Las tres cruces de la cada vez menos ‘sagrada competencia’ de la CNMC
Las hostilidades entre el presidente de la CNMC y la mayoría del consejo del organismo regulador se resumen en tres grandes frentes de batalla abiertos a lo largo del último año
Aseguran que el principal enemigo es siempre el que está más cerca y algo de eso le ha ocurrido al presidente de la CNMC, José María Marín Quemada, en su lucha por convertir al organismo único de regulación económica creado por el PP en una verdadera autoridad de competencia que provocase la envidia de sus principales entidades homólogas en Europa. Dos años y medio después de su constitución, el llamado ‘supervisor mayor del Reino’ se ha convertido en una jaula de grillos incapaz de silenciar los antagonismos de sus comisionados más beligerantes con unos servicios técnicos que se resisten a pasar por la horca caudina de criterios políticos impuestos por órdenes de la superioridad y casi siempre a favor de los mismos intereses creados de siempre.
El cisma en la CNMC adquirió carta de naturaleza hace un año aproximadamente cuando el presidente tuvo la osadía de presentar al pleno del consejo un código de conducta destinado a purificar los procedimientos internos de gestión. El reglamento en cuestión trataba de levantar una ‘muralla china’ que permitiera a los expertos de la institución trabajar sin las interferencias del grupo de vocales que habían sido nombrados a dedo, como miembros colegiados del máximo órgano de gobierno de la entidad. El consejo de la CNMC refleja a día de hoy la mayoría absoluta del Partido Popular que ganó las elecciones en 2011, lo que supone una foto en sepia que no responde para nada al actual reparto del arco parlamentario surgido tras el último 20-D.
Los consejeros nombrados por designio palaciego; esto es, a petición expresa de la Moncloa, se rebelaron contra lo que algunos calificaron como una insolencia de su presidente y votaron en contra de una propuesta deontológica que suponía también un estrecho marcaje de todas sus obras y milagros con ls distintas empresas reguladas. Marín Quemada se vio obligado a retirar la idea original y presentar a cambio un estatuto de clara con limón, grandilocuente en alguna de sus expresiones formales pero descafeinado en su contenido y muy alejado de las referencias basadas en el derecho comunitario a las que respondía la idea original.
Los consejeros de la CNMC rechazaron el año pasado la implantación del código ético que había propuesto el presidente del organismo regulador
La censura ejerció su misión coercitiva de manera implacable pero al mismo tiempo esparció la semilla de una división que a día de hoy se antoja irreversible y que está cimentada paradójicamente en la unión de esfuerzos entre el presidente y buena parte de los directores funcionales de la CNMC. Los consejeros de alcurnia política consideran que su presidente ha sido romanizado por los servicios técnicos procedentes de las antiguas comisiones reguladoras de la etapa socialista de Zapatero y han decidido poner en cuarentena al máximo representante de la institución en una declaración de ‘guerra fría’ que puede traducirse en un bloqueo efectivo de las más importantes decisiones estratégicas.
Marín Quemada ha salido al paso del embargo recurrente que las decisiones de mayor calado corporativo sufren dentro del pleno del consejo y ha empezado a actuar con los poderes que le facultan al mismo tiempo como gerente de la institución. El carácter de la CNMC como organismo colegiado hace que el presidente sea uno más dentro del máximo órgano de gobierno, pero la tarjeta de visita que le adorna como primer ejecutivo es una garantía para sacar adelante algunos proyectos que están resultando trascendentales a la hora de comprender el alcance de la confrontación que se está viviendo en el seno de la entidad.
La primera de las cruces que el presidente ha colocado a sus mal avenidos consejeros consiste en la implantación de un buzón anónimo para que los técnicos de la casa expongan con todas las garantías de confidencialidad las eventuales presiones a las que puedan sentirse sometidos por parte de los propios comisionados. El departamento de Control Interno se está poniendo las botas con las múltiples denuncias que están llegando desde que este mecanismo de actuación entró en funcionamiento a finales del pasado año. El 'chivato' de intranet ha favorecido la independencia de un total de 150 profesionales de la casa que se han escudado en la figura del presidente para hacerse cada vez más fuertes dentro de la CNMC.
El consejo de la CNMC tiene carácter colegiado, pero Marín Quemada ha impuesto su mando en plaza como gerente o primer ejecutivo del organismo regulador
Los consejeros o comisionados políticos que fundaron la entidad en octubre de 2013 han ido así perdiendo poder de manera paulatina para convertirse en un grupo de oposición latente pero con una escasa capacidad de reacción, sobre todo ahora que el Gobierno agoniza en funciones y carece de legitimidad parlamentaria para imponer sus decisiones. Marín Quemada ha aprovechado la situación para clavar otra segunda cruz con la creación a primeros de marzo del célebre registro de grupos de interés. La CNMC trata así de establecer un marco de transparencia como punto de partida para una regulación de los ‘lobbies’ que campan a sus anchas por España. No se trata de estigmatizar la labor de estas organizaciones, pero sí de ‘blanquear’ sus prácticas para que todo el mundo sepa de qué pie cojea cada cual cuando defiende determinados intereses económicos.
La tercera cruz, y si acaso la que ha roto definitivamente las hostilidades, corresponde al informe sobre la economía colaborativa que algunos responsables políticos del regulador querían archivar en la cajonera y que el presidente se ha esforzado por difundir a los cuatro vientos sacándolo a consulta pública. La propuesta defiende claramente la desregulación de este tipo de alternativas de consumo basadas en las nuevas plataformas tecnológicas y, para que nadie se llame a engaño, la CNMC se ha superado a sí misma denunciando al Consejo de Ministros por las limitaciones impuestas a Uber o Cabify en las últimas normativas impulsadas a instancias del Ministerio de Fomento para defender a los taxistas.
Marín Quemada se ha echado la manta a la cabeza demostrando que no tiene miedo a nada ni a nadie, apelando a un ejercicio de conciencia profesional que los grandes agentes económicos no terminan de entender pero que, al menos, le permitirá salir con la cabeza alta cuando tenga que ceder los trastos de la CNMC. De momento le restan más de tres años de mandato si es que el futuro Gobierno decide mantener con vida una entidad que se ha saltado a la torera el guion de lo políticamente correcto. La competencia no es todavía un bien tangible en España y cada uno la interpreta al servicio de sus más descarados intereses. De ahí la ‘guerra civil’ que corroe las estructuras de la CNMC y que, a la postre, evidencia el sufrimiento de algunos por mantener su independencia. Veremos cuál es el precio a pagar.
Aseguran que el principal enemigo es siempre el que está más cerca y algo de eso le ha ocurrido al presidente de la CNMC, José María Marín Quemada, en su lucha por convertir al organismo único de regulación económica creado por el PP en una verdadera autoridad de competencia que provocase la envidia de sus principales entidades homólogas en Europa. Dos años y medio después de su constitución, el llamado ‘supervisor mayor del Reino’ se ha convertido en una jaula de grillos incapaz de silenciar los antagonismos de sus comisionados más beligerantes con unos servicios técnicos que se resisten a pasar por la horca caudina de criterios políticos impuestos por órdenes de la superioridad y casi siempre a favor de los mismos intereses creados de siempre.
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