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Mi semana con Douglas Tompkins, el filántropo más incomprendido
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muerto A LOS 72 AÑOS POR UN ACCIDENTE DE KAYAK

Mi semana con Douglas Tompkins, el filántropo más incomprendido

Murió el pasado 8 de diciembre. En 2007 viajé a Argentina para descubrir por qué el fundador de The North Face lo dejó todo para vivir como un ermitaño luchando contra el capitalismo que lo aupó

Foto: Imagen del encuentro con Douglas Tompkins, en 2007. (Sofía Moro)
Imagen del encuentro con Douglas Tompkins, en 2007. (Sofía Moro)

Douglas Tompkins (Ohio, 1946- Chile, 2015) era de aquellos tipos a los que les gustaba soltar los mandos de su avioneta biplaza ‘Husky’ y bajar y bajar (para taquicardia de la periodista que escribe) hasta casi tocar las cornamentas de los ciervos de los pantanos que correteaban por los Esteros de Iberá, una suerte de islas flotantes sobre una de las reservas de agua dulce más puras de Argentina y de toda América Latina.

El que gritaba con acento guiri “¡Mira, chica, mira!” era un californiano y escalador empedernido que había hecho fortuna lanzando al mercado las marcas de ropa deportiva The North Face, Patagonia y Esprit, y que un buen día de 1985 vendió un puñado de Balthus y Picassos (y una de las mayores colecciones de alfombras Amish del mundo) y empezó a comprar tierras en Chile y Argentina hasta convertirse en uno de los mayores terratenientes del Cono Sur. “Cambié el arte por clorofila”, decía en español con acento argentino refiriéndose a las copias de sus mismas obras que había comprado en un mercadillo de Buenos Aires por 30 dólares y que ahora estaban en su salón.

El sueño de Tompkins: recuperar la biodiversidad de 500.000 hectáreas en la frontera con Brasil

La casa de este filántropo ecologista en Iberá era una sencilla construcción de madera de una planta de no más de 150 metros cuadrados, donde cocinaba quemando madera y se jactaba de no tener televisión. Kris McDivitt, su segunda mujer y exdirectora de Patagonia en 1979, pasaba casi todo su tiempo en su huerto ecológico con un ejército de biólogos rubios con ojos azules con los que el magnate había puesto en marcha un sueño: recuperar la biodiversidad de 500.000 hectáreas en la frontera con Brasil, a una hora en avioneta de las Cataratas de Iguazú. Tompkins tenía además otro millón de hectáreas en Chile, donde creó la reserva Pumalín. Kris y él residían los meses de invierno en Argentina y los veranos en las cordilleras patagónicas chilenas, donde a veces amigos como Julia Roberts acudían a pasar sus vacaciones en familia, o su querido Michael Moore.

Era 1997 y este demócrata convencido nos recibió porque le resultaba exótico que dos españolas (yo misma y Sofía Moro, fotógrafa) se interesasen por su proyecto conservacionista, no exento de tintes mesiánicos. El lugar es inaccesible y cogimos en Buenos Aires el mismo autobús que él tomaba de vez en cuando sin que el pasaje se percatase. Un servicio nocturno de nueve horas que atravesaba la provincia de Corrientes. En un punto, a 110 kilómetros de Mercedes (una localidad de 20.000 habitantes), nos recogieron en todoterreno y en otro punto, Quintanilla, el piloto de confianza de la familia Tompkins nos montó en su avioneta. Todo es posible cuando vienes de parte de Don Doug.

El destino: la Estancia Socorro, la puerta de entrada a una red de islas que flotaban sobre un verde humedal donde residía el millonario con su mujer y el ejército de biólogos con sus familias. Es este clima subtropical pastaban a sus anchas (y esto es literal) los lobitos de los pantanos, los carpinchos (el roedor más grande del mundo), osos hormigueros antaño extinguidos y los mencionados ciervos de los pantanos, las joyas que este Noé gringo mimaba y había salvado del “poder destructor de la civilización".

