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Dinero viejo en la Barcelona de los seis unicornios
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Dinero viejo en la Barcelona de los seis unicornios

Las grandes fortunas catalanas por primera vez han renunciado a liderar el nuevo impulso de las tecnológicas en Barcelona. Ambos mundos viven de espaldas y juegan a evitarse

Foto: Stand de Nokia en el último Mobile World Congress en Barcelona. (Reuters)
Stand de Nokia en el último Mobile World Congress en Barcelona. (Reuters)
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Barcelona no es solo la ciudad de los prodigios. Con la eclosión de las startups es también la ciudad de los seis unicornios: la seis compañías que han alcanzado en algún momento una valoración de 1.000 millones tras las diversas rondas de financiación. Pero este nuevo poder económico emergente vive de espaldas al dinero viejo, que nunca se ha interesado por participar en estos procesos. Las tradicionales familias catalanas, las que mandan en los históricos centros de poder de la ciudad, de la Cámara de Comercio de Barcelona hasta el Liceo, se han quedado al margen, mientras que estas compañías llenan de ingenieros los edificios de oficinas del 22@ en el Poblenou. El dinero viejo huyó del riesgo y ahora se ha quedado al margen de uno de los fenómenos más importantes que ha vivido la economía catalana.

La Generalitat ha publicado su informe anual sobre el sistema startup, un entorno de 2.022 empresas, en las que destacan los seis unicornios: la firma de recursos humanos Factorial, la agencia de viajes online Travelperk, el gigante de comida a domicilio Glovo, la empresa de recarga de vehículos eléctricos Wallbox, la agencia de viajes eDreams y el portal de ventas de segunda mano Letgo.

Barcelona ha creado un modelo de éxito alrededor de su tejido empresarial tecnológico. Pero si se repasa la estructura de capital todos los proyectos de éxito se han basado en dinero de fuera. Hay excepciones, como el presidente de Puig, Marc Puig, que llegó a tener el 1,28% de Wallbox antes de la exitosa colocación en bolsa de la firma. Pero la norma son estructuras de fondos especializados, como podría haber en Silicon Valley.

Los grandes nombres históricos de las fortunas catalanas no están ni se les espera en la fiesta tecnológica. Como el Mobile World Congress, y que ha servido de dinamizador del sector, el dinero que hace de tractor de estos proyectos viene de fuera, responde a intereses foráneos. Fondos que diversifican para vivir del 1% de proyectos que triunfan mientras el 99% fracasa o quedan convertidas en pymes con discretos dividendos. Seis unicornios contra 2.000 empresas. Según el informe de la Generalitat, una docena de estas compañías podrían llegar a ser unicornios en los próximos años, entre ellas la firma de paquetería Paack y la empresa de venta de flores Colvin. También incluye a Wallapop, pero esta última lleva ocho años anunciando que valdrá mil millones y luego ese momento nunca acaba de llegar.

Familias al margen

Pero las familias catalanas se mantienen al margen del festival. Los Valls Taverner, los Daurella, los Gallardo, los Lao, las hermanas Godia, solo por poner algunos ejemplos, siguen anclados en lo de siempre: el negocio familiar, en caso de que no se venda, como Alberto Palatchi. Y los beneficios se vehiculan hacia el inmobiliario, mediante sus family office. Edificios enteros en el centro de la ciudad, a menudo Fondos inmobiliarios, los más sofisticados.

El inmobiliario es la palanca para explotar el turismo. En especial en las vías principales, con bajos alquilados a marcas de lujo internacionales a precios prohibitivos que se traducen en rentabilidades de dos dígitos. De manera que las entidades que controla el colectivo —Barcelona Global, Cercle d'Economia— siempre acaban apoyando proyectos turísticos: la ampliación del aeropuerto, los hoteles, los cruceros, Port Aventura antes, el Hard Rock Café ahora. Turistas para que pasen por delante de los escaparates de Dolce & Gabbana en Passeig de Gràcia.

Cataluña quiere ser nórdica pero su capitalismo histórico sigue actuando como latino

El Mobile siempre se destaca por su motor para el turismo de negocios. Pero los 350 millones anuales de negocio que trae a la ciudad no son nada en comparación con las 2.000 empresas generadas alrededor del sector tecnológico y la facturación y empleo que generan. Que solo el 0,9% se hayan convertido o puedan llegar a convertirse en unicornios no quiere decir que el divorcio entre dinero viejo y beneficios de las tecnológicas no acabe teniendo un efecto nocivo sobre la élite de una ciudad, cuya historia, desde el primer ferrocarril de España —la línea entre Barcelona y Mataró—, siempre ha estado relacionada con la innovación y el estar en vanguardia.

En el pasado, los abuelos de ese dinero viejo construyeron buena parte de la Barcelona que ahora atrae todo ese capital nuevo de fondos internacionales. La revolución industrial, el textil, el cemento, la banca… todo eso siempre estuvo aparejado con grandes apellidos: los Güell, los Carulla, los Sagnier, los Bertran de Caralt… Ahora la solera de esas sagas ha dejado paso a emprendedores en camiseta que hablan de disrupción y a los que respaldan fondos de Silicon Valley. Nadie está pensando en construir el nuevo Liceo. Si algo preocupa es que el Primavera Sound se ha clonado en Madrid.

El capitalismo sueco creó Nokia en el momento álgido de las telecomunicaciones. Y ahora ha impulsado Spotify, la empresa que da nombre al Camp Nou. Cataluña aspira a ser la Dinamarca del sur, pero sus fortunas están más cerca del modelo de Roma que del de Estocolmo.

Cultura de riesgo

La cultura del riesgo del dinero viejo en Barcelona no encaja con los fondos de capital venture. El viejo capitalismo dejó pasar por la resurrección de la moda española a mediados de los noventa, que en Cataluña capitanearon un catalán de origen turco, Isak Andic con Mango, y un suizo, Thomas Meyer con Desigual. Menos puede adaptarse en el siglo XXI a estar en minoría en consejos de administración, donde en cada ronda los paquetes iniciales se van diluyendo y donde cualquier cambio tecnológico puede querer decir que lo que valía cien ahora se cuantifica en la mitad.

El ladrillo da sustos, pero encaja en la mentalidad del dinero viejo. Los unicornios son escasos y suponen jugársela con algoritmos que casi nadie entiende. Y ahí se debate Barcelona, entre dos mundos que siguen de espaldas y con escasos puntos de colaboración: el modernismo de origen indiano y los emprendedores que quieren colocar un futbolín en el centro de su oficina de servicios compartidos. El problema de este desajuste y sus consecuencias no serán tema de debate electoral ni de foros empresariales, pero tampoco desaparecerá si los habitantes de la capital catalana cerramos los ojos muy, muy fuerte.

Barcelona no es solo la ciudad de los prodigios. Con la eclosión de las startups es también la ciudad de los seis unicornios: la seis compañías que han alcanzado en algún momento una valoración de 1.000 millones tras las diversas rondas de financiación. Pero este nuevo poder económico emergente vive de espaldas al dinero viejo, que nunca se ha interesado por participar en estos procesos. Las tradicionales familias catalanas, las que mandan en los históricos centros de poder de la ciudad, de la Cámara de Comercio de Barcelona hasta el Liceo, se han quedado al margen, mientras que estas compañías llenan de ingenieros los edificios de oficinas del 22@ en el Poblenou. El dinero viejo huyó del riesgo y ahora se ha quedado al margen de uno de los fenómenos más importantes que ha vivido la economía catalana.

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