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La batalla por Volkswagen: la sombra alargada del patriarca Piëch
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EL PROBLEMA DE ECONTRAR UN SUSTITUTO

La batalla por Volkswagen: la sombra alargada del patriarca Piëch

Ferdinand Piëch, una institución en Volkswagen, ha abandonado la presidencia del gigante del motor tras una enconada lucha interna por el poder. Pocos creen que la batalla haya acabado ahí

Foto: Ferdinand Piëch posa para la prensa durante la junta general de accionistas en Hannover, el 5 de mayo de 2015 (Reuters).
Ferdinand Piëch posa para la prensa durante la junta general de accionistas en Hannover, el 5 de mayo de 2015 (Reuters).

Todo eran sonrisas y glamur. Los camareros, cargados de delicados canapés y copas de champán, se afanaban por entre los grupos de VIP: un ministro aquí, un CEO allá, un embajador, un alcalde, un galerista millonario, una estrella de la televisión... Incluso el cantante británico Robbie Williams se descolgó por sorpresa e interpretó algunos de sus temas más conocidos. El pasado martes Volkswagen inauguró, con una fiesta por todo lo alto, su nuevo showroom en Berlín. Un enorme espacio para presentar sus doce marcas en el corazón político y comercial de la capital de Europa.

Todo eran sonrisas. Pero en los corrillos, en voz baja, casi sólo había un tema de conversación. La batalla por el poder que se había estado librando en la dirección del segundo mayor constructor de vehículos del mundo. A un lado, el presidente, Ferdinand Piëch; del otro, el director ejecutivo, Martin Winterkorn. La puja, medio aireada en los medios, había hecho caer el valor en bolsa del gigante del motor un 8% en cuestión de días. Piëch, una institución dentro del grupo con 43 años en la empresa –trece de ellos como presidente– había anunciado su dimisión dos días antes.

Sin embargo, como era previsible, Winterkorn salió al escenario henchido de orgullo por el avance imparable del grupo automovilístico y evitó la enconada disputa interna entre él y el patriarca del grupo. Sólo se salió del guion para hablar de fútbol. Lo que los británicos definirían como ignorar al elefante en la habitación.

Winterkorn tenía sus razones para estar contento. Además de saber que al día siguiente iba a anunciar un sólido avance de los beneficios del grupo en el primer trimestre del año, el directivo estaba cada vez más convencido de que la balanza del poder, de forma inesperada según varios expertos, se estaba decantando a su favor. No obstante, pocos entendidos consideran que la pelea haya acabado definitivamente y esperan que el enfrentamiento, de forma indirecta y sibilina, se prolongue. No en vano, Piëch, de 78 años, nunca se ha caracterizado por darse por vencido. Y pertenece a la familia Porsche, que ostenta cerca del 51% de los títulos de la compañía de Wolfsburg.

placeholder Imagen de la junta general de accionistas de Volkswagen celebrada en Hannover (Reuters).
Imagen de la junta general de accionistas de Volkswagen celebrada en Hannover (Reuters).

Distancia de seguridad

La batalla la abrió el propio Piëch a principios de abril, cuando concedió una entrevista al semanario Der Spiegel, lectura obligada entre la clase política y empresarial alemana, y se dijo "distanciado" de Winterkorn. El patriarca, nieto de Ferdinand Porsche, diseñador del mítico Escarabajo, no entró en argumentos, pero desde sus filas explicaron a la revista que Piëch culpaba al director ejecutivo de la pobre cuota de la marca Volkswagen en Estados Unidos, el segundo mayor mercado del mundo tras China. Otros analistas han añadido posteriormente la supuesta falta de arrojo innovador de Winterkorn para lanzarse al segmento de los coches económicos y para tomar posiciones estratégicas en los incipientes nichos de los vehículos eléctricos y de los autotripulados. Por no hablar de la escasa rentabilidad por unidad de la marca Volkswagen.

Desde ese primer "jaque al rey" mediático, se sucedieron multitud de declaraciones, contradeclaraciones, especulaciones y filtraciones interesadas en los medios alemanes. Mucha confusión que en absoluto ha beneficiado al gigante del motor. Hasta el pasado marzo se había dado por hecho que Winterkorn accedería a la presidencia de Volkswagen en 2017 y, de pronto, se empezó a rumorear que quizá no alcanzase a la junta de accionistas de ayer.