"Detesto el progreso capitalista. Pero el ordenador lo uso, no soy tonto”, nos dijo nada más conocerle casi justificándose por tener su Mac sobre la mesa del comedor. Y Kris cual lugareña nos volvía a ofrecer mate o té con un pastel casero de membrillo. Todos descalzos en un universo feliz de fibras y texturas naturales, solo te dabas cuenta que ese tipo era el señor con mayúsculas de aquello cuando Marta, la criada, entraba para contarles que había guiso de lentejas para cenar. Y Kris nos devolvía a la arcadia 'hippy' cuando confesaba que llevaba tres días sin agua caliente y no se había podido teñir.

En la época que viajamos allí, las librerías de Buenos Aires exhibían en sus escaparates varios títulos contra el magnate conservacionista. Le acusaban de haber comprado a peso la hectárea. Y le metían en el mismo saco que Luciano Benetton, Sylvester Stallone o Jane Fonda, también propietarios de vastas extensiones en Argentina. El entonces subsecretario de Tierras para el Hábitat Social y la Nación, Albert D’Eliá, nos había advertido: “Es un farsante. Sus fundaciones ambientalistas Foundation for Deep Ecology, The Conservation Land Trust y Patagonia Land Trust son la fachada de una organización supranacional orquestada por los Estados Unidos para apropiarse de tierras y aguas vírgenes en países en vías de desarrollo”.

“¿Dicen que usted es un agente de Bush?“, le pregunté. “Todo calumnias. Me llaman loco, excéntrico, agente de la CIA… Me aburre el tema“

A Douglas le gustaba hablar de su colección de cuadros, de cómo muchos acabaron en el Pompidou y cómo otros se los vendió a un naviero griego. Y cómo solo se quedó con una obra, unas bailarinas de Botero, que no recuerda por qué no vendió, pero que son la estrella de su residencia de Chile. Su pasión por el arte le venía porque su padre fue anticuario en Nueva York; de él heredó también su pasión por pilotar. Pasó su adolescencia en internados y a los 17 dejó los estudios para viajar, escalar y esquiar. A los 21 fundó The North Face. A los 30 ya era millonario. “En 1985 empecé a aburrirme y decidí poner en práctica un proyecto para hacer un mundo mejor. Esta lucha me produce un placer enorme y tengo plata para hacerlo”, relataba impregnado aún del espíritu de la ‘new age’ californiana.

"¿Dicen que usted es un agente de Bush?", le pregunté. “Todo calumnias. Me llaman loco, excéntrico, agente de la CIA… Me aburre el tema. He invitado a escritores argentinos detractores míos, como Gonzalo Sánchez, y me confesaron que criticándome vendían más libros. No me interesa. Lo único que me importa es evitar la sobreexplotación del planeta”. Mientras que nos contaba que quería comercializar sus productos y apostar por la recuperación del jaguar, nos preguntó: “¿Qué restos del fascismo quedan en España? Me gustó el papel de su Rey en la Transición y me sorprendió bastante que Zapatero aprobara el matrimonio homosexual, una medida muy innovadora para España. Por cierto, estuvimos este año en Asturias viendo el oso pardo en libertad y nos emocionó”.

A Don Doug le gustaba charlar y charlar mientras pilotaba sin manos su avioneta. Una semana dio para mucho. Antes de irnos lo visualicé, casi sin querer, con su avión estrellado, en medio de su arcadia de biólogos rubios, niños descalzos y animales en peligro de extinción recuperados. Sin embargo, fue una hipotermia. Su kayak volcó en sus dominios en Chile y sus 72 años jugaron en su contra. Fue el 8 de diciembre. La prensa chilena y argentina hablaban de la muerte del “filántropo incomprendido”. Kris aún no me ha respondido el correo electrónico.

Douglas Tompkins (Ohio, 1946- Chile, 2015) era de aquellos tipos a los que les gustaba soltar los mandos de su avioneta biplaza ‘Husky’ y bajar y bajar (para taquicardia de la periodista que escribe) hasta casi tocar las cornamentas de los ciervos de los pantanos que correteaban por los Esteros de Iberá, una suerte de islas flotantes sobre una de las reservas de agua dulce más puras de Argentina y de toda América Latina.

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