poco, ni me quiero acordar de las malditas avestruces", zanja.

Sucedió a mediados de los noventa, cuando España volvía a molar a nivel internacional. Sin hacer mucho ruido, un grupo de inversores belgas hizo una tournée por diputaciones, ayuntamientos y círculos de empresarios vendiendo una idea revolucionaria: cambiar las granjas de pollos por otras de avestruces. Sostenían los belgas, de origen valón, que era el alimento del futuro, ya que sus huevos eran más grandes, y su carne, semejante a la de la ternera, pero con menos grasa que la del pollo.

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