Más allá de la batalla publicada, esto es lo que sucedió: Piëch dio por sentado que con bajar el pulgar desde su palco bastaría para hacer caer al CEO. Así lo había hecho con Bernd Pischetsrieder en 2006. Pero, en esta ocasión, el patriarca no midió previamente sus fuerzas. La mayor parte de la dirección se decantó entonces por Winterkorn –pese a sus deficiencias–. Incluso la familia Porsche dio la espalda a Piëch. La cosa podría haber acabado ahí, en una desafortunada salida de tono de un macho alfa que se mueve más por instinto que por cálculo. Pero no. El presidente sondeó entonces abiertamente al director ejecutivo de la marca Porsche, Matthias Müller, para sustituir a Winkterkorn.

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Preparación de la sala que acogió la junta de accionistas de Volkswagen (Efe).

Sin marcha atrás

A raíz de este nuevo desplante se fraguó un consenso bastante amplio en la planta noble de Volkswagen. Piëch no podía seguir en la empresa, a pesar de todo lo que había hecho durante décadas por ella. Y forzaron su dimisión. Algunos analistas han destacado que es pecado capital provocar inestabilidad en las empresas familiares alemanas, y que la pena exigida es el cargo. El gigante de Wolfsburg es, pese a sus 600.000 empleados, sus 118 plantas en 28 países y sus casi diez millones de vehículos al año, una compañía familiar.

En la junta general de accionistas de ayer, Winterkorn dio por zanjada la disputa con Piëch –al que reconoció los servicios prestados– y, tras reconocer "días movidos" en las últimas semanas, aseguró que el grupo se encuentra ahora en una "vía tranquila". Pese a las "incontables interpretaciones, especulaciones y, lamentablemente también, exageraciones" de los últimos días, Volkswagen es una empresa "sana", "bien posicionada" y con "buenas perspectivas de futuro".

El problema ahora es quién sucederá a Piëch en la presidencia, algo por lo que se pasó sonoramente de puntillas en la junta de accionistas. Una opción viable para muchos entendidos es que Winterkorn, de 67 años, ocupe el cargo y que se busque dentro de la casa a un director ejecutivo más joven que pueda afrontar con una mirada nueva la irrupción del coche eléctrico y de los vehículos sin conductor, alguien que entienda que Volkswagen ahora compite también contra Tesla y Google. No obstante, esta apuesta por el reformismo continuista podría chocar con el sector fiel al expresidente y no prosperar. Pese a su marcha, la sombra del patriarca es alargada, y no sólo porque mantiene un volumen de acciones que le permite influir sobre la elección de su sucesor. La dirección ya ha asegurado que no se precipitará con el nombramiento y ha evitado lanzar posibles candidatos.

La situación es delicada. Por un lado está la dificultad de encontrar un reemplazo para Piëch, alguien que, a juicio del Financial Times, es a Volkswagen lo que Steve Jobs fue a Apple. Ahí es nada. Por otro, lograr cerrar una herida sin dañar más a Winterkorn –que evidentemente ha salido tocado del lance– y sin provocar más daños. La familia Porsche sigue siendo el accionista mayoritario del grupo y sólo el expresidente controla directamente un paquete de participaciones tan considerable que los títulos podrían hundirse si decide sacarlos a la venta (aunque tiene la obligación de ofrecérselos primero a su familia). Al día siguiente de su dimisión, el tabloide alemán Bild especulaba sobre las posibles materializaciones de la "ira" del patriarca.

Piëch, nacido en Viena en 1937, entró en 1963 en la empresa que creo su padre al final de la II Guerra Mundial, Porsche, tras estudiar ingeniería. En ocho años llegó a director general técnico, pero saltó poco después a la competencia porque sentía que en su casa había quienes le temían y le estaban poniendo zancadillas. Pasó por Daimler Benz –donde desarrolló el motor diésel de cinco cilindros– y por Audi, donde revolucionó una marca entonces segundona con el modelo 100. En 1988 se convirtió en director ejecutivo de Audi y en 1993, en plena crisis del sector y con Volkswagen en números rojos, fue nombrado director ejecutivo de la compañía de Wolfsburg.

placeholder Winterkorn se ajusta las gafas antes del comienzo de la junta en Hannover (Reuters).
Winterkorn se ajusta las gafas antes del comienzo de la junta en Hannover (Reuters).

Dirección asistida

Entre los expertos en el sector no hay quien dude de que sus nueve años como director ejecutivo y los posteriores trece en la presidencia han supuesto un antes y un después abismal en el grupo. Arrogante y visionario, frugal, millonario e implacable, Piëch apostó por la eficiencia caiga quien caiga –salvo excepciones como Bugatti o el VW Phaeton– y la expansión global vía adquisiciones, de Seat a Lamborghini, pasando por MAN y Bentley. Así, Volkswagen es hoy un gigante con doce marcas que ganó el año pasado 11.068 millones de euros, un 21% más que el año anterior, y facturó 202.458 millones por la comercialización de 9,73 millones de vehículos, a tiro de los 9,98 que vendió Toyota.

Un problema añadido es el sistema dual de las direcciones de empresa alemanas, que requiere de complejos equilibrios. En Volkswagen, como en todas las sociedades anónimas alemanas, la dirección está dividida entre el consejo de administración, que reúne a los directivos ejecutivos (nueve en el caso de Volkswagen, con Winterkorn a la cabeza), y el consejo de vigilancia, que agrupa a los cargos no ejecutivos (veinte en Volkswagen) y que representan, a partes iguales, al accionariado y a los trabajadores.

El consejo de vigilancia tiene principalmente funciones de supervisión, ratificación y asesoría. Frente a lo que sucede en otros modelos de gobierno corporativo y en otras latitudes, en Alemania este organismo puede llegar a ser más decisivo que el propio consejo de administración. No en vano, el consejo de vigilancia aprueba las cuentas, nombra a los directivos ejecutivos y ratifica las decisiones estratégicas de la compañía, así como las decisiones que modifiquen sustancialmente la situación financiera o patrimonial de la empresa.

En el caso de Volkswagen, diez miembros del consejo de vigilancia representan a los accionistas (Porsche Automobil Holding, 50,7%; estado de Baja Sajonia, 20 %; Autoridad Inversora de Qatar, 17 %; inversores institucionales y privados, 12,3%) y son elegidos en las juntas generales de accionistas anuales, como la de ayer. Mientras, la otra mitad la seleccionan los trabajadores del grupo (siete de forma directa y tres a través de las fuerzas sindicales), cumpliendo con la Ley de Codecisión alemana. De hecho, quien tras la marcha de Piëch ha asumido de forma interina la presidencia del consejo de vigilancia es Berthold Huber, ex líder del sindicato IG Metall.

Para colmo, los cinco asientos en el consejo de vigilancia de la familia Porsche no están nada claros tras las últimas diferencias entre los Piëch y los Porche –que se reparten más o menos a medias su participación–, sobre todo después de que el jefe del segundo clan, Wolfgang Porsche, respaldase a Winterkorn. Además, el Gobierno del land de Baja Sajonia tiene derecho a otros dos asientos.

Así las cosas, el nuevo reparto de cargos se prevé complejo, por la necesidad de contentar a todas las partes, mantener las respectivas cuotas de influencia y zanjar la crisis. Y nadie sabe si el patriarca, incapaz de poner punto final a su era en Volkswagen, está dispuesto a lanzar un nuevo órdago.

Todo eran sonrisas y glamur. Los camareros, cargados de delicados canapés y copas de champán, se afanaban por entre los grupos de VIP: un ministro aquí, un CEO allá, un embajador, un alcalde, un galerista millonario, una estrella de la televisión... Incluso el cantante británico Robbie Williams se descolgó por sorpresa e interpretó algunos de sus temas más conocidos. El pasado martes Volkswagen inauguró, con una fiesta por todo lo alto, su nuevo showroom en Berlín. Un enorme espacio para presentar sus doce marcas en el corazón político y comercial de la capital de Europa.

